Prólogo del autor al poemario
Desde las puertas de mi casa: Poemas a mi Mayagüez de infancia
Alfredo Morales Nieves
Nota del editor: La presentación del poemario fue pautada para el lunes 18 de abril de 2016, en las facilidades del Casino de Mayagüez a las 7:00pm. La obra es el primer volumen de la serie Sociedad Protectora del Patrimonio Mayagüezano.
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Los libros tienen su propia historia y este poemario no es la excepción.
En la auto reflexión del 3 de julio de 2012, escrita en Pilar, en Buenos Aires,
Argentina, pensaba que ya se había escrito el último capítulo de mi relación
poética con las casas y calles de la ciudad de Mayagüez. Me equivocaba sin
saberlo.
Este poemario se origina en mi infancia desde las puertas de mi casa en
el Ensanche Martínez de Mayagüez, el espacio mayagüezano al que llegué a vivir,
desde San Juan de Puerto Rico, a mis siete años. Me tocó presenciar la
destrucción de edificios, casas, parques y estructuras bellísimas que habían
evocado sueños y ensueños en la ciudad de mis ancestros. Hijo de padre lajeño y
madre añasqueña, llegué a la ciudad como ellos, y como tantos cientos de
personas que convirtieron a la ciudad en propia, sin haber nacido en su seno.
Mi padre creció en Mayagüez en el Barrio Balboa, y jugó pelota en la Liga del
Barrio París. Mi madre nació en Miraflores en Añasco, pero llegó a los cuatro
años al Barrio Anones y a los trece al Barrio París. Allí se conocieron en un
velorio. Ambos fallecieron en Mayagüez y, con excepción de unos diez años en
San Juan, la ciudad que habito nos seguía embrujando a todos, por su encanto,
sus misterios, su belleza natural y creada, y muy en especial, por el espíritu
de ser mayagüezano, desde el mismísimo día en que nos mudamos a la Calle José
De Diego #61, antes La Rosa.
La destrucción de la residencia a la que llamo Palacio Rosado, en el
Ensanche Martínez, la demolición de la casa de Esteve Bianchi, a la que llamo
Casa de los Portales, así como las que voy detallando en el poemario, hirieron
mis ojos, lastimaron mi alma, quebraron mi identidad antillana y desplazaron la
historia por los vericuetos de un viaducto y unas atuneras. O al menos eso
pensaron quienes intentaron desmantelar el alma de una ciudad.
Como bien dije, cada libro tiene su historia, y este contiene los
quehaceres de mi alma y mi espíritu, así como mi relación con la ciudad donde
crecí y donde me he formado. Los doce años en que viví en California descubrí
la magia de mi ciudad. Ni Monterrey ni Santa Bárbara, mucho menos San
Francisco, Newport Beach o Laguna Beach, tenían nada que envidiarle al mágico
entorno de mi ciudad y a la experiencia de ser mayagüezano.
No quisieron ni el tiempo ni la vida que se publicara este poemario sino
hasta el 18 de abril de 2016, a pesar de haber leído sus versos por primera vez
en la actividad de Mayagüez, Conciencia y
Memoria, en la década de los 90, dirigida por Sylvia Aguiló. Tampoco quiso
el Gran Arquitecto del Universo que se publicara durante las actividades del
Archivo Histórico de Mayagüez en el año 2010, bajo la dirección de María Colom,
y en cuya ocasión los versos fueron leídos en el Centro Cultural de Mayagüez,
Baudilio Vega.
Mucho han cambiado mis versos, y mucho ha gestado mi alma el atropello a
la herencia que hemos recibido de artistas, arquitectos, albañiles,
carpinteros, jardineros, ingenieros, y en fin, a la imagen que del alma de
cientos de mayagüezanos surgiera en su afán por evocar en las fachadas de las
casas y las calles la más excelsa ciudad antillana inimaginable. La hemos ido
perdiendo, y los versos resumen esa tragedia. Sin embargo, la conciencia de una
ciudad que se aferra a existir a pesar de las trágicas experiencias humanas y
naturales, resurge, en estos días en que escribo, como una voz que, soslayada,
pero firme, clama por la preservación del patrimonio mayagüezano.
A raíz de la fundación de la Sociedad Protectora del Patrimonio
Mayagüezano el 19 de agosto de 2015 en el Casino de Mayagüez, y registrada el
día de mi cumpleaños, el 23 de marzo de 2016, he ido documentando y expresando,
en versos y en historias de todo tipo, el alma de la ciudad. La descripción que
hago de la ciudad al observar desde lo alto del edificio Mayagüez Apartments en
el Barrio Cristy surge de este nuevo proyecto colectivo de escritura. Le canté
a la ciudad con palabras mucho más sentidas y vividas que las originales de
este poemario, con las siguientes palabras:
Frente a mí estaban la Bahía de Mayagüez y las aguas de Canal de La Mona,
prístinas y azules, así como el cielo brillante, ese cielo del mes de enero que
nos permite verlo todo con una brillantez típica del trópico. Y por todos lados
me rodeaban, la historia y el patrimonio que nos legaron nuestros ancestros
desde las aguas que bañan la ciudad, así como el querido Río Yagüez a la
distancia.
Las montañas se ven en su rico esplendor: tupidas de vegetación tropical y
subiendo majestuosas hacia el interior, acordándonos que Mayagüez tiene cultura
de montaña y puerta al mar.
Las escuelas, la Catedral con su cúpula y torres, la Plaza de Mercado, la
Escuela de Bellas Artes, La Milagrosa, los edificios más recientes que han ido
poblando el pueblo para despersonalizarnos, a la vez que nos acerca al
presente. Y techos…techos de zinc, casas
en madera y en cemento por todos lados. Casas antillanas, casas caribeñas, con
su multiplicidad de colores: púrpuras, rosados, fuchas, verdes, azules. Y entre
mangoes, árboles de pana, palmas y calles que se van encontrando con sus
arterias principales, la ciudad nos muestra un paisaje único, sin los
prejuicios y rechazos que el poder, o la marginación, nos provocan cuando
caminamos sus calles. Desde arriba Mayagüez es La Sultana del Oeste, una
ciudad-pueblo que va cayendo lentamente sobre las aguas antillanas, ese mar de
Eugenio María de Hostos, para señalar nuestra historia, nuestro crecimiento,
nuestra riqueza, nuestra diversidad.
Desde allí, Papo, Américo Segarra, me fue señalando cada edificio, cada
barrio, cada calle, cada icónico monumento dejado a las generaciones futuras
por nuestros ancestros como testimonio del esfuerzo, el trabajo y el tesón con
el cual se ha ido levantando la ciudad, contra viento, marea, maremotos y
terremotos, incendios y huracanes.
Desde abajo me miraban Cristy, Dulces Labios, el Ensanche Riera, Vadi,
Méndez Vigo y Candelaria, Buena Vista y Barcelona a la distancia, el Ensanche
Martínez y el Colegio… y el mar…nuestra antigua entrada al mundo desde donde
nos fueron llegando los extranjeros que poblaron nuestras calles habitadas por
criollos, españoles, hijos libertos de esclavos y toda sangre indígena que
llevemos en las venas.
De igual manera mis versos, agotados por la presencia de la amenaza de la
desaparición total de nuestras casas y edificios históricos, cantó ante la
hecatombe del incendio de la residencia Ramírez Fuentes, al costado del Parque
José de Diego.
Escribí el 5 de julio de 2015:
Réquiem
A una ciudad en asedio, los
pájaros volando huyeron
entre cerros y montañas, a la
orilla de un mar
prístino y de verdes azules aguas
de cara a La Mona nuestra, a la
distancia…
mientras incendios, huracanes y
terribles maremotos invadían…
de cara al mal tiempo de las
invasiones desde su nacimiento
los pájaros huían, multicolores y
asustados
sin tregua, sin ánimo de cantar
huían
mientras la ciudad caía, tan
callada
y silenciosa como ellos.
Y víctimas del tiempo, olvidadas
por la desidia y el espanto el multiforme atónito
y quejumbroso dolor
que a todos alcanzara, sudoroso,
en las tropicales y lluviosas
tardes
que cubiertas de musgo nos
cubrían, verdes y queridas
nos fuimos, sin quejarnos,
acostumbrando… hasta perdernos
entre asedios y olvidos, entre
campanadas de la catedral que nos fundara
mientras réquiem… réquiem…
réquiem íbamos cantando en campanadas… para
verlas desaparecer sin hacer
nada…
En ocasión de armar álbumes
ilustrativos de nuestro pasado
Réquiem a una ciudad abandonada
al toque de sus campanadas.
Esa experiencia posterior a la digitalización de este poemario, desde la
distancia en Buenos Aires en 2012, donde guardaba el luto por el fallecimiento
de mi mamá el 15 de noviembre de 2011, fue añadiendo experiencias
extraordinarias de mayagüezanos que se acercaron a mis versos y mis fotos desde
las puertas de un encuentro en las redes sociales, un encuentro digital en Facebook.
Don Nicolás, por ejemplo, se añadió a personajes y experiencias, por lo que le
dediqué un verso a un residente de la Calle Bosque.
Don Nicolás
No sé si a humo u hollín olía tu piel
cuando pisabas los escalones de tu hermosa
y tropical casa, en la Calle Bosque en Mayagüez.
Y no sé si es tu recuerdo o el de tu esposa Margarita,
con sus aromas a azáleas y alelíes
y los cítricos olores que despedían tus limoneros y
tus árboles de china.
No sé si fueron los olores de tus perfumes los
que llegaron a mi memoria esta noche,
o recuerdos vagos del crujir de las maderas de tu
residencia.
O si tu hija Ana, desde el balcón con su mirada de
antes
me sorprendió en mi infancia temerosa
o sus vestidos blancos se pierden en mi memoria…
pero llegaste por las manos de tu nieta Normita,
y te volví a ver allí parado, esperándola,
te vi verme pasar por mi lejano y triste vecindario
para encontrarme contigo y con los árboles de las
maderas de tu casa
entre lianas, flores y árboles que desde los jardines
del Colegio, en manos de agrónomos, llegaban,
pero sí sé, que me llegaste tarde, Nicolás
aunque me llegues,
entre los sueños de un hogar que ya no existe
y que bajo la sombra de fuertes paredes de cemento
esconde,
el esfuerzo de tus sueños y de tus manos…
y las imágenes de tus recuerdos vagos y vanos
por aquella Calle Bosque que reía, entre las maderas
de tu casa
y los recuerdos de un ferrocarril añejo y fantasmal,
bajo las sombras de tus árboles, bajo la sombra de los
tiempos
bajo el pasado efímero de los recuerdos.
La suma de recuerdos, pues, de añoranzas y deseos de cristalizar a
través del verso los recuerdos de una infancia castigada por la pérdida del
espacio propio, y colectivo, se nutrió del encuentro de cientos de mayagüezanos
deseosos de compartir una experiencia común y que, desde lo más recóndito de la
nostalgia y el recuerdo, nos acerca a nuestra propia idiosincrasia y orgullo de
llamarnos hijos de Mayagüez.
Así, y de esta manera, el libro termina su experiencia poética para dar
paso a Narradores mayagüezanos, esa
antología que se ha estado formando desde el año de 2015 con la experiencia de
mayagüezanos dispuestos a compartir sus fotografías, sus vivencias y sus
recuerdos, patrimonio de la ciudad de Mayagüez.
Este poemario le da voz al amor que mi madre me inculcara por las casas,
calles, barrios y espacios públicos de la ciudad de Mayagüez. A su voz se suman
las voces de quienes, en un afán compartido, deseamos dejar por herencia el
fruto del trabajo de quienes nos antecedieron, para abrir las puertas a más
versos, más poesía, más ensueño, y con el deseo de que la hermosa geografía de
la ciudad que habitamos, y sus hijos, dejemos por herencia aquello que solo a
nosotros nos pertenece. Abrir las puertas de la casa, para que nazcan los
versos. Abrir las puertas de la casa, para que la voz interior se exprese.
Abrir las puertas de la casa, para que la ciudad permanezca. Abrirlas, para
jamás tener que cerrarlas ni que desaparezcan.
Alfredo Morales Nieves
30 de marzo de 2016
En Mayagüez, Puerto Rico