martes, 22 de diciembre de 2015

Libro: La Sociedad de Amigos del País de Puerto Rico

Libro: La Sociedad Económica de Amigos del País: Su historia natural de Lucas Mattei Rodríguez

Por Pablo L. Crespo Vargas

El Dr. Lucas Mattei Rodríguez, profesor de historia de la Universidad Interamericana, Recinto de Ponce, acaba de publicar la obra titulada, La Sociedad Económica de Amigos del País: Su historia natural, versión ampliada y revisada de su tesis doctoral, que presenta de manera sencilla un análisis sobre el desarrollo de esta Institución dedicada al desarrollo económico de la Isla. Curiosamente, esta obra llega en un momento de crisis económica en nuestro país, muy parecida a la que se vivía a principios del siglo XIX, lo cual nos lleva a pensar que su lectura podría servir para darnos luz ante la incertidumbre que se vive día a día. El análisis del Dr. Mattei Rodríguez nos invita a comprender, repensar y reevaluar nuestra situación de pueblo tanto en el pasado como en el presente. A continuación, dejamos la lectura de la presentación que se da del libro en su contraportada:

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La Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico tuvo como fin el progreso de la Isla a través de formulación de iniciativas y la creación de proyectos encaminados a fomentar el desarrollo económico, la circulación de las luces y conocimientos, la introducción y adopción de métodos educativos, agrícolas, industriales y comerciales orientados al engrandecimiento de la patria. Su influencia en la vida política y económica durante el siglo XIX trazaron senderos imborrables. Aun cuando sus homólogas en América y en la Península enfrentaban un gran declive durante el periodo revolucionario, la Sociedad Económica de Puerto Rico desempeño un importante papel en la elaboración de estrategias para lograr el aprovechamiento del momento y el desarrollo de posibilidades. Había otras instituciones sectoriales, como el Ayuntamiento, Cabildo Eclesiástico, Intendencia y Diputación Provincial, que velaban por los intereses de sus respectivas organizaciones: en cambio la Sociedad Económica de Amigos del País, que congregaba a importantes personalidades de la burguesía industrial, agrícola y comercial, a altos funcionarios, militares, religiosos y a la distinguida élite intelectual puertorriqueña, logró que todos convergieran y comprendieran, mucho antes que el gobierno y las fuerzas políticas, hacia donde debía ir la Isla y cuál era la visión de país que les correspondía desarrollar.


La Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico estuvo siempre consciente de su papel dirigente en la sociedad. Si muy significativas fueron las propuestas presentadas y los proyectos que lograron encaminarse, más importante parece ser el papel que las deliberaciones internas tuvieron en la toma de conciencia de la élite y la burguesía puertorriqueña; esta Institución se constituyó en punto de encuentro, de discusión y de aportación de ideas y personas para el desarrollo de la vida civil y política de Puerto Rico. Fue un ente unificador de intereses y tendencias para elaborar un proyecto de país.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El indigenismo y mestizaje: Incremento de exageración numérica aborígen

El indigenismo y mestizaje: Incremento de exageración numérica aborígen
Por Dr. Axel Hernández Rodríguez

Nota editorial: El Dr. Axel Hernández Rodríguez es maestro en la escuela Intermedia Berwind del Departamento de Educación de Puerto Rico; es egresado de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano; y autor del libro "Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico, 1800-1920" . El ensayo aquí presentado es el preámbulo de la obra ya mencionada.

Preludio historiográfico:

Es conveniente dar comienzo con un breve historial sobre la población indígena y lo que algunos literatos hayan expresado sobre los sucesos históricos. Será de suma importancia para el lector, deducir que lo aquí expresado son exposiciones de varios autores estudiados. Este preámbulo sobre el indigenismo no será un estudio de carácter profundo sino un breve recuento sobre lo que algunos autores han expresado de antecedentes historiográficos. Pero antes de este inicio, veamos la llamada “virtud” de la que dichos autores sugieren debe tener un historiador: la virtud, es la revelación ante el mundo sobre la verdad histórica.
La verdad ante todo. Donde está la verdad está Dios. Y si en toda enseñanza debe ella resplandecer, con mayor razón en la historia, si ésta ha de ser “Magistra Vitae”. Por elevados que sean los propósitos del historiador no debe malear su narración, ni con hechos falsos, ni con interpretaciones torcidas. ¡Triste verdad la que ha menester la defensa basada en inexactitudes! Cierto es que para depurar la verdad histórica, hace falta buen criterio, mucha diligencia y no mediana cultura general.[1]
Varios han sido los historiadores que, por alguna razón, han desvirtuado la realidad de eventos acaecidos ya sea porque han aceptado la narrativa de alguien que le expresó su punto de vista sobre algún evento en particular en donde el cronista aparentemente no se importunó en corroborar lo narrado ante él y así lo registrara como un hecho indudable ante la historia.
Plagada de errores hallamos la historia americana mayormente en la centuria décima sexta. Al pasar la vista por sus páginas, verse como flotar sobre ellas, el dicho popular: a luengas tierras, luengas mentiras. Acaso, porque sus elementos primitivos se formaron con las relaciones y cartas de los de acá a los de allá, y con las narraciones e historias de los de allá para los lectores del porvenir.[2]  
Es inconmensurable lo que la historia nos ha revelado sobre los rumores que de boca en boca se propagaran en torno a la buena vida y riqueza en la que vivían los nuevos pobladores del nuevo mundo; especialmente referente a la riqueza, de la que incontables súbditos carecían en la metrópoli. 

Las crónicas y los historiadores.   

Pero vayamos a Borinquén y adentrémonos en las distintas narrativas:
¿También ella y sus aborígenes y primeros pobladores blancos habrán sido objeto de parecidas adulteraciones de la verdad? También, desgraciadamente. Y no solo por parte del autor mencionado (Las Casas) sino también de muchos de los historiadores antiguos y modernos que han escrito sobre Puerto Rico. Ciñámonos por ahora al punto de su población primitiva. Según Las Casas, en 1509, lo mismo en la Isla de San Juan que en la de Jamaica, “había más de seiscientas mil ánimas y aún creo que más de un cuarto-millón- y no hay- 1541- en cada una doscientas”.  Siguiendo a Las Casas, Nicolás de Vállasete en su caprichoso Atlas; Herrera en sus Décadas; Iñigo Abbad y tutti quanti, dieron por muy poblada la isla al desembarcar en ella Ponce de León en 1508.[3] Cincuenta, cien mil habitantes, les parecieron pocos y llegaron hasta asignarle seiscientos mil más moradores.  En obra más reciente como A Broken Pledge, todavía se insiste en dar a la Isla una población de sesenta mil habitantes a la llegada del caudillo de Higuey.[4]
Tal parece que las narraciones que estos cronistas moldeaban en los anales históricos se encontraban atestadas de exageración, probablemente por aquellos narradores que le transmitieran acontecimientos de engrandecimiento en su probanza, nunca antes soñados al cronista. Y de acuerdo con el autor Cuesta Mendoza: 
Al propósito de Las Casas, venía muy a cuento de duplicar el número de habitantes, tanto aquí como en toda América. De aumentar fabulosamente la población autóctona, seguíale mayor crueldad de los conquistadores en vista de los pocos indígenas que quedaban. Porque además prescindía de las otras causas que motivaron la disminución. Lástima inspiran los historiadores nativos que, repitiendo el estribillo de la crueldad, no advierten que afirman con ello su descendencia de gente de muy mala ralea, ya que los fundadores y padres de las naciones americanas no han sido otros que los conquistadores y pobladores primeros. Los pueblos como los individuos, ufánense de descender de gente honrada, y si ilustre, mejor. De los propios dioses apetecieron descender muchos. De diablos y malvados, ninguno.[5]
Todo parece indicar que al iniciarse la colonización los aborígenes borinqueños no eran los miles supuestos ni tampoco seguramente eran tantos los repartidos por las Antillas Mayores y Menores. Es también cuestionable (de acuerdo a Cuesta Mendoza) que fuera del no haberse levantado en los comienzos del siglo XVI censo alguno, “¿Qué base puede tener tal afirmación de millares y más millares de indígenas?”[6]

De otra parte, se obtiene de una carta escrita a Ponce de León por el rey católico, fechada el 11 de junio de 1510, justamente dos años después de la primera entrevista que sostuviera con Agueybaná y su familia. Alude el rey en su carta; “que nadie, sea quien fuere, sacare en adelante indios ningunos de nuestra Isla para la Española, y añadía, porque como sabéis ay pocos indios para que allí fuesen a avecinarse”.[7] Se debe considerar atribuir que la susodicha escasez de los indígenas ya había sido transmitida al rey en comunicados provenientes de la Isla de Puerto Rico. Cabe sugerir que en esos tiempos los aborígenes aún convivían de forma pacífica con los españoles que continuaban arribando a las costas de la Isla, sin que éstos pensaran aún en escaparse mar afuera o monte adentro, lo que tuvo inicio meses más tarde. 
Habíase, sí, hecho ya el primer malhadado repartimiento, a fines del año anterior, y a pesar de la domesticidad, siquiera fuera aparente, no hubo para repartir sino unos cinco mil quinientos.  Y aunque se conceda que algunos indios anduvieran todavía emboscados y se descuenten los menores de catorce años, ¿quién no advierte que la población de la Isla era solo de contados millones? Tan contados que muchos pobladores quedaron quejosos de habérseles adjudicados menos indios de los que les correspondían según las Cédulas Reales.[8] 
Por otro lado, el historiador Salvador Brau, calcula la población indígena de quince a dieciséis millares. En su obra Puerto Rico y su Historia, leemos en la página 306, en el cual él refuta de una forma esplendente las cifras dadas por Las Casas e Iñigo Abbad, además de añadir en su hipótesis, en el que solo una tercera parte de los indígenas peleara contra los españoles, señalando un total aproximado de diez a seis mil habitantes. Entendiéndose que esta cifra se ajusta un poco más que a las cifras anteriormente dadas de cien mil, doscientos mil y hasta quinientos mil, que algunos historiadores hayan mencionado si bien intencionados, pero, tal vez, un tanto equivocados. Habiendo traído el tema de la exageración dentro del ámbito historiográfico y dejando abierto el tema a discusión; se hace propio escudriñar el tema del mestizaje.

De acuerdo a la afirmación de Coll y Toste; “El mestizaje se inició en el mismo año en que dio principio la colonización, o sea en “1509”.[9] De manera que en 1513 ya no nacieron indios sino mestizos, dándose esta impresión; “porque las mujeres se las apropiaron los encomenderos para sí y su servicio”. De donde en su ponencia lógicamente concluye:
De ahí una de las causas de haber desaparecido en esta Isla tan rápidamente la raza indígena. ¿Por qué en el reparto de indios verificado en el año 11, entre cinco mil varones, no aparecen sino quinientas indias? Pues sencillamente porque las demás no eran ya repartibles, por su unión, que las libertaba, con los pobladores.[10] 
En el censo oficial efectuado en 1530 por el gobernador Lando, una cuarta parte de los pobladores tenían indias por esposas, legales y reconocidas. Alrededor de unos veinte años después se les dice a los indios que ellos quedaban en plena libertad de irse a donde mejor quisieran, de manera que una gran cantidad de ellos prefirieron continuar viviendo en las haciendas de los españoles, habituados ya a sus costumbres y bien acertados en su compañía y trato. Lo mismo ocurrió en la ribera de Arecibo, al constituirse en 1616 como pueblo, donde se encontraban ya fusionadas ambas etnias viviendo en paz y concordia.

De acuerdo con lo que sustenta el pensamiento del historiador Coll y Toste:
Según las leyes de la antropología una nueva generación comprende el espacio de treinta años, que se consideraba como la duración media de cada generación en la raza humana. De modo que en 1539 ya había en el país mestizos con el 50% de sangre blanca y otro 50% de sangre indígena. En 1569, solo tenían el 25% de elemento indígena, pues el cruzamiento seguía llevándose a efecto con los nuevos colonos que llegaban. A las diez generaciones, contando de 1509 a 1779 no quedaban ya sino vestigios de sangre indígena, y concluye; El mestizaje con la raza indígena desapareció por absorción en la blanca.[11] Es por lo tanto injusto achacarles a los españoles el crimen de haber exterminado totalmente la raza indígena de Borinquén.[12] 
De modo como se dio inicio al tema de las virtudes de las que debe tener el historiador, se ha podido moldear en este escrito la diferencia entre estos autores presentados, uno con la población indígena y la exageración de los cronistas españoles en cuanto al número de los habitantes a la llegada de los conquistadores y los otros dos sosteniendo la hipótesis de cómo es que el indígena desaparece a través del mestizaje en el suelo isleño. Ellos sostienen en su narrativa bases coherentes sobre sus investigaciones, donde a su vez no se establece una base categórica y fehaciente, ya que podemos encontrar en su ponencia diferencias en los años que da inicio la colonización.





[1] Cuesta Mendoza, Antonio, Historia de la Educación en el Puerto Rico Colonial, Vol.1, Segunda Edición, 1508-1821, pág. 17.
[2] Ibíd., pág. 18.
[3] Esta fecha que aquí se indica resultaría abierta al debate entre los eruditos en la historia; algunos podrán decir que el año en que Ponce de León vino a construir sus asentamientos no fue para el 1508 sino para el 1506. Estableciéndose este año por demás, como punto de partida dado a la negativa de la encomienda que se le diera a Yáñez Pinzón para la colonización de la Isla ya que anteriormente había estado distribuyendo cabras y cerdos para que se propagaran en suelo Borinqueño.
[4] Cuesta Mendoza, Historia de la Educación…, pág. 19.
[5] Ibíd., pág. 20.
[6] Ibíd., pág. 20.
[7] Ibíd., pág. 21.
[8] Ibíd., pág. 22.
[9] Véase sobre los inicios de la colonización de Puerto Rico, donde aquí volvemos a ver la connotación en cuestión sobre la colonización y el año de su inicio.
[10] Coll y Toste, Cayetano, Historia de la Instrucción Pública en Puerto Rico hasta el año 1898, pág. 32.
[11] Ibíd., pág. 34. Vale aclarar que lo expresado por el autor podría dar la impresión de ser meramente especulativo ya que dentro de su narrativa no menciona las fuentes que le llevan a tal conclusión; se podría aludir que haya podido ser un error involuntario el no hacer mención de ellas.
[12] Ibíd., pág. 34.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Libro: Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico, 1800-1920

Libro: Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico de Axel Hernández Rodríguez

Autor de reseña editorial: Pablo L. Crespo Vargas

La obra del Dr. Axel Hernández es un análisis contemporáneo del desarrollo histórico de la educación en Puerto Rico dentro de las políticas establecidas por las dos metrópolis que han gobernado la Isla. El autor, aunque se enfoca en el periodo de 1800 a 1920, nos guía desde las nociones que tenían los indios taínos sobre lo que hoy día podemos llamar un proceso instructivo y de enseñanza cultural destinado a que todos en la sociedad fueran por un mismo camino. De allí nos presenta como la instrucción realizada por los conquistadores iba dirigida a la formación de una sociedad unitaria, eliminando los rasgos particulares de la sociedad invadida, patrón que se repite de manera universal y que muy bien el autor nos describe. La obra enfatiza el surgimiento de las ideas ilustradas y su uso por las autoridades coloniales en la formación del pueblo. Por último, se presentan los cambios de paradigma traídos por los estadounidenses y cómo estos tenían el mismo fin que el desarrollado por los españoles, con la diferencia de que su método era completamente distinto. El autor nos invita a reflexionar sobre los procesos educativos que hoy se están desarrollando y que en esencia no diferencian con otras realidades del pasado. Recordemos las palabras de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borras: “Quien olvida su historia está condenada a repetirla”.

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Este trabajo procura presentar el desarrollo de la educación de Puerto Rico bajo los estatutos coloniales establecidos por los imperios español y estadounidense. En contraparte, se analizará la importancia de la familia puertorriqueña como piedra angular detrás de la educación de sus hijos. En la conclusión veremos los aspectos positivos y negativos que ambas administraciones aportaron y llevaron a cabo dentro de la formación de las escuelas, además de la injerencia dentro del contorno educativo en los diversos niveles: elemental, secundario y universitario.