miércoles, 13 de marzo de 2019

Reseña a La revolución puertorriqueña de 1868


Moscoso, Francisco. La revolución puertorriqueña de 1868: el Grito de Lares. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003.
Por Félix M. Cruz Jusino

El historiador Francisco Moscoso en su libro La Revolución Puertorriqueña de 1868: El Grito de Lares (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003) trasciende los paradigmas tradicionales que durante 150 años nos han presentado un cuadro desolador y derrotista sobre la principal gesta libertaria del Puerto Rico decimonónico. Evalúa 100 títulos de la historiografía sobre el tema, donde se busca rescatar para la memoria nacional una gesta con características épicas que acentúa el sentido identitario. Los libros examinados no solo comprenden los de temas especializados, sino que incluyen los textos de historia general. Esta evaluación profusa le concede a su publicación un panorama exhaustivo que le permite identificar las verdaderas causas que llevaron a la revolución de 1868 y las consecuencias del hecho en la sociedad puertorriqueña.[1]

Entre la documentación investigada y analizada destacan fuentes primarias en el Archivo General de Puerto Rico y en el National Archives de Washington D.C. y fuentes secundarias como los libros de historia sobre el tema, biografías y memorias.[2] Cuando se escribió el cuaderno, Moscoso puntea que solo se habían publicado “dos libros ampliamente documentados sobre el tema”: José Pérez Moris, Historia de la Insurrección de Lares (1872) y el de Olga Jiménez de Wagenheim, El grito de Lares: Sus hombres y sus causas (1985). El miembro de la Academia de la Historia subraya por su trascendencia historiográfica los trabajos de Germán Delgado Pasapera (Puerto Rico: Sus luchas emancipadoras, 1984) y el de Lidio Cruz Monclova (Historia de Puerto Rico, Siglo XIX, Tomo I, 1958).[3]

Contrario a otros historiadores, Moscoso destaca la formación del concepto nacionalidad puertorriqueña como fundamento esencial para la consecución de los hechos de 1868. Enfatiza las repercusiones históricas del evento heroico, no la derrota de la revolución. Sostiene que el Grito de Lares hizo temblar al poder colonial español a pesar de sus esfuerzos para disimularlo.[4] El historiador inicia sus planteamientos a través de un viaje historiográfico sobre la evolución del concepto identidad puertorriqueña. Esboza su teoría desde el punto de vista de que el sentimiento identitario no es una característica innata, sino la expresión de una conciencia histórica y de identidad como nación.[5]

Destaca el historiador que en Puerto Rico el sentido identitario o la formación de la nacionalidad se manifiesta desde el siglo XVIII con la movilización de miles de tropas para rebatir la invasión inglesa o en las primeras jornadas libertadoras de 1809 a 1812. Moscoso afirma que la gesta de Lares no es una revuelta de hacendados con problemas económicos, sino el grito de una nación con identidad propia cuyos luchadores por la libertad procuraban dotar a la nación puertorriqueña, configurada desde tiempo atrás, con su estado independiente al igual que concluyeron los forjadores de la independencia de todos los países.[6]

El trabajo está dividido en catorce tópicos y una conclusión. Hace un recorrido por los aspectos más importantes de la historia del país para probar su tesis identitaria y el desarrollo del concepto de nación entre los puertorriqueños (capítulos 2 al 5). Evalúa los años anteriores al Grito (capítulo 6) y los sucesos políticos de mayor envergadura (capítulos 7 y 8) que llevaron a su realización. Moscoso detalla el proceso organizativo del Grito (capítulo 9), las asociaciones políticas secretas que orquestaron la acción revolucionaria y su lideresa (capítulo 10) y los hechos que llevaron a precipitar el evento armado (capítulo 11). Moscoso describe vívidamente la actividad militar, la toma de Lares y la Batalla del Pepino (capítulos 12 y 13). El autor analiza las razones para la derrota y evalúa cuidadosamente los interrogatorios realizados por las autoridades coloniales españolas, planteando que el temor al castigo obligó a muchos a ocultar su participación en el evento (capítulo 14). Destaca lo importante que han sido la lucha obrera[7], la cultura y la literatura[8] en la formación de la conciencia nacional. Explora también las críticas y la rebeldía oculta detrás del trabajo de los literatos del siglo XIX.

El historiador mayagüezano escribe con palabras llanas, define tópicos que puedan ser confusos y no hace uso de notas al calce que pudieran distraer la atención del lector del trabajo expuesto. Reconoce la aportación de otros historiadores y expone planteamientos contradictorios con gran respeto hacia sus predecesores. Desde la cita introductoria en el reverso de la portada del cuaderno, tomada del Informe al Poder Ejecutivo del 4 de julio de 1869 del general José Laureano Sanz, hasta la última cuartilla, Moscoso esboza sus ideales independentistas y reafirma la capacidad de Puerto Rico de proclamarse como una nación libre y soberana.[9]

El cuaderno es importante para la historiografía puertorriqueña por su evaluación de las investigaciones anteriores y la exposición de la manipulación continua de la información histórica por el oficialismo en beneficio de las metrópolis, primero española y luego estadounidense. Revoca con pruebas la categorización como extranjeros que hicieron José Pérez Moris, Lydio Cruz Monclova y Olga Jiménez de los líderes principales del Grito: Manuel Rojas y Matías Brugman.[10] Descuella la relación existente entre ambos líderes con el país: Rojas era hijo del puertorriqueño José María Rojas, quien lucho junto a Simón Bolívar, y Brugman, hijo de un curazaleño nacido en el Nuevo Orleans francés con fuertes vínculos con Puerto Rico.[11]

El profesor universitario no solo nos presenta el desarrollo identitario y cultural del país, también nos proyecta la situación económica y política de la colonia desde sus principios hasta el Grito de Lares en 1868. Haciendo uso de información detallada y tablas, el historiador permite al lector evaluar por sí mismo la realidad de Puerto Rico. El historiador constantemente está comparando su data con las de anteriores. Liberado del concepto de que la revolución fue una de hacendados, Moscoso enriquece su trabajo con tablas de datos que enfatizan la diversidad racial de la Isla y la pluralidad socioeconómica y racial de los participantes del Grito.[12]

La justicia socioeconómica y política son dos temas que el historiador pondera en su trabajo investigativo. Resume las expectativas para la formación de una mejor sociedad que tuvieron los comisionados liberales en la tabla de la página 36. La tabla constata las soluciones a las problemáticas que enfrentaba la colonia desde el punto de vista de los colonos progresistas del siglo decimonónico.

Moscoso nos lleva en un recorrido panorámico sucinto a través de la historia nacional para catapultarnos en el momento histórico de la revolución de 1868. No deja detalle fuera que sea preponderante para internalizar el sentido identitario puertorriqueño y sus ansias por autogobernarse. No queda duda alguna de que la hipótesis de Moscoso establece que la revolución armada de Lares fue una decisión para terminar con el colonialismo[13] imperialista similar a la acaecida en otros estados, que impotentes ante la negativa de sus metrópolis de ofrecer libertades se ven obligados a recurrir a las armas.[14] Moscoso sustenta su hipótesis aludiendo a las causas económicas, políticas y sociales que otros investigadores han planteado como causales de la revolución, las analiza para concluir que indudablemente, tienen su peso (unos más, otros menos) y pueden ser razón suficiente para mover a unos a actuar concretamente. Pero no a toda una sociedad.[15]

De acuerdo a Moscoso, las causales esbozadas por otros investigadores son: el endeudamiento con prestamistas y comerciantes españoles; los agobiantes impuestos municipales, estatales, eclesiásticos y comerciales; los jornales bajos y los comestibles caros; los altos costos de transportación; la concentración de la tierra cultivada en productos comerciales (azúcar, café, tabaco) a despecho de los frutos menores y las consecuentes desnutriciones y hambrunas padecidas por la mayoría del pueblo; las hipotecas, embargos y ruinas de muchos terratenientes y pulperos, los sentimientos nacionalistas innatos, la exclusión de los puertorriqueños de puestos de gobierno en gastos militares…[16]

Moscoso insiste en que no se deben confundir móviles o detonadores inmediatos con las contradicciones estructurales de las relaciones económicas sociales, políticas e ideológicas que subyacen y rigen el conjunto de los problemas expuestos.[17] Para el historiador estas razones son calificadas como simplistas.[18] Proyectando en el tiempo el momento del Grito con el de su investigación, Moscoso estable una símil moderna aludiendo que si las razones del Grito fueran económicas, el pueblo de hoy tendría sobradas razones para un levantamiento.[19] Moscoso concluye que la situación económica de Puerto Rico era parte de un problema mayor, que sin la voluntad de acción de la gente no hubiesen llevado a la revuelta armada. [20]

El reconocido investigador histórico sobre temas del siglo XVI fustiga con mucho profesionalismo las posturas de sus colegas que han menoscabado la gesta heroica del Grito al calificarlo como una acción de desesperados e impaciente.[21] Moscoso puntualiza que son aseveraciones y deducciones como esa las esgrimidas por las metrópolis para criminalizar y proyectar al independentismo como aberración.[22] Los historiadores del siglo XX se hicieron cómplices de la postura postulada por los trabajos por encargo del oficialismo que esperaba el momento idóneo en España para implementar reformas y mantener la unión permanente.[23] En 1867, recalca el historiador, el Dr. Ramón Emeterio Betances y José Julián Acosta no debatían sobre la puertorriqueñidad, sino sobre la futilidad y limitaciones de la vía reformista para atender plenamente la liberación puertorriqueña.[24] Es por esta razón que el autor enfatiza la diversidad representativa del pueblo puertorriqueño que integró el movimiento armado de Lares. Moscoso condena de forma solapada a los que han querido encajonar la revolución de 1868 como un movimiento de hacendados endeudados. Para Moscoso, Puerto Rico era ya en 1868 una nación con caracteres y costumbres forjadas a lo largo de tres siglos, con sus proyectos y clamores de cambio y desarrollo en todos los niveles desde el siglo 18.[25]

Moscoso rechaza el personalismo del que han querido acusar a los gestores del Grito, el Dr. Ramón Emeterio Betances y el licenciado Segundo Ruiz Belvis. Con pruebas fehacientes Moscoso afirma que las intenciones de ambos líderes al organizar el Grito no eran antagónicas ni personales, sino que su rol fue el de ofrecer liderato y dar ejemplo para la obtención de la liberación de la Patria de la opresión y privación de las libertades de todos los puertorriqueños.[26]

El historiador hace un llamado a una reevaluación de la historia. Indica que no es posible continuar repitiendo predicas oficialistas basadas en interpretación subjetivas amañadas para mantener vigente el colonialismo. El Grito de Lares es un evento que marcó la historia nacional y reafirmó la puertorriqueñidad, es por lo tanto imperante conocer los antecedentes del origen y surgimiento histórico de la nacionalidad puertorriqueña: en la historia está el ser, en toda su complejidad.[27]

El trabajo historiográfico de Moscoso trasciende el propósito de investigar el Grito de Lares para constituirse en un análisis sobre la conformación de la nacionalidad y los intentos del oficialismo por suprimir la verdad histórica de la Patria. El cuaderno es un reto al oficialismo, a sus historiadores y su sistema educativo que preserva inexactitudes para no ofender al imperio de turno. El mensaje de Moscoso es claro, Puerto Rico no es un país dependiente, dócil y humillado. Boriquén es un grito libertario enjaulado por intereses políticos y económicos determinados por una plutocracia. Puerto Rico es una nación heroica, resistente y orgullosa de sus gestas y sus grandes hombres y mujeres. La verdadera historia del país está siendo reescrita por puertorriqueños, libres de ataduras oficialistas.

La revolución puertorriqueña de 1868: el Grito de Lares fortalece el sentido identitario y asienta la pertenencia a la Patria. El Archipiélago Borincano y los puertorriqueños se recrecen ante los ojos del lector. Moscoso rescata a los héroes de la gesta del Grito de Lares para constituir la gran epopeya de la nación puertorriqueña.


[1] Francisco Moscoso, La revolución puertorriqueña de 1868: el Grito de Lares (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003), 8.
[2] Ibíd., 76-78.
[3] Ibíd., 8, 73.
[4] Ibíd., 70.
[5] Ibíd., 8.
[6] Ibíd., 6.
[7] Ibíd., 29.
[8] Ibíd., 30-31.
[9] Ibíd., 75.
[10] Ibíd., 73.
[11] Ibíd., 73.
[12] Ibíd., 33, 34, 69, 70.
[13] Ibíd., 5.
[14] Ibíd., 5.
[15] Ibíd., 6.
[16] Ibíd.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] Ibíd.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd., 7.
[23] Ibíd.
[24] Ibíd.
[25] Ibíd.
[26] Ibíd., 8.
[27] Ibíd.

viernes, 1 de marzo de 2019

La especialidad de la casa (introducción al libro A la mesa del tirano)


LA ESPECIALIDAD DE LA CASA
Milagros Santiago Hernández

La literatura se alimenta de la experiencia del mundo.
Antonio Muñoz Molina

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El cuchillo se desliza grácilmente sobre la carne tierna a media cocción al compás del suave balanceo pélvico del chef más “trendy” de Instagram.  El recién estrenado tirano, a su vez, fuma con fruición y exhibe, sobrepuesta sobre su vientre, una camiseta con la imagen del excéntrico cocinero realizando su icónico acto de prestidigitación de sal. En el ínterin, al otro lado del mundo, continúa el éxodo de miles de personas para quienes comer es asunto de supervivencia y no un espectáculo mediático.

Esta escena, absurda por demás, forma parte de nuestra reciente realidad latinoamericana. Los personajes en cuestión son el cocinero turco Nusret Gökçe, mejor conocido en las redes sociales como Salt Bae, rey de la carne, y el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Mientras tanto, los ciudadanos venezolanos, echando mano al humor acerbo, denominan al hambre que los acucia «la dieta de Maduro».

Dicotomías sociopolíticas como esta, independientemente de quién las haya cocinado, han dado paso a la novela de la dictadura, género que ocupa un lugar importante dentro del canon literario de Hispanoamérica. En esta, se hace una reinterpretación y reconstrucción, tanto de la figura del tirano —de cuya enigmática personalidad se han nutrido las letras hispanoamericanas desde mediados del siglo XIX— como de las luchas de poder dentro y fuera de los sistemas políticos totalitarios. Para tales efectos, se sirve de las referencias gastronómicas, no solo como mero recurso descriptivo o antropológico, sino como metáfora, alegoría y metonimia del autoritarismo.

En las novelas de la dictadura que son el objeto principal de este estudio La carne de René (1952) de Virgilio Piñera; Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos, y El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, las referencias a la gastronomía son considerables. Estas constituyen, su gran mayoría, metáforas de la prepotencia política, aparte de jugar un papel fundamental en la construcción y deconstrucción, no solo del poder dictatorial, sino del texto en sí.

La creación de los personajes, a su vez, está cimentada básicamente en el uso de referentes gastronómicos. De esta forma, lo que comen o dejan de comer, el modo y la frecuencia con que se ingieren los alimentos, los cambios en los hábitos alimentarios y de sobremesa, así como la imposición de dichas prácticas de unos sobre otros, determinan muchas veces la evolución de los actantes y los giros de la trama. Estos aspectos, además, son fundamentales en la construcción del discurso político, aparte de estar vinculados a la violencia y a la trascendentalidad mítica del dictador. En resumen, la presencia del recurso gastronómico es un aspecto que no debe pasar inadvertido a la hora de analizar el alcance del tema de la dictadura en la literatura hispanoamericana.

En La carne de René, por ejemplo, la mención del tema gastronómico a nivel ensayístico es abundante. Sin embargo, su vinculación con la opresión política no es tan evidente. En la mayoría de los casos, el estudio de la cuestión contempla asuntos como el homoerotismo, el asedio del cuerpo, el masoquismo, la abyección, la carnavalización y la novela de aprendizaje, a pesar de que dichos aspectos están enclavados dentro de una dictadura subliminal y omnipresente. Por tanto, en el siguiente análisis, estos y otros ángulos son escudriñados como una alegorización o enmascaramiento de la dictadura mediante el uso de la metáfora gastronómica.

Roa Bastos, por su parte, presenta toda una deconstrucción del poder dictatorial y de las instituciones que lo representan mediante la elaboración de un texto que se devora a sí mismo. Recurre, además, a un sinnúmero de metáforas gastronómicas para plantear la magnitud del poder omnímodo del dictador, especialmente desde el aspecto mitológico. A pesar de ello, el examen del poder de la dictadura en Yo el Supremo se basa mayormente en el ciclo del héroe, la intertextualidad, el palimpsesto y el análisis del discurso desde la escritura y la oralidad, haciendo énfasis, principalmente, en los aspectos lingüísticos y la deconstrucción del mismo. De igual manera, abundan estudios acerca de la temporalidad, la veracidad y la (de)construcción de la historia oficial.

La mayoría de los trabajos consultados, a su vez, abordan los aspectos retóricos vinculados al poder desde el análisis neurolingüístico. Por consiguiente, intento demostrar que la historicidad, el poder de las instituciones del estado, las relaciones políticas, la caracterización de los personajes, y hasta el mismo proceso escritural, están representados en términos gastronómicos.

En El otoño del patriarca, por ejemplo, se han trabajado ampliamente los aspectos lingüísticos, narratológicos y temáticos, privando en estos acercamientos los asuntos de índole patriarcal, mitológica, histórica, carnavalesca, temporal, religiosa, sexual, escritural y discursiva. También son comunes los análisis cuyos enfoques se centran en el manejo de lo grotesco, la construcción y la decadencia del poder. El propósito de esta investigación, no obstante, es analizar, desde una perspectiva gastrocrítica [1], dichas oscilaciones dictatoriales.

El primer capítulo, «Dictaduras en su tinta», sirve de plato de entrada para explorar la presencia y consistencia del tema gastronómico como metáfora y alegoría del poder en varias novelas hispanoamericanas de la dictadura. El mismo abarca, a modo de muestrario, un periodo que comprende desde la publicación de «El matadero» (1871) de Esteban Echeverría hasta La nada cotidiana (1995) de Zoé Valdés.

«Ingredientes para cocinar una dictadura», por su parte, trata la construcción y deconstrucción de las instituciones de poder  en las tres obras medulares de este trabajo. Se analizan, primordialmente, el papel de la milicia y la iglesia, dos componentes básicos de la receta de la autoridad política, la causa revolucionaria, el sistema panóptico como método represivo, las relaciones internacionales y, como es natural, la figura del dictador como representante del poder organizado.

El capítulo tercero, «Gastronomía y patriarcado», analiza el tema de la mitología y los símbolos religiosos que se presentan en las alusiones gastronómicas de los tres textos estudiados. Además, expone el modelo de la estancia como alegoría del sistema dictatorial en El otoño del patriarca, así como el uso de la metáfora gastronómica para plantear el esquema del poder eclesiástico y su desacralización.

El cuarto capítulo, «Con la sartén por el mango», corresponde a la utilización del elemento culinario como arma por parte de las mujeres del patriarca para transformar la personalidad del tirano y su estilo de gobierno. De igual modo, se exponen los relevos de poder entre estas y el dictador, así como el proceso de construcción del personaje patriarcal a partir de sus hábitos alimentarios y escatológicos, ambos vinculados a su sexualidad.

Por último, el capítulo «Banquete carroñero» aborda los asuntos de la escatología, antropofagia y autofagia, no solo como manifestación de la atrocidad, decadencia y degradación del poder dictatorial, sino también como mecanismo cíclico y regenerador de las dictaduras y de la consolidación mítica del dictador.

¡Pasemos a manteles!



[1] En su libro Devorando a lo cubano-una aproximación gastrocrítica a textos relacionados con el siglo XIX y el Período Especial (2012), la Dra. Rita de Maeseneer explica que la palabra gastrocrítica fue acuñada por el estudioso de literatura francesa Ronald Tobin en 1990 y se refiere a los distintos significados que tienen en una obra literaria las referencias del comer y del beber. A principio del texto, Maeseneer hace una síntesis abarcadora en la que ofrece una cronología del término desde su etimología hasta los distintos estudios realizados sobre el particular (Maeseneer 17-27).