¿Existió tal cosa como una cultura colonial?
Una gente abandonada a la buena de Dios[1]
Por
Dr. Armando J. Martí Carvajal
Profesor Adjunto
Departamento de Historia
Universidad Interamericana de Puerto Rico
I
Con frecuencia humanistas y científicos sociales
utilizan la expresión “cultura colonial” para referirse al desarrollo de la
sociedad puertorriqueña durante el período de dominación española. Ahora, esa
expresión, “cultura colonial”, siempre nos ha provocado dudas. ¿A qué,
específicamente, se refieren con ella? ¿Acaso hay algún patrón cultural
representativo, único y universal de las colonias? ¿Cuáles son sus rasgos (traits)
culturales? ¿Existe algún artefacto diagnóstico de esa “cultura”? A ciencia
cierta, ¿existe tal cosa como una “cultura colonial”?
II
La raíz de esta interpretación surge de una visión
generalizada entre muchos estudiosos sobre las conquistas europeas, reflejada
en las siguientes palabras de Francisco Morales Padrón:
Cuando dos pueblos entran en relación, el más primitivo suele acusar una
decadencia física y moral. Máxime cuando el más civilizado se empeña en imponer
su cultura y en utilizar al dominado.[2]
Este postulado no se limita a autores españoles, como
demuestra lo que Edward Gaylord Bourne escribió en Spain in America:
The Spanish colonial empire lasted three centuries, a period nearly as long as that of the sway of imperial Rome over Western Europe. During these ten generations the language, the religion, the culture, and the political institutions of Castile were transplanted over an area twenty times as large as that of the parent state. What Rome did for Spain, Spain in turn did for Spanish America. In surveying, therefore, the work of Spain in the New World, we must realize from the start that we are studying one of the great historical examples of the transmission of culture by the establishment of imperial domain, and not, as in the case of English America, by the growth of little settlements of immigrants acting on their own impulse.[3]
O sea, de acuerdo a esta interpretación, los
castellanos al conquistar a América en general, pero en nuestro caso particular
a las Antillas, se impusieron con tal poderío que suprimieron y desplazaron
todo el complejo cultural taíno de las islas y lo sustituyeron con el suyo.
Si esta interpretación está correcta, el desarrollo
cultural de Puerto Rico, y del resto de las Antillas, debió ser controlado por
oficiales coloniales siguiendo esquemas y directrices metropolitanas, la
sociedad insular estaría dominada por los peninsulares, y la “cultura colonial”
tendría pocos, si alguno, rasgos culturales arahuacos o africanos.
Ciertamente las Antillas fueron conquistadas y
colonizadas por Castilla, y entre 1509 y 1898 la isla fue parte del otrora
vasto imperio español. Años en los cuales el gobierno de Puerto Rico era
nombrado y dirigido de acuerdo a órdenes e instrucciones metropolitanas. Pero,
¿acaso el hecho militar y político representó la total desaparición de todo
rasgo o elemento cultural extraño a Castilla o España?
III
Si se va a estudiar una situación lo primero que debe
hacerse es definir los términos que rigen la cuestión para establecer una base
teórica clara. Según la definición clásica de Edward B. Tyler (1871), para los
antropólogos, “la cultura, o civilización”, es:
…esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el hombre en cuanto pertenecientes a la sociedad.[4]
Esta definición en ocasiones se ha resumido en decir
que “cultura” es el comportamiento transmitido de generación en generación,
como, por ejemplo, las costumbres y modales. En esta línea de pensamiento Ralph
Linton escribió que “cultura” es:
…la configuración de la conducta aprendida y de los resultados de la conducta, cuyos elementos comparten y transmiten los miembros de una sociedad.[5]
Claramente podemos ver que el concepto antropológico
tiene un significado muy diferente y mucho más profundo que la definición
popular del término. Como Linton reconoció:
El termino cultura… se refiere a la forma de vida de cualquier sociedad, y no simplemente a las zonas que la misma sociedad considera como más elevadas o deseables. (…) De lo anterior se deduce que para el sociólogo no existen sociedades ni individuos que carezcan de cultura. Toda sociedad posee una cultura, por muy sencilla que sea, y todo ser humano es culto en el sentido de que es portador de una u otra cultura.[6]
Para la Antropología la pregunta no es si un hombre
tiene cultura, sino cuál es su cultura.
Veamos el significado del término colonia. Según
Louis-Marie Morfaux, “colonia” es un:
Territorio políticamente controlado por un Estado extranjero que se apropia de él instalando en el mismo a sus nacionales, los cuales se yuxtaponen a la población indígena; la colonización tiene oficialmente por finalidad hacer fructificar el país ocupado para el bien general, y en especial para los autóctonos; el término colonialismo designa la explotación más o menos acentuada de éstos por parte de los colonos y en beneficio de estos últimos.[7]
En la misma vena Benjamin J. Cohen indicó que el
imperialismo es una relación internacional, o sea entre naciones, con toda la
ambigüedad del término, pero que no debemos pensar que éstas siempre actúan de
forma unida ni singular, y que la relación no es una entre iguales.[8] A lo que añadió:
Imperialism refers to those particular relationships between inherently unequal nations which involve effective subjugation, the actual exercise of influence over behavior. The concept is basically operational. Inequality is the necessary condition; active affirmation of superiority and inferiority is the logical condition of sufficiency. As George Lichtheim has written, “What counts is the relationship of domination and subjection”.[9]
O sea, que el gobierno y administración del territorio
y sus recursos están controlados por la metrópoli y los colonos, sin pedir el
consentimiento ni consultar a los habitantes del territorio colonial. En estas
condiciones se desarrolla un sistema de explotación de los recursos y
habitantes de la colonia. Por lo tanto, la característica principal en el
imperialismo es “a particular asymmetry- the
asymmetry of dominance and dependence [énfasis original]”.[10]
De acuerdo a la dicotomía de Albert Galloway Keller,
los europeos desarrollaron dos tipos de colonias en el Nuevo Mundo. Las “farm colonies” que se establecieron en
las regiones que tenían un clima similar a Europa, mayormente en la zona
templada, produciendo básicamente los mismos artículos y frutos que Europa. Estas
tierras eran lugares donde colonos europeos intentaron reproducir sus tierras
natales. Claramente, las farm colonies
corresponden a lo que Alfred W. Crosby llamó las “Neo-Europas”.[11] El otro
tipo de colonia, las “exploitation colonies”,
producían y exportaban materiales que no se producían en Europa. Estas, según
su interpretación, se localizaban mayormente en las zonas tropicales[12],
lugares como las Antillas y Puerto Rico.
En todos estos esquemas teóricos y definiciones, es
evidente, que tanto el término “colonia”, como el de “imperialismo” se refieren
a fenómenos políticos y económicos, no a un fenómeno cultural según la
definición antropológica.
IV
Para la antropología cuando dos, o más, sociedades
entran en contacto se produce el fenómeno conocido como transculturación o
aculturación. Esto se refiere a una fusión de aspectos y elementos de las
culturas envueltas. Para el antropólogo cubano Fernando Ortiz la
transculturación era como la “cópula
genética” donde “la criatura siempre
tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno
de los dos”.[13]
Por su parte, George M. Foster presentó una
interpretación del proceso según la cual, en un período relativamente corto, la
integración de los elementos de las diferentes culturas produce una cultural crystallization (cristalización cultural).[14] Su
explicación del proceso es sumamente “elegante”:
The basic outlines of the new colonial cultures took shape at a rapid rate. Once they became comparatively well integrated and offered preliminary answers to the most pressing problems of settlers, their forms became more rigid: they may be said to have crystallized. After crystallization, and during a period of reasonably satisfactory adjustments to social and natural environments, the new Spanish American colonial cultures appear to have become more resistant to continuing Spanish influence. These stabilizing cultures were then less receptive to change and less prone to accept new elements from the parent culture which had been left behind or rejected in the initial movement.[15]
Por lo tanto, debemos reconocer que la sociedad que
surge de esta “cópula genética”
difiere significativamente de las culturas matrices. Los patrones culturales de
ésta corresponden a una selección de elementos de las sociedades originales,
presentando características nuevas y únicas. Para Ortiz esto significaba “el
proceso de tránsito de una cultura a otra”.[16] El
resultado es el surgimiento de una entidad cultural o etnia nueva, lo que Ortiz
denominó “neoculturación”.[17]
La teoría de Foster choca con la interpretación de Ortiz,
que pensaba que el proceso era continuo, una “perenne transitoriedad”,
energizado por la llegada de nuevos grupos de inmigrantes.[18] También
contrasta con la visión de Anthony D. Smith que considera que la formación de
una nación es el resultado de procesos a largo plazo.[19] Esta,
básicamente, es la misma interpretación histórica que don Antonio S. Pedreira
hizo sobre Puerto Rico en Insularismo. Desde la perspectiva de Pedreira la
sociedad de la isla no había tenido tiempo de desarrollar una cultura nacional.[20]
V
Kathleen Deagan ha indicado que los estudios
arqueológicos de la región de las Antillas castellanas, en la que se incluye a
La Florida, han sido dominados por los planteamientos teóricos de Ortiz y Foster.[21] A
consecuencia de esto, los estudios se han tornado mayormente a modelos
etnogenéticos, donde el concepto de transculturación, entre una variedad de
grupos se considera el más preciso, o por lo menos, más apropiado.[22] Estos
estudios arqueológicos tienden a confirmar que, efectivamente, el proceso
ocurrió tal como plantearon los modelos de Ortiz y Foster.
Entre
los indios “Western Timucua” (timucua occidentales) de La Florida, por ejemplo,
Deagan determinó que “the changes in social, religious, and political
structures were particularly manifest in the generation following the one which
experienced initial European contact”.[23]
Ahora, el proceso no sólo afectó a los indígenas. Al escribir sobre San
Agustín, en La Florida, Edward Chaney y Deagan concluyeron que “apparently the Spanish were quick to adopt
certain items of aboriginal material culture, such as pottery, because they had
difficulty obtaining Spanish-made ware.”[24]
Por otra parte, Charles R. Ewen al escribir sobre
Puerto Real en La Española (investigación arqueológica dirigida por Deagan)
dijo que “The question of when
crystallization occurred is impossible to pinpoint. (…) Some crystallization
would be expected after five years”.[25] En la obra Columbus’s
Outpost Among the Taínos, Deagan y José
María Cruxent claramente establecen que para mediados del siglo XVI la mayoría
de los hogares hispanoamericanos, irrelevante de su estatus social, diferían
marcadamente de los de la España de la época.[26] Lo
que emergió, de acuerdo a sus estudios, fue un modo de vida que incorporó
muchas supervivencias y rasgos taínos, africanos y, muchos más, europeos.[27]
Estudios de otros investigadores, como Elpidio Ortega
y Carmen Fondeur, en Santo Domingo[28], y
Lourdes Domínguez, en La Habana Vieja y el Yayal, en Cuba[29],
también han revelado evidencia que la transculturación no sólo ocurrió entre
los indios, sino que también entre los castellanos.
VI
Según Cohen, como ya vimos, la característica
principal del imperialismo es el fenómeno de “dominance and dependence” (dominio y dependencia). Esta
interpretación ha sido adoptada por muchos investigadores para explicar el
desarrollo de la sociedad puertorriqueña.
Nuestros estudios de las fuentes primarias y
documentos de Puerto Rico correspondientes a los siglos XVI al XVIII demuestran
que el control metropolitano sobre la situación y vida de los “naturales”, como
llamaban los peninsulares a los nativos de las colonias, fue muy limitado, si
es que realmente existía.[30] La
descripción de Puerto Rico que hizo el Obispo Fray Diego de Salamanca en 1579
es representativa de la situación:
...quasi toda ella es despoblada estan tan derramados los moradores della que es necesario andala toda y esto... es vno de los ynconbuenientes que yo entender de aca para el buen guobierno spiritual y temporal della… porque de no estar reducidos y ayuntados en forma de pueblo los vezinos se sigue no poderse aprouechar quando para el seruicio de vuestra magestad es nezesario y no poderlos castigar de muchas ynsolencias que hazen y malas costumbres que tienen… estos ni sirven a dios nuestro señor ni a vuestra magestad ni saben que cosas e misa ni sermon en todo el año ni se confiesan quando deben ni guardan quaresma ni los días prohibidos de comer carne…[31]
Dos siglos después, en 1765, el mariscal Alexandro
O’Reylly explicó al rey Carlos III que la colonia se había poblado:
…con algunos soldados sobradamente acostumbrados a las armas para reducirse al trabajo de campo: agregaronse a estos un número de Polizones, Grumetes y Marineros que desertaban de cada embarcación que allí tocaba…[32]
Añadiendo que “…esta
gente por sí muy desidiosa, y sin sujeción alguna por parte del Gobierno, se
extendió por aquellos campos y bosques…”.[33] El
Mariscal llegó prácticamente a las mismas conclusiones que Salamanca sobre las
consecuencias de la disgregación de la población:
…la resulta fue, repartirse mucho más el vecindario en gravísimo perjuicio del pasto espiritual, mutuo socorro y trato. Imposibilitar las escuelas y frecuencia de toda doctrina; dificultar su defensa, quitar más y más todo estimado de aplicación y cultura.[34]
Unos años más tarde Fray Iñigo Abbad y Lasierra
escribió que “la soledad en que viven en
sus casas, de campo, los acostumbra al silencio y cavilación”.[35] Los
habitantes de Puerto Rico estaban, como dijo Arturo Morales Carrión, “abandonados a la
buena de Dios”.[36]
Otro elemento que surge con prominencia del informe de
O’Reylly, y en parte consecuencia de la población “derramada”, fue el
contrabando. El notó que “El trato
ilícito se hace con mayor franquesa en toda la Isla…”[37],
concluyendo que los habitantes de Puerto Rico:
En el día han adelantado alguna cosilla más, con lo que les estimula la saca que hacen los estrangeros de sus frutos y la emulacion en que los van poniendo con los listados, bretañas, pañuelos, olanes, sombreros, y otros varios géneros que introducen, de modo que este trato ilícito que en las demás partes de América es tan perjudicial a los intereses del Rey y del comercio de España, ha sido aquí util.[38]
La causa principal del contrabando fue la marginación
de la Isla por los comerciantes y gobierno peninsular desde el siglo XVI. En
mayo de 1662 el maestre de campo Juan Pérez de Guzmán informó que en once años
no había visitado el puerto un barco mercante. Cien años después Abbad y
Lasierra escribió que “el comercio de Puerto Rico con España es ninguno”.[39] La
ausencia de trato con España promovía el contrabando y entorpecía las
comunicaciones con la metrópoli, y era la causa por la cual, fuera de San Juan,
“el resto de la colonia poco o nada consume de España”.[40] Al
punto que, de acuerdo a O’Reylly, los recaudos de la Real Hacienda sólo
ascendían a 10,804 pesos, mientras que las importaciones hechas a través del
contrabando eran de más de 43,000 pesos.[41]
Evidentemente el contrabando era una completa
violación de las leyes imperiales y de las órdenes de la Corona, pero, como
reconoció O’Reylly, este fue la salvación de los puertorriqueños.[42]
VII
El término “colonia” es una referencia a una relación
entre naciones o pueblos. Es, de acuerdo a las definiciones, una relación
desigual, basada en la dominación y explotación. O sea, que es un fenómeno
político y económico, pero que en si mismo no es un fenómeno cultural, aunque
pudiese afectar al desarrollo de los pueblos envueltos. La realidad es que, en
la teoría antropológica, la independencia, política o económica, no es
prerrequisito para el desarrollo cultural. Pensar que la “dependencia” -sea
política o económica- de por si inhibe el desarrollo cultural en una colonia
parece ser una aseveración sin fundamento.
La realidad es que para la antropología, como planteó
Ortiz, la interacción entre diferentes sociedades produce un proceso de
transculturación, o sea la mezcla de elementos y rasgos culturales. Esto, según
Foster, produce un fenómeno de “cristalización cultural”, que ocurre “at a rapid rate” (a ritmo rápido). Los
estudios arqueológicos en las Antillas castellanas tienden a confirmar los
planteamientos teóricos de ambos estudiosos. Como señaló Deagan, la
“cristalización cultural” de Foster corresponde al fenómeno que Ortiz llamó “neoculturación”,
o etnogénesis. O sea, la creación de una nueva cultura.
Debemos darnos cuenta que aún si el fenómeno colonial,
como lo planteó Cohen, fuese correcto, la interpretación de que Puerto Rico
fue, en este período, una colonia de explotación, sometida y dependiente del
imperio, es altamente cuestionable.
La evidencia documental es clara. El modo de vida que
se desarrolló en Puerto Rico entre los siglos XVI y XVIII no responde a la opresión
y explotación de los criollos, y mucho menos de un fuerte control imperial. Lo
que surge de las descripciones de los cronistas es una sociedad aislada y
olvidada por su metrópoli; abandonada a sus propios medios.
Las circunstancias en que se conformó Puerto Rico no
eran conducentes a la dependencia, ni la explotación, características del
imperialismo.[43] Como muy bien dijo Fernando Picó, la Corona
no tenía un rol en la vida cotidiana del puertorriqueño.[44]
Como ya hemos indicado en el pasado, el modo de vida
que evolucionó en la Isla entre los siglos XVI y XVIII, respondía más al medio
y circunstancias insulares que a la relación política con España.[45] Esta
fue una sociedad donde las leyes, cédulas e instituciones imperiales eran, como
dijo Picó, inoperantes[46] y,
mayormente, irrelevantes. Este pueblo, desdeñado por las autoridades y
comerciantes imperiales, desarrolló, de forma ingeniosa, alternativas propias
que permitieron sobrevivir a sus miembros. Deagan y Cruxent creen que estos
comportamientos de los colonos fueron los que llevaron en última instancia al
surgimiento de la sociedad criolla.[47]
Ante esto es para nosotros evidente que la
interpretación tradicional de la historia de Puerto Rico sufre de un enorme
defecto; se enfoca la relación legal, olvidando que una cosa es la letra de la
ley y otra la realidad humana.
Las sociedades y culturas tienen múltiples facetas y
elementos; no se pueden definir basándose únicamente en sus aspectos políticos
o económicos. Colonial puede ser un concepto valido para la Ciencia Política, Economía
y quizás hasta para la Sociología, pero para Antropología, que es la ciencia
que estudia a las etnias y culturas, el término, por lo menos en nuestro caso,
parece no aplicar.
Dada la evidencia, debemos desechar la creencia que la
relación política no permitió el desarrollo de una cultura nueva y propia de la
colonia. También debemos cuestionar la validez de la idea de que el desarrollo
cultural está absolutamente supeditado, sometido o dependiente del poder
metropolitano. Más aún, consideramos que le expresión “cultura colonial” se
debe sustituir por cultura criolla o, aún más apropiado, cultura
puertorriqueña.
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[1] Una versión anterior de este ensayo se publicó con el título “¿Cultura
Colonial? El Complejo Cultural de Puerto
Rico, Siglos XVI al XVIII” en Armando J. Martí. Ensayos sobre las islas Boriquén y San Juan de Puerto Rico (San
Juan: Editorial Nuevo Mundo, 2007), págs. 233- 249.
[2]
Francisco Morales Padrón. Teoría y leyes
de la conquista (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica del Centro
Iberoamericano de Cooperación, 1979), pág. 354. [“La experiencia reformadora de
los jerónimos (1516-1518)”].
[3]
Edward Gaylord Bourne. Spain in America
1450-1580 (New York: Barnes & Noble, Inc., 1962), p. 202.
[4]
Edward B. Tylor. “La ciencia de la cultura” (traducción de Germán Hynes) en Los orígenes de la antropología.
Introducción, notas y selección de textos por Fernando Mateo (Buenos Aires:
Centro Editor de América Latina, 1977), pág. 125.
[5]
Ralph Linton. Cultura y personalidad, traducción de Javier Romero, séptima
reimpresión (México: Fondo de Cultura
Económica, 1978), pág. 45.
[6]
Ibídem, págs. 43-44.
[7]
Louis-Marie Morfaux. Diccionario de
ciencias humanas (Barcelona: Grijalbo, 1985), pág. 52.
[8] Benjamin J. Cohen. The question of Imperialism: the Political
economy of Dominance and Dependence London:
The Macmillan Press, 1974), págs. 13-15.
[9] Ibídem, pág. 15.
[10] Ibídem, pág. 15.
[11] Alfred W. Crosby. Ecological Imperialism: The Biological
Expansion of Europe, 900-1900 (Cambridge: Cambridge University Press,
1986), págs. 2-3.
[12] Albert Galloway Keller. (Boston:
1908), citado por C. H. Haring. The Spanish Empire in America (New York: Harbinger Books,
1963), págs. 27-28.
[13] Fernando Ortiz. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar
(Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978 [reimpresión 1987]), pág. 96.
[14] George M. Foster: Culture and Conquest: America’s
Spanish Heritage (Chicago: Wenner-Gren Foundation, Quadrangle Books, 1960),
pág. 227.
[15]
Foster, págs. 232-233.
[16]
Ortiz, Contrapunteo cubano…, pág. 93.
[17] Ibídem, pág. 96.
[18] Ibídem, pág. 95.
[19] Anthony D. Smith. The Ethnic Origins of Nations (Oxford:
Blackwell Publishers, 1999), pág. 212.
[20]
Antonio S. Pedreira. Insularismo (Río Piedras: Editorial
edil, 1971), pág. 136.
[21] Kathleen Deagan. “Transculturation
and Spanish American Ethnogenesis: The Archaeological Legacy of the
Quincetenary” en Studies in Culture Contact:
Interaction, Culture Change and Archaeology, editado por James G. Cusick
(Carbondale: Center for Archaeological Investigations, Southern Illinois
University, 1998), pág. 27.
[22] Ibídem, págs. 25, 28-30.
[23] Kathleen A. Deagan. “Cultures in
Transition: Fusion and Assimilation among the Eastern Timucua” en Tacachale: Essays on the Indians of Florida
and Southeastern Georgia during the Historic Period, editado por Jeralt T.
Milanich y Samuel Proctor (Gainesville: The University Presses of Florida,
1978), pág. 115.
[24] Edward Chaney y Kathleen Deagan.
“St. Augustine and the La Florida Colony: New
Life-styles in a New Land” en First
Encounters: Spanish Explorations in the Caribbean and the United States, 1492-1570
(Gainesville: University of Florida Press, 1989), pág. 171.
[25] Charles R. Ewen. From Spaniard to Creole: The Archaeology of
Cultural Formation at Puerto Real,
Haiti
(Tuscaloosa: University of Alabama Press, 1991), pág. 48.
[26] Kathleen Deagan y José María
Cruxent. Columbus’s Outpost among the Taínos: Spain and America at La Isabela,
1493-1498 (New Haven: Yale University Press, 2002), pág. 222.
[27] Ibídem, pág. 227.
[28]
Elpidio Ortega. Arqueología Colonial de
Santo Domingo (Santo Domingo: Fundación Ortega Álvarez, 1982).
[29]
Lourdes Domínguez. Arqueología colonial
cubana (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1985).
[30] Armando J. Martí Carvajal.
Formación y surgimiento de la nación puertorriqueña: siglos XVI al XVII,
evidencia documental y arqueológica. Tesis para el grado de Maestría. San
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----- “Surgimiento del jíbaro puertorriqueño: el modo de
vida criollo (1541-1778)”. Tebeto: Anuario del Archivo
Histórico Insular de Fuerteventura, Nº. 19. Cabildo de Fuenteventura, Islas Canarias, 2006.
[31] Diego de Salamanca: “Carta del Obispo Fray Diego de
Salamanca, agustino, en 1579” en Boletín
histórico de Puerto Rico de Puerto Rico, tomo XI, editado por C. Coll y
Toste, Tip. Cantero, Fernández & Co., San Juan, 1924, pág. 199.
[32]
Alexandro O’Reylly: “Memoria de D. Alexandro O’Reylly sobre la Isla de Puerto
Rico” en Crónicas de Puerto Rico: desde
la conquista hasta nuestros días (1493-1955), selección de E. Fernández
Méndez, Editorial Universitaria, Río Piedras, 1981, pág. 241.
[33]
Ibídem, pág. 241.
[34]
O’Reylly, pág. 242-243.
[35]
Abbad y Lasierra, pág. 183.
[36]
Arturo Morales Carrión. Historia del
pueblo de Puerto Rico, séptima edición, San Juan, Editorial Cordillera,
1998, p. 182.
[37]
O’Reylly, pág. 258.
[38]
Ibídem, pág. 258.
[39] Abbad y Lasierra, pág. 167.
[40]
Ibídem, pág. 168.
[41]
O’Reylly, págs. 239-240.
[42] Ibídem, pág. 241.
[43] Benjamin J. Cohen en The
Question of Imperialism asocia esta visión con la interpretación del
“neocolonialismo” de “marxistas y radicales latinoamericanos. Cohen. The
question of Imperialism: the Political economy of Dominance and Dependence (London:
The Macmillan Press, 1974), pág. 189.
[44]
Fernando Picó, Historia general de Puerto
Rico, quinta edición, (Río Piedras, Ediciones Huracán, 1990), pág. 113.
[45] Armando J. Martí Carvajal.
“Surgimiento
del jíbaro puertorriqueño: el modo de vida criollo (1541-1778)” en Tebeto:
Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, Nº. 19. Cabildo
de Fuenteventura, Islas Canarias, 2006.
[46] Picó, pág. 96.
[47]
Kathleen Deagan y José María Cruxent. Archaeology
at La Isabela: America’s First European Town (New Haven: Yale University Press, 2002), pág. 273.
Siempre pensé que este trabajo tendría muchas reacciones. Para mi sorpresa, hasta el día de hoy, ni un solo comentario.
ResponderBorrarSaludos Armando. Es un excelente escrito.
BorrarDisfruté mucho de la lectura de su interesante ensayo, en el cual muestra su preocupación con la idea de una cultura colonial, presumiblemente típica de los habitantes de tierras subordinadas.
BorrarPienso que habría que decir que el caso de Puerto Rico (colonia de habla hispana, de poca población y gran dispersión geográfica), no fue típico del resto del Caribe, sobre todo la de aquellos lugares donde se establecieron colonias de plantación de mayorías afrodescendientes, por razones que han sido examinadas por varios autores.
Bueno, Pablo, a tomado seis años, pero al fin hubo una reacción. Me parece que a los "reunificacionistas" no les ha gustado.
BorrarGracias Armando J. Marti. No pude parar de leer! 😄 Execente trabajo.🎉🎊
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