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jueves, 21 de diciembre de 2023

Fragmento apéndice Inventario resistencia

Fragmento del apéndice del libro Inventario comentado de resistencia de los esclavos y de la lucha abolicionista en Puerto Rico, siglos 16 al 19 de Francisco Moscoso

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En la obra pionera sobre el tema, Esclavos prófugos y cimarrones. Puerto Rico, 1770-1870, publicada en 1984, el historiador Benjamín Nistal Moret (1944-1993) brinda una joya de investigación, meticulosamente documentada con fuentes del Archivo General de Puerto Rico (AGPR) y, a su vez, elaborando un análisis profundo sobre este tema. Estudió sobre 700 casos cubriendo el periodo indicado. Nistal Moret señaló el incremento del tráfico de esclavos bozales, importados directamente de algún país de África occidental al sur del gran desierto del Sahara, que divide el norte del medio y sur del continente, habitado por gentes predominantemente de piel negra. Ello coincidió, especialmente en las décadas de 1820 a 1850 con el crecimiento de la economía de la agricultura comercial del azúcar, café y tabaco. Los esclavos bozales se conjugaron con los esclavizados criollos, como venía sucediendo desde el siglo 16.

Antes del 1840 se dieron diversos eventos de intentos de fugas colectivas, incluso con intenciones de abandonar la isla por mar hacia la isla vecina de Santo Domingo, tenida por los esclavizados como horizonte de libertad.

Nistal Moret propuso que hubo dos formas de cimarronaje, la colectiva o de grupos y la limitada, es decir, de casos individuales y objetivos menores (como procurar descanso, visitar amistades, buscar comida, y luego volver a las propiedades). Se puso en evidencia, además, que muchos prófugos fueron ocultados y protegidos por habitantes libres en solidaridad espontánea contra la explotación esclavista.

Contrario a la propaganda oficial de adjudicar la abolición principal o exclusivamente a los abolicionistas entre las propias clases propietarias y profesionales, y la legislación promovida en el congreso y ante el gobierno de España, sin quitarle sus méritos, Nistal Moret subrayó la lucha cotidiana de los propios esclavizados por su libertad. En este caso mediante el cimarronaje como una de las formas de resistencia constante y que erosionaron la esclavitud desde abajo y desde adentro del propio sistema socioeconómico.

Hay documentos que brindan datos extraordinarios sobre algunos esclavos y esclavas, como los siguientes. En 1831, el negro Andrés Melitón se escapó de la cárcel de Cangrejos y del cepo donde lo tenían inmovilizado, rompiendo el candado, “por donde se fugó a pesar de no tener más que una pierna”.  El negro bozal cimarrón Santiago Rosado vivió escondido “en el tronco de un árbol de úcar que tenía una gran cavidad tan proporcionada para su ocultación”, cerca del barrio del Zarzal, antes de ser capturado en Luquillo.

Por otra parte, en 1822, el negro Rovesino oriundo de la isla de Santo Domingo y de unos 40 años, se fugó de la hacienda de don José Martínez, en Guaynabo; hablaba español, francés, danés e inglés. La criolla negra Juliana, de Martinica, hablaba español, inglés, “y el lenguaje nativo francés”.

En 1825, un negro bozal (no hablaba español) atrapado en Quebrada Arenas, fue puesto en la cárcel de Guaynabo, en solicitud de su dueño. Se estimó su edad como de 24 años, y tenía un adorno corporal descrito así: “con una marca figurando una palma desde el ombligo hasta el cuello, a los lados sobre el pecho tres rayas pequeñas, que guardan simetría, en las megillas unas rayas largas, y sobre las sienes tres más pequeñas…y en el entresijo y frente otras tres…”. El pintor Jaime Romano hizo un dibujo imaginario de este y otros casos, para el libro de Nistal Moret.

El caso del negro cimarrón Jacinto dramatiza como hubo esclavizados que lucharon con uña y dientes por su libertad. Se defendió con una lanza contra una patrulla de soldados que lo atraparon “en los montes del Peñon”. Luego de ser preso en la cárcel de Ponce, resistió hasta dentro de la celda. El alcaide de la cárcel informó que “el negro se resistía contra toda persona que quería reducirlo a que se entregase, y que con una lanza que tenía consigo como que escalaba las paredes del calabozo tal vez para safar algún balaustre de las ventanas, pues que a todos los que acercaban por allí les arrojaba pedazos de ladrillo y mezcla que arrancaba”. Jacinto fue muerto en traslado de la cárcel de Ponce a Juana Díaz.

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