lunes, 24 de agosto de 2015

Prólogo a "Un pueblo misterioso y su gente extraña"

Prólogo a la novela de Ramón Ortiz:
Un pueblo misterioso y su gente extraña

Por Pablo L. Crespo Vargas

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Las vivencias más íntimas de una sociedad tienden a ser reveladas en las obras literarias que se producen en ella. En la mayoría de los casos representan o son un reflejo de la conciencia colectiva enmarcada en el pensamiento del autor. Allí se pueden encontrar ideas, sentimientos, nostalgias, deseos, anhelos, prejuicios y hasta los objetivos que nos trazamos, tanto individuales como colectivos.

En muchos casos, el escritor, hace suya toda esa gama de experiencias, que no necesariamente son vividas, pero si transmitidas por medio de la llamada tradición oral, aspecto que ha llevado al desarrollo de lo que los historiadores llaman la historia oral y que a su vez se dirige a los nuevos estudios conocidos como microhistoria.

No obstante, nuestro autor, Ramón Ortiz, no es el típico escritor que se forma de manera académica y que sigue unos patrones literarios ya establecidos, aunque su rigurosidad es latente. Su musa no proviene de la extraña combinación que surge del conocimiento teórico y las vivencias generales, que en muchos casos son narradas por terceros; sino, que en su caso, estas vivencias, son producto de la observación diaria y de las experiencias vividas, escuchadas y redactadas en sus treinta años como policía estatal en Puerto Rico.

Esto lo lleva a realizar una narrativa, que no solamente es cruda, sino que se ajusta a la realidad que se vive día a día, dentro de un ambiente que es controlado en la imaginación del autor, y que presenta situaciones que son comunes en una sociedad que abanica una variedad de conductas que en muchos casos son consideradas, en su exposición pública, como tabúes.

Nuestro autor, no teme a revelar y mostrar las distintas vertientes que de ellas salen. Su fin es presentar una realidad que muchos niegan pero que es visible. En otras palabras, el autor no crea una historia puramente imaginativa, sino que se nutre de hechos y los enmarca en un contexto físico que llama La Marea (pueblo central donde ocurren los hechos), pero que a la vez podríamos llamar Lajas, Cabo Rojo, Hormigueros, Mayagüez, Añasco, Aguada o cualquiera de los otros municipios puertorriqueños.

La cotidianidad del ser humano y sus conflictos internos son elementos siempre palpables en cada uno de los capítulos de la obra. Esto lleva a que el lector se identifique con las situaciones, en momentos, creando empatía con algunos personajes o situaciones y odiando otros. No obstante debemos advertir al leyente que muchas de estas estampas se presentarán como un “déjà vu”, ya que les parecerá que fueron situaciones ya vividas, contadas o leídas en otros medios, sin percatarse, que la obra es solo un reflejo de la complejidad de la vida del puertorriqueño, en un periodo de transición múltiple donde se entremezclan elementos rurales con pensamientos urbanos; donde se notan los conflictos sociales entre pobres y ricos; la necesidad de algunos grupos poblacionales; y la crisis emocional que surge dentro de una sociedad conflictiva e individualista.

Aunque en muchas instancias, durante la narración, se presenta una visión fatalista, el autor siempre da espacio a esas segundas oportunidades, que llenan de esperanza a los seres humanos y que nos ponen a pensar sobre la importancia de desarrollar lazos de solidaridad, los cuales se nutren de la bondad humana y que llevan a todos a buscar la felicidad colectiva de una manera sabia y positiva.

En fin, Un pueblo misterioso y su gente extraña, es una de esas obras destinadas a hacernos recordar que la vida es compleja, pero a la vez, que tenemos la capacidad de poder resolver cada una de esas situaciones para lograr obtener lo que debe ser nuestro objetivo de vida: la búsqueda de la felicidad.

domingo, 16 de agosto de 2015

La Institución Nobiliaria, sobre los títulos de nobleza en la Isla

La Institución Nobiliaria, sobre los títulos de nobleza en la Isla

Por Luis G. Rodríguez Figueroa

La nobleza titular en Puerto Rico

Aparte de los escritos de la Dra. María Margarita Flores Collazo sobre la vulnerabilidad de la elite criolla puertorriqueña en el siglo XIX, los historiadores del patio han fallado en documentar y analizar el protagonismo histórico de las diversas instituciones aristocráticas en Puerto Rico. Los catálogos de inmigrantes de la misma época, de Estela Cifre de Loubriel, y el catálogo de nobleza de Indias, de Julio de Atienza, claramente establecen la presencia de nobles con títulos autóctonos de Puerto Rico. Las fuentes primarias están presentes en los archivos parroquiales, en el Archivo General de Puerto Rico, en la Casa de España y otros archivos en España y Puerto Rico. El ingeniero Gómez de Olea y Bustinza establece en su estudio sobre la nobleza en Indias un patrón en la manera de otorgar los títulos de nobleza en Puerto Rico, sin embargo ningún historiador ha enfocado el impacto de dichas dignidades en la sociedad, política y economía criolla en el susodicho siglo.

El fantasma del republicanismo del cambio de soberanía en 1898 soslaya el enfoque de la institución nobiliaria española en Puerto Rico. La constitución de los EEUU prohíbe el uso de dignidades y títulos nobiliarios en cualquier tipo de territorio americano. Ni tan siquiera la tendencia hispanofílica de la generación del treinta y luego del cuarenta[1] logra revivir estudios y/o escritos sobre la institución nobiliaria. El determinismo económico del marxismo espanta aún más a los historiadores puertorriqueños desempeñados durante la época de la guerra fría a documentar la idealización de una clase explotadora del proletariado que ofrece la institución nobiliaria.

Muchas escuelas de historiadores generalizan la institución de la nobleza titulada como un grupo social que se extingue con la caída del antiguo régimen francés y el historicismo de la revolución francesa. Unos acusan el enfoque hacia el estrato social nobiliario como uno banal y de poco pragmatismo histórico. Otros se enfocan en el extranjerismo de los portadores de los títulos.

Tanto el feudalismo como la institución nobiliaria son instituciones con propiedades intrínsecas y muy diferentes en cada estado o región europea. El feudalismo ibérico acaba con el fin de la reconquista española, pero éste sistema trasciende a la sociedad imperial castellana en América por su eficacia en el sistema militarista de los virreinatos españoles. El sistema nobiliario español tuvo como característica institucional el trascender sus actividades de la península ibérica hacia el territorio español en América, con un rol socio-económicamente relevante. Muy diferente al insularismo metropolitano que distingue a la nobleza británica ante el imperialismo inglés. La nobleza francesa es interceptada como institución relevantemente política desde la creación del estado absolutista con los reyes Luis XII y Luis XIV, interceptándose con la revolución francesa, la caída de la monarquía y los derechos del hombre.

Los Doctores Fedrerick Barreda y Monge y Francisco Scarano entienden que el grupo de nobles titulares de Puerto Rico tuvieron un protagonismo histórico en la economía y sociedad política de la isla. Ejemplo de esto lo fue la aportación tecnológica de los marqueses de Cabo Caribe y La Esperanza en la industria azucarera; así como el liderazgo del Conde de San José de Santurce en el partido incondicional español en Puerto Rico. Según el discurso de Don Javier Gómez de Olea y Bustinza, la nobleza en América, mejor conocida como nobleza de Indias, fue producto de la mitificación social de aquellos conquistadores, segundones y burgueses que se hicieron ricos con la conquista, el gobierno y el latifundismo del sistema colonial español.

Gómez de Olea y Bustinza afirma en sus estudios que el sistema de nobleza de Navarra, Aragón y Castilla significaba la cúspide del poder dentro de la sociedad hispanoamericana. Los grupos sociales que pudieron acceder a dignidades nobiliarias con más facilidad se pueden categorizar en seis. La primera fueron los conquistadores y adelantados del nuevo imperio castellano. El segundo fue la realeza indiana de imperios incas y aztecas. El tercero lo forman el grupo de los funcionarios de la Corona que vienen de contrapeso contra el Consejo de Indias. El cuarto lo fue el grupo de los militares y marinos que con valentía defendieron la hegemonía española en los territorios de ésta. El quinto grupo lo formaron los grandes grupos de hacendados americanos, inmigrantes de España que adquieren sus fortunas en el ‘Nuevo Mundo’. El sexto grupo fue creado con las retribuciones a políticos conservadores, muchos de éstos logrados a finales del siglo XIX.

La ambición de obtener dignidad y nobleza titular comienza desde antes de llegar a América. Cristóbal Colón negocia con los Reyes Católicos estipulaciones que le pudiesen ennoblecer, mediante las Capitulaciones de Santa Fe. Este contrato le daba el título de Almirante y Señor de las tierras que encontrase. No fue hasta que su hijo, Don Diego, gana la pugna de dichas capitulaciones que se le reconocen los múltiples señoríos y dignidades a la familia Colón. Sin embargo, Atienza, especialista en nobleza y heráldica señala que a partir de Don Luis  Colón se les intercambia el poder de las capitulaciones de Santa Fe por el ducado territorial panameño de Veragua y los marquesados de Jamaica y la Vega de Santo Domingo en la Española.
                                                             
Los conquistadores, adelantados y pobladores castellanos que vinieron adquirieron nobleza titular de lugares de lo que luego se llamaría el imperio de Indias. Gómez de Olea señala a Pizarro como Marqués[2] y Hernán Cortes como Marqués del Valle de Oaxaca.[3] Sin embargo hay que hacer la salvedad que muchos conquistadores y pobladores pertenecían a la nobleza, ostentando títulos de hidalgos. Este fue el caso de los Porcallo de Figueroa[4] y los Rojas en Cuba; así como los Ponce de León y los Sotomayor en Puerto Rico. En el caso de Puerto Rico, la historiadora Gelpí Baiz estipula que Juan Ponce de León era descendiente de los  Ponce de León de Castilla. Según el catálogo de nobleza española de Atienza, su etiología nobiliaria comienza tan temprano como el siglo XIII con títulos como marqueses de Cádiz y Condes de Costas. Lo mismo estipula Díaz Soler sobre los Sotomayor del área oeste del siglo XVI. Homólogo a la presencia de la nobleza hidalga en Puerto Rico lo fue la presencia de esta en la conquista de Cuba, en donde escritos de Félix de Arrete indican que en la hidalguía de la conquista de Cuba, hubo descendientes de casas nobiliarias tan importantes en Castilla como la casa ducal de Feria.

Las diferentes culturas que existieron en el continente americano, antes de la llegada de los españoles, poseyeron diferentes estructuras sociales -más o menos complejas- en las cuales y como rasgo común entre todas ellas, había un grupo dirigente que detentaba el poder y regía los destinos de las poblaciones y territorios sometidos a su mando. Estas élites fueron las que los españoles encontraron al descubrir y conquistar el Nuevo Mundo y fueron ellos, los que utilizando una terminología europea, identificaron a las élites prehispánicas, bien con la realeza, o bien con la nobleza europea del momento, según los casos.

De este modo, cuando los conquistadores se encontraron con un gobernante que tenía sometido bajo su dominio amplias extensiones de territorio e incluso tenía por vasallos a los soberanos de regiones más pequeñas, procedieron a identificarlo en status con los emperadores del viejo continente -caso del Vlei-Tlatoani mexica, Motecuzohma II y del Sapay Inca del Tahuantinsuyu, Atau-Huallpa-. Mientras que a los miembros de sus respectivas familias, generalmente los denominaron príncipes. Así Fray Bartolomé de las Casas pudo sostener que los nobles indígenas eran "(...) tan príncipes e infantes como los de Castilla". Mientras que Juan de Matienzo, en su Gobierno del Perú, afirmó que "Caciques, curacas y principales son los príncipes naturales de los indios". Y en los conocidos Lexicón de Fray Domingo de Santo Tomás y de Diego González Holguín, así como en la obra de Ludovico Bertonio, fueron incluidas varias voces consagradas a identificar a la sociedad prehispánica, asimilando sus títulos antiguos a los de la sociedad peninsular. Pero los soberanos sometidos a la autoridad de Motecuzohma II y de Atau-Huallpa, también tenían por vasallos a señores de menor importancia. En ambos casos, la Corona les designó genéricamente -a ellos y a sus descendientes-, desde 1538, como caciques, término de procedencia caribe -popularizado desde el primer viaje colombino- .

Por otra parte, todos los indios que ejercían magistraturas o el gobierno de estancias o barrios bajo el control de Montezuma II, Atahu-Huallpa o de cualquiera de sus soberanos vasallos o de los vasallos de estos, recibieron la denominación de "principales". Sin embargo, no todos los territorios de las Indias estaban habitados por culturas en tan avanzado estado de desarrollo como las sociedades mexicanas e incas.[5]

En el Nuevo Mundo, abundaban los pequeños territorios sobre los cuales un jefe local ejercía su poder. Estos, a los ojos de los conquistadores, no podían ser comparados en status a Moctecuzohma II ni a Atau-Huallpa, por lo que les dieron también el nombre de caciques. El reconocimiento de los derechos de los señores naturales y de sus descendientes fue uno de los puntos más polémicos planteados al inicio de la dominación española. A pesar de que fueron muchos los argumentos lanzados en contra de tales derechos, lo cierto es que pudieron más las opiniones expresadas por Fray Bartolomé de las Casas, secundadas por numerosos autores a lo largo del siglo XVI -principalmente franciscanos-. Finalmente la Corona reconoció los derechos de los señores aborígenes en 1557.[6]

Aunque como señala Delfina Esmeralda López Sarrelangue, que más que deseos de justicia que impulsaron tal decisión, hay que añadir motivos políticos y económicos que decantaron la Real decisión en favor de los señores naturales. La Corona reconoció la nobleza de unos y otros a través de diversas disposiciones. Carlos II, por Cédula de 22 de marzo de 1697, estableció la equiparación de los descendientes de familias indígenas nobles con los hidalgos castellanos, debiéndoseles guardar desde ese momento las mismas preeminencias que a los hidalgos de Castilla, pudiendo así ejercer desde esa fecha los "puestos gubernativos, políticos y de guerra, que todos piden limpieza de sangre y por estatuto la calidad de nobles".

Nobleza en las Indias



[1] Vargas, Everlidys. Cátedra. Historiografía Puertorriqueña. Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano.
[2] No fue hasta su descendencia que el Pizarro logra el título de Marqués de la Conquista. Para este momento solo tenía el título de Marqués Francisco Pizarro.
[3] Gomez de Olea y Bustinza Javier, La Nobleza Titulada en la América Española, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía: Madrid 2005, pág. 16.
[4] Leví Marrero, Cuba, Economía y Sociedad. Vol 2. Río Piedras, PR. Editorial San Juan.1972. 
[5] Luque Talaván, Miguel. “Análisis histórico-jurídico de la nobleza indiana de origen prehispánico”. Conferencia, Doctor en Historia de América. Jueves, 19 de diciembre de 2002.
[6] Luque Talaván, Miguel. Bibliografía española de Genealogía, Heráldica, Nobiliaria y Derecho Nobiliario en Iberoamérica y Filipinas (1900-1997). Madrid: Fundación Histórica Tavera (Colección "Documentos Tavera"; 8), 1999, pág. 14. 

viernes, 7 de agosto de 2015

Prólogo a la obra "El Demonismo en el Caribe hispano"

Prólogo a la obra El Demonismo en el Caribe hispano: 
Primera mitad del siglo XVII

Por: Dr. Ángel L. Vélez Oyola[1]

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En la ardua tarea de escribir un prólogo se magnifican la responsabilidad no tan sólo de un análisis preciso y serio, sino, además un juicio valorativo de una investigación que un colega ha llevado a su feliz ejecución. En ocasiones, ese compromiso del prologista se convierte en una defensa casi apologética y sin razón de una obra que sólo puede tener un valor para aquel que ha pasado tiempo configurando y analizando cada página de su obra. En esta investigación, del ahora doctor Pablo L. Crespo Vargas, esta defensa no tiene razón de ser. Nuestro autor ha demostrado ya con gran dedicación y técnicas en el campo de la Historiografía y la Historia de América, lo que realmente es, un trabajo serio, en uno de los campos, menos estudiado por los americanistas, la Historia del Fenómeno Religioso en La América Colonial. Esto tiene su explicación, primero por el grado de complejidad que conlleva el análisis de los documentos eclesiásticos y civiles de la época con un idioma que requiere el uso de la paleografía, el cual siempre es un elemento poco ventajoso para el investigador no experto, y la ubicación física de documentos primarios los cuales en su mayoría no se encuentran en nuestro continente. Todos son factores determinantes a la hora de escoger un tema tan complicado como el que se nos presenta en esta obra. Sin embargo, todos estos elementos han sido superados por nuestro autor en su obra anterior titulada “La Inquisición Española y Las Supersticiones en el Caribe Hispano a principios del Siglo XVII”, el cual alcanzó el Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña en Ensayo Crítico e Investigativo publicado en 2011.

El doctor Crespo Vargas ha escogido el tema de los procesos de la Inquisición como su objetivo de estudios e investigaciones y en dichos procesos sin duda alguna se ha realizado una intensa labor recopilando datos que en algún momento los han trabajado historiadores de la talla de los doctores Paulino Castañeda, Pedro Borges, Joseph Ignasi, Elisa Luque y Jesús Hernández Palomo. Sin duda alguna, nuestro autor con esta investigación y texto ciertamente nos brinda una de las piezas claves para el futuro entendimiento de las Relaciones Iglesia-Estado en las Colonias Americanas en su vinculación con el proceso de la Inquisición Española.

Es claro el hecho de su dominio con el tema expuesto, pues se manifiestan en los documentos primarios y recursos bibliográficos que analiza, pondera y evalúa. El autor, al menos ha superado, los posibles problemas metodológicos que suelen presentarse en un tema tan grave como el que se nos presenta. Uno de estos sería la abundancia del material disponible con relación al periodo de estudio; el cual se superaron con gran tenacidad al poder obtener algunos datos, los cuales son separados solo para entidades y fundaciones altamente especializadas; otro es el análisis sin prejuicio cuidadosamente expuesto y el vigor y la creatividad que todo investigador serio debe presentar en sus conclusiones.

Al enfocar los temas en torno al “imaginario del demonio en los procesos de la inquisición”, el autor ha tenido entre sí algunas verdades que pasarían inadvertidas en otras geografías. Lo específico y especializado del tema justifica, en nuestra opinión la atención que el doctor Crespo Vargas ha dedicado a un problema histórico de mediados del Siglo XVII. El análisis de cada proceso inquisitorial pone de manifiesto claramente las destrezas del investigador como historiador.

Hasta este momento no hemos tenido acceso a muchos textos que ofrezcan mayor cantidad de datos o hayan trabajado con mayor rigor el número de fuentes en torno a los demonios que están presentes en la obra del doctor Crespo Vargas. En verdad, este podría ser uno de los primeros estudios académicos en el Caribe, con un tema histórico, social y religioso con propósitos puramente intelectuales.

Este prólogo se escribe en momentos en que la fragilidad humana continua discriminando a todos aquellos que no creen como la mayoría. Tal parece que los procesos inquisitorios no han concluido en pleno siglo XXI, los grandes cambios en el planeta que ejemplifican el seguimiento de lo que debe ser, el llamado a la comprensión y la tolerancia. Mucho de lo que puede describirse sobre el periodo que cubre la Inquisición Española del Siglo XVII es similar a nuestros días.

La riqueza y extraordinarios datos que se revelan de esta investigación realizada por el doctor Pablo L. Crespo Vargas desde una perspectiva y análisis académico que permiten una reflexión con mayor sobriedad, nos permite concluir que es una verdadera contribución al estudio de lo que con mucho acierto se ha de titular El demonismo en el Caribe Hispano: Primera mitad del siglo XVII.






[1] Director de la Escuela de Teología de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano.