martes, 22 de diciembre de 2015

Libro: La Sociedad de Amigos del País de Puerto Rico

Libro: La Sociedad Económica de Amigos del País: Su historia natural de Lucas Mattei Rodríguez

Por Pablo L. Crespo Vargas

El Dr. Lucas Mattei Rodríguez, profesor de historia de la Universidad Interamericana, Recinto de Ponce, acaba de publicar la obra titulada, La Sociedad Económica de Amigos del País: Su historia natural, versión ampliada y revisada de su tesis doctoral, que presenta de manera sencilla un análisis sobre el desarrollo de esta Institución dedicada al desarrollo económico de la Isla. Curiosamente, esta obra llega en un momento de crisis económica en nuestro país, muy parecida a la que se vivía a principios del siglo XIX, lo cual nos lleva a pensar que su lectura podría servir para darnos luz ante la incertidumbre que se vive día a día. El análisis del Dr. Mattei Rodríguez nos invita a comprender, repensar y reevaluar nuestra situación de pueblo tanto en el pasado como en el presente. A continuación, dejamos la lectura de la presentación que se da del libro en su contraportada:

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La Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico tuvo como fin el progreso de la Isla a través de formulación de iniciativas y la creación de proyectos encaminados a fomentar el desarrollo económico, la circulación de las luces y conocimientos, la introducción y adopción de métodos educativos, agrícolas, industriales y comerciales orientados al engrandecimiento de la patria. Su influencia en la vida política y económica durante el siglo XIX trazaron senderos imborrables. Aun cuando sus homólogas en América y en la Península enfrentaban un gran declive durante el periodo revolucionario, la Sociedad Económica de Puerto Rico desempeño un importante papel en la elaboración de estrategias para lograr el aprovechamiento del momento y el desarrollo de posibilidades. Había otras instituciones sectoriales, como el Ayuntamiento, Cabildo Eclesiástico, Intendencia y Diputación Provincial, que velaban por los intereses de sus respectivas organizaciones: en cambio la Sociedad Económica de Amigos del País, que congregaba a importantes personalidades de la burguesía industrial, agrícola y comercial, a altos funcionarios, militares, religiosos y a la distinguida élite intelectual puertorriqueña, logró que todos convergieran y comprendieran, mucho antes que el gobierno y las fuerzas políticas, hacia donde debía ir la Isla y cuál era la visión de país que les correspondía desarrollar.


La Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico estuvo siempre consciente de su papel dirigente en la sociedad. Si muy significativas fueron las propuestas presentadas y los proyectos que lograron encaminarse, más importante parece ser el papel que las deliberaciones internas tuvieron en la toma de conciencia de la élite y la burguesía puertorriqueña; esta Institución se constituyó en punto de encuentro, de discusión y de aportación de ideas y personas para el desarrollo de la vida civil y política de Puerto Rico. Fue un ente unificador de intereses y tendencias para elaborar un proyecto de país.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El indigenismo y mestizaje: Incremento de exageración numérica aborígen

El indigenismo y mestizaje: Incremento de exageración numérica aborígen
Por Dr. Axel Hernández Rodríguez

Nota editorial: El Dr. Axel Hernández Rodríguez es maestro en la escuela Intermedia Berwind del Departamento de Educación de Puerto Rico; es egresado de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano; y autor del libro "Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico, 1800-1920" . El ensayo aquí presentado es el preámbulo de la obra ya mencionada.

Preludio historiográfico:

Es conveniente dar comienzo con un breve historial sobre la población indígena y lo que algunos literatos hayan expresado sobre los sucesos históricos. Será de suma importancia para el lector, deducir que lo aquí expresado son exposiciones de varios autores estudiados. Este preámbulo sobre el indigenismo no será un estudio de carácter profundo sino un breve recuento sobre lo que algunos autores han expresado de antecedentes historiográficos. Pero antes de este inicio, veamos la llamada “virtud” de la que dichos autores sugieren debe tener un historiador: la virtud, es la revelación ante el mundo sobre la verdad histórica.
La verdad ante todo. Donde está la verdad está Dios. Y si en toda enseñanza debe ella resplandecer, con mayor razón en la historia, si ésta ha de ser “Magistra Vitae”. Por elevados que sean los propósitos del historiador no debe malear su narración, ni con hechos falsos, ni con interpretaciones torcidas. ¡Triste verdad la que ha menester la defensa basada en inexactitudes! Cierto es que para depurar la verdad histórica, hace falta buen criterio, mucha diligencia y no mediana cultura general.[1]
Varios han sido los historiadores que, por alguna razón, han desvirtuado la realidad de eventos acaecidos ya sea porque han aceptado la narrativa de alguien que le expresó su punto de vista sobre algún evento en particular en donde el cronista aparentemente no se importunó en corroborar lo narrado ante él y así lo registrara como un hecho indudable ante la historia.
Plagada de errores hallamos la historia americana mayormente en la centuria décima sexta. Al pasar la vista por sus páginas, verse como flotar sobre ellas, el dicho popular: a luengas tierras, luengas mentiras. Acaso, porque sus elementos primitivos se formaron con las relaciones y cartas de los de acá a los de allá, y con las narraciones e historias de los de allá para los lectores del porvenir.[2]  
Es inconmensurable lo que la historia nos ha revelado sobre los rumores que de boca en boca se propagaran en torno a la buena vida y riqueza en la que vivían los nuevos pobladores del nuevo mundo; especialmente referente a la riqueza, de la que incontables súbditos carecían en la metrópoli. 

Las crónicas y los historiadores.   

Pero vayamos a Borinquén y adentrémonos en las distintas narrativas:
¿También ella y sus aborígenes y primeros pobladores blancos habrán sido objeto de parecidas adulteraciones de la verdad? También, desgraciadamente. Y no solo por parte del autor mencionado (Las Casas) sino también de muchos de los historiadores antiguos y modernos que han escrito sobre Puerto Rico. Ciñámonos por ahora al punto de su población primitiva. Según Las Casas, en 1509, lo mismo en la Isla de San Juan que en la de Jamaica, “había más de seiscientas mil ánimas y aún creo que más de un cuarto-millón- y no hay- 1541- en cada una doscientas”.  Siguiendo a Las Casas, Nicolás de Vállasete en su caprichoso Atlas; Herrera en sus Décadas; Iñigo Abbad y tutti quanti, dieron por muy poblada la isla al desembarcar en ella Ponce de León en 1508.[3] Cincuenta, cien mil habitantes, les parecieron pocos y llegaron hasta asignarle seiscientos mil más moradores.  En obra más reciente como A Broken Pledge, todavía se insiste en dar a la Isla una población de sesenta mil habitantes a la llegada del caudillo de Higuey.[4]
Tal parece que las narraciones que estos cronistas moldeaban en los anales históricos se encontraban atestadas de exageración, probablemente por aquellos narradores que le transmitieran acontecimientos de engrandecimiento en su probanza, nunca antes soñados al cronista. Y de acuerdo con el autor Cuesta Mendoza: 
Al propósito de Las Casas, venía muy a cuento de duplicar el número de habitantes, tanto aquí como en toda América. De aumentar fabulosamente la población autóctona, seguíale mayor crueldad de los conquistadores en vista de los pocos indígenas que quedaban. Porque además prescindía de las otras causas que motivaron la disminución. Lástima inspiran los historiadores nativos que, repitiendo el estribillo de la crueldad, no advierten que afirman con ello su descendencia de gente de muy mala ralea, ya que los fundadores y padres de las naciones americanas no han sido otros que los conquistadores y pobladores primeros. Los pueblos como los individuos, ufánense de descender de gente honrada, y si ilustre, mejor. De los propios dioses apetecieron descender muchos. De diablos y malvados, ninguno.[5]
Todo parece indicar que al iniciarse la colonización los aborígenes borinqueños no eran los miles supuestos ni tampoco seguramente eran tantos los repartidos por las Antillas Mayores y Menores. Es también cuestionable (de acuerdo a Cuesta Mendoza) que fuera del no haberse levantado en los comienzos del siglo XVI censo alguno, “¿Qué base puede tener tal afirmación de millares y más millares de indígenas?”[6]

De otra parte, se obtiene de una carta escrita a Ponce de León por el rey católico, fechada el 11 de junio de 1510, justamente dos años después de la primera entrevista que sostuviera con Agueybaná y su familia. Alude el rey en su carta; “que nadie, sea quien fuere, sacare en adelante indios ningunos de nuestra Isla para la Española, y añadía, porque como sabéis ay pocos indios para que allí fuesen a avecinarse”.[7] Se debe considerar atribuir que la susodicha escasez de los indígenas ya había sido transmitida al rey en comunicados provenientes de la Isla de Puerto Rico. Cabe sugerir que en esos tiempos los aborígenes aún convivían de forma pacífica con los españoles que continuaban arribando a las costas de la Isla, sin que éstos pensaran aún en escaparse mar afuera o monte adentro, lo que tuvo inicio meses más tarde. 
Habíase, sí, hecho ya el primer malhadado repartimiento, a fines del año anterior, y a pesar de la domesticidad, siquiera fuera aparente, no hubo para repartir sino unos cinco mil quinientos.  Y aunque se conceda que algunos indios anduvieran todavía emboscados y se descuenten los menores de catorce años, ¿quién no advierte que la población de la Isla era solo de contados millones? Tan contados que muchos pobladores quedaron quejosos de habérseles adjudicados menos indios de los que les correspondían según las Cédulas Reales.[8] 
Por otro lado, el historiador Salvador Brau, calcula la población indígena de quince a dieciséis millares. En su obra Puerto Rico y su Historia, leemos en la página 306, en el cual él refuta de una forma esplendente las cifras dadas por Las Casas e Iñigo Abbad, además de añadir en su hipótesis, en el que solo una tercera parte de los indígenas peleara contra los españoles, señalando un total aproximado de diez a seis mil habitantes. Entendiéndose que esta cifra se ajusta un poco más que a las cifras anteriormente dadas de cien mil, doscientos mil y hasta quinientos mil, que algunos historiadores hayan mencionado si bien intencionados, pero, tal vez, un tanto equivocados. Habiendo traído el tema de la exageración dentro del ámbito historiográfico y dejando abierto el tema a discusión; se hace propio escudriñar el tema del mestizaje.

De acuerdo a la afirmación de Coll y Toste; “El mestizaje se inició en el mismo año en que dio principio la colonización, o sea en “1509”.[9] De manera que en 1513 ya no nacieron indios sino mestizos, dándose esta impresión; “porque las mujeres se las apropiaron los encomenderos para sí y su servicio”. De donde en su ponencia lógicamente concluye:
De ahí una de las causas de haber desaparecido en esta Isla tan rápidamente la raza indígena. ¿Por qué en el reparto de indios verificado en el año 11, entre cinco mil varones, no aparecen sino quinientas indias? Pues sencillamente porque las demás no eran ya repartibles, por su unión, que las libertaba, con los pobladores.[10] 
En el censo oficial efectuado en 1530 por el gobernador Lando, una cuarta parte de los pobladores tenían indias por esposas, legales y reconocidas. Alrededor de unos veinte años después se les dice a los indios que ellos quedaban en plena libertad de irse a donde mejor quisieran, de manera que una gran cantidad de ellos prefirieron continuar viviendo en las haciendas de los españoles, habituados ya a sus costumbres y bien acertados en su compañía y trato. Lo mismo ocurrió en la ribera de Arecibo, al constituirse en 1616 como pueblo, donde se encontraban ya fusionadas ambas etnias viviendo en paz y concordia.

De acuerdo con lo que sustenta el pensamiento del historiador Coll y Toste:
Según las leyes de la antropología una nueva generación comprende el espacio de treinta años, que se consideraba como la duración media de cada generación en la raza humana. De modo que en 1539 ya había en el país mestizos con el 50% de sangre blanca y otro 50% de sangre indígena. En 1569, solo tenían el 25% de elemento indígena, pues el cruzamiento seguía llevándose a efecto con los nuevos colonos que llegaban. A las diez generaciones, contando de 1509 a 1779 no quedaban ya sino vestigios de sangre indígena, y concluye; El mestizaje con la raza indígena desapareció por absorción en la blanca.[11] Es por lo tanto injusto achacarles a los españoles el crimen de haber exterminado totalmente la raza indígena de Borinquén.[12] 
De modo como se dio inicio al tema de las virtudes de las que debe tener el historiador, se ha podido moldear en este escrito la diferencia entre estos autores presentados, uno con la población indígena y la exageración de los cronistas españoles en cuanto al número de los habitantes a la llegada de los conquistadores y los otros dos sosteniendo la hipótesis de cómo es que el indígena desaparece a través del mestizaje en el suelo isleño. Ellos sostienen en su narrativa bases coherentes sobre sus investigaciones, donde a su vez no se establece una base categórica y fehaciente, ya que podemos encontrar en su ponencia diferencias en los años que da inicio la colonización.





[1] Cuesta Mendoza, Antonio, Historia de la Educación en el Puerto Rico Colonial, Vol.1, Segunda Edición, 1508-1821, pág. 17.
[2] Ibíd., pág. 18.
[3] Esta fecha que aquí se indica resultaría abierta al debate entre los eruditos en la historia; algunos podrán decir que el año en que Ponce de León vino a construir sus asentamientos no fue para el 1508 sino para el 1506. Estableciéndose este año por demás, como punto de partida dado a la negativa de la encomienda que se le diera a Yáñez Pinzón para la colonización de la Isla ya que anteriormente había estado distribuyendo cabras y cerdos para que se propagaran en suelo Borinqueño.
[4] Cuesta Mendoza, Historia de la Educación…, pág. 19.
[5] Ibíd., pág. 20.
[6] Ibíd., pág. 20.
[7] Ibíd., pág. 21.
[8] Ibíd., pág. 22.
[9] Véase sobre los inicios de la colonización de Puerto Rico, donde aquí volvemos a ver la connotación en cuestión sobre la colonización y el año de su inicio.
[10] Coll y Toste, Cayetano, Historia de la Instrucción Pública en Puerto Rico hasta el año 1898, pág. 32.
[11] Ibíd., pág. 34. Vale aclarar que lo expresado por el autor podría dar la impresión de ser meramente especulativo ya que dentro de su narrativa no menciona las fuentes que le llevan a tal conclusión; se podría aludir que haya podido ser un error involuntario el no hacer mención de ellas.
[12] Ibíd., pág. 34.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Libro: Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico, 1800-1920

Libro: Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico de Axel Hernández Rodríguez

Autor de reseña editorial: Pablo L. Crespo Vargas

La obra del Dr. Axel Hernández es un análisis contemporáneo del desarrollo histórico de la educación en Puerto Rico dentro de las políticas establecidas por las dos metrópolis que han gobernado la Isla. El autor, aunque se enfoca en el periodo de 1800 a 1920, nos guía desde las nociones que tenían los indios taínos sobre lo que hoy día podemos llamar un proceso instructivo y de enseñanza cultural destinado a que todos en la sociedad fueran por un mismo camino. De allí nos presenta como la instrucción realizada por los conquistadores iba dirigida a la formación de una sociedad unitaria, eliminando los rasgos particulares de la sociedad invadida, patrón que se repite de manera universal y que muy bien el autor nos describe. La obra enfatiza el surgimiento de las ideas ilustradas y su uso por las autoridades coloniales en la formación del pueblo. Por último, se presentan los cambios de paradigma traídos por los estadounidenses y cómo estos tenían el mismo fin que el desarrollado por los españoles, con la diferencia de que su método era completamente distinto. El autor nos invita a reflexionar sobre los procesos educativos que hoy se están desarrollando y que en esencia no diferencian con otras realidades del pasado. Recordemos las palabras de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borras: “Quien olvida su historia está condenada a repetirla”.

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Este trabajo procura presentar el desarrollo de la educación de Puerto Rico bajo los estatutos coloniales establecidos por los imperios español y estadounidense. En contraparte, se analizará la importancia de la familia puertorriqueña como piedra angular detrás de la educación de sus hijos. En la conclusión veremos los aspectos positivos y negativos que ambas administraciones aportaron y llevaron a cabo dentro de la formación de las escuelas, además de la injerencia dentro del contorno educativo en los diversos niveles: elemental, secundario y universitario.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Cuento: María la botellera

Cuento: 

María la botellera

Por Edgar León

Una tarde lluviosa veíamos a María, descalza, haraposa y con su pelo sin recoger caminando por la orilla de la calle marginal. María era del pueblo de Vega Baja -- Del Melao Melao como dicen en Puerto Rico los que saben. Su historia es peculiar porque tiene su raíz en el antecedente familiar. María era la mayor de su familia. Desde pequeña tuvo que cuidar de sus ocho hermanos y también lidiar con el alcoholismo y abuso de su padre. Casi nunca pudo ir a la escuela porque su madre siempre estaba enferma en la unidad de salud pública. El día entero se la pasaba haciendo filas para poder recibir un referido y un par de aspirinas. María supo la definición de pobreza desde su más remoto recuerdo de la niñez.

Su familia vivía de la buena voluntad de sus vecinos. La escuela le proveía los zapatos y a veces los alimentos para el día. También el Chochín federal le daba el resto de los comestibles y alimentos necesarios para poder tener algo que masticar. Día tras día María se resignaba al yugo que el destino le había regalado. Recogía botellas de vidrio para luego vender diez por un centavo en el supermercado más cercano. Los domingos por la mañana iba a la iglesia con todos sus trece hermanos harapientos y mocosos. Trataba de mantenerlos limpios pero esto solo duraba media hora por lo diabólicos que eran.

Ya de adolescente, María se encontró un amor el cual no pudo corresponder. El muchacho se llamaba Leandro Felipe Gonzáles. De buena familia y con dinero. Por mas que Felipe tratara de enamorar a María, se le hacia difícil conseguir que ella le dedicara un par de minutos para conversar.

María la botellera... Si la triste María que después de sacrificarse por su enorme familia ya no tuvo quien cuidara de ella. Ya vieja y demacrada se metió debajo de un puente en una casucha de cartón donde paso el resto de sus días hasta que murió de un infarto.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Desde los compontes hasta la guerra de 1898

Desde los compontes hasta la guerra de 1898
Por Pablo L. Crespo Vargas


Trinchera española en el Asomante. Esta fue la última línea de defensa de las fuerzas
penínsulares y locales en la invasión estadounidenses. Foto obtenida del segundo volumen
de la obra: Our Islands and Their People, 1899 
Los Compontes y la persecución hacia liberales e independentistas

El surgimiento del Partido Autonomista Puertorriqueño se da en un momento de crisis económica. Ya desde el 1885 en la Isla se sentía una gran depresión económica. Esta se agravaba por el monopolio que mantenían los comerciantes peninsulares. A esto se sumaba que el valor de la plata mexicana había disminuido, llevando a la miseria a gran parte de la población local. Algunos puertorriqueños (liberales y separatistas) reaccionando a este periodo de insuficiencia económica organizaron una sociedad secreta (posiblemente fueron varias) en el 1886 a la que se le conoció como la boicotizadora. Sus miembros utilizaron un nuevo mecanismo de resistencia inventado por los irlandeses en 1880. Estos habían decidido cortar toda comunicación o intercambio con los individuos que se aprovechaban de las tierras que los ingleses confiscaban a los irlandeses. A uno de los primeros que se aplicó esta especie de ostracismo social y económico fue a Charles Boycott, un agente de tierras que administraba terrenos confiscados por las autoridades británicas.

Los boicotizadores puertorriqueños juramentaban no tener ningún tipo de contacto comercial con los peninsulares y otros incondicionales. A la vez, promocionaban los productos locales e incentivaban la economía puertorriqueña que tanto necesitaba en ese momento. Durante la asamblea de Ponce en marzo de 1887, reclutaron más adeptos. Sus movimientos antiespañoles comenzaron a rendir frutos al punto que muchos de los afectados empezaron a solicitar al gobierno colonial una acción inmediata.

Con la llegada del general Romueldo Palacios, como gobernador, los incondicionales pudieron presentar la situación como una que afectaba la relación con España, además de incluir a los autonomistas como principales líderes del grupo. Se le añadía varios episodios de violencia que se dieron en contra de los comerciantes peninsulares (algunos de los alegatos fueron falsos) y que las autoridades utilizaron como excusa para iniciar una represión contra los liberales y otros grupos que no favorecían al gobierno de la Isla. El gobernador Palacios, luego de pedir varios informes al respecto, decide establecer un cuartel de operaciones en la hacienda de un incondicional en Aibonito y desde allí, en agosto de 1887, comienza una serie de operaciones destinadas a eliminar a estos grupos.

Su primer foco de atención fueron los autonomistas de Juana Díaz y Ponce. Los detenidos eran torturados, a algunos se les asesinó, alegando que trataron de escaparse; otros, optaron por suicidarse. Las torturas fueron diversas y fueron conocidas como compontes. Esta palabra tuvo su origen en Cuba, ya que las torturas eran realizadas con la finalidad de que los sublevados rectificaran (se compusieran) su forma de proceder hacia las autoridades. La Guardia Civil era la encargada de estos atropellos. Para ello fue movilizada de manera general en otros municipios, entre ellos: Adjuntas, Aguas Buenas, Guayanilla, Humacao, Juncos, Lajas, Mayagüez, Naguabo, Naranjito, Sabana Grande, Salinas, San Germán, Santa Isabel, Utuado y Yauco.

Una gran cantidad de líderes autonomistas fueron apresados y llevados a las mazmorras del Morro. La severidad con la que el gobernador trató a los supuestos conspiradores llegó a ser denunciada en España, cuyo gobierno destituyó al general Palacios y le solicitaron su regreso a España. No obstante, el daño de la imagen hacia el gobierno español ya estaba consumado. Este periodo dejó un malestar inmenso en la mayoría de la población, específicamente en los pueblos donde mayor impacto tuvo. Para muchos, el sistema gubernamental colonial español ya había cavado su tumba en la Isla.

En cuanto a los separatistas puertorriqueños, estos habían sido grandemente reprimidos desde principios del siglo XIX, llevándolos al exilio de manera generalizada. Grandes líderes puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos y Segundo Ruiz Belvis sufrieron esta suerte y desde el extranjero se organizan a favor de su ideal creando diversas estrategias. La más común de ellas fue el unirse a la lucha independentista cubana. En 1892 los separatistas cubanos se organizan en Nueva York creando el Partido Revolucionario Cubano. En 1895, dentro del mismo, se organiza el Comité Revolucionario Puertorriqueño.

Se estima que sobre tres mil puertorriqueños participaron de las diversas guerras independentistas en Cuba. Algunos de ellos sobresaliendo por sus distintas ejecutorias. Entre ellos podemos mencionar al mayagüezano Juan Rius Rivera, quien fue general en las fuerzas revolucionarias. Otros puertorriqueños distinguidos en la lucha separatista fueron Francisco “Pachín” Marín, Ramón Marín, Wenceslao Marín, Augusto Emmanuelli, Modesto Arquímides (editor del periódico El cubano libre), Ramón Colón, todos de Ponce; José “Pepe” Semidey, yaucano que llegó a ser general revolucionario; José Irizarry y Enrique Malaret Yordán, sabaneños; y Guillermo Fernández Mascaró, médico personal de Antonio Maceo, nacido en Bayamón. La sangermeña Lola Rodríguez de Tió fue otra separatista que en 1867 y 1887 tuvo que salir al exilio junto a su esposo, Bonocio Tió Segarra, por realizar actividades separatistas. En 1868 escribió el himno revolucionario puertorriqueño conocido como La Borinqueña.

Otros acontecimientos que podríamos incluir dentro de los intentos de los separatistas por derrotar al gobierno colonial español ocurrió en Yauco en 1897. Al igual que ocurrió en el Grito de Lares, la nueva intentona se tuvo que adelantar debido a que las autoridades conocían que esta ocurriría. Entre el 24 y 26 de marzo los insurrectos trataron de tomar varias posiciones militares españolas en la zona pero fueron derrotados y muchos de ellos capturados.

El autonomismo y la Carta Autonómica

Luego del periodo de persecución de 1887, el Partido Autonomista Puertorriqueño inicia un nuevo proceso de reorganización. Román Baldorioty de Castro fue elegido nuevamente como su presidente, aunque su condición de salud le limitaba la realización de las funciones asignadas por lo cual renuncia a inicios de 1889. Debemos señalar que Baldorioty de Castro muere en noviembre de ese mismo año.

Dentro de la reorganización del Partido Autonomista se desarrollaron diversas luchas internas, algunas por búsqueda de protagonismo y otras por la forma de desarrollar una política dirigida a conseguir la autonomía para Puerto Rico. Nuevamente se presenta la división sobre que partidos seguir en España, si los monárquicos o los republicanos. Por un lado, Luis Muñoz Rivera, utilizando su periódico La Democracia, crea una campaña a favor de los partidos monárquicos españoles; por el otro lado, Francisco Cepeda y su Revista de Puerto Rico asumían una posición a favor de partidos republicanos. Este segundo grupo también fue conocido como los antipactistas, ya que estaban en contra de pacto alguno con el partido de poder español.

En el caso de Muñoz Rivera, este favorecía al Partido Liberal Monárquico de Práxedes Mateo Sagasta, quien se mantuvo en el poder entre 1885 a 1890. Muñoz Rivera esperaba que al estar con el partido que controlaba el gobierno podía adelantar la causa autonomista. De hecho, llegó a proponer que el Partido Autonomista se fusionara con el Partido Liberal Monárquico para así eliminar de una vez y por todas, la creencia de las supuestas intenciones separatistas de los autonomistas locales. Sin embargo, sus detractores argumentaban que estos liberales estando en el poder en España no evitaron los acontecimientos del Año Terrible de 1887.

La división entre autonomista se asentó aún más debido a algunos decretos discriminatorios contra los puertorriqueños. El primero de ellos fue proclamado en 1890, en él, Puerto Rico, que tenía derecho a dieciséis asientos en las Cortes españolas, solo se le otorgaron quince; mientras que a Cuba se le aumentaron los diputados. El segundo decreto fue el de 1892, cuando se fijó una cuota de inscripción electoral de diez pesos para los puertorriqueños poder participar en las elecciones, mientras que a los cubanos solamente le pidieron cinco pesos. Con toda y este favoritismo hacia los cubanos, el gobierno español no pudo evitar el inicio de otra guerra en 1895.

Para algunos autonomistas, este nuevo conflicto en Cuba representaba una oportunidad para la obtención de un nuevo sistema de gobierno para la Isla. No obstante, para principios de 1896, Luis Muños Rivera renuncia al Partido Autonomista Puertorriqueño, aunque siguió gestionando a favor de este sistema gubernamental. En España la situación era mucho más compleja. En los partidos mayoritarios no existía un consenso sobre qué actitud tomar hacia los autonomistas puertorriqueños. El temor de que estos fueran separatistas estaba latente y como es usual en estos casos, cualquier acercamiento que se les hiciera era por meras ventajas políticas. Este es el caso de Práxedes Mateo Sagasta, quien en 1895 deja el poder y desde la oposición se acerca a los autonomistas en busca de su apoyo en las Cortes.

En Puerto Rico surgen dos nuevas figuras que dirigen la facción autonomista republicana: Manuel Fernández Juncos y José Celso Barbosa. Ambos, pero en especial Barbosa, admiraba el sistema de gobierno estadounidense al punto que obviaron los defectos que en ella se encontraban y se dedicaron a presentar solamente sus virtudes.

En los debates públicos entre ambas facciones Luis Muñoz Rivera salió favorecido por lo cual fue parte de la Comisión Autonomista que en 1896 partió para España. Sus acompañantes fueron José Gómez Brioso, Rosendo Matienzo Cintrón y Federico Degetau González. Llegados a Madrid se reúnen con Rafael María de Labra, principal representante del autonomismo en España. Muñoz Rivera ya había comenzado a gestar un pacto con Sagasta, el cual varios líderes puertorriqueños, junto a Labra, no lo aprobaban. El pacto que se buscaba era el que se le concediera la autonomía a Puerto Rico a cambio de que el Partido Autonomista Puertorriqueño se convirtiera en un ala del Partido Liberal Monárquico. Tanto para Sagasta como para la facción de Muñoz Rivera este trato era favorecedor. En enero de 1897, luego que Muñoz Rivera convenciera a Gómez Brioso de unírsele en la votación para completar el pacto, Sagasta lo acepta. En agosto de 1897, el primer ministro español, Antonio Cánovas del Castillo es asesinado en represalia a sus políticas represivas contra los grupos minoritarios, específicamente catalanes y vascos. Dos meses luego, Sagasta asume el poder.

La situación de la posibilidad de una guerra con los Estados Unidos llevaron al nuevo gobierno a presentar rápidamente una Carta o Constitución Autonómica, tanto para Cuba como para Puerto Rico. Esta Carta Autonómica fue aprobada por la reina regente María Cristina el 25 de noviembre de 1897. También se le concedió a los puertorriqueños los derechos de los ciudadanos españoles, que se encontraba en el Título Primero de la Constitución de 1876 y se permitió la aplicación de la Ley Electoral de 1896, que daba derecho al voto a todo varón mayor de veinticinco años.

La Carta Autonómica mantenía un gobernador nombrado por el monarca español, quien era responsable de la seguridad pública, las fuerzas armadas y que tenía la facultad de nombrar funcionarios administrativos. Se establecía una rama legislativa divida en dos cuerpos: el Consejo de Administración y la Cámara de Representantes. El Consejo de Administración se componía de quince miembros, de los cuales ocho eran elegidos por los votantes, el restante eran nombrados por el gobernador. El requisito para pertenecer al Consejo de Administración era contar con una renta de cuatro mil pesos anuales, haber nacido en la Isla o llevar residiendo al menos cuatro años en ella y estar gozando de todos los derechos políticos. En el caso de la Cámara de Representantes, esta estaba compuesta de treinta y dos miembros, cuyos requisitos eran los ya mencionados con la excepción de la renta establecida. Los representantes eran elegidos por periodos de cinco años y podían ser reelegidos. La rama legislativa podía crear medidas sobre asuntos de administración y presupuesto en la Isla. Los municipios también obtenían autonomía para sus asuntos fiscales y administrativos.

Aunque la autonomía llegó a ser concedida, el Partido Autonomista terminó dividido debido a la lucha interna entre pactistas y antipactistas. El grupo pactista se agrupó alrededor de Luis Muñoz Rivera y formaron el Partido Liberal Fusionista. Los antipactistas, liderados por José Celso Barbosa y Manuel Fernández Juncos crearon el Partido Autonomista Ortodoxo.

En marzo de 1898 se dan las primeras elecciones dentro de nuevo sistema gubernamental. Unos 102,064 electores pudieron participar en este evento. El Partido Liberal Fusionista obtuvo un triunfo contundente con 82,267 (80.6%) votos. El Partido Autonomista Ortodoxo obtuvo 16,068 (15.7%) votos, mientras que el Partido Incondicional solo recibió 2,144 (2.1%) votos y el Partido Oportunista (una ramificación de los incondicionales) logró 1,585 (1.6%) votos. La Cámara de Representantes terminó constituida por veinticinco liberales, cinco ortodoxos, un incondicional y un oportunista. En cuanto a los delegados a las Cortes se eligieron 10 liberales y seis ortodoxos. De manera general podemos ver que los autonomistas eran la fuerza política dominante a finales del siglo XIX; sin embargo, su triunfo electoral no pudo celebrarse ya que al siguiente mes los Estados Unidos y España entrarían en una guerra que cambiaría el destino de nuestra Isla.

La Guerra Hispanoamericana

La Guerra Hispanoamericana marcó el inicio de una serie de transformaciones sociales, económicas y culturales que motivaron la formación de un pueblo completamente distinto al que había existido hasta ese momento. Aunque este conflicto fue uno de poca duración (25 de abril-12 agosto 1898) llevó a la eliminación del imperio español de tierras americanas (Cuba y Puerto Rico), asiáticas (Filipinas) y oceánicas (Guam).

Las causas de la guerra, aunque llanamente pueden ser llevadas al conflicto de Cuba, fueron mucho más antiguas de lo que se ha planteado de manera general. El expansionismo estadounidense ultramarino tuvo sus raíces en la Doctrina de Monroe, promulgada en 1823. En ella se indicaba que “América era para los americanos” y se establecía una política que sancionaba cualquier intervención europea en tierras americanas ya que se consideraba nuestro continente como área de interés y exclusividad para los Estados Unidos.

Para tales pretensiones, los Estados Unidos debían organizar una fuerza naval lo suficientemente poderosa para hacerse sentir los amos de la región. Luego de la guerra de 1812 contra los ingleses, los estadounidenses comenzaron a patrullar las zonas dónde se comenzaba a establecer un intercambio comercial que les favoreciera. Una de estas zonas fue el Caribe. Uno de los primeros incidentes que nos relaciona con las actividades navales y militares estadounidenses fue el ocurrido en Fajardo en 1824.

El 27 de octubre de 1824, una embarcación de guerra estadounidense llega frente a las costas de Fajardo y dos de sus oficiales tratan de entrevistarse con el alcalde del ayuntamiento. Debido a que los oficiales bajaron en civil y sin papeles que confirmaran su estatus, las autoridades españolas procedieron al arresto de ellos. Al día siguiente la situación se aclaró. De regreso a su base de operaciones en Sant Thomas, el comodoro de la flotilla estadounidense en el Caribe, David Porter, quiso reprender a las autoridades españolas de Fajardo, movilizando varios navíos a la zona y desembarcando unos doscientos hombres. Dentro de sus exigencias estaba el que se presentaran unas disculpas oficiales. Por esta acción, David Porter fue llevado a corte marcial y suspendido por seis meses ya que se consideró que sus acciones excedieron las autorizadas para su posición. En marzo de 1825, navíos estadounidenses participaron en la captura del pirata Cofresí frente a las costas de Salinas. En esta ocasión, las autoridades españolas trabajaban en colaboración con las estadounidenses en el proceso de captura de piratas en el Caribe.

Según los Estados Unidos fue creciendo como potencia mundial, comenzó a verse un interés genuino por nuestra Isla. En el 1860, anterior al inicio de la guerra civil, varios congresistas propusieron que los Estados Unidos debían expandirse territorialmente en el Caribe. El conflicto entre el norte y el sur, conocido como la Guerra de Secesión (1861-1865) detuvo estas ideas. No obstante, finalizada la guerra se pusieron los ojos nuevamente en los territorios insulares no independizados. El presidente Grant dentro de su política llegó a proponer la compra de las dos colonias españolas en el Caribe por cincuenta millones de dólares.

Luego del incidente del Virginius (1873-1875), donde un navío estadounidense fue capturado por llevar armas a la guerrilla cubana y su tripulación fue ejecutada por cargos por piratería; las autoridades estadounidenses vieron la urgencia de modernizar su flota militar debido a la posibilidad de una eventual guerra contra España. A esto debemos sumarle la obra de Alfred Tayer Mahan, La influencia del poder naval en la historia: 1660-1783 (1890); cuyo fin era demostrar la importancia del poder naval para ejercer la hegemonía de una zona.

El 15 de febrero de 1898 el acorazado USS Maine, buque de guerra estadounidense enviado al puerto de la Habana como medida de intimidación hacia el gobierno español, explota con un saldo de 266 muertos. La comisión investigadora estadounidense indicó que el hundimiento fue causado por una mina o torpedo español; mientras que la comisión española determinó que fue una explosión interna (causa verdadera). La contradicción de ambos informes alimentó la propaganda en contra de los españoles en los Estados Unidos, llevando al gobierno norteamericano a movilizar fuerzas destinadas a una invasión de los territorios coloniales españoles.

La guerra fue rápida y la derrota española aplastante. El ánimo de los puertorriqueños fue cambiante. En la Isla, antes del inicio de la invasión, ocurrido el 25 de julio de 1898, los ayuntamientos convocaban a los ciudadanos y se hicieron todo tipo de preparativos para repeler el intento de conquista estadounidense. Entre estos preparativos estaba la formación de milicias rurales, a las que se le llamó cuerpo de macheteros, la prestación de caballos a los cuerpos militares españoles y la recaudación de dinero para sufragar los gastos de guerra. A los organizadores se les asignaba un sueldo y algunos luego del conflicto aún solicitaban su pago en los ayuntamientos. Al momento de que las fuerzas estadounidenses desembarcaron la mayoría de los que se habían comprometidos con la defensa de la Isla desistieron. El malestar sobre los abusos cometidos por las autoridades españolas en Puerto Rico se hizo sentir; los puertorriqueños vieron al invasor como un libertador. Una nueva etapa histórica de nuestro pueblo había comenzado.


jueves, 19 de noviembre de 2015

Desde el periodo revolucionario de 1868 hasta el surgimiento del autonomismo puertorriqueño

Desde el periodo revolucionario de 1868 hasta el surgimiento del autonomismo puertorriqueño

Por Pablo L. Crespo Vargas

El periodo que transcurre entre el Grito de Lares y la invasión estadounidense fue uno muy movido en la historia política de Puerto Rico. Inicia con una serie de revoluciones que llevan a la creación de reformas que desarrollan el ambiente apropiado para el surgimiento de un pensamiento político dirigido a la búsqueda de soluciones a los problemas que la situación colonial provocaban en nuestra sociedad. En este periodo el independentismo o separatismo es duramente perseguido por los poderes coloniales. Los liberales locales, aprovechando el triunfo liberal en la península, y aunque visto como una amenaza para el régimen colonial, fueron ganando terreno, a la vez que se fueron moviendo hacia la formación de un pensamiento autonomista. Desde España se presentan reformas dirigidas a darle un mayor grado de poder político a los criollos, pero a la vez, enfocadas en reprimir el sentimiento de algunos por una nación libre y soberana. Esto lleva a la abolición de la esclavitud, la formación de partidos políticos y la creación de un sistema autonomista que murió al nacer dada la invasión estadounidense. En fin, la historia política moderna de nuestro país se inicia en este periodo y sus ramificaciones aún se pueden sentir.

Las revoluciones del 1868

El Grito de Lares fue parte de un trinomio de revoluciones que marcaron la historia política española y que a su vez se vieron reflejadas en Puerto Rico. La primera de estas comenzó el 17 de septiembre de 1868, cuando fuerzas militares españolas, descontentas por la situación política y económica del reinado de Isabel II se sublevaron en el puerto de Cádiz. La rebelión, en pocos días, se hizo general en todo el país. El 28 de septiembre, las fuerzas revolucionarias derrotan al ejército real en el puente de Alcolea, Córdova. Dos días después, Isabel II abandona el país. Esto da inicio al llamado Sexenio Democrático o revolucionario. Uno de los primeros pasos fue la creación de una Constitución que otorgaba a España un gobierno monárquico constitucional. Las Cortes Constituyente eligieron a Amadeo I, segundo hijo del rey italiano Víctor Manuel II, sobre una serie de candidatos. El reinado de Amadeo I fue uno de corta duración, ya que fue proclamado rey el 2 de enero de 1871 y abdicó el 10 de febrero de 1873, luego de un reinado lleno de inestabilidad política y en medio de una guerra civil (Tercera Guerra Carlista, 1872-1876) por las pretensiones de Carlos de Borbón al reino español. La abdicación de Amadeo I dio paso a la formación de la Primera República Española (11 de febrero 1873 al 29 de diciembre de 1874). Los tumultos políticos, la continuación de la Guerra Carlista, la revuelta de los cantones (varias ciudades o territorios se autoproclamaron en rebeldía) y la inefectividad de crear un gobierno republicano que consolidara a los distintos bandos promovió la restauración de la monarquía borbónica bajo bases liberales a manos del Alfonso de Borbón, coronado como Alfonso XII.
Ramón Emeterio Betances. Imagen obtenida
de la Librería del Congreso, Washington 

La segunda revolución fue la del Grito de Lares. Este llamado revolucionario ocurrió el 23 de septiembre de 1868. No obstante, se deben mencionar unos hechos que son de vital importancia para entender el resultado de la revuelta. Primeramente, el 7 de junio de 1867, entre las fuerzas de artillería en San Juan se da una revuelta donde se puso en manifiesto el pensamiento liberal y las malas condiciones económicas de los soldados españoles en Puerto Rico. Aunque el gobierno colonial pudo controlarla, fue utilizada como pretexto para iniciar una ola de represión contra los liberales puertorriqueños. Entre los que tuvieron que exiliarse se encontraba Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis.

Tanto en el exterior como en la Isla se comenzaron los preparativos para la insurrección armada. El plan indicaba que llegaría una expedición desde el exterior, dirigida por Betances, a la cual se unirían los grupos revolucionarios locales. No obstante, el movimiento fue descubierto, Betances arrestado y un buque que sería utilizado para el movimiento de fuerzas y armas fue confiscado. Esto llevó a que se adelantara la insurrección para el 23 de septiembre en Lares. Al siguiente día las fuerzas revolucionarias se movilizaron hacia San Sebastián del Pepino donde fueron rechazados y desbandados con la llegada de refuerzos españoles y milicianos a la zona.

Por último, el 10 de octubre, en Cuba, Carlos Manuel Céspedes presenta un manifiesto declarando la libertad de los esclavos y la independencia de la isla. El grupo revolucionario, aunque originalmente habían pensado tomar la ciudad de Manzanillo, terminaron dirigiéndose a Yara, donde se da el primer combate de la Guerra de los Diez Años. El conflicto terminó en 1878 con la capitulación de las tropas separatistas cubanas.

La Revolución Gloriosa tuvo sus consecuencias en nuestra Isla. Una de sus primeras movidas fue la creación de unas Cortes, cuyo fin era la redacción de un Constitución de carácter liberal. Tanto a puertorriqueños como a cubanos se les permitió enviar representación, los primeros con once delegados, los segundos con dieciocho. Contrario a la estipulación presentada en España, donde el sufragio se extendió de manera universal a todo varón de veinticinco años o más; en nuestra Isla se redujo a los hombres más acaudalados o sea se solicitaba una cuota de inscripción que no todos podían pagar. Esto llevó a que sólo pudieran participar uno cuatro mil electores de una población total de seiscientos mil habitantes. Esto favoreció al sector conservador, quienes lograron elegir a siete de los diputados, los restantes eran representantes del sector liberal, siendo Román Baldorioty de Castro su principal figura.

La Constitución de 1869, al igual que otras constituciones con anterioridad, no fue extendida completamente a los puertorriqueños. Por ejemplo, la libertad de prensan que se estableció en España fue limitada en Puerto Rico; temas como la abolición y la relación entra la Isla y la Metrópolis, estaban estrictamente prohibidos. No obstante, con la formación de una nueva Diputación Provincial en 1870 (anteriormente Puerto Rico había tenido dos periodos con este tipo de organismo político: 1812-1814 y 1820-1823), se dio espacio para que se diera ciertas libertades políticas hasta ese momento inexistente en la Isla. En el caso de las provincias de ultramar, la Diputación Provincial era un cuerpo de diputados que representaba a la población civil que por ley tenía derecho a ello, y cuyas funciones eran las de administrar varios asuntos internos tales como presupuestos locales, obras públicas, construcción de carreteras y caminos, el desarrollo de sistemas de instrucción, entre otras. Debido a que la Isla fue gobernada por leyes especiales, la Diputación Provincial tenía que armonizar con los gobernadores de turno. Con todo esto, la Diputación Provincial fue esencial en la implantación de las reformas, ya que sirvió de facilitador de este proceso.

Formación de los primeros partidos políticos

Dentro de las reformas que aplicaron a Puerto Rico se encontraba la formación de partidos políticos. Estos se organizaron según las ideologías existentes en esa época, las cuales se dividían entre liberales y conservadores. Los liberales de manera general creían en proyectos que promovieran la democratización de la sociedad, los cuales incluían la promoción de formas de comercio libres, donde el estado tuviera una intervención mínima. Los conservadores, por el contrario, querían mantener las formaciones políticas y económicas tradicionales.

En el caso de Puerto Rico, los liberales se dividieron entre independentistas, asimilistas y, en la eventualidad, autonomistas. Los primeros fueron perseguidos duramente y su mayor manifestación a favor de su ideal fue el Grito de Lares. Los liberales asimilistas buscaban que los puertorriqueños adquirieran las mismas libertades y derechos que se estaban otorgando a los españoles peninsulares; ello implicaba el apoyo al gobierno constitucional, a la representación en las Cortes, a la otorgación de libertades que promovieran el pensamiento, el derecho a la asociación, el sufragio universal, la libre empresa y el abolicionismo.

Los liberales fueron los primeros en organizarse con la creación del Partido Liberal Reformista. Formalmente fue creado el 24 de noviembre de 1870. Su presidente fue Pedro Gerónimo Goyco. Entre otras figuras reconocidas que militaron en esta organización estaba: José Julián Acosta, Julián Blanco Sosa, Manuel Corchado Juarte, Román Baldorioty de Castro, José Celis Aguilera, José Pablo Morales, Joaquín María Sanromán y Juan Hernández Arbizu. Su principal modo propagandístico fue el periódico El Progreso.

Los miembros del Partido Liberal Reformista simpatizaban con los nuevos cambios políticos en la Península, no obstante no podía expresarse de manera extrema debido a los acontecimientos que se vivían en ese momento. Por un lado, aún estaba presente la sublevación de Lares ocurrida dos años antes, esto llevaba a las autoridades coloniales a estar en una actitud defensiva. A esto se le sumaba la guerra en Cuba, lo que hacía más apremiante la situación. Por lo que podemos analizar, cualquier muestra liberal que rayara en algo dirigido al independentismo iba a ser suficiente para que quien la demostrara sufriera persecución política. Es por ello que vemos que los objetivos del Partido Liberal Reformista se limitan a cuatro puntos principales:

  1. La extensión de los derechos individuales otorgados en el Título I de la Constitución de 1870, lo cual llevaba a los puertorriqueños a ser similares a los españoles peninsulares.
  2. La ampliación de las facultades de la Diputación Provincial y de los ayuntamientos, dándole una mayor participación a los puertorriqueños en los asuntos internos.
  3. Esto a su vez estaba dirigido a la promoción de los asuntos económicos y administrativos de la Isla, dándole condiciones iguales de desarrollo a los ciudadanos de Puerto Rico, tal como se había dado a los españoles.
  4. La abolición de la esclavitud.

Aunque en estos objetivos se pueden ver las primeras muestras de un pensamiento autonomista, es el sentido de asimilación lo que más permea, demostrando en España que los puertorriqueños estaban dispuestos a ceder en sus peticiones para continuar con su relación con la metrópolis y no aventurarse al separatismo revolucionario que se daba en Cuba. Los tres puntos referentes a esta postura son: el que se cediera en no solicitar el sufragio universal para los varones mayores de veinticinco años en la Isla, el establecer un lenguaje mucho más liviano en cuanto a la abolición de la esclavitud, dándole a las Cortes toda facultad para que resolvieran ese problema y no solicitando que la Constitución de 1870 fuera aplicada integra a los puertorriqueños.

No ha de extrañar que dentro del Partido Liberal Reformista, desde muy temprano, existiera una pugna entre los seguidores del autonomismo y los asimilistas. También se fueron desarrollando divisiones respecto con cuál de los partidos españoles el Partido Liberal Reformista debía pactar o no pactar. Inicialmente se había pensado con el Partido Progresista Democrático Radical, presidido por Manuel Ruiz Zorrilla. No obstante, con la abdicación y exilio de Amadeo I, el partido de Manuel Ruiz Zorrilla se fracciona y su principal líder tiene que irse al exilio junto al monarca, creando al espacio, durante el periodo republicano a que una gran cantidad de seguidores del Partido Liberal Reformista se moviera hacia el republicanismo no monárquico.

En cuanto a los conservadores en Puerto Rico, estos apoyaban la monarquía española, el régimen absolutista y el mantener la esclavitud como parte de sistema económico de la Isla. Su visión sobre el sufragio universal, la libertad de prensa y la otorgación de derechos a grupos marginados era indicativa de que estos eran detonantes del caos y del desorden gubernamental y civil. Este grupo se identificaba grandemente con los intereses de la Corona. Durante la Primera República, su lenguaje no modificó grandemente, ya que declararon su intención de apoyar cualquier tipo de gobierno español sin importar su ideología. La otorgación de derechos al pueblo de manera general les creaba un ambiente donde ellos tenían la posibilidad de perder el control ya adquirido en la colonia. No ha de extrañarnos que los más favorecedores al conservadurismo eran españoles, funcionarios del gobierno y comerciantes que dentro del régimen podía hacer y deshacer.

Los conservadores, reaccionando a los cambios en España, crean el Partido Liberal Conservador. Este es formado de manera oficial el 11 de marzo de 1871 y su presidente fue el Marqués de la Esperanza, José Ramón Fernández. Sus objetivos o plataforma política iba dirigida a:

  1. El que la Metrópolis mantuviera amplios poderes sobre Puerto Rico, única forma, según explican, de mantener el orden y la paz en la Isla.
  2.  El resistirse a que se otorgaran derechos y facultades a la población general, lo cual, indicaban, tampoco favorecía el orden en Puerto Rico.
  3. El poder demostrar que los liberales eran en realidad independentistas que buscaban establecer un ambiente que les propiciara la separación permanente del régimen español.


Otros aspectos a lo que los conservadores se opusieron fueron: la abolición de la esclavitud, el sufragio universal que se otorgó en España, la elección de alcaldes mediante la participación del pueblo, la otorgación de mayores poderes a la Diputación Provincial, la libertad de imprenta, el autonomismo y la descentralización. 

La abolición de la esclavitud

La abolición de la esclavitud ocurrió, de manera oficial, el 22 de marzo de 1873. Su discusión entre los grupos políticos era tema fundamental. De hecho, mientras que los conservadores apoyaban su continuidad, los liberales asumían una posición contraria. Desde temprano en el siglo XIX se había desarrollado una ideología dirigida, primeramente a la prohibición de la trata humana, eventualmente llevó al desarrollo de la abolición de la esclavitud. España, y por consiguiente sus colonias, fueron en Europa Occidental el último país en abolirla.

El caso español es muy peculiar para los puertorriqueños, no solamente por nosotros ser su colonia, sino que fue un puertorriqueño, Julio L. Viscarrondo Coronado (1829-1889), quien comenzó a organizar reuniones en su hogar en Madrid para discutir el abolicionismo. Allí mismo, un 2 de abril de 1865, se formó de manera oficial un grupo conocido como “la Sociedad Abolicionista Española”. Su objetivo era promover el abolicionismo en España y para ello crearon el periódico El abolicionista español.

En la Isla, aunque ya desde la segunda década del siglo XIX existían pensadores que promovían la abolición de la esclavitud, fue en la década de 1850 que se organizan diversos grupos de activistas con la intención de promover su ideal. Entre ellas estaba la “Sociedad Abolicionista Secreta”, cuyos integrantes provenían de Mayagüez, San Germán, Cabo Rojo y Aguadilla. Entre los principales abolicionistas de la zona occidental de la Isla se encontraban Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis. En San Juan se destacaron José Julián Acosta y Calbo y Román Baldorioty de Castro.

Las actividades de los abolicionistas, vigiladas por las autoridades coloniales, se circunscribían a la búsqueda de la libertad del mayor número de esclavos posible. Sus tácticas iban desde la compra de niños nacidos de esclavas al momento de ser bautizados hasta el apoyo a esclavos que optaban por fugarse. Esto daba espacio para que las autoridades coloniales establecieran un vínculo directo entre el abolicionismo y el separatismo en nuestra Isla.

Por otro lado, los conservadores apoyaban la esclavitud y la veían como el motor de la economía cañera. Ellos hicieron eco a la resistencia de muchos hacendados a este tipo de cambio. Se hablaba de que estos perderían su producción azucarera y, a su vez, la economía de la Isla se afectaría adversamente.

En 1870, las Cortes españolas aprueban la llamada Ley Moret. Esta ley fue presentada por el que en ese momento era Ministro de Ultramar, Segismundo Moret, quien ya había establecido buenas relaciones con liberales puertorriqueños tales como Román Baldorioty de Castro y Julio Vizcarrondo. En esta ley, todo hijo de esclava nacido después del 17 de septiembre de 1868 y todo esclavo mayor de sesenta años eran declarados libres. Claro está, los recién nacidos permanecían bajo la tutela de los dueños hasta cumplir los veintiún años. En cuanto a la compensación por su trabajo, el amo estaba obligado a pagar la mitad del jornal luego de los dieciocho años y al llegar a los veintiuno, si el liberto deseaba seguir laborando en la hacienda de su antiguo amo recibiría el jornal completo. Aunque esto solo fue hipotético, ya que tres años después llegaría la abolición para todos los esclavos.

La caída del reinado de Amadeo I benefició a los liberales y abolicionistas, llevando estos el debate a la Asamblea Nacional de la República. El 22 de marzo de 1873 se aprobó una ley abolicionista únicamente para Puerto Rico, obviando por el momento, la situación de Cuba, la cual se encontraba en medio de una guerra y tenía una población de esclavos diez veces mayor que Puerto Rico. La población de esclavos en Puerto Rico para ese momento era un poco más de treinta mil. La ley abolicionista establecía los siguientes cuatro puntos:

  1. La esclavitud sería abolida completamente en la Isla.
  2. Los libertos debían contratarse por un mínimo de tres años con cualquiera de los siguientes: sus antiguos amos, algún particular, o con el gobierno colonial.
  3. Los dueños de esclavos serían indemnizados con dinero de la Hacienda o Tesoro de Puerto Rico.
  4.  A los cinco años, los libertos gozarían de los mismos derechos que el resto de la población tendría.


De regreso al absolutismo

La república cae a finales de 1874. La monarquía vuelve a ser restaurada pero de manera parlamentaria. Aparentemente los liberales en Puerto Rico esperaban poder seguir obteniendo libertades y derechos para los puertorriqueños; la realidad fue otra. Una de las primeras movidas ocurridas fue la designación de José Laureano Sanz como gobernador de la Isla. A su llegada y teniendo poderes absolutistas eliminó varias de las concesiones que se habían logrado durante el periodo de la Revolución Gloriosa. Entre los estatutos que se mantuvieron estaban la representación en las Cortes, la Diputación Provincial y los ayuntamientos electivos, aunque en todos existieron tratos especiales que limitaban su implementación tal como se esperaba.

Por ejemplo, en la representación en las Cortes se comenzó a utilizar un sistema conocido como el de los “cuneros”. Estos eran delegados que representaban a los puertorriqueños pero que eran seleccionados por el Ministerio de Ultramar según los resultados de las elecciones locales. Estos delegados eran españoles que ni siquiera habían estado en la Isla. En la mayoría de los casos actuaron según sus intereses, aunque se dieron excepciones como la de Rafael María de Labra, quien fue representante del distrito de Sabana Grande y era líder abolicionista y del movimiento autonomista para la Isla.

En el caso de las elecciones de los ayuntamientos, estas eran manipuladas desde la gobernación, siempre para beneficio del status quo. En cuanto a los partidos políticos, aunque en teoría se mantenía el derecho a la asociación dentro de ellos, la realidad es que los liberales comenzaron a ser nuevamente perseguidos al punto que para 1880 el Partido Liberal era casi inexistente. Algunos de sus líderes tuvieron que exiliarse, entre ellos Román Baldorioty de Castro. En fin, Puerto Rico era gobernado nuevamente por leyes especiales que iban dirigidas a desalentar cualquier intento liberal separatista pero que a la vez llevó a amilanar a los liberales asimilistas, quienes comenzaron a pensar en el desarrollo de un ideal autonomista.

La Constitución española de 1876, la cual fue más restrictiva que la anterior, facultó que los territorios de ultramar fueran gobernados por leyes especiales y aunque en 1881, mediante decreto, se extendió las facultades de esta constitución a la Isla, su efecto no fue el esperado.

El nuevo absolutismo que arropaba a la Isla era visto por los conservadores como una situación a su favor. Bajo la dirección de un nuevo líder, Pablo Ubarri, conde de Santurce, se realizó un cambio de nombre. El Partido Conservador pasó a ser el Partido Español sin Condiciones o Partido Incondicional Español; tal como su nombre indicaba, mantenían la postura de apoyar a cuanto gobierno español estuviera en el poder. Su actitud beligerante hacia cualquier tipo de liberalismo local los posicionaba como un brazo político del gobierno en Puerto Rico. Ni siquiera el liberalismo asimilista era aceptado por ellos, ya que indicaban que esta postura podía ser utilizada en el futuro para separar la Isla de España.

El surgimiento del autonomismo puertorriqueño

Las tendencias políticas en Europa de la segunda mitad del siglo XIX evolucionaron de manera drástica, llevando a la formación de sistemas parlamentarios democráticos donde existía cabida para las monarquías, los derechos individuales y la formación de Constituciones que crearan armonía en todos estos aspectos. En el caso de España, la Constitución de 1876, buscaba atemperar esto a las condiciones peninsulares y sus territorios ultramarinos.

No obstante, existían otros ejemplos a seguir, el de mayor peso para los liberales locales fue el desarrollado en las colonias británicas donde se empezó a ver un reclamo de autonomía dentro de sus poblaciones. En Cuba, luego de finalizada la Guerra de los Diez Años (1868-1878), también se da la formación de un Partido Liberal Autonomista, cuyos objetivos eran lograr un mayor grado de autonomía política y económica, a la vez que buscaba que los cubanos gozaran de los mismos derechos y libertades que la Constitución daba a los peninsulares.

En Puerto Rico, el desarrollo del autonomismo se realizó a un paso más lento. Ya en el 1881, con Práxedes Mateo Sagasta, líder liberal, como primer ministro español, el Partido Liberal Reformista puertorriqueño comienza a reorganizarse. Dentro del mismo se crean dos grupos que presentan visiones distintas de cómo debería ser la relación con España: asimilistas y autonomistas. En un principio los asimilistas mantienen el control del partido. Sin embargo, la actitud que el gobierno había asumido hacia los asimilistas los llevó a ir cambiando su postura.

Uno de los principales medios de promoción del autonomismo fue la prensa. Desde 1885 se da un auge en la publicación de periódicos autonomistas. Algunos de ellos fueron: El País y La Patria en Mayagüez; La Abeja en Humacao; La Crónica en Ponce; y La Revista de Puerto Rico, El Clamor del País y El Buscapié en San Juan. En el 1886 se da la visita de una delegación de autonomistas cubanos a nuestra Isla, promoviendo la posibilidad de una colaboración entre ambos grupos. Ese mismo año se presenta el Plan Ponce, un manifiesto dirigido a reorganizar al Partido Liberal y se convocó a una asamblea en la ciudad de Ponce para marzo del siguiente año.

El Plan Ponce, más que una reorganización de los liberales, fue el inicio de un nuevo partido político. Entre las propuestas de este manifiesto estaban: el reconocimiento de los derechos del hombre, el sufragio universal, la separación del gobierno civil del militar, un mayor grado de autonomía para los municipios; además promulgaban un sistema de gobierno republicano, que incluía la independencia de los poderes legislativos, ejecutivos y judiciales.


En marzo de 1887, tal como se había convocado se realizó la tan esperada asamblea de liberales puertorriqueños. Allí el Partido Liberal Reformista dejó de existir y abrió paso al Partido Autonomista Puertorriqueño. Los delegados, unos 300, debatieron sobre el modelo de autonomía a seguir. Los dos principales eran el presentado por el Partido Autonomista Cubano, quien era defendido por una inmensa mayoría de los delegados, y la llamada autonomía radical de Baldorioty de Castro, quien basó su modelo en la autonomía que se estaba desarrollando en los territorios canadienses. Curiosamente, aunque Baldorioty de Castro fue elegido presidente del nuevo partido, su propuesta autonomista no fue favorecida. Entre los delegados, que luego asumirían distintos papeles protagónicos en la historia política de Puerto Rico, estaban José de Diego, Luis Muñoz Rivera, José Celso Barbosa y Rosendo Matienzo Cintrón.

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