martes, 23 de junio de 2020

De la crisis económica a la independencia de las Trece Colonias

De la crisis económica a la independencia de las Trece Colonias

Por Pablo L. Crespo Vargas


El 4 de julio de 1776 se declaró la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica. Fue un hecho sin igual hasta ese momento. Se demostró que las colonias podían separarse de sus metrópolis y desarrollar su propio destino. Se dejaba a un lado el mito de la dependencia y se demostraba la capacidad del ser humano para constituirse en sociedad en un sistema nuevo de gobernanza; aunque todo esto es mucho más complejo de lo que parece, pero ese sería tema para otro momento.

Por ahora, examinemos como una sociedad colonial sopesó su estado de dependencia con la principal potencia mundial del momento, Gran Bretaña, con la oportunidad de independizarse y buscar desarrollar, por modo propio, una entidad política que sirviera a sus intereses particulares y no a los de la metrópolis. Aunque los acontecimientos en la historia tienden a ser multifactoriales, siempre existe uno que consideramos es el principal o al menos, el que nos llama la atención; en nuestro caso: la crisis económica.

Las colonias británicas en Norteamérica se desarrollaron mediante el sistema mercantilista, el cual promovía la riqueza de la metrópolis a cuesta de los recursos de las colonias. Desde 1651, con el Acta de Navegación inglesa, se establece que los puertos coloniales norteamericanos serían exclusivos para la marina británica (ley de cabotaje). Con el pasar del tiempo, el aumento de los gastos en conflictos como las guerras francoindias (cuatro periodos de enfrentamiento entre 1688 a 1763) provocaron que la deuda del gobierno británico aumentara drásticamente, creándose una crisis económica que, según la lógica de la metrópolis, las colonias debían pagar mediante impuestos y medidas onerosas. 

La primera de ellas, luego de finalizado los periodos de guerra, en marzo de 1764, se renueva el Acta del Azúcar, con la intención de que el estado obtuviera ganancias en impuestos que afectaban la importación de este producto como materia prima de una serie de industrias norteamericanas. Los ingresos que buscaba este impuesto no se lograron, por lo cual fue abolida en 1766.

En marzo de 1765 se establece la ley del Timbre, impuesto dirigido específicamente a las Trece Colonias y cuyo fin era que estas solo compraran materiales impresos en Inglaterra. El objetivo del Parlamento era que con el dinero recaudado se pagara a las tropas británicas estacionadas en las colonias norteamericanas. El resultado para estas últimas fue desastroso y la indignación fue mayor al punto que se desarrollaron movimientos que en ocasiones provocaron choques violentos con las autoridades y el boicot hacia los productos y comerciantes británicos. Como si fuera poco, surgen grupos de resistencia o subversivos (desde otro punto de vista), como fueron los Hijos de la Libertad. Nuevamente, el Parlamento termina derogando esta ley.

En respuesta a la situación de las Trece Colonias, el Parlamento aprueba las Actas de Townshend (apellido del que las propuso), cinco nuevos paquetes de impuestos que son aprobados entre junio de 1766 a julio de 1768 y que afectaban una variedad de productos. Los impuestos iban dirigidos a obtener el dinero para pagar los jugosos salarios de algunos de los funcionarios coloniales.

Motín de Boston, 16 diciembre 1773
Litografía de Nathaniel Currier (1848)

Como era de esperarse, la apatía de una cantidad de colonos hacia la metrópolis fue en aumento y esto llevó a que las protestas aumentaran. Al punto tal, que el 5 de marzo de 1770 ocurrió la Masacre de Boston, donde las tropas gubernamentales dispararon contra los manifestantes y mataron a cinco de ellos e hirieron a otros 6. Un mes después, el Parlamento eliminó las leyes de Townshend, pero dejaron el impuesto al té, provocando que se dieran al menos tres motines en contra de los importadores de este producto (Boston: 16 de diciembre de 1773; Filadelfia: 25 de diciembre de 1773; y Chestertown: mayo de 1774).

Como vemos, la intensidad de la opresión económica de la metrópolis fue en aumento, así como la respuesta de los grupos coloniales que estaban en contra del Parlamento y sus medidas punitivas. Otras movidas de corte político y social también fueron promulgadas en contra de los colonos. A la crisis económica provocada por la deuda gubernamental y el interés del Parlamento de que fuera pagada por los colonos se sumaba la prohibición que tenían las colonias de expandirse hacia las tierras de los indios, la falta de representación en el Parlamento, el bloqueo del puerto de Boston y la intervención del gobierno en los asuntos individuales. La tensión llevó a que los colonos comenzaran a prepararse para un posible enfrentamiento armado que se dio con la batalla de Lexington y Concord (19 de abril de 1775), acciones que iniciaron las hostilidades. Un año, dos meses y quince días después se da el paso que hasta ese momento ninguna colonia había optado, pero que fue ejemplo a seguir por casi todas las demás: la declaración de independencia.

Nota editorial: Originalmente este artículo fue publicado en El Post Antillano el 29 de junio 2019.

martes, 2 de junio de 2020

Temporal, temporal, allá viene el temporal...


Temporal, temporal, allá viene el temporal…
Pablo L. Crespo Vargas

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"Temporal, temporal, allá viene el temporal.
Temporal, temporal, allá viene el temporal.
Qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal.
Qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal".
----Voz tradicional

Uno de los factores que define el desarrollo histórico, social y cultural de un pueblo es el relacionado a su ámbito geográfico. La influencia que este puede tener motiva a los habitantes de determinado lugar a entrar en un proceso evolutivo donde se busca establecer las condiciones idóneas para su sobrevivencia. Recordemos que el ser humano es un ente en continua adaptación, que es llevado a sobrepasar cualquier obstáculo que la propia naturaleza le imponga. Dentro de ese proceso de adaptación se establecen las pautas para la planificación de las peculiaridades de la vida diaria, lo que incluyen la modificación de viviendas, consumo y uso del tiempo.

En nuestro caso, como habitantes del archipiélago antillano, ubicado en la zona tropical, vivimos en un área donde estamos vulnerables a dos eventos naturales de gran envergadura: los terremotos y los huracanes. Siendo el segundo el más común de ellos y el que es presentado en la obra de Luis Caldera, Historia de los ciclones y huracanes tropicales en Puerto Rico, Lajas, Editorial Akelarre, 2014. (Tiene una 2da edición ampliada en 2018 y que incluye a los huracanes de Irma y María).

El autor narra y analiza los huracanes que han pasado por Puerto Rico y su efecto sobre sus habitantes. En la obra se puede ver un esfuerzo investigativo de gran envergadura que nos presenta una visión contemporánea y con sentido científico, que explica con detalles cada uno de estos fenómenos y las consecuencias que hubo sobre la Isla. No solamente se basa en descripciones de fuentes secundarias, sino que el investigador revisa los archivos históricos: Archivo Histórico Nacional en Madrid, el Archivo de Indias en Sevilla, el Archivo General de Puerto Rico en San Juan, el Archivo Histórico de Ponce y las colecciones Francisco Lluch Mora y Monseñor Vicente Murga, ambas en la Pontificia Universidad Católica de Ponce; en búsqueda de la información plasmada en los informes oficiales y las crónicas individuales.

De manera historiográfica, el tema de los huracanes y su relación con Puerto Rico fue presentado por primera vez por Benito Vinez, en una obra titulada Apuntes Relativos a los Huracanes de las Antillas: en septiembre y octubre de 1875, publicado en La Habana en 1877. Este primer intento analítico fue seguido por el de Vicente Fontan y Mera, quien, un año después, publicó La memorable noche de San Narciso y los temblores de tierra. Ambos escritos pueden ser considerados fuentes primarias y tienen la particularidad de realizarse como obras de imprenta independiente. Siguiendo este mismo patrón, en 1905 salió a luz pública otro libro titulado Descripción del ciclón de San Ciriaco, escrito por Aruez y Fernando. No debemos olvidar que dos de nuestros grandes historiadores, Cayetano Coll y Toste y José Julián Acosta habían redactado listas de huracanes, que nos demuestran la importancia de estos en la vida puertorriqueña.

En el 1932 se publicó lo que podemos considerar como la primera obra dedicada exclusivamente al tema, Los huracanes en Puerto Rico de Rafael Ramírez. En 1950, Luis Salivia presenta una actualización muy pertinente, cuyo título es Historia de los temporales en Puerto Rico. Cuarenta y cinco años más tarde, en 1995, Edwin Miner presenta la obra Historia de los huracanes en Puerto Rico.

Por último, pero no menos importante debemos mencionar dos artículos que abordan el tema de manera investigativa y específica para algunos periodos: el primero, de Pío Medrano, “Angustia, Destrucción, Pobreza y Muerte: Los Huracanes de 1615 y 1642 en Puerto Rico”, de 2008 y que se puede encontrar en formato digital en internet; y el de Stuart Schwarts, Los huracanes y la formación de las sociedades circumcaribenas, publicado en la revista Op. Cit, en el número 19, de 2009-2010, páginas 13-46. Ambos artículos demuestran el potencial de estudio que tienen los ciclones tropicales.

Para finalizar, la obra del Dr. Luis Caldera Ortiz es pertinente y necesaria en el sentido que este tema requiere actualizaciones constantes y explicaciones que sean sustentadas con elementos y bases científicas. Es una obra que recomiendo y que debe ser analizada por cada uno de ustedes. 

Nota editorial: Artículo original fue publicado el 14 de octubre de 2014 en El Post Antillano.