Páginas

martes, 15 de abril de 2014

Ponencia de disertación sobre el demonismo en el Caribe hispano

Autor: Pablo L. Crespo Vargas
Ponencia presentada en la defensa de tesis doctoral, 21 de marzo de 2014

El demonismo en el Caribe hispano durante la primera mitad del siglo XVII: Estudio realizado sobre el imaginario plasmado en la documentación inquisitorial

El estudio del demonismo o las creencias en el demonio y otros seres maléficos es un tema que surge de una investigación previa que realicé sobre las supersticiones en el Caribe hispano, la cual fue presentada como tesis para el grado de maestría.

El tema de las creencias demoniacas fue trabajado a partir de la documentación inquisitorial del Tribunal de Cartagena de Indias. Este era el centro principal de la inquisición española en la cuenca caribeña desde 1610. La documentación que allí se generó está llena de temas de estudio y nos puede dar espacio para dirigirnos a distintas vertientes historiográficas. 

Como complemento se utilizaron algunas crónicas escritas durante el siglo XVI, entre ellas a Diego Álvarez Chanca, Bartolomé de las Casas, José de Acosta, Gerónimo Mendieta y Bernardino Sahagún; también estudiamos transcripciones de tratados sobre demonología de la edad media como el Malleus Maleficarun, entre otros; y manuales inquisitoriales como el escrito por Nicolás Eymeric en el siglo XIV.

Metodológicamente hablando, se analizó la narrativa presentada en la documentación primaria para poder construir el imaginario de la época, a la vez que se utilizaron métodos cuantitativos para establecer patrones que nos ayudaron a crear perfiles demográficos sobre la población enjuiciada.  El análisis se centró en tres aspectos de suma importancia: primeramente, se analizó el fenómeno como tal; segundo, se indagó en el discurso; y por último, se estableció la relación entre el discurso y la práctica.

Demonios en escalera, "Los 30 escalones",
San Juan Climaco, imagen suministrada
por Ángel Nieves (Arte Iglesia Ortodoxo)
Regresando a la motivación que me llevó a escoger este tema, debemos indicar que el haber estudiado el demonismo como fenómeno histórico fue una decisión lógica en el sentido que uno de los principales subtemas sobre las supersticiones fue el estudio de las creencias desarrolladas por los seguidores de la brujería, práctica relacionada a la adoración del demonio en el ámbito cristiano. No obstante, la devoción a este ser no sólo concierne a brujos y brujas, sino, que dentro del sincretismo caribeño, por medio del catolicismo, se incrustó en la mentalidad de los pobladores de la región la idea personificada de un ente representativo al mal.

Este ser, que es conocido como el diablo o el demonio y que en el Caribe hispano del siglo XVII era nombrado como Lucifer y Satanás, que dirige, como menciona, Fernando Ortiz, en Historia de una pelea cubana contra los demonios, “hordas de ángeles caídos”, también conocidos como diablos o demonios, cuyos nombres, entre otros, eran: Cojuelo (quien era uno de los principales seres maléficos en el mundo castellano y que en ocasiones se presenta como un demonio al que los hombres pueden vencer), Buciriaco, Isaleco, Tumaque, Solimán, Zambapalo, Ñaga, Barrabás, Tararirá.

Debemos señalar, que esta investigación no se ha limitado a los casos relacionados con la brujería, aunque son los principales y los más característicos para entender la mentalidad que se tenía sobre el demonio; hemos examinado otros supuestos delitos de fe, que incluyen: la hechicería (la cual, numéricamente fue el grupo de mayor tamaño), otras supersticiones consideradas menores, los reniegos, la blasfemia, los judaizantes, los practicantes del protestantismo y los acusados por realizar comentarios irrespetuosos; todos con el denominador común de presentar, dentro de las declaraciones judiciales, cuál era la visión que los habitantes de la región tenían sobre este ser. 

En total, se examinaron 180 procesos, de los cuales el 48% se relacionan a causas por hechicería, 33% a procesos por brujería, dejando al restante 19% en otros tipos de delitos de fe. Los acusados procedían de distintos lugares de la zona, siendo los principales puntos de acusación: (en primer lugar) Cartagena de Indias, ciudad sede del tribunal, y el principal punto de origen de causas con un 34% (el equivalente a 61 individuos) y (segundo) La Habana, puerto desde donde salía la flota de Indias de regreso a la Península Ibérica, con un 18% (unos 32 procesos). Curiosamente, ambas localizaciones eran fundamentales para el sistema de flotas españolas.

Tal como se ha podido vincular en todos los estudios históricos,  antropológicos y folclóricos, el mayor afectado en la relación simbiótica entre el ser humano y la supuesta figura del demonio es la mujer. En nuestro caso, se contabilizaron 116 féminas, para un 64.4%. Es por ello que dedicamos un capítulo entero a poder establecer de manera empírica la relación que la sociedad occidental, y en nuestro caso caribeña, desde muy temprano en su desarrollo estableció entre el género femenino y la personificación del mal. Podemos entender, que esta es causada, más por el temor de un grupo en perder control sobre lo que ellos consideran es su supremacía que por la veracidad de este hecho.  Debemos mencionar, que hoy día aún se puede apreciar en muchos lugares como la mujer es marginada; y aunque en números sea superior a su contraparte, sigue siendo vista como una minoría.

Junto a esto y como dato curioso debemos indicar que el principal mecanismo de diferenciación establecido desde el surgimiento del cristianismo fue el de demonizar a todo aquello que se viera, sintiera o razonara distinto a las ideas que se querían promover. No ha de extrañarnos que se sembrara la idea de que los naturales de las Indias eran supuestos adoradores del demonio, más por una justificación que por una realidad, ya que como todos sabemos, la personificación del mal tal como se presenta en el cristianismo no tiene parecidos dentro de las culturas amerindias, tampoco así dentro de las tradiciones animistas africanas.

Las creencias del conquistador, como ha sido en todos los procesos de conquista, fueron la base de todo sistema de fe y a su vez el principal cimiento de todo sincretismo desarrollado en el Caribe hispano. Los amerindios no tenían una idea de lo que era el diablo, al punto que los cronistas eclesiásticos, en su sentido más objetivo comparan las creencias nativas con las de los antiguos griegos y romanos, siempre indicando que esa había sido la artimaña del demonio para mantener control sobre ellos. Jurídicamente hablando, los indígenas no podían ser enjuiciados por la Inquisición española, no obstante los vemos involucrados, como seguidores de un culto, específicamente en el proceso que se dio en contra de Luis Andrea.  Este mestizo, quien por herencia materna había sido seleccionado chamán de la tribu, la cual estaba ubicada en el pueblo de Granada, Nueva Granada, desarrolló un culto de adoración demoniaco, donde se veneraba a un ser supremo que había sido traído por los conquistadores y al que había que adorarle tal como si se reverenciara a otros seres mágicos.

Ángeles evitando que el demonio se lleve el cuerpo de
Moisés, imagen suministrada por Ángel Nieves
Arte de la Iglesia Ortodoxa 
Este caso, tiene la particularidad de ser uno donde uno o varios castellanos se aprovecharon del pensamiento religioso amerindio para beneficio propio. El supuesto demonio era conocido como Buciriaco, nombre de posible origen indígena. No obstante, varias descripciones lo presentan como un ser que cabarga, lleva lanza, tiene botas y del que algunos testigos escucharon al acusado llamarle licenciado.  En este caso, los tributos eran pagados en joyas y hojas de tabaco, su entrega ocurría cada solsticio.

Los amerindios no fueron los únicos engañados, en Bayamo, Cuba, el líder de la secta diabólica era un viejo blanco, que se vestía con jubón, medias y zapatos.  En Cartagena de Indias, dentro de los adoradores de Lucifer, algunos acusados testifican que consumieron carne humana, pero a la vez tenían que llevarle un festín a su señor que consistía en carne de gallina, pato o cordero, acompañado con pan de castilla.  Estas dos últimas sectas mencionadas eran mucho más parecidas a las desarrolladas en Europa para la misma época.

El culto al demonio, también resultó ser una forma de resistencia de los grupos marginados u oprimidos. El diablo, no solamente era visto como enemigo de la cristiandad, también era enemigo del poder eclesiástico, y por consiguiente, del poder secular español.  Para los grupos marginados, el asociarse con él, era sinónimo de establecer alguna alianza con alguien contrario a los intereses castellanos.

Los grupos cimarrones, constituidos por negros, mulatos, zambos y hasta mestizos, que se reunían en los arcabucos para invocar a la deidad cristiana del mal, buscaban de alguna manera contrarrestar el dominio peninsular.  Varios grupos, se dedicaron a estas prácticas, destacándose la secta de las minas de Zaragoza. Lugar donde hubo la potencialidad de desarrollar lo que el antropólogo danés Gustav Henningsen llama “la brujomanía”, la cual evoca a la histeria colectiva que impulsa la persecución en masa y que es provocada por el sincretismo de las creencias populares con el pensamiento desarrollado sobre el tema de parte de los intelectuales.

En nuestro caso, el grupo intelectual, nos presenta un pensamiento ambiguo sobre el uso de la magia. Por un lado, se condena como una práctica supersticiosa, lo cual provoca que las sentencias impuestas no tengan la severidad que se dieron en la Europa al norte de los Pirineos o con las brujas de Salem en la colonia de Massachusset, donde se ve el demonismo como una realidad.  En Cartagena de Indias las condenas establecidas no pasaban de los destierros, los azotes en la plaza pública y las reclusiones en los hospitales de la ciudad para que atendieran a los enfermos.  Por otro lado, debemos ver que algunas de las acusadas fueron famosas como la mulata nacida en Santo Domingo, Paula de Eguiluz, quien era consultada por obispos, funcionarios inquisitoriales y seculares, los mismos que en una ocasión y de manera hipócrita sometieron su caso como uno posible a ser enviado al brazo secular para su ejecución en la hoguera.

Otro aspecto que debemos tener presentes es que la tradición eclesiástica ibérica se desarrolló con sus propios manuales inquisitoriales, tales como el de Nicolas Eymeric, quien fue inquisidor en Aragón durante el siglo XIV y que fue autor de una guía inquisitorial que se distanciaba en gran medida de la desarrollada por los dominicos germanos Heinrich Krammer y Jacobo Sprenger, titulada el Malleus Maleficarum, obra que influenció en el pensamiento desarrollado sobre las ideas del demonismo desde el siglo XV hasta el siglo XVIII.

En cuanto a la educación religiosa impartida por las instituciones eclesiásticas, esta era muy deficiente y estaba enmarcada en la coyuntura de una sociedad estratificada donde las clases superiores no tenían ningún interés en las inferiores.  El cristianismo oficial, en este caso, el catolicismo, no era enseñado correctamente.  La evangelización de las poblaciones en las nuevas tierras se desarrollaron de manera tal que se combinaban las creencias oficiales, con las traídas por los conquistadores, las cuales eran el producto de un sincretismo milenario, y las que originalmente tenían los grupos impactados: negros, indios y las castas que del proceso colonial surgieron.  En las mismas testificaciones, se puede apreciar, tanto directa como indirectamente, que la enseñanza religiosa no era de importancia o por lo menos no era tan importante como la producción económica.

La falta de una educación cristiana apropiada también estaba latente en los propios europeos, quienes vivían rodeados de creencias supersticiosas, motivados por la carencia de las atenciones de la iglesia o el estado.  Su mentalidad, los conducía a establecer los mismos patrones que la Iglesia, que de una manera superficial, les presentaba.  El cristianismo, como religión de elementos mágicos (como los milagros, las ransmutaciones, apariciones de la Virgen María y los Santos, entre otros) fue ejemplo a seguir por la población burda.  Estos, que únicamente tenían como guía para desarrollar su espiritualidad lo que por tradición se conservaba, pasando de generación en generación, y que hoy día llamamos folclor, junto a lo que escasamente aprendían de los ritos oficiales.  Para ellos, el diablo era un ser real, pero caracterizado por otro sincretismo: el de las antiguas creencias de sus antepasados y las desarrolladas dentro de la oficialidad cristiana.  El pensamiento religiosos dualista de la antigüedad se había apoderado del dogmatismo cristiano, creando el ideal de que el mal y el bien eran dos fuerzas de casi el mismo empuje y poder, que provocaban una lucha constante e interminable en el mundo real.

En conclusión, la creencia que se tenía sobre el diablo en el Caribe hispano durante la primera mitad del siglo XVII nos demuestra que la visión que se presenta era una moldeada en Europa, pero con matices de los distintos grupos dominados.  En todo caso, el diablo, desde el punto de vista oficial, aunque influyente en la sociedad cristiana occidental, no podía ser causa suficiente para que los intereses de poder vieran afectada su hegemonía ante los grupos dominados.