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jueves, 14 de abril de 2016

Poemario dedicado a Mayagüez



Prólogo del autor al poemario
Desde las puertas de mi casa: Poemas a mi Mayagüez de infancia

Alfredo Morales Nieves

Nota del editor: La presentación del poemario fue pautada para el lunes 18 de abril de 2016, en las facilidades del Casino de Mayagüez a las 7:00pm. La obra es el primer volumen de la serie Sociedad Protectora del Patrimonio Mayagüezano.

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Los libros tienen su propia historia y este poemario no es la excepción. En la auto reflexión del 3 de julio de 2012, escrita en Pilar, en Buenos Aires, Argentina, pensaba que ya se había escrito el último capítulo de mi relación poética con las casas y calles de la ciudad de Mayagüez. Me equivocaba sin saberlo.

Este poemario se origina en mi infancia desde las puertas de mi casa en el Ensanche Martínez de Mayagüez, el espacio mayagüezano al que llegué a vivir, desde San Juan de Puerto Rico, a mis siete años. Me tocó presenciar la destrucción de edificios, casas, parques y estructuras bellísimas que habían evocado sueños y ensueños en la ciudad de mis ancestros. Hijo de padre lajeño y madre añasqueña, llegué a la ciudad como ellos, y como tantos cientos de personas que convirtieron a la ciudad en propia, sin haber nacido en su seno. Mi padre creció en Mayagüez en el Barrio Balboa, y jugó pelota en la Liga del Barrio París. Mi madre nació en Miraflores en Añasco, pero llegó a los cuatro años al Barrio Anones y a los trece al Barrio París. Allí se conocieron en un velorio. Ambos fallecieron en Mayagüez y, con excepción de unos diez años en San Juan, la ciudad que habito nos seguía embrujando a todos, por su encanto, sus misterios, su belleza natural y creada, y muy en especial, por el espíritu de ser mayagüezano, desde el mismísimo día en que nos mudamos a la Calle José De Diego #61, antes La Rosa.

La destrucción de la residencia a la que llamo Palacio Rosado, en el Ensanche Martínez, la demolición de la casa de Esteve Bianchi, a la que llamo Casa de los Portales, así como las que voy detallando en el poemario, hirieron mis ojos, lastimaron mi alma, quebraron mi identidad antillana y desplazaron la historia por los vericuetos de un viaducto y unas atuneras. O al menos eso pensaron quienes intentaron desmantelar el alma de una ciudad.

Como bien dije, cada libro tiene su historia, y este contiene los quehaceres de mi alma y mi espíritu, así como mi relación con la ciudad donde crecí y donde me he formado. Los doce años en que viví en California descubrí la magia de mi ciudad. Ni Monterrey ni Santa Bárbara, mucho menos San Francisco, Newport Beach o Laguna Beach, tenían nada que envidiarle al mágico entorno de mi ciudad y a la experiencia de ser mayagüezano.

No quisieron ni el tiempo ni la vida que se publicara este poemario sino hasta el 18 de abril de 2016, a pesar de haber leído sus versos por primera vez en la actividad de Mayagüez, Conciencia y Memoria, en la década de los 90, dirigida por Sylvia Aguiló. Tampoco quiso el Gran Arquitecto del Universo que se publicara durante las actividades del Archivo Histórico de Mayagüez en el año 2010, bajo la dirección de María Colom, y en cuya ocasión los versos fueron leídos en el Centro Cultural de Mayagüez, Baudilio Vega.

Mucho han cambiado mis versos, y mucho ha gestado mi alma el atropello a la herencia que hemos recibido de artistas, arquitectos, albañiles, carpinteros, jardineros, ingenieros, y en fin, a la imagen que del alma de cientos de mayagüezanos surgiera en su afán por evocar en las fachadas de las casas y las calles la más excelsa ciudad antillana inimaginable. La hemos ido perdiendo, y los versos resumen esa tragedia. Sin embargo, la conciencia de una ciudad que se aferra a existir a pesar de las trágicas experiencias humanas y naturales, resurge, en estos días en que escribo, como una voz que, soslayada, pero firme, clama por la preservación del patrimonio mayagüezano.

A raíz de la fundación de la Sociedad Protectora del Patrimonio Mayagüezano el 19 de agosto de 2015 en el Casino de Mayagüez, y registrada el día de mi cumpleaños, el 23 de marzo de 2016, he ido documentando y expresando, en versos y en historias de todo tipo, el alma de la ciudad. La descripción que hago de la ciudad al observar desde lo alto del edificio Mayagüez Apartments en el Barrio Cristy surge de este nuevo proyecto colectivo de escritura. Le canté a la ciudad con palabras mucho más sentidas y vividas que las originales de este poemario, con las siguientes palabras:

Frente a mí estaban la Bahía de Mayagüez y las aguas de Canal de La Mona, prístinas y azules, así como el cielo brillante, ese cielo del mes de enero que nos permite verlo todo con una brillantez típica del trópico. Y por todos lados me rodeaban, la historia y el patrimonio que nos legaron nuestros ancestros desde las aguas que bañan la ciudad, así como el querido Río Yagüez a la distancia.

Las montañas se ven en su rico esplendor: tupidas de vegetación tropical y subiendo majestuosas hacia el interior, acordándonos que Mayagüez tiene cultura de montaña y puerta al mar.

Las escuelas, la Catedral con su cúpula y torres, la Plaza de Mercado, la Escuela de Bellas Artes, La Milagrosa, los edificios más recientes que han ido poblando el pueblo para despersonalizarnos, a la vez que nos acerca al presente.  Y techos…techos de zinc, casas en madera y en cemento por todos lados. Casas antillanas, casas caribeñas, con su multiplicidad de colores: púrpuras, rosados, fuchas, verdes, azules. Y entre mangoes, árboles de pana, palmas y calles que se van encontrando con sus arterias principales, la ciudad nos muestra un paisaje único, sin los prejuicios y rechazos que el poder, o la marginación, nos provocan cuando caminamos sus calles. Desde arriba Mayagüez es La Sultana del Oeste, una ciudad-pueblo que va cayendo lentamente sobre las aguas antillanas, ese mar de Eugenio María de Hostos, para señalar nuestra historia, nuestro crecimiento, nuestra riqueza, nuestra diversidad.

Desde allí, Papo, Américo Segarra, me fue señalando cada edificio, cada barrio, cada calle, cada icónico monumento dejado a las generaciones futuras por nuestros ancestros como testimonio del esfuerzo, el trabajo y el tesón con el cual se ha ido levantando la ciudad, contra viento, marea, maremotos y terremotos, incendios y huracanes.

Desde abajo me miraban Cristy, Dulces Labios, el Ensanche Riera, Vadi, Méndez Vigo y Candelaria, Buena Vista y Barcelona a la distancia, el Ensanche Martínez y el Colegio… y el mar…nuestra antigua entrada al mundo desde donde nos fueron llegando los extranjeros que poblaron nuestras calles habitadas por criollos, españoles, hijos libertos de esclavos y toda sangre indígena que llevemos en las venas.

De igual manera mis versos, agotados por la presencia de la amenaza de la desaparición total de nuestras casas y edificios históricos, cantó ante la hecatombe del incendio de la residencia Ramírez Fuentes, al costado del Parque José de Diego.

Escribí el 5 de julio de 2015:

Réquiem

A una ciudad en asedio, los pájaros volando huyeron
entre cerros y montañas, a la orilla de un mar
prístino y de verdes azules aguas
de cara a La Mona nuestra, a la distancia…
mientras incendios, huracanes y
terribles maremotos invadían…
de cara al mal tiempo de las invasiones desde su nacimiento
los pájaros huían, multicolores y asustados
sin tregua, sin ánimo de cantar huían
mientras la ciudad caía, tan callada
y silenciosa como ellos.

Y víctimas del tiempo, olvidadas por la desidia y el espanto el multiforme atónito
y quejumbroso dolor
que a todos alcanzara, sudoroso,
en las tropicales y lluviosas tardes
que cubiertas de musgo nos cubrían, verdes y queridas
nos fuimos, sin quejarnos, acostumbrando… hasta perdernos
entre asedios y olvidos, entre campanadas de la catedral que nos fundara
mientras réquiem… réquiem… réquiem íbamos cantando en campanadas… para
verlas desaparecer sin hacer nada…

En ocasión de armar álbumes ilustrativos de nuestro pasado

Réquiem a una ciudad abandonada al toque de sus campanadas.

Esa experiencia posterior a la digitalización de este poemario, desde la distancia en Buenos Aires en 2012, donde guardaba el luto por el fallecimiento de mi mamá el 15 de noviembre de 2011, fue añadiendo experiencias extraordinarias de mayagüezanos que se acercaron a mis versos y mis fotos desde las puertas de un encuentro en las redes sociales, un encuentro digital en Facebook. Don Nicolás, por ejemplo, se añadió a personajes y experiencias, por lo que le dediqué un verso a un residente de la Calle Bosque.

Don Nicolás

No sé si a humo u hollín olía tu piel
cuando pisabas los escalones de tu hermosa
y tropical casa, en la Calle Bosque en Mayagüez.
Y no sé si es tu recuerdo o el de tu esposa Margarita,
con sus aromas a azáleas y alelíes
y los cítricos olores que despedían tus limoneros y tus árboles de china.
No sé si fueron los olores de tus perfumes los
que llegaron a mi memoria esta noche,
o recuerdos vagos del crujir de las maderas de tu residencia.
O si tu hija Ana, desde el balcón con su mirada de antes
me sorprendió en mi infancia temerosa
o sus vestidos blancos se pierden en mi memoria…
pero llegaste por las manos de tu nieta Normita,
y te volví a ver allí parado, esperándola,

te vi verme pasar por mi lejano y triste vecindario
para encontrarme contigo y con los árboles de las maderas de tu casa
entre lianas, flores y árboles que desde los jardines
del Colegio, en manos de agrónomos, llegaban,
pero sí sé, que me llegaste tarde, Nicolás
aunque me llegues,
entre los sueños de un hogar que ya no existe
y que bajo la sombra de fuertes paredes de cemento esconde,
el esfuerzo de tus sueños y de tus manos…
y las imágenes de tus recuerdos vagos y vanos
por aquella Calle Bosque que reía, entre las maderas de tu casa
y los recuerdos de un ferrocarril añejo y fantasmal,
bajo las sombras de tus árboles, bajo la sombra de los tiempos
bajo el pasado efímero de los recuerdos.

La suma de recuerdos, pues, de añoranzas y deseos de cristalizar a través del verso los recuerdos de una infancia castigada por la pérdida del espacio propio, y colectivo, se nutrió del encuentro de cientos de mayagüezanos deseosos de compartir una experiencia común y que, desde lo más recóndito de la nostalgia y el recuerdo, nos acerca a nuestra propia idiosincrasia y orgullo de llamarnos hijos de Mayagüez.

Así, y de esta manera, el libro termina su experiencia poética para dar paso a Narradores mayagüezanos, esa antología que se ha estado formando desde el año de 2015 con la experiencia de mayagüezanos dispuestos a compartir sus fotografías, sus vivencias y sus recuerdos, patrimonio de la ciudad de Mayagüez.

Este poemario le da voz al amor que mi madre me inculcara por las casas, calles, barrios y espacios públicos de la ciudad de Mayagüez. A su voz se suman las voces de quienes, en un afán compartido, deseamos dejar por herencia el fruto del trabajo de quienes nos antecedieron, para abrir las puertas a más versos, más poesía, más ensueño, y con el deseo de que la hermosa geografía de la ciudad que habitamos, y sus hijos, dejemos por herencia aquello que solo a nosotros nos pertenece. Abrir las puertas de la casa, para que nazcan los versos. Abrir las puertas de la casa, para que la voz interior se exprese. Abrir las puertas de la casa, para que la ciudad permanezca. Abrirlas, para jamás tener que cerrarlas ni que desaparezcan.

Alfredo Morales Nieves
30 de marzo de 2016
En Mayagüez, Puerto Rico

domingo, 10 de abril de 2016

El descubrimiento de América es un cuento chino



EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA ES UN CUENTO CHINO

Prólogo a la novela: La grandiosa travesía del murciélago, escrita por Luis Asencio Camacho

La grandiosa travesía del Murciélago: relación de los viajes exploratorios del navegante chino Fu Zhang por las islas del Caribe y de lo que allí vio y encontró en 1456: del manuscrito inédito de Segismundo Mueller Carrero, Ph.D., editado por Luis Asencio Camacho y la Alianza Puertorriqueña para la Cultura y el Patrimonio (ALPUR-CP) ([Cabo Rojo: Pien Fu, 2016], pp. xxiii-xxvi y 149-51).

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Este trabajo1 es el resultado de cinco años de investigación y no habría sido posible sin los valiosísimos esfuerzos de algunas personas cuyas identidades lamento no poder revelar a fin de ahorrarles contratiempos tanto a ellos como a los suyos. Basta con que mi más sincero agradecimiento les llegue a cada una de ellas.
Todo comenzó mientras era profesor de Ciencias Sociales en la UPR y participaba en un encuentro de arqueólogos e historiadores en un punto o jurisdicción de Puerto Rico que no divulgaré, y me topé con algo mucho más de lo que esperaba hallar: fragmentos de cerámica con rasgos y símbolos «orientales».2 Siempre he sido egoísta —no seré hipócrita; todo lo negativo lo tengo—, y fue ese egoísmo lo que me hizo callarle a mis colegas —salvo a un puñado de confianza— todo lo referente a mi hallazgo e incluso llegar a chantajear a mis estudiantes con fracasarlos si tan solo mencionaban algo de lo acontecido.
Decidí averiguar si se trataba de algo genuino o no. Había oído hablar sobre la hipótesis de 1421; y aunque las aserciones de su autor me parecían lógicas al momento, estando ya familiarizado con la hipotética posibilidad de una flota china en aguas del Atlántico antes que los portugueses y todo lo demás concerniente a contactos precolombinos, algo en su categoría no me convencía del todo. Le daba crédito a Menzies por su labor, agudeza y esmero; pero todo parecía muy bueno para ser verdad. Recordé entonces a una persona que conocí en Madrid en 2002 y cuya tarjeta de visita conservaba en mi libreta de contactos: Ana Grama (nombre cambiado a fin de proteger su identidad), empleada de la Biblioteca Nacional de España. La conocí durante mi visita con motivo de la celebración del 510.ᵒ aniversario del Descubrimiento; me atendió y cortésmente contestó toda pregunta. Supuse que su pericia podría ahora serme útil en la investigación a punto de emprender, por lo que tras cierta vacilación le contacté.
Doña Ana es una de esas personas privilegiadas con una retentiva prodigiosa. Me recordó con tan solo decirle mi nombre. Charlamos sobre trivialidades, respectivas profesiones y demás, hasta que tocamos el tema de la BNE y sus nuevas adquisiciones. No mucho de lo adquirido desde mi visita me atañó; pero el tema me animó a abordar el de la posibilidad de exploradores orientales, específicamente chinos, en América previo a la llegada de Colón… aparte de lo propuesto por Menzies. Reaccionó con lo que me pareció ser una risilla por lo bajo antes de preguntarme si había oído hablar alguna vez acerca del Manuscrito Qi/Torremolinos. Al responderle que no, explicó que se trataba de la traducción de un supuesto escrito chino de 1460 que hallara un monje español en algún lugar de Centroamérica a mediados de siglo XVI.
Se desconoce cuánto tiempo pasó desde que el escrito llegó a la corte carolina hasta su traducción y revisión por los tales Qi y Torremolinos;i pero es evidente que la revelación del documento no agradó a muchos, por lo que se censuró y prohibió siquiera hablarse al respecto. Solo un milagro evitó su ordenada destrucción. En cuanto a cómo llegó a manos de la Biblioteca, solo se puede especular que por herencia de la Casa de Habsburgo.ii Pregunté sobre las posibilidades de obtener una copia, pero mi contacto lamentó decirme que eran nulas.
Un día, tres años más tarde, de la nada, recibí una llamada. Que si aun me interesaba una copia del Q/T. Ofrecí una suma por ambos documentos —el original en chino y la traducción— y cerramos trato. Antes de colgar pregunté qué le había hecho cambiar de parecer, y algo en su soslayada respuesta denotó cierto disgusto con la institución y que andaba en busca de algo más. Dicho y hecho, mi segundo viaje a España en lo que iba de década empobreció mi cuenta de cheques unos cinco dígitos, pero me enriqueció con el mismo número de siglos en conocimiento. Nadie se enteró de nuestra trastada, que yo sepa. Y sé también que hoy doña Ana ya no trabaja con la BNE.
A partir de mi hallazgo hasta mi cita clandestina en Madrid, mi tiempo libre —mucho que es insociable— lo había dedicado a investigar todo tocante a la China de la temprana dinastía Ming, en particular los viajes de Zheng He, esperanzado en hallar claves que conectaran con mi tesoro. (Lo más cercano, el libro de Menzies, aunque cita y describe lugares de Puerto Rico con pasmosa precisión para un extranjero, no menciona nada sobre colonias chinas en la isla.) El material adquirido me despertó una nueva obsesión: aprender chino… o al menos intentarlo. Poco a poco los exploradores chinos fueron adquiriendo nombres y personalidades; pero la tarea de colacionar esta nueva versión con el tradicionalismo o con la controvertible hipótesis de 1421 era una empresa de magnas proporciones.
Solo una persona con la erudición y energías que no pretendía ni pretendo tener podría haberlo intentado. Bastó una breve llamada telefónica y un más escueto mensaje por correo electrónico para reclutar la ayuda de un experto en lenguas y culturas orientales y catedrático emérito de la Universidad de Maryland.
Mi viejo y estimado amigo compiló todas mis fuentes, notas y transcripciones y emprendió la titánica tarea de revisarlas, acción que no completó debido a su repentina muerte a solo un capítulo por terminar. Las últimas páginas son notas y traducciones inéditas mías, por lo que no garantizo que, por más agradable que parezcan, sean del todo exactas.
La forma escrita del chino se remonta al período arcaicoiii y conforma un sistema de pictogramas no fonéticos que ha pervivido el paso de tres milenios. Pese a la evidencia de patrones de enunciación registrados en libros de rima y diccionarios compilados por intérpretes de sánscrito y de pali previo al siglo XV, no es hasta finales del XIX que el chino tuvo un sistema de transcripción fonética estandarizado.iv
Responsabilizamos al orientalista sir Thomas Francis Wade (1818-1895) y a su sucesor, Herbert Allen Giles (1845-1935), de establecer y perfeccionar, respectivamente, este método de romanización de voces chinas siguiendo un sistema fonético aplicado a la escritura. Este criterio de transcripción, casi nulo en el español,v se utilizó durante años, trayendo como consecuencia confusiones y errores en la pronunciación de nombres propios y topónimos. Los primeros se escribían en caracteres romanos siguiendo el deseo personal de cada cual, en tanto que los segundos debían seguir los criterios del Correo oficial chino. El sistema pinyin resolvió en gran parte ese problema.vi

Segismundo Mueller Carrero, Ph.D.
Puerto Real, Cabo Rojo
2 de enero de 2008

1 Introducción original. Nota de la Edición (en adelante N. de la E.).
2 Las sendas fechas de la Introducción y el actual Prólogo obligan a preguntar si conocía nuestro profesor del artículo que El Nuevo Día publicara días antes y que discutía el papel de Puerto Rico en la hipótesis de 1421. Su deceso siempre nos negará la respuesta. En el artículo —mismo que discute la posibilidad de que en Puerto Rico se estableciera una colonia portuguesa gracias al conocimiento chino—, el periodista cita a un renombrado historiador que rechaza categóricamente la existencia de «un solo rastro arqueológico conocido por él que evidencie presencia china o portuguesa [en el Caribe] previo a la llegada de Colón». Añade, citando a otro historiador, que no se puede rechazar de entrada el postulado de Menzies, por más descabellado que parezca; pero que, en palabras de un decano de Ciencias Sociales de la UPR en Río Piedras, «China es un país que está de moda y habrá quien quiera hiperbolizar la capacidad china y comenzar a señalarle cosas extraordinarias más allá de la realidad» (Daniel Rivera Vargas, «Los chinos llegaron primero», 15 de mayo de 2008, 10). N. de la E.
i La defectuosa naturaleza de la traducción Qi-Torremolinos sugiere un par de posibilidades: Qi Zeduan era el más idóneo para la empresa o era el único de su clase en la corte. ¿Quién fue y cómo y cuándo llegó al servicio del rey de España; y por qué, sobre todo, la historia no menciona la presencia de chinos en las cortes españolas con la misma fanfarria que los menciona en América? No descartamos que fuera esclavo de Torremolinos; y no ha de extrañar que un religioso (en caso de que Torremolinos lo fuera) los tuviera. Está documentado que el francisca­no Juan de Zumárraga (1466-1548), primer obispo de México y protector de indios, tuvo como cocinero a un nativo de la India adquirido en España. La llegada de los chinos a Europa se da dentro del marco de la expansión portuguesa por el sur y sureste asiático y el agresivo tráfico de esclavos durante las primeras décadas del siglo xvi. Tristán de la China (c. 1505?-15…?) es el primero y único del que se tiene noticias en España. Apenas un niño cuando lo compraron y llevaron a Sevilla y Valladolid, será uno del puñado de sobrevivientes de la expedición de Loaísa y Elcano en 1525. En lo que a América concierne, deben su presencia a los viajes de la llamada nao de China o galeón de Manila a partir de 1565. El intercambio cultural respondió a la escasez de esclavos tanto africanos como indígenas; se los llamó «indios chinos», un término que incluía a chinos, filipinos, japoneses, cingaleses, javaneses, indios y toda etnia proveniente de esa parte del mundo.
ii El último monarca de la dinastía Habsburgo, Carlos II (1661-1700; r. 1665-1700), tataranieto de Carlos I, sin prole debido a su enfermiza constitución, declaró heredero al francés Felipe (1683-1746), duque de Anjou, nieto de Luis XIV (1638-1715), en su afán de mantener unida la herencia de territorios monárquicos. En 1712, el entonces Felipe V, primer Borbón, fundó la Biblioteca Pública de Palacio, misma que en 1836 se designará como Biblioteca Nacional. Su actual sede en el paseo de Recoletos fue inaugurada en 1892 con ocasión del cuarto centenario del Descubrimiento y abrió al público en 1896.
iii Hasta hace poco la evidencia más antigua de escritura china se remontó al ocaso de la dinastía Shang, también conocida como Yin (c. 1600-1046 a. EC), y constó de unos oráculos grabados en un caparazón de tortuga y una clavícula de ciervo. La indescifrable escritura Jiahu, también sobre caparazones de tortuga, descubierta en 2003 y nombrada por el lugar en las regiones norteñas del país, data unos 8,600 años, precediendo a la sumeria —tradicional, si no históricamente—, la forma más antigua conocida, unos tres milenios (esta a su vez, desde una perspectiva bíblica, de probar correcta y verdadera, más o menos uno antes de la torre de Babel [c. 2275-2242 a. EC] [Génesis 11:1-9]). La escritura china actual perdura como una de las mayores aportaciones de Qin Shi Huangdi: un sistema unificado para toda una miríada de lenguas y dialectos.
iv No obviamos el rudimentario sistema de transcripción al latín basado en el dialecto mandarín de Nankín que desarrollaran los jesuitas a mediados de siglo XVI.
v El chino (ya sea mandarín, cantonés o cualquier otro de sus dialectos) es una lengua concisa y abundante en polisémicos, por lo que lograr una traducción efectiva en español (y en otros idiomas en realidad) puede ser a veces problemática. En la mayoría de los casos se debe obviar lo literal y más bien generalizar. En la literatura, por ejemplo, esto parece ser más patente; de ahí que haya tantas variantes de títulos para una obra. Tomemos la novela Hong lou meng 紅樓夢, considerada por los occidentales como el Quijote de Oriente; sus traducciones titulares van desde Sueño en el pabellón rojo o en la cámara roja hasta Sueño en la mansión roja. (El primer título es el más aceptado como correcto. Un modismo puede a veces ser el determinante, como en el caso aquí, donde «pabellón rojo» denota la habitación de una virgen de la alta sociedad.)
vi Para un atisbo a las complicaciones de los sistemas de transcripción fonológicos —con énfasis en los dialectos— durante y posterior a las épocas Ming y Qing, nos remitimos a W. South Coblin, «Reflections on the Study of Post-Medieval Chinese Historical Phonology», en Papers from the Third International Conference on Sinology, Linguistics Section, Dialect Variations in Chinese, ed. Dah-an Ho, 23-50 (Taipei: Institute of Linguistics, Preparatory Office Academia Sinica, 2002), 23-50. Otra obra a consultar es Edwin G. Pulleyblank, Lexicon of Reconstructed Pronunciation in Early Middle Chinese, Late Middle Chinese, and Early Mandarin (Vancouver: University of British Columbia Press, 1991).