Autor: Pablo
L. Crespo Vargas
Ponencia presentada en la defensa de tesis doctoral, 21 de
marzo de 2014
El
demonismo en el Caribe hispano durante la primera mitad del siglo XVII: Estudio
realizado sobre el imaginario plasmado en la documentación inquisitorial
El
estudio del demonismo o las creencias en el demonio y otros seres maléficos es
un tema que surge de una investigación previa que realicé sobre las
supersticiones en el Caribe hispano, la cual fue presentada como tesis para el
grado de maestría.
El
tema de las creencias demoniacas fue trabajado a partir de la documentación
inquisitorial del Tribunal de Cartagena de Indias. Este era el centro principal
de la inquisición española en la cuenca caribeña desde 1610. La documentación
que allí se generó está llena de temas de estudio y nos puede dar espacio para
dirigirnos a distintas vertientes historiográficas.
Como
complemento se utilizaron algunas crónicas escritas durante el siglo XVI, entre
ellas a Diego Álvarez Chanca, Bartolomé de las Casas, José de Acosta, Gerónimo
Mendieta y Bernardino Sahagún; también estudiamos transcripciones de tratados
sobre demonología de la edad media como el Malleus
Maleficarun, entre otros; y manuales inquisitoriales como el escrito por
Nicolás Eymeric en el siglo XIV.
Metodológicamente
hablando, se analizó la narrativa presentada en la documentación primaria para
poder construir el imaginario de la época, a la vez que se utilizaron métodos
cuantitativos para establecer patrones que nos ayudaron a crear perfiles
demográficos sobre la población enjuiciada.
El análisis se centró en tres aspectos de suma importancia:
primeramente, se analizó el fenómeno como tal; segundo, se indagó en el
discurso; y por último, se estableció la relación entre el discurso y la
práctica.
Demonios en escalera, "Los 30 escalones", San Juan Climaco, imagen suministrada por Ángel Nieves (Arte Iglesia Ortodoxo) |
Regresando
a la motivación que me llevó a escoger este tema, debemos indicar que el haber
estudiado el demonismo como fenómeno histórico fue una decisión lógica en el
sentido que uno de los principales subtemas sobre las supersticiones fue el
estudio de las creencias desarrolladas por los seguidores de la brujería,
práctica relacionada a la adoración del demonio en el ámbito cristiano. No
obstante, la devoción a este ser no sólo concierne a brujos y brujas, sino, que
dentro del sincretismo caribeño, por medio del catolicismo, se incrustó en la
mentalidad de los pobladores de la región la idea personificada de un ente representativo
al mal.
Este
ser, que es conocido como el diablo o el demonio y que en el Caribe hispano del
siglo XVII era nombrado como Lucifer y Satanás, que dirige, como menciona,
Fernando Ortiz, en Historia de una pelea
cubana contra los demonios, “hordas de ángeles caídos”, también conocidos
como diablos o demonios, cuyos nombres, entre otros, eran: Cojuelo (quien era uno
de los principales seres maléficos en el mundo castellano y que en ocasiones se
presenta como un demonio al que los hombres pueden vencer), Buciriaco, Isaleco,
Tumaque, Solimán, Zambapalo, Ñaga, Barrabás, Tararirá.
Debemos
señalar, que esta investigación no se ha limitado a los casos relacionados con la
brujería, aunque son los principales y los más característicos para entender la
mentalidad que se tenía sobre el demonio; hemos examinado otros supuestos
delitos de fe, que incluyen: la hechicería (la cual, numéricamente fue el grupo
de mayor tamaño), otras supersticiones consideradas menores, los reniegos, la
blasfemia, los judaizantes, los practicantes del protestantismo y los acusados
por realizar comentarios irrespetuosos; todos con el denominador común de
presentar, dentro de las declaraciones judiciales, cuál era la visión que los
habitantes de la región tenían sobre este ser.
En
total, se examinaron 180 procesos, de los cuales el 48% se relacionan a causas
por hechicería, 33% a procesos por brujería, dejando al restante 19% en otros
tipos de delitos de fe. Los acusados procedían de distintos lugares de la zona,
siendo los principales puntos de acusación: (en primer lugar) Cartagena de
Indias, ciudad sede del tribunal, y el principal punto de origen de causas con
un 34% (el equivalente a 61 individuos) y (segundo) La Habana, puerto desde
donde salía la flota de Indias de regreso a la Península Ibérica, con un 18% (unos
32 procesos). Curiosamente, ambas localizaciones eran fundamentales para el
sistema de flotas españolas.
Tal
como se ha podido vincular en todos los estudios históricos, antropológicos y folclóricos, el mayor
afectado en la relación simbiótica entre el ser humano y la supuesta figura del
demonio es la mujer. En nuestro caso, se contabilizaron 116 féminas, para un
64.4%. Es por ello que dedicamos un capítulo entero a poder establecer de
manera empírica la relación que la sociedad occidental, y en nuestro caso
caribeña, desde muy temprano en su desarrollo estableció entre el género
femenino y la personificación del mal. Podemos entender, que esta es causada,
más por el temor de un grupo en perder control sobre lo que ellos consideran es
su supremacía que por la veracidad de este hecho. Debemos mencionar, que hoy día aún se puede
apreciar en muchos lugares como la mujer es marginada; y aunque en números sea
superior a su contraparte, sigue siendo vista como una minoría.
Junto
a esto y como dato curioso debemos indicar que el principal mecanismo de
diferenciación establecido desde el surgimiento del cristianismo fue el de demonizar
a todo aquello que se viera, sintiera o razonara distinto a las ideas que se
querían promover. No ha de extrañarnos que se sembrara la idea de que los naturales
de las Indias eran supuestos adoradores del demonio, más por una justificación
que por una realidad, ya que como todos sabemos, la personificación del mal tal
como se presenta en el cristianismo no tiene parecidos dentro de las culturas
amerindias, tampoco así dentro de las tradiciones animistas africanas.
Las
creencias del conquistador, como ha sido en todos los procesos de conquista,
fueron la base de todo sistema de fe y a su vez el principal cimiento de todo sincretismo
desarrollado en el Caribe hispano. Los amerindios no tenían una idea de lo que
era el diablo, al punto que los cronistas eclesiásticos, en su sentido más
objetivo comparan las creencias nativas con las de los antiguos griegos y
romanos, siempre indicando que esa había sido la artimaña del demonio para
mantener control sobre ellos. Jurídicamente hablando, los indígenas no podían
ser enjuiciados por la Inquisición española, no obstante los vemos
involucrados, como seguidores de un culto, específicamente en el proceso que se
dio en contra de Luis Andrea. Este
mestizo, quien por herencia materna había sido seleccionado chamán de la tribu,
la cual estaba ubicada en el pueblo de Granada, Nueva Granada, desarrolló un
culto de adoración demoniaco, donde se veneraba a un ser supremo que había sido
traído por los conquistadores y al que había que adorarle tal como si se
reverenciara a otros seres mágicos.
Ángeles evitando que el demonio se lleve el cuerpo de Moisés, imagen suministrada por Ángel Nieves Arte de la Iglesia Ortodoxa |
Este
caso, tiene la particularidad de ser uno donde uno o varios castellanos se
aprovecharon del pensamiento religioso amerindio para beneficio propio. El
supuesto demonio era conocido como Buciriaco, nombre de posible origen indígena.
No obstante, varias descripciones lo presentan como un ser que cabarga, lleva
lanza, tiene botas y del que algunos testigos escucharon al acusado llamarle
licenciado. En este caso, los tributos
eran pagados en joyas y hojas de tabaco, su entrega ocurría cada solsticio.
Los
amerindios no fueron los únicos engañados, en Bayamo, Cuba, el líder de la
secta diabólica era un viejo blanco, que se vestía con jubón, medias y
zapatos. En Cartagena de Indias, dentro
de los adoradores de Lucifer, algunos acusados testifican que consumieron carne
humana, pero a la vez tenían que llevarle un festín a su señor que consistía en
carne de gallina, pato o cordero, acompañado con pan de castilla. Estas dos últimas sectas mencionadas eran
mucho más parecidas a las desarrolladas en Europa para la misma época.
El
culto al demonio, también resultó ser una forma de resistencia de los grupos
marginados u oprimidos. El diablo, no solamente era visto como enemigo de la
cristiandad, también era enemigo del poder eclesiástico, y por consiguiente,
del poder secular español. Para los
grupos marginados, el asociarse con él, era sinónimo de establecer alguna alianza
con alguien contrario a los intereses castellanos.
Los
grupos cimarrones, constituidos por negros, mulatos, zambos y hasta mestizos,
que se reunían en los arcabucos para invocar a la deidad cristiana del mal,
buscaban de alguna manera contrarrestar el dominio peninsular. Varios grupos, se dedicaron a estas
prácticas, destacándose la secta de las minas de Zaragoza. Lugar donde hubo la
potencialidad de desarrollar lo que el antropólogo danés Gustav Henningsen
llama “la brujomanía”, la cual evoca a la histeria colectiva que impulsa la
persecución en masa y que es provocada por el sincretismo de las creencias
populares con el pensamiento desarrollado sobre el tema de parte de los
intelectuales.
En
nuestro caso, el grupo intelectual, nos presenta un pensamiento ambiguo sobre el
uso de la magia. Por un lado, se condena como una práctica supersticiosa, lo
cual provoca que las sentencias impuestas no tengan la severidad que se dieron
en la Europa al norte de los Pirineos o con las brujas de Salem en la colonia
de Massachusset, donde se ve el demonismo como una realidad. En Cartagena de Indias las condenas
establecidas no pasaban de los destierros, los azotes en la plaza pública y las
reclusiones en los hospitales de la ciudad para que atendieran a los
enfermos. Por otro lado, debemos ver que
algunas de las acusadas fueron famosas como la mulata nacida en Santo Domingo,
Paula de Eguiluz, quien era consultada por obispos, funcionarios
inquisitoriales y seculares, los mismos que en una ocasión y de manera
hipócrita sometieron su caso como uno posible a ser enviado al brazo secular
para su ejecución en la hoguera.
Otro
aspecto que debemos tener presentes es que la tradición eclesiástica ibérica se
desarrolló con sus propios manuales inquisitoriales, tales como el de Nicolas
Eymeric, quien fue inquisidor en Aragón durante el siglo XIV y que fue autor de
una guía inquisitorial que se distanciaba en gran medida de la desarrollada por
los dominicos germanos Heinrich Krammer y Jacobo Sprenger, titulada el Malleus
Maleficarum, obra que influenció en el pensamiento desarrollado sobre las ideas
del demonismo desde el siglo XV hasta el siglo XVIII.
En
cuanto a la educación religiosa impartida por las instituciones eclesiásticas,
esta era muy deficiente y estaba enmarcada en la coyuntura de una sociedad
estratificada donde las clases superiores no tenían ningún interés en las
inferiores. El cristianismo oficial, en
este caso, el catolicismo, no era enseñado correctamente. La evangelización de las poblaciones en las
nuevas tierras se desarrollaron de manera tal que se combinaban las creencias
oficiales, con las traídas por los conquistadores, las cuales eran el producto
de un sincretismo milenario, y las que originalmente tenían los grupos
impactados: negros, indios y las castas que del proceso colonial
surgieron. En las mismas
testificaciones, se puede apreciar, tanto directa como indirectamente, que la
enseñanza religiosa no era de importancia o por lo menos no era tan importante
como la producción económica.
La
falta de una educación cristiana apropiada también estaba latente en los
propios europeos, quienes vivían rodeados de creencias supersticiosas,
motivados por la carencia de las atenciones de la iglesia o el estado. Su mentalidad, los conducía a establecer los
mismos patrones que la Iglesia, que de una manera superficial, les
presentaba. El cristianismo, como
religión de elementos mágicos (como los milagros, las ransmutaciones,
apariciones de la Virgen María y los Santos, entre otros) fue ejemplo a seguir
por la población burda. Estos, que
únicamente tenían como guía para desarrollar su espiritualidad lo que por
tradición se conservaba, pasando de generación en generación, y que hoy día
llamamos folclor, junto a lo que escasamente aprendían de los ritos
oficiales. Para ellos, el diablo era un
ser real, pero caracterizado por otro sincretismo: el de las antiguas creencias
de sus antepasados y las desarrolladas dentro de la oficialidad cristiana. El pensamiento religiosos dualista de la
antigüedad se había apoderado del dogmatismo cristiano, creando el ideal de que
el mal y el bien eran dos fuerzas de casi el mismo empuje y poder, que
provocaban una lucha constante e interminable en el mundo real.
En
conclusión, la creencia que se tenía sobre el diablo en el Caribe hispano
durante la primera mitad del siglo XVII nos demuestra que la visión que se presenta
era una moldeada en Europa, pero con matices de los distintos grupos dominados. En todo caso, el diablo, desde el punto de
vista oficial, aunque influyente en la sociedad cristiana occidental, no podía
ser causa suficiente para que los intereses de poder vieran afectada su
hegemonía ante los grupos dominados.