De clases
sociales
Fantasía y
violencia racial
Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…
Si “la verdad está en lo increíble —ximántara diama xitrán—“ (Euralas), es
porque la fantasía duplica lo Real. Lo calca en espejeo y lo desdobla en realidad y realeza.
Si
lo fantástico implica que el lector considere “el mundo de los personajes como
un mundo de personas vivientes” (T. Todorov, Introducción, 37), aún su carácter etéreo extremo presupone la
materia. Lo concreto obliga al espíritu
más sutil a manifestarse en lo tangible.
De lo contrario, permanecería oculto para un habitante terrestre y
mundano. Sea la lengua sonido y escrito,
pedestal del sentido, sin esa huella dual no hay comunicación. No hay idioma sin un espectro físico e inscripción. Sea el cuerpo biológico, cimiento de la psique,
sin su rondar, no hay figura literaria, aun si se llame alma en pena. Esta doble presencia palpable —lengua y
cuerpo de un “simio gramático”— hace
que la fantasía se arraigue en el reino físico de este mundo. La fantasía se imagina como un universo
posible, paralelo a la sociedad humana.
En
El Salvador, dos ejemplos clásicos se intitulan O-Yarkandal (1929/1969/1971/1996) de Salarué y, menos renombrado, La princesa está triste… (1925/1996) de
Raúl Contreras. Ambas obras no sólo
comparten una misma afición generacional — el orientalismo— (véase la foto de
ambos junto a Alberto Guerra Trigueros, en Contreras, Obra, 1996: entre 111-113). También
describen un mismo modo esclavista de producción. Por afición esotérica e imaginaria, a los
blancos les corresponde la posición dominante, mientras a los negros se les
asigna el quehacer de esclavos sometidos.
La dialéctica del amo-esclavo calca el tinte de la piel, según una
literatura fantástica en reflejo de lo social sin presencia indo-americana.
***
Léanse
las siguientes citas que describen un modo esclavista y racista del trabajo en O-Yarkandal (1969):
Krosiska […] marcaba a sus esclavos
con hierros candentes […] llamó a su esclava Bethez que era negra y le dijo:
— ¡Oh tú, márfil negro […]
(165-166).
A Sirsica [mujer de alcurnia] una negra
enjoyada y casi desnuda la asiste […] está como arrodillada entre sedas blancas
y es bella como una sombra, como la propia sombra de Sirsica. Al timón hay un negro robusto y en la proa,
en silencio, dos esclavos y dos esclavas.
En la popa hay un mozo pálido (200).
Ulusú-Nasar vivía en un palacete […]
los esclavos que atendían, se ataviaban tan sólo con entreperneras cuajadas de
rubíes y llevaban el cuerpo untado de óleo, que les hacía resplandecer como si
hubieran sido de ébano vivo […] Ulusú-Nazar poseía un suave matiz rosado (214).
Casi
todas las referencias a los esclavos los identifican como “negros”, mientras
que los amos, en cambio, son blancos. La
esclava de Sirsica, aunque bella, es la “sombra” de su patrona y el “matiz
rosado” de Ulusú-Nasar contrasta con el color ébano de sus sirvientes. El tono de la tez parece dictar la riqueza,
el poder y la posición social de los personajes. Además, el papel protagónico le corresponde a
los amos. Los esclavos aparecen
exclusivamente en el trasfondo, jugando una función secundaria de
ayudantes.
Hay
una marcada diferencia étnica y racial entre la servidumbre y sus amos. La división de clases se corresponde con una
distinción racial. Aunque no exista
instancia alguna de discriminación directa contra una población de origen
africano, su posición dentro de la jerarquía social del imperio demarca un
claro racismo. A ninguno de los
gobernantes, ni a los protagonistas pudientes, les preocupa en lo más mínimo
esa equivalencia entre el color negro de la piel y la esclavitud.
Además,
al percibir la realeza como “misión sagrada” (Salarrué, 1969: 185), se
presupone que una visión teocrática del poder la sustenta una ideología racista
apenas insinuada en el texto. De ahí que
el modo de producción del fabuloso imperio de Dathtalía se caracterice como
fundado en la esclavitud y en el racismo.
Las prerrogativas reales (real and
royal) son atributo de una población marcada por una “blancura” casi
“transparente” (175), una “blancura radiante” (202). Una de sus verdaderas maravillas “vuelve
rubias las cabelleras más negras” (Salarrué, 1969: 183).
Se
clasifique bajo el rubro de literatura astral, teosófica o fantástica no hace
variar el hecho social en sí: la clasificación de los grupos humanos por su tinte
de piel, premisa de una época anterior al ADN y al genoma. A lo sumo, ese código legitima el hecho para
sí de una sociedad dividida en clases sociales, a saber: la esclavitud de los
afro-descendientes y el tributo de reinos subalternos. La distribución espacial calca la pátina de
la dermis, como si la naturaleza dictase lo social, cuanto que nada más
arbitrario que clasificar los humanos o las frutas (fresa y tomate) por su
apariencia. Por un juicio crítico
original, “la realeza representa la jerarquía máxima y”, por tanto, simboliza
“la expresión de las jerarquías espirituales” (H. Lindo, en Salarrué, 1969:
LXIV). Acaso no habría “condición
mística o iniciática” (ídem) sin esa tajante servidumbre regulada por el
color. El cuadro siguiente resume la
distribución espacio-racial de los “reinos tributarios” (Salarrué, 1969:
163-164).
Norte: Ki-Su – hombres
amarillos
Noroeste: Askankán – Nordeste: Edimaputa –
hombres rojos | hombres
blancos
\
/
Oeste: Xibalbay/ — Samiramina — Este:
Zunzunte –
Xibaibailá: hombres Capital hombres negros
de barro
/ \
|
Sureste: Bagalgaya –
hombres color uva
Sur:
Kadputra – hombres grises
***
Como
episteme de la época, la equivalencia de la raza con la jerarquía social la
reitera Raúl Contreras en su obra La
princesa está triste… (1925/1996). Si
los “esclavos” son “negros” (31), la belleza de la princesa destaca por su piel
blanca, ojos verdes, rizos rubios (41-42).
En su enlace intermedio, se hallan los trabajos que se le asignan a
quienes divierten a la realeza. Las
“bailarinas” son de “Siria” (46) y los juglares, de “Bagdad” (50). En calco fiel, el ideal de raza caucásica lo
replican los poemarios Versos del ayer
(1920-1945/1996) y Niebla (1956/1996). Mientras la primera antología implora el
“cariño” de una “mujer” en el “armiño de sus manos” (155), el segundo libro, su
“mirada casi verde” (268). En preludio a
Niebla, Claudia Lars anticipa que la
“niña de palabras de agua pura” posee “color de nieve” y “blancura” (“A Lydia
Nogales”, 257). La fantasía jamás
imagina un mundo justo, trastocado por los Derechos Humanos más elementales
(artículo 1), esto es, una sociedad pos-esclavista y democrática en la cual las
diversas razas y etnias posean una voz política y un voto similar.
***
Mientras
en O-Yarkandal la mezcla racial
resulta un enigma acallado, en La
princesa está triste… la misceginación la castiga el asesinato del juglar
que osa transgredir los códigos de la jerarquía social. Al enamorarse de un subalterno, la princesa no
sólo reduciría su estatuto financiero: “es humilde su cuna”; “hablar con un
artista sería rebajarte” (96), le advierte el Hada. A la vez, enturbiaría el ideal poético del
albor inmaculado que encarna su cuerpo: “es linda y graciosa/rubia como el
trigo,/blanca como aljófar;/sus pupilas verdes”, idealiza el poeta (93).
Tal
es el misterio de la fantasía —sea esotérica o poética. No se permite un mestizaje racial entre los
amos blancos y los esclavos negros, ni tampoco entre el estamento superior y
los intermedios sirios o iraquíes. La
estratificación étnica es rígida y castiga cualquier transgresión al deseo de
traspasar esas fronteras. La justicia
socio-racial protege a la princesa blanca, al decretar la “horca” del poeta iraquí que se “balancea” cual péndulo humano
(152).
En
su defecto, se elude toda referencia a la misceginación como si existiera un
tabú de insinuarla. Habría quizás una
endogamia estricta que hace posible la separación absoluta del “matiz rosado” y
del “marfil negro”. No sólo se separan en el color sino en el vestido, en la filiación
étnica y en su rango social, acaso vivido como “misión sagrada” desde los orígenes. Uno de los límites de la fantasía la ofrece
la constitución de familias racial y culturalmente diversas. Ninguna obra fantástica poetiza la existencia
de unidades domésticas mixtas en raza y cultura.
Rafael Lara
Si
“habéis notado que doy preferencia a los cuentos que hablan de princesas y de
reyes” (182), olvidáis su tez blanca cual la certifica “la realidad de mi
realeza” (Salarrué, 1969:
230).
Por un juego de palabras —intraducible a otro idioma— lo Real remite a la monarquía y a la verdad
objetiva. Si el mundo imperial lo rige
la política, lo regio administra lo Real. Por la realeza, lo Real se vuelve realidad.
***
Al
presente que combate la impunidad, reclama la justicia y anhela aplicar los
derechos humanos, no le correspondería mitificar fantasías orientalistas. En cambio, su entereza política exige investigar
la manera en que se inventan diferencias sociales por el simple tinte de la
piel. Si esa disgregación social —amos
blancos, artistas árabes y esclavos negros— presupone una violencia fundadora,
su verdadera naturaleza se llama imaginación humana. Un imaginario cultural —la fantasía— concibe
que el color legitima la realeza y la realidad social. Se anota de nuevo la ausencia de toda
población indo-americana, aún encubierta por las premisas del silogismo maravilloso.
La
ecuación ficticia resulta más exacta que toda fórmula matemática. La pureza de la raza blanca debe mantenerla
una justicia despiadada. Su crueldad
legitima la jerarquía social por una blancura sinónima del albor y de la
decencia. El “alma negra” (165)
significa el pecado, como la “blancura” de nube, lo etéreo (Salarrué, 1969:
219). Al denunciar la violencia sinfín,
la actualidad observaría en la crueldad imaginaria de la fantasía un anuncio
certero de su larga dimensión en el pasado.
No hay nada nuevo bajo el sol del “crimen” organizado e institucional
(Contreras, 152).
Previo
a todo “plata o plomo” a la moda, se vaticina que el quinto mandamiento jamás
reza “no matarás”. Por lo contrario,
borgeanamente prescribe “si matas en nombre de lo que crees justo, no eres
culpable”. Tales asesinatos legales
producen “deleites para el ojo y el oído” —según la lectura original e irrefutable
del texto salarrueriano (A. Masferrer (1925), en Salarrué, 1969: 159). Igualmente, suscitan una emoción superior,
“tan poética y elegante” que sugieren el indulto (J. Cejador (1925), en
Contreras, 8).
En
síntesis, al hacer del “asesinato una de las bellas artes” (T. Quincey, 1827 y
1839), la crítica literaria clásica endulza el crimen disfrazándolo de esoteria
y de poesía. Por un cambio de
sensibilidad, la elegancia formal del homicidio ya no se evalúa por lo
“refinado” de su estilo (Masferrer, ídem).
Ahora rinde cuenta por el acto mismo de violencia institucional
solapada. Tan “bellas son en verdad las
historias que nos cuentas” (Salarrué, 1969: 242), como horrenda la división
racial que ocultan. La tortura que
justifican…
Bibliografía
Contreras,
Raúl. Obra poética. San Salvador:
Dirección de Publicaciones e Impresos, 1996.
David Escobar Galindo (compilador).
Revista Excelsior, 1928.
Salarrué. O-Yarkandal.
Historias-cuentos-y leyendas de un
remoto imperio. Cuscatlán: Tipografía Patria, 1929.
---. Obras escogidas. San Salvador: Editorial Universitaria de El
Salvador, 1969. Selección, Prólogo y
Notas de Hugo Lindo (vii-cxviii).
---. O-Yarkandal. Historia-cuentos-leyendas de un remoto
imperio. San Salvador: Dirección
de Publicaciones del Ministerio de Cultura, 1971.
de Publicaciones del Ministerio de Cultura, 1971.
---. O-Yarkandal. San Salvador: Concultura, Biblioteca Básica
de Literatura Salvadoreña, No. 5, 1996.
Todorov, Tzvetan. Introduction à la littérature fantastique. Paris: Editions du Seuil, 1970.
Rafael
Lara-Martínez es profesor de estudios hispanos en el Tecnológico de Nuevo
México/New Mexico Tech, Socorro, NM, EEUU.
Escribe bajo supervisión de La Llorona/Cihuanahual.
En la ilustración: Nótese el sesgo racial y
de género que recobra la fantasía teosófica de Salarrué. La “mercancía tan apetecida de los hombres”
(213), una “bella” mujer desnuda se le ofrece al “afortunado” mercader y visir
(214). La realización del deseo
masculino —la del varón acaudalado— la protege un esclavo “negro” (Salarrué,
1969: 214), semi-desnudo, al servicio de la majestuosa blancura (Excelsior, 15 de septiembre de
1928). Distintivo étnico y de género, el
vestido y la piel se proyectan hacia la baldosa que los remeda, en un tablero
de ajedrez que enfrenta los opuestos en un doble jaque mate: erotomaquia mujer desnuda-hombre vestido y lucha étnica de
clases.
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