Autor: Pablo L. Crespo Vargas
Artículo publicado originalmente en Ahora Newspapers, 1ro de diciembre de 2013.
Perspectiva de la bruja en
el imaginario tradicional puertorriqueño
Puerto Rico, como el resto
de Caribe, es una región donde se han desarrollado una gran diversidad de
creencias religiosas, que son el producto de la heterogeneidad étnica-cultura
que caracteriza la región. Las creencias, al igual que los seres vivos, dependen
de una serie de factores ambientales que contribuyen a la formación de
elementos que identifican las variables seguidas de estas.
Las creencias, como parte
de la cultura y el folclor de un pueblo, no pueden ser vistas de manera
generalizada, mucho menos dentro de la formación de patrones que lleven a los
estudiosos a visualizar elementos cuasi-universales sin que existan variaciones
de carácter territorial. Es por ello, la importancia de desarrollar estudios
regionales que presenten estas variaciones y que expliquen por qué se dieron.
En el caso que nos ocupa,
la concepción mágica que desarrolla un pueblo es de vital importancia en el
análisis de este ante su visión del mundo. Aunque las nuevas tendencias,
producidas por el auge tecnológico, han disminuido la capacidad de los seres
humanos al contacto con la naturaleza, y esto a su vez, con la verdadera magia,
la que se encuentra en la mente de todo ser humano, aún las tradiciones
referentes a estos mundos mágicos y su desenvolvimiento en la sociedad están
patentes. Es nuestro deber el poderlos rescatar.
Lajas, un pueblo del
suroeste de la isla de Puerto Rico, aun preserva, aunque de manera disimulada,
tradiciones y narrativas que nos hacen recordar ese mundo mágico y lleno de
vivencias extrasensoriales, el cual no todos tienen la capacidad de sentir.
Los ancianos y otros no
tan ancianos, nos narran las vivencias de esos seres que de una forma u otra
desarrollaron facultades que muchos no entendían, pero no eran pocos los que recurrían a ellos porque aunque le tenían suspicacia, al final le entregaban hasta
el alma por obtener lo que deseaban. Las había brujas, que practicaban las
artes mágicas para el mal; también se encontraban las hechiceras, curiosas y
curanderas de bien, todas predispuestas a ayudar al prójimo.
No solamente eran las
mujeres las que tenían poder, sino, que nos narran de hombres que adquirieron
estos poderes. Unos por medio de pacto con el demonio, acción que terminaban
pagando con agravantes y que en ocasiones para zafarse era necesario la
intervención de alguna hechicera lo suficiente poderosa para sacar esas fuerzas
oscuras que se apoderaban del atrevido individuo. Los afectados levitaban,
perdían la razón y hasta podía perder la vida. Otros de manera natural
desarrollaron poderes que aprovecharon a su conveniencia.
Los campesinos recitaban
oraciones para evitar que en sus moradas entraran entes malignos, espíritus en
busca de sangre y hasta brujas. Uno de los más diseminados era la “oración de
San Silvestre”, que en otros lugares era conocida como la “oración de la
bruja”, la cual dice: “Señor San Silvestre del Monte Mayor, líbrame mi casa y
todo mi alrededor, de brujas y brujos y del hombre malhechor”.
Las brujas, al igual que
en otros lugares, creaban juntas, donde festejaban e iniciaban sus travesuras,
o como dice uno de mayores folcloristas puertorriqueños, don Teodoro Vidal,
realizaban maldades y fechorías para aterrorizar a la gente. En Lajas, se
reunían en un prado, alrededor de una gran ceiba, árbol sagrado para las
culturas indígenas de Mesoamérica y las
Antillas Mayores. Allí celebraban su aquelarre, que para ellos era conocido
como la “fiesta del batey”.
Ceiba acostada, Sector Cañitas en Lajas, lugar de la "fiesta del batey" (foto de la colección del autor) |
Las
brujas volaban, según algunas de las narraciones encontradas por Teodoro Vidal “desnudas,
con el pelo suelto, y en desorden, y montadas sobre una escoba”. Otros testigos
indican que llevaban únicamente “una saya (falda o enagua, según la versión) de
campana, blanca, almidoná, con muchos volantes”; en todo caso, su fin era asustar
a los niños, arruinar sembradíos, matar el ganado, realizar conjuros y maldecir
a la gente.
También
se sabe de linajes o familias descendientes de taínos o indígenas que escondían,
para el público general, sus poderes mágicos. Se habla de tres hermanas, hijas
de una india, todas, mujeres de inmensos poderes sobrenaturales, que aún hoy,
algunos sienten que están presentes, vigilantes de sus descendientes y
asegurándose que la llama mágica de estos nunca deje de existir. El símbolo de
esta familia era un almácigo, en él se consagraba a todos los recién nacidos,
incrustando el cordón umbilical de cada uno de ellos con un centavo en el tallo
del árbol.
Con el pasar del tiempo, todos estos individuos con poderes mágicos comenzaron a ser llamados espiritistas; algunos creaban templos o lugares de reunión, en la mayoría de los casos, su símbolo primordial era un indio, representante de las tradiciones mágicas desarrolladas por los primeros habitantes de esta Isla, y que aún estaban presentes en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX, como muestra de que nunca habían dejado de existir. Estos templos acogían a grandes cantidades de seguidores, que llegaban buscando consejo, consuelo y hasta magias destinadas a servir a sus caprichos. En nuestros días, estos centros casi no se ven, quedando en el recuerdo de muchos; se ha dado paso a otras tradiciones, muchas de ellas surgidas en nuestro ambiente antillano, siendo la más seguida la de la santería. No obstante, la magia antillana, evoluciona pero a la vez se conserva, siendo parte vital de nuestro ser.
Con el pasar del tiempo, todos estos individuos con poderes mágicos comenzaron a ser llamados espiritistas; algunos creaban templos o lugares de reunión, en la mayoría de los casos, su símbolo primordial era un indio, representante de las tradiciones mágicas desarrolladas por los primeros habitantes de esta Isla, y que aún estaban presentes en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX, como muestra de que nunca habían dejado de existir. Estos templos acogían a grandes cantidades de seguidores, que llegaban buscando consejo, consuelo y hasta magias destinadas a servir a sus caprichos. En nuestros días, estos centros casi no se ven, quedando en el recuerdo de muchos; se ha dado paso a otras tradiciones, muchas de ellas surgidas en nuestro ambiente antillano, siendo la más seguida la de la santería. No obstante, la magia antillana, evoluciona pero a la vez se conserva, siendo parte vital de nuestro ser.
Articulo importante para avivar la historia oral con los testigos que nos quedan de este bagaje cultural. Excelente Pablo.
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarTema muy interesante que ha sido un tanto olvidado por los historiadores, pero que aún permanece vivo en el imaginario colectivo.
ResponderBorrarTengo recuerdos de niña que se decía que este o aquel lugar tenía un llamado centro espiritista donde mucha gente acudía por ayuda. Me crié en Sabana Grande y es común ver imágenes yeso de indios nativos con penacho frente a alguna casa y hasta altares en la cima de alguna montaña.
ResponderBorrarMe encanta este tema y verlo en Puerto Rico es fascinante. Muchas gracias por escribirlo. No sé cómo hemos podido decir que los taínos se extinguieron si están en los toponimios, las comidas, nuestra sociedad matriarcal, la s aspirada que suena a jota y hasta los otros días (mediados del s. Xx) viviamos en bohíos...
ResponderBorrarExcelente trabajo. Muy interesante como otros artículos del blog. Gracias.
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