Fragmento de la introducción al libro Rafael
Martínez Nadal: El nacionalismo de un estadista
Melvin
Rosario Crespo
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Vivimos
en un país dividido por una gran mentira. Hemos creído que somos capaces de
ganar algún respeto si escogemos una de las propuestas tribus políticas de
nuestro quehacer y la defendemos hasta la muerte; no sólo en las ideas, sino
personalmente, sentimentalmente. Hemos creído que todo lo bueno lo tiene la
tribu a la cual pertenecemos ya sea por tradición, por convicción o por
necesidad. Las “otras” tribus no tienen nada que ofrecer porque son enemigos a
los cuales no podemos doblegarnos porque perdemos. El fracaso de la idea de un
puertorriqueño sobre la victoria de un puertorriqueño es la ganancia de la
democracia puertorriqueña, la cual debe ir por encima de cualquier victoria o
fracaso entre los puertorriqueños. Pero no se nos enseñó bien. Promovemos la
victoria del puertorriqueño sobre el fracaso del puertorriqueño. Por lo tanto,
no debemos perder. Hemos sido de las tribus independentistas, estadolibristas,
estadistas. También hemos sido de las tribus terroristas, nacionalistas,
izquierdistas, indefinidos, del centro, del centro izquierda, del centro
derecha, vende patria, “yankee”, “americano”, derechista y quién sabe cuántas
más. Nuestro país ha sido dividido con un pretexto político que pudo servir a
algunos, pero dejó de servir al proyecto de país, dejó de servir al pueblo hace
mucho tiempo atrás. Prácticamente, estamos obligados a escoger una de esas
tribus disponibles para poder escoger el uniforme del ejército al cual servimos
y que luego puedas reconocer al enemigo fácilmente por el color. Somos la tribu
política partidista, somos rojos, somos azules, somos verdes, somos negros,
podemos ser melones o sabe Dios qué más pudiéramos llegar a ser. Nuestros
cuarteles son identificados con las banderas del color de la ignorancia y
nuestras armas los insultos. Nuestras estrategias de combate, la división,
principalmente. Al ganar la batalla eleccionaria, sólo se beneficia el ejército
vencedor. Es la mejor oportunidad para fortalecer al ejército vencedor, pero
herido en el combate; así que saquear la isla y aniquilar económicamente al
adversario para la preparación o sobrevivencia a la próxima batalla en una
guerra que por estar divididos no aparenta tener fin. No somos capaces de
mirar, pensar o actuar sin el lente tribal.
Una de
nuestras pretensiones en este trabajo es llenar el espacio histórico existente
sobre el ideal de la estadidad entre el periodo que transcurre de José C.
Barbosa a Luis A. Ferré. En ese sentido se plantea a Martínez Nadal como el puente entre ambos; haciéndolo
responsable de haber mantenido vivo ese ideal cuando se encontraba cerca de su
desaparición y posteriormente guiar el mismo a una de sus más importantes
victorias desde su fundación. El lector también obtendrá una propuesta de
redefinición del pensamiento de lo nacional. En ella se pretende la inclusión
de todos los puertorriqueños en un sentimiento patrio. Se propone que el
conjunto de elementos que comprenden el sentimiento llamado puertorriqueñidad
no es negociable, excepto por la propia voluntad del individuo. O sea, que sólo
puede ser renunciado “motu proprio”
por el individuo porque no se siente parte de la nación que lo reclama. Eso nos
lleva a promulgar que todos tenemos el derecho inalienable de sentirnos
puertorriqueños primero. A su vez, se requiere la expropiación forzosa de los
conceptos patria, nación, puertorriqueñidad para devolvérselos al pueblo, a
todo el pueblo. Tal como hemos mencionado, el sentimiento e ideal de lo
nacional pertenece a todo el que se sienta poseerlo, amarlo, atesorarlo sin
distinciones, sin ambages, sin escondites, sin trincheras y, claro está, sin
colores.
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