miércoles, 6 de enero de 2016

Hechizos y conjuros: Una demostración en contra de la misoginia caribeña del siglo XVII

Hechizos y conjuros: Una demostración en contra de la misoginia caribeña del siglo XVII

Por Pablo L. Crespo Vargas[1]
Escrito de ponencia presentada en el IV Coloquio de Historia de las Mujeres en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Utuado
4 de marzo de 2015

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Introducción

La sociedad caribeña, ubicada en una zona de constante movimiento humano, desde tiempos inmemorables ha sido una región de paso. Esto creó el desarrollo de una población con un alto grado de mestizaje y que es reflejado no solo de manera étnica, sino que vemos en ella un nivel de sincretismo sin igual. Para efectos de este estudio hemos decidido analizar la posición de la mujer del Caribe hispano en el siglo XVII, vista desde la documentación inquisitorial, proveniente del Tribunal de Cartagena de Indias.[2] El trabajo se dividirá en dos partes: una breve explicación teórica sobre la subyugación de la mujer y un análisis de la forma en que las féminas se rebelaron ante la actitud misógina de la sociedad. Para este último aspecto utilizaremos tres ejemplos de los cientos que tenemos disponibles.

Una explicación teórica sobre la subyugación de la mujer

Desde tiempos ancestrales, en particular, en el desarrollo de la sociedad occidental, la mujer ha sido relegada a un segundo plano. Las causas pueden ser multifactoriales, no obstante, ellas están enmarcadas en tres principales teorías. La primera indica que, en el proceso de formación social, de manera natural, el hombre adquirió características esenciales para poder subyugar a la mujer (mayor fuerza física, no estar limitado por el parto, entre otros). Segundo, se estableció que el desarrollo de las religiones dentro de sociedades estatales provocó que el patriarcado se impusiera sobre el matriarcado. Tercero, luego de surgido el feminismo se difundió la idea de que el machismo era parte de unas posturas culturales que podían ser cambiadas.[3] En todo caso, las tres teorías, presentadas originalmente desde un punto de vista eurocéntrico, podrían darnos luz sobre el desarrollo de otras sociedades, en nuestro caso, la caribeña.

Tomemos como ejemplo la mitología taína, en ella apreciamos que en un principio el culto principal era realizado a una deidad femenina, en este caso Atabey.[4] Era diosa madre, creadora y representante de todo lo natural. Fue madre de Yocahú Bagua Maórocoti, deidad masculina, que a la llegada de los castellanos era considerada la principal fuerza espiritual dentro de la religiosidad indígena taína. Yocahú era el ser representativo de la yuca, base alimentaria de la sociedad cacical. También representaba el desarrollo de la sociedad, especialmente el dominio sobre aspectos naturales como son la domesticación de plantas (agricultura) para uso alimenticio a gran escala.[5]

Al igual que los taínos, podemos identificar una gran variedad de tradiciones que inician sus ciclos con el culto a deidades femeninas y que según van desarrollándose se transforman en veneraciones a entes masculinos representativos de quienes obtienen el poder en la sociedad. Esta explicación dogmática sobre la subyugación de la mujer debe complementarse con otras teorías. Una de ellas es la división del trabajo por género. Esta fue presentada por Mircea Eliade, quien indica que al surgir la caza como método de subsistencia se estableció que el hombre, por su capacidad física, tuvo la facultad de practicarla mientras se relegó a la mujer la tarea de recolectar frutos silvestres que complementaran la dieta de la comunidad.[6]

A su vez, vemos como el oficio de cazador desarrollaba unas destrezas de manejo de instrumentos que podían ser utilizadas en la defensa de la comunidad y en situaciones ofensivas donde se buscaba el beneficio del grupo. Esto nos lleva a la noción de que la mujer terminó siendo subyugada durante el “desarrollo de la competencia y la guerra entre grupos”.[7] Tanto la cacería como la guerra provocaron cambios culturales y sociales que establecían que los hombres debían ser valientes y demostrar agresividad. También se esperaba que protegieran a los miembros más débiles de la comunidad: niños, ancianos y mujeres.

A estos planteamientos hay que añadir las hipótesis psicoanalíticas que indican que el hombre tiende a ser psicosexualmente más frágil que la mujer, lo que le lleva a sentir cierto temor hacia ella.[8] Las razones para ello están en la falta de signos que indiquen la llegada de la madurez en el varón, el temor a la castración y la poca confianza que estos pueden tener en aspectos sexuales tales como la seguridad de la paternidad.[9]

Ahora bien, existe otra visión promulgada por Mircea Eliade que indica que, al desarrollarse la agricultura, en algunas sociedades, la mujer tuvo que asumir un rol protagonista, ya que fue ella quien se encargó de hacer funcionar y explotar de manera positiva la nueva forma de subsistencia.[10] No solamente era considerada la persona encargada de asegurar la alimentación de la población, sino que era la conocedora y trasmisora de las artes del cultivo. Todo esto llevó a crear una correlación entre “la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la mujer”.[11] Este tipo de dinámica, aunque no universal, se dio en muchas sociedades antiguas, donde las deidades femeninas eran valorizadas por su relación a la creación por medio de la gestación.[12]

Aunque no queda claro cómo se da el proceso de subyugación de las féminas, al desarrollarse las tres principales culturas en la formación del mundo occidental (judíos, griegos y romanos) ya existía una predeterminación a presentar a la mujer como un ser inferior y necesitado de un hombre. Por ejemplo, la sociedad judía, en su escrito sagrado o Torá, establece una actitud machista desde el mismo inicio, con el desarrollo de su mito sobre la creación. Allí se establece la subordinación de la mujer al ésta ser formada del cuerpo del varón.[13] No solamente fue creada del hombre, sino que en otro episodio es considerada la culpable de que fueran sacados del paraíso que Dios les había creado.[14]

Al igual que los judíos, los griegos y romanos antiguos desarrollaron sociedades guerreras donde se enfatizaba la superioridad del hombre sobre la mujer. Esto a su vez, creó aspectos culturales que definían a los géneros. Por ejemplo, el hombre debía ser cálido, agresivo, riguroso, racional y debía demostrar fuerza en todo momento. De la mujer se esperaba que fuera fría, pacífica, débil y de gran emotividad.[15]

En el caso específico de los romanos, como parte de la tradición de la fundación de su ciudad, se indica que una de las primeras directrices de Rómulo (fundador de Roma) era la de educar a todo varón, mientras que solamente las niñas primogénitas tenían ese derecho. Así mismo, las leyes romanas establecían que los hombres estuvieran a cargo de las mujeres. A esto añadimos que en muchas actitudes se permitía una valorización de los delitos o acontecimientos según el género. Algunos ejemplos son: el adulterio, el uso del vino y las peticiones de divorcio, todas ellas podían ser realizadas por el hombre sin que esto significara una degradación moral para él, no así para las mujeres. El caso de la prostitución es otro ejemplo, ya que las mujeres que realizaban ese oficio eran vistas como inmorales mientras que el hombre podía disfrutar de estos servicios sin tener que pasar por la misma medición.[16]

Estas actitudes se agudizan con el surgimiento del cristianismo, al punto que la subordinación de la mujer se vio como algo normal. Eventualmente, este tipo de cultura llevó al surgimiento de la misoginia. La misoginia puede ser definida como el rechazo u odio que la sociedad desarrolla hacia las mujeres. No obstante, los prejuicios sociales que llevan al pensamiento de que la mujer es inferior al hombre son casi universales. Para algunos investigadores, tales como Jeffrey Burton Russell, este fenómeno debe ser entendido en la falta de conciencia del género masculino sobre el femenino.[17] No obstante, la modernidad representó un cambio de actitudes que en cierta medida han mejorado la situación de la mujer, aunque aún falta mucho por caminar.[18]

Brujas y hechiceras: el poder de la mujer caribeña, siglo XVII

La mujer caribeña, al igual que su contraparte europea, vivió marginada, y aunque existían diferencias por clases sociales, su posición siempre debió ser subordinada al hombre.[19] Esto era reflejado tanto en aspectos laborales como educativos. No ha de extrañarnos que esta marginación establecía una desventaja difícil de superar para las féminas. No obstante, los oficios que de alguna forma se podían relacionar al uso de palabras y yerbas mágicas proporcionaban a la mujer caribeña una oportunidad única de presentarse como protagonistas de su sociedad. Para muchas mujeres, la hechicería y la brujería fueron modos de vida que las llevaron a ocupar espacios no imaginados en un momento dado.[20]

Entre 1613 a 1658, la inquisición española procesó a ciento dieciséis mujeres por delitos relacionados a las creencias mágicas.[21] De ellas, cincuenta y seis fueron acusadas por hechicería, cincuenta y tres por brujería, mientras que las restantes siete tenían otras causas. Étnicamente hablando, cuarenta y dos eran negras, treinta y siete mulatas, veintiuna blancas, cuatro mestizas, dos zambas y diez sin especificar. En cuanto a las ocupaciones registradas, noventa no tenían una labor específica, dieciséis eran esclavas, seis eran parteras y una costurera, lavandera y cocinera.[22] De esa inmensa mayoría, sin ocupación aparente, podemos asumir, por los propios registros inquisitoriales, que vivían realizando oficios hogareños o prestando servicios mágicos a los que los necesitaban.

En el caso de las parteras o matronas, este era un oficio asociado a las artes mágicas ya que sus practicantes debían aprender conocimientos medicinales de yerbas y brebajes que eran utilizados en los cuidados de salud de las mujeres. A esto, las parteras, desde tiempos ancestrales, realizaban una labor indispensable para el mantenimiento de la sociedad.[23] Su fama y prestigio fue opacada con el surgimiento de la cacería de brujas, ya que sus constantes contactos con los recién nacidos las hicieron sospechosas de las muertes prematuras y los partos no culminados.

De las parteras caribeñas, la más famosa fue Elena de Viloria, una negra que en 1633 con sesenta años de edad fue acusada de ser maestra y reina de brujas.[24] Había pertenecido al aquelarre de Cartagena de Indias por espacio de treinta y siete años. Los inquisidores, dado a la histeria generalizada por la importancia de esta bruja, la sometieron para ser ejecutada. Sin embargo, la Corte Suprema Inquisitorial en Madrid no permitió esta sentencia debido a que la consideraba excesiva.[25]

El caso de la mulata Juana Bautista es uno que presenta cómo estas mujeres se ganaban el sustento diario. Juana era oriunda de México, aunque residía en la Habana. Esta ciudad, dado a su estratégica posición respecto al sistema de flota española, había florecido a un ritmo acelerado.[26] Esto creaba esperanza a cientos de personas que llegaban a la ciudad en búsqueda de riquezas y prosperidad. Al igual que Juana Bautista, había cientos de hechiceras que brindaban sus servicios de una forma u otra.[27]

La hechicería era una práctica muy común en el Caribe y la Habana, como uno de sus puntos principales, fue un centro de gran importancia. Los que requerían los servicios de hechiceras lo hacían mayormente por tres finalidades: “resolver los problemas de amor, la búsqueda del conocimiento oculto y la suerte en los juegos de azar”.[28]

Juana Bautista como partera había adquirido un conocimiento que utilizó y extendió para su beneficio. Su primera causa fue en 1622 cuando tenía veintiocho años, aunque no se tiene evidencia de los pormenores de este caso, si se sabe de él por la referencia que se menciona del mismo en su segundo caso.[29] La mayoría de las sentencias implicaban el destierro del lugar de origen de la persona, no obstante, como pasó en muchas ocasiones, la rea regresó a su residencia y continuó realizando sus prácticas. En 1644, con cincuenta años de edad fue sometida a un proceso por la realización de sortilegios y por hechizos que no habían funcionado y que habían provocado que varios afectados la acusaran ante el comisario inquisitorial.[30] Dado al agravante de haber sido convicta con anterioridad su sentencia fue de trecientos azotes.[31]

Tan pronto recibió sus azotes, y como parte del proceso de destierro, fue llevaba a una embarcación que la sacaría del área. Contrario a lo esperado, Juana Bautista desembarcó en el puerto de Río del Hacha (Riohacha) para continuar con el oficio de hechicera/curandera/partera, que le había dado sustento por tantos años. Su suerte no duró mucho, ya que la muerte de un infante durante un parto, llevó a que fuera acusada nuevamente en 1649. Al ser ingresada a la cárcel inquisitorial, Juana enferma y muere antes de concluir el proceso.[32]

Uno de los casos que más llama la atención fue el de Isabel Noble. Esta mujer había llegado junto a su esposo desde su natal Portugal.[33] Ellos, al igual que miles más, emigraron buscando riquezas, prosperidad y bienestar en el Nuevo Mundo. No obstante, esto para muchos era únicamente una quimera, ya que las Indias eran un lugar inhóspito, lleno de peligros, donde cada colonizador debía asumir una serie de riesgos para lograr las ganancias deseadas, que en muchas ocasiones nunca se daban.

El caso de Isabel fue uno lamentable. Su esposo, viéndola como una carga, decide seguir un rumbo aparte, dejándola prácticamente en la soledad y la pobreza en Cartagena de Indias. Su excusa, irse al Perú buscando riqueza y con la promesa de que algún día le mandaría a buscar o regresaría lleno de joyas y oro que disfrutaría con su amada esposa.[34] La realidad fue otra, Isabel se había quedado sola, sin nadie a quien recorrer, desamparada y desesperada. Con cuarenta y ocho años de edad no tenía muchas opciones para sobrevivir en un ambiente lleno de crueldades y sinsabores. Su única opción era buscar un oficio donde pudiera ser reconocida, valorada y que le diera un ingreso recurrente con el que pudiera vivir bien.

En un principio pudo establecer una gran clientela, quienes le solicitaban todo tipo de conjuros y brebajes dirigidos a solucionar los problemas y males del amor. Se especializó en la invocación de palabras de consagración; el uso de diversos elementos tales como el agua, sal y habas, entre otros; la realización de casamientos; y el hacer regresar maridos perdidos.[35] Nos suena curioso esta última, conociendo que ella misma tenía a su esposo en tierras lejanas y sin conocer su paradero. Pero debemos recordar, que dentro de estas creencias se dice que quienes tienen dones mágicos no los pueden utilizar a su favor, el hacerlo los autodestruiría.

Sin embargo, no todo le salió bien. Algunas de sus clientas no quedaron satisfechas y llevaron sus quejas al inquisidor, quien rápidamente la mandó a encarcelar. En su juicio se presentaron dieciocho testigos todas alegando la diversidad de hechizos que la acusada utilizaba. Su condena fue ser expuesta a vergüenza pública y destierro de las Indias, en otras palabras, debía regresar a Portugal. A su beneficio, la Corte Suprema Inquisitorial en Madrid revoca el destierro, por lo cual puede mantenerse en la región.[36]

Sin dinero y si mucha salida, Isabel retoma su antiguo oficio sabiendo que una segunda sentencia la podría llevar a la hoguera. Es por esto que en esta ocasión trata de permanecer en el anonimato, acción que también la lleva a cambiar sus métodos de operación, ya que comienza a invocar diversos demonios, entre ellos a Satanás, Barrabás y al Caifás.[37] En el 1622 es llevada a juicio gracias a la testificación de tres mujeres que sintieron que sus pedidos no fueron atendidos satisfactoriamente. Los inquisidores reprendieron gravemente a la portuguesa, la condenaron a cien azotes y fue desterrada de manera perpetua e irrevocable de Cartagena de Indias.[38]

Al igual que ellas, muchas mujeres mantuvieron cierto poder sobre sus comunidades por el mero hecho de tener un conocimiento que para algunos era secreto, oculto y malvado. No solamente se manifestaba en las castas, sino que en la élite dominante se dieron las desviaciones de fe relacionadas al conocimiento mágico. En fin, hasta gobernadores, obispos e inquisidores se consultaban con algunas de estas mujeres.[39]



[1] El autor obtuvo un PhD. en Historia de América de la Universidad Interamericana en 2014, trabaja como maestro de escuela superior en el Departamento de Educación de PR, profesor universitario en la Universidad Interamericana de PR, Recinto de San Germán y director ejecutivo del Centro de Estudios e Investigaciones del Sur Oeste de PR.
[2] La Inquisición española como institución, aunque presente en las Indias desde 1519 (siendo Alonso Manso, obispo de Puerto Rico, su primer inquisidor), no se institucionaliza en el Caribe de manera oficial hasta la formación de un Tribunal regional en 1610, ubicado en la ciudad portuaria de Cartagena de Indias. Anterior a esta fecha, se habían constituido dos tribunales oficiales en Lima (1570) y México (1571).
[3] Véase a Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres: Una historia propia [1988], trad. Teresa Camprodon y Beatriz Villacañas, Madrid, Crítica, 2009, págs. 25-27.
[4] Sobre la mitología taína recomendamos a Pané, Ramón: Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, edición digital de Wisconsin University en digicoll.library.wisc.edu/cgi-bin/IbrAmerTxt-idx?type=header&id=IbrAmerTxt.Spa0006, consultado el 27 de diciembre de 2014.
[5] Crespo Vargas, Pablo L.: El demonismo en el Caribe hispano: Primera mitad del siglo XVII, Lajas, Akelarre, 2014, pág. 109.
[6] Eliade, Mircea: Historia de las creencias e ideas religiosas I: De la edad de piedra a los misterios de Eleusis [1977] Barcelona, Paidos, 1999, pág. 15. Mircea Eliade (1907-1986) fue un filósofo e historiador de las religiones.
[7] Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres…, pág. 27.
[8] Sobre el miedo del hombre hacia la mujer como razón para este subyugarla véase a Castellano De Zubiría, Susana: Diosas, brujas y vampiresas: El miedo visceral del hombre a las mujeres, Bogotá, Norma, 2009, págs. 19-25, 29-37; y a Colorado López, Marta, Liliana Arango Palacio y Sofía Fernández Fuente: Mujer y feminidad en el psicoanálisis y el feminismo, Medellín, Imprenta Gubernamental de Antioquía, 1998, págs. 26-27, 98, 128 y 140.
[9] Sobre las teorías del psicoanálisis véase a Freud, Sigmund: Teorías sexuales infantiles, 1908, 11 págs., en http://www.biblioteca.org.ar/libros/211796.pdf, consultado el 28 de diciembre de 2014; y a Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres…, págs. 34-35, donde se presenta un resumen de estas teorías.
[10] En los grupos neopaganos se difunde que sociedades como las célticas, las bretonas, galas y germanas antiguas la mujer cumplían con este tipo de función.
[11] Eliade, Mircea: Historia de las creencias…, pág. 66-70.
[12] Véase a Murray, Margaret: The Witch-Cult in Western Europe [1921], New York, Barnes & Noble Books, 1996. Hoy día la teoría de Margaret Murray ha sido criticada grandemente, aunque existen sus adeptos y defensores, tales como Michael Harrison, The Roots of Witchcraft, Secaucus, NJ, Citadel Press, 1974.
[13] Véase a Rusell, Jeffrey Burton: Exposing Myths about Christianity, Downers Grove, Illinois, IVP Books, 2012, pág. 87. El autor es el principal estudioso estadounidense sobre la historia del demonismo.
[14] Véase también a Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres…, págs. 42-43. Se señalan varios pasajes bíblicos donde se enfatiza que la mujer siempre debe estar acorde a las necesidades de los protagonistas de la historia, los hombres.
[15] González Gutiérrez, Patricia: “Maternidad, aborto y ciudadanía femenina en la antigüedad”, El futuro del pasado, núm. 2, 2011, pág. 430.
[16] Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres…, págs. 43-45.
[17] Russell, Jeffrey Burton: A History of Witchcraft: Sorcerers, Heretics & Pagans, 2da ed. aumentada, New York, Thames & Hudson, pág. 116.
[18] Sobre las luchas de igualdad de género en la modernidad refiérase a: Guzmán, Virginia y Claudia Bonán: “Feminismo y modernidad”, Debate Feminista, México, vol. 35, abril 2007, págs. 257-274; Postigo Asenjo, Marta: “Feminismo y modernidad”, Thémata: Revista de Filosofía (Debate sobre las antropologías), Universidad de Sevilla, núm. 35, 2005, págs. 727-732; Guirao Mirón, Cristina: “Modernidad y postmodernidad en el feminismo contemporáneo”, Feminismo, Universidad de Alicante, núm. 15, junio 2010, págs. 221-234.
[19] Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres…, págs. 11-12.
[20] Crespo Vargas, Pablo L.: El demonismo…, págs. 139-140.
[21] La Inquisición española como institución político-eclesiástica tenía que intervenir con cualquier desviación a la fe oficial. Sin embargo, se concentraban en las creencias que más perjudicaban la posición estatal, tales como los judaizantes, los islámicos y protestantes. Fuera de estas causas, la blasfemia, los reniegos, las supersticiones y otras herejías eran vistas como crímenes menores. Las creencias mágicas eran parte de las supersticiones y como delito menos grave, la Inquisición no se ocupó de ellas de la misma forma que ocurrió en los territorios alemanes, franceses, suizos e ingleses.
[22] Crespo Vargas, Pablo L.: El demonismo…, Anejo III, pág. 232.
[23] Sobre la historia de las parteras véase a García Martínez, Manuel J.: “Historia del arte de los partos en el ámbito familiar”, Cultura de los cuidados, Universidad de Alicante, año XII, núm. 24, 2008, págs. 40-47.
[24] El título de reina de brujas era otorgado a la bruja de mayor rango jerárquico. En otras palabras, era considerada la mano derecha del demonio y tenía a su cargo la organización y dirección de los aquelarres.
[25] Archivo Histórico Nacional en Madrid (AHN), Inquisición (Inq.), Libro (L.) 1020, fols. 403-403v., 437v., 470v.
[26] Sobre el desarrollo de la Habana refiérase a Macías Domínguez, Isabelo: Cuba en la primera mitad del siglo XVII, Sevilla, CSIC, 1978, págs. 15-23.
[27] Para una visión más clara sobre la hechicería habanera véase a Crespo Vargas, Pablo L.: El demonismo…, págs. 162-169.
[28] Crespo Vargas, Pablo L.: La Inquisición española y las supersticiones en el Caribe hispano, siglo XVII, 2da ed. revisada, Lajas, Akelarre, 2013, pág. 201.
[29] AHN, Inq., L. 1021, fols. 110-110v.
[30] Un factor recurrente para que una hechicera fuera delatada era que sus conjuros no habían funcionado según se esperaba.
[31] AHN, Inq., L. 1021, fols. 92-92v., 93v., 98, 100v.-101, 102, 11-117v. y 123v.-124.
[32] Ibíd., fols. 238v.-239.
[33] Ibíd., L. 1020, fol. 15.
[34] Ibíd.
[35] Ibíd., fols. 45-45v.
[36] Ibíd.
[37] Curiosamente, algunos de los nombres utilizados para referirse a los demonios eran sacados de personajes que eran considerados negativos en el proceso de desarrollo del cristianismo.
[38] AHN, Inq., L. 1020, fols. 230v.-232v.
[39] El caso más famoso fue el de la negra Paula de Eguiluz, quien era consultada por la alta jerarquía cartaginense y de quién se han realizado varios trabajos.

5 comentarios:

  1. Pablo, te felicito. En cuanto al origen del perjuicio en contra de la mujer es excelente. Joseph Cambell, Marija Jimbutas y otros hacen acercamientos interesantes. Es curiodo que Cain fuera agricultor y Abel criara ganado y que fuera el sacrificio de animales favorable a Dios, mas no las biandas. A Dios no le gustaban los vejetales y sí la sangre.

    Ahh se me olvidaba. Me llamó la atención de que los primeros seres humanos dejaran trazos de monoteismo y triologias en sus dibujos rupestres por toda la Europa de la edad de piedra y que el politeísmo al parecer fuera mas reciente. Y claro el matriarcado al pareces es mas antiguo que los patriarcados. Recomiendo "The Language of the Goddess" de Marija Jimbutas. Refleja la mitolodia de la misma madona de Pane, como si el caribe hubiese sido influenciado por migraciones europeas desde la edad de piedra o antes.

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  2. Excelente contribución a una discusión impostergable.

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  3. Excelente artículo. Este tema es muy llamativo. El libro sobre el demonismo y el de la inquisición son dos aportaciones de gran importancia en nuestra historiografía.

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