El Aprendiz que superó a su maestro: reseña de The Apprentice
José E. Muratti Toro
Ayer fui a ver The Apprentice, dirigida por
el cineasta iraní residente en Dinamarca Ali Abbasi y protagonizada por actor
rumano-estadounidense Sebastian Stan (Bucky Barnes / Winter Soldier), el
estadounidense Jeremy Strong (Kendall Roy en Succession) y la búlgara María
Bakalova (Borat Subsequent Moviefilm), en una de las salas más pequeñas de Fine
Arts de Caribbean Cinemas en Popular Center (también disponible en Fine Arts
Miramar).
Más que un abogado, Cohn era un “fixer”, un
provocador y extorsionista miembro del jet set nuevayorkino que mantenía
cámaras y micrófonos en las habitaciones de figuras destacadas en la política y
el mundo financiero, cuyas indiscreciones posteriormente utilizaba para obligar
a políticos, jueces y empresarios a ceder a sus exigencias a nombre de sus
“clientes”. Cohn era un homosexual de closet con la puerta abierta que
patrocinaba extravagantes bacanales en su townhouse en la calle 68, entre
Madison y Park Avenue, en el elegante upper east side de Manhattan que fue
vendida tras su muerte en $3.7 millones.
Cohn se fascinó, a su vez, con el intrépido
y petulante joven Donald Trump y lo acogió bajo su ala para enseñarle las mañas
del oficio de obtener lo que se propusiera rigiéndose por tres reglas
inviolables: “Atacar, atacar y atacar”; “Nunca admitir errores o equívocos”; y
“Siempre cantar victoria, nunca derrota”.
El filme no es el “thriller” que pudo haber
sido dados los personajes y sus múltiples acciones criminales hasta el momento
en que Trump comienza a perder los casinos, y antes de perder la línea aérea,
los steaks, el vodka y sus seis quiebras, entre otros fiascos. Sebastian Stan
hace un papel decoroso pero que no llega a revelar la transformación del
maquiavélico temperamento de su personaje. Jeremy Strong representa un Roy Cohn
tan despiadado como despreciable según revelan las múltiples investigaciones y artículos
sobre sus desmanes. No sorprenda que se le nomine a un Oscar.
Uno sale de la película con esa extraña
sensación de haber comido algo que había deseado por mucho tiempo por todo lo
que le habían comentado sobre sus ingredientes, pero con un malestar que oscila
entre una sensación de indigestión que uno no puede remediar pensar que estaba
contaminada o descompuesta, y unos casi irreprimibles deseos de vomitar.
Roy Cohn en vida fue comparado con el
demonio hecho persona, por víctimas y detractores por igual. Y, sin
menospreciar la influencia de un padre sociópata que no se revela en la
película, pero que relata recurrentemente su nieta Mary Trump, en muchos
sentidos, Donald es el hijo putativo y maléfico de Cohn. Todo lo que Cohn hacía
por sus “clientes” para mantener su extravagante estilo de vida, Trump aprendió
a hacer, pero solo para sí mismo.
El guion pudo haber revelado con mayor
detalle, aunque sin extenderse demasiado, la evolución del niño rico mimado y
sociópata, en el desalmado ser humano y tan inepto como sanguinario empresario,
que fracasó en todo lo que se propuso, pero logró, utilizando las tres reglas
cohnianas imponerse sobre contratistas, inversores, burócratas y políticos para
evadir pagar por sus acciones ilegales. Y, tras una extensa y exitosa
franquicia de ficticia Reality TV titulada como la película, “The Apprentice”, logró
finalmente convertirse en el candidato a la presidencia por el Partido
Republicano.
El título es definitivamente acertado.
Trump fue un aprendiz y discípulo amado de un despiadado manipulador y
extorsionista. Pero, como tanto reclaman filósofos y mercaderes por igual, el
alumno, en muchos sentidos, superó a su maestro. Digo “en muchos sentidos”
porque Cohn vivió la vida loca de los ’80 en los EEUU y se saboreó todas las
exuberancias que su feroz apetito le dictó. Pero supo bañarse a sus anchas en
el lapachero de sus excesos y guardar la ropa. Aunque le debía $7 millones al
erario público al momento de su muerte de sida, en el 1986, el valor de su
propiedad y, seguramente sus cuentas bancarias le permitieron no escatimar al
satisfacer sus extravagancias.
Donald, por el contrario, como todo un
aprendiz de jetsetter de Nueva York, pero sin la sofisticación ni el capital de
quienes envidió y quiso emular toda su vida, se convirtió en un fantoche facsímil
de célebre hombre de negocios. Aunque su novel idea de convertir el hotel
Commodore en la calle 42 en un hotel de lujo para revitalizar un distrito
urbano deteriorado y pestilente resultó ser exitosa, su narcisismo y avaricia
le convenció que, como una especie de moderno Midas, todo lo que se le ocurría
para hacer cada vez más dinero, ser convertiría en oro. Su carencia tanto de
conocimiento sobre las exigencias de los varios negocios en que intentó
incursionar, como su falta de escrúpulos al momento de contratar con bancos y
obreros por igual, le llevó a la quiebra en seis ocasiones y perdió los y los
fideicomisos de herencia de sus hermanos y familiares, y los sobre $450
millones que su padre le entregó cada vez que sus fracasos lo llevaron a la
bancarrota.
Con una innegable habilidad para obligar a
sus acreedores a extender sus subvenciones para no perder el valor de sus
inversiones, Trump ha mantenido múltiples facilidades operando, aunque
perdidosamente, pero cuyo valor en libros lo cataloga como billonario.
La lección de la película, que invita a
otra versión o una continuación que cubra su trayectoria desde la antesala del
colapso de su imperio como desarrollador hasta al menos su elección a la
presidencia, reside en el descubrimiento del origen de las tres reglas por las
cuales Trump se sigue rigiendo y, posiblemente, la que se puede concluir que
debe haber aprendido y adoptado, pero por la cual nunca se la ha podido acusar:
la extorsión.
No son pocos los “estudiosos” de este
personaje de la vida real que se preguntan cómo es posible que tantos políticos
e incluso influyentes empresarios, le han permitido a Trump actuar como actúa,
referirse a ellos de las maneras despectivas y humillantes que lo continúa
haciendo, y que nadie ha sido capaz de enfrentarlo dentro de su propio partido
o bando. La película nos da una clave. Cohn mantenía extensos “expedientes” con
grabaciones de audio y video de jueces, fiscales, abogados, políticos electos y
personas acaudaladas en circunstancias comprometedoras que arruinarían sus
vidas públicas y privadas, de ser reveladas.
En esta antesala de las elecciones del 2024,
Donald Trump está desechando la sordina que le eximía de expresar sus más innegables
actitudes racistas, misóginas y violentas, al punto que su propio exjefe del
Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Mark Milley, lo calificó como la persona
más peligrosa de los EEUU e indudablemente “un fascista hasta el tuétano”
(fascist to the core).
Es una pena que The Apprentice esté
disponible solamente en los Fine Arts y que una mayor cantidad de público no
tenga la oportunidad de verla y descubrir o confirmar que los temores que
expresamos múltiples observadores de la política estadounidense e internacional
abrigamos con relación a una segunda presidencia de Donald Trump.
Mientras nosotros nos debatimos sobre la
aparente u obvia corrupción dentro del partido de gobierno y la supuesta
amenaza de un triunfo de la Alianza Movimiento Victoria Ciudadana y PIP de
convertirnos en otras Cuba o Venezuela, en los Estados Unidos el presente y el
futuro de la humanidad está cada vez más en juego.
Si Donald Trump gana las elecciones, no
solo ha prometido arrestar, encerrar en campos de concentración a sobre 11
millones de inmigrantes, la mayoría latinos, y deportarlos; iniciar acciones
legales contra al menos 350 adversarios; imponer 20% de tarifas a todo lo que
consumimos que viene de fuera de los EEUU (desde los I-Phone hasta las Nike,
desde piezas Toyota hasta tequila) lo cual encarecerá proporcionalmente dichos
productos; y utilizará las fuerzas armadas contra quienes protesten o actúen en
su contra.
También ha dicho que acabará la guerra en
Ucrania, anticipadamente cesando la ayuda económica y militar a Ucrania, y se
saldrá de la OTAN, lo cual le abrirá la puerta a Putin para invadir las
naciones del Báltico y posiblemente Polonia, iniciando una III Guerra Mundial.
Además, apoyará que Israel ataque las facilidades de petróleo y de desarrollo
nuclear de Irán, lo cual ampliará la III Guerra Mundial al Medio Oriente, y enfrentaría
a los EEUU con China con relación a Taiwán lo cual convertiría el planeta en un
vertedero nuclear. Seremos muchos los que moriremos por violencia,
contaminación y hambre.
Parece mentira, pero si Donald gana, la
humanidad entra en un anticipable peligro de extinción.
No pretendo ser un profeta del fin de los
tiempos. La historia de la humanidad nos ha enseñado dos lecciones principales.
Las sociedades que han adoptado visiones mesiánicas de sí mismas, lo han hecho
en dos vertientes: nosotros somos herederos o elegidos por uno o varios dioses
para dominar, no solo nuestro propio territorio sino todos los que contienen
algo que queremos; y nosotros somos seres humanos capaces de sobrellevar y
sobreponernos de los desmanes de quienes a nombre de nuestros dioses y nuestros
ancestros, atacan y destruyen a sus detractores, y podemos construir sociedades
más solidarias, equitativas y justas.
Tal vez si esos dioses que juramos
concibieron nuestra naturaleza y nuestros destinos fueran tan amables de
librarnos de seres como Putin, Kim Jong-un, Netanyahu, Khomeini y Trump, la
humanidad tendría mejores posibilidades de sobrevivir la devastadora amenaza
que representaría una III Guerra Mundial Nuclear. En su defecto, nos
corresponde leer, observar, conversar y oponernos a lo que estos seres
pretenden para nuestras vidas por las “necesidades” narcisistas de sus
vidas. Tal vez. No depende de nosotros, solamente. Depende de todos los que,
como nosotros, nos sobrecogemos ante la inhumanidad que exhiben estos seres y
levantamos nuestras voces y brazos en su contra. Ojalá.
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