viernes, 28 de diciembre de 2018

Reseña sobre El ABC del movimiento obrero


Reseña a obra de Ebenecer López Ruyol,
El ABC del movimiento obrero, Carolina: Instituto Técnico Sindical, 2002.
Por Félix M. Cruz Jusino

Para adquirir la 3ra ed.
El ABC del movimiento obrero (Instituto Técnico Sindical, 2002) del historiador, abogado y sindicalista Ebenecer López Ruyol es un resumen sucinto del proceso evolutivo del sindicalismo en Puerto Rico desde el siglo XIX hasta los primeros dos años de la presente centuria. El libro de 302 páginas constituye una defensa del movimiento obrero como institución social a la vez que hace una evaluación crítica del sindicalismo y los problemas que lo agreden en el siglo XXI.[1] Resalta el autor como temas secundarios la desigualdad social de los obreros[2], el sindicato como freno a la explotación y a la servidumbre[3], la persecución de liderazgo obrero[4], el discrimen racial[5], el intervencionismo político[6], la formación educativa como mecanismo para erradicar la pobreza[7], la injerencia de los sindicatos estadounidenses[8], y los conflictos internos que han sido esgrimidos para desacreditar el movimiento obrero en la contemporaneidad[9]. El autor hace hincapié en lo que llama desorientación histórica como problema fundamental para la enajenación del sindicalismo en la actualidad y urge a la creación de una biblioteca, archivo y museo del movimiento obrero.[10] López Ruyol concluye la obra planteando diez acciones que deben tomarse para frenar la reducción de la plantilla asalariada que integra los sindicatos y la organización de uniones en las empresas privadas del país.

El historiador Ebenecer López Ruyol trabajó por 25 años con el movimiento obrero puertorriqueño como abogado laboral. Tiene una licenciatura en Ciencias Sociales con una concentración en Historia, una maestría en Trabajo Social y un Juris Doctor, todos de la Universidad de Puerto Rico. Realizó estudios especializados en materia laboral en George “Meany Center for Labor Studies”, Maryland y en la “School for Workers” de la Universidad de Madison en Wisconsin. También tomó adiestramientos para líderes sindicales ofrecidos por la Federación Sindical Mundial en Santiago de Chile. Actualmente es estudiante doctoral en Historia de Puerto Rico y el Caribe en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.

López Ruyol ha sido profesor universitario en el Programa Graduado Laboral de la Universidad Interamericana y en el Instituto de Relaciones del Trabajo de la Universidad de Puerto Rico. Fue asesor de la Asociación de Peloteros Profesionales de Puerto Rico y la Confederación de Peloteros Profesionales del Caribe. Está activo en varias organizaciones entre ellas, del Concilio Puertorriqueño Contra el Racismo, donde es presidente y fue con-fundador.

Estilo y metodología
López Ruyol expone sus planteamientos con claridad. Inserta las citas en el texto y abunda en recursos bibliográficos. Utiliza fuentes primarias, secundarias y terciarias. López Ruyol utiliza la narrativa lineal y la temporalidad del obrerismo para plantear sus perspectivas de la problemática actual del sindicalismo puertorriqueño. La cronología histórica de la obra se puede establecer en tres tiempos: el periodo previo a la invasión estadounidense en 1898, el desarrollo del movimiento obrero entre 1899 y 1973 y la decadencia del sindicalismo a partir de la crisis económica de 1973 hasta el presente. El historiador recurre a su propia experiencia como abogado y sindicalista para validar algunos de sus esbozos, especialmente los relacionados con los aspectos legales que han marcado el desarrollo del movimiento obrero. El autor dedica cuatro capítulos para explicar la legalidad que ampara a los sindicatos, el desarrollo de las leyes obreras y las limitaciones que los estatutos actuales les imponen a los obreros y sus organizaciones.

El vocabulario es culto, porque rechaza el supuesto aparente de que el trabajador es ignorante y torpe en la lectura.[11] Los trabajos del historiador tienen como meta infundir orgullo por el legado histórico a la vez que induce a continuar en las luchas del presente para sembrar esperanza en un futuro cercano, que aunque incierto, está a nuestro alcance moldear.[12]

El historiador combina la narración de eventos corroborables y documentados con el análisis social de los problemas del momento. Hace relevantes las coyunturas que sirven de eje a cada “hecho trascendental”. Propone que lo expuesto es la historia de la experiencia humana, más allá del procerato. Explica la manifestación histórica y lo que representa esa manifestación en la infinita sucesión de eventos evidentes entrelazados con los no evidentes. López Ruyol cultiva lo que llama ciencia histórico-social, heredera tanto de la historia social como de la sociología de la historia. Este planteamiento asegura el historiador es una manifestación de la historia de inspiración por causa y compromisos ético-morales.[13]

Los temas que aborda López Ruyol están asociados al materialismo histórico.[14] El materialismo histórico constituye la base teórica y metodológica de la sociología y demás ciencias sociales. El filósofo Karl Marx formuló su pensamiento sobre el proceso histórico-natural del desarrollo de la sociedad, destacando la esfera económica de las diversas esferas de la vida social, y de todas las relaciones sociales, las relaciones de producción, como principales y determinantes entre las demás relaciones. Este principio descansa en el planteamiento de que toda sociedad humana se desarrollará acorde a la obtención de los medios de vida. El autor sin embargo, rompe con el materialismo histórico tradicional para incluir el aspecto humano social como vector trascendental en el desarrollo del movimiento obrero. En este aspecto López Ruyol muestra influencia del historiador español Josep Fontana Lázaro quien establece un binomio entre la historia económica y las ciencias sociales.[15]

Los tema principales discutidos por López Ruyol en El ABC del movimiento obrero son conexos con la teoría de las clases, la descripción de las relaciones entre las mismas y la evolución de la clase obrera durante la era del capitalismo hasta llegar a la globalización, los trabajadores intelectuales y el resurgimiento de la lucha de clases en el siglo XXI.[16]

Sin embargo, López Ruyol se define a sí mismo como ecléctico y seguidor de la escuela de los anales.[17] El eclecticismo es percibido como la búsqueda permanente para unir ideas, formas, figuras de diferentes tipos para ser transformado en algo nuevo y único. Por lo tanto, es común hablar de eclecticismo como un estilo artístico en el que no hay una sola mirada, limitada simplemente a lo que el autor contribuye, pero hay una unión de muchos elementos, a veces disimiles entre sí que generan algún tipo de emoción o conmoción en el espectador y que deslumbran para transformarse en algo tan especial y único.[18]

Conclusión
El oficialismo ha menospreciado las aportaciones del sindicalismo a la sociedad puertorriqueña. Solo un número limitado de conocedores tiene acceso a la documentación existente sobre el movimiento obrero. El ABC del movimiento obrero provee, en una forma concisa, acceso a la historia del sindicalismo y a las aportaciones socioeconómicas y políticas de los obreros a la nación puertorriqueña. Ebenecer López Ruyol nos conduce cronológicamente a través del movimiento obrero para explicar su situación actual y ofrece alternativas para detener el colapso del sindicalismo. La lectura de la obra nos acerca a una realidad oculta a la mayoría, que no es otra que la institucionalización de la era de la desigualdad expuesta por Josep Fontana.[19]

Nota editorial: La más reciente edición de esta obra está disponible en el siguiente enlace: El ABC del movimiento obrero, 3ra ed.

Bibliografía
Fuentes Primarias
Entrevista a Ebenecer López Ruyol. 26 de agosto de 2018.

Fuentes Secundarias
López Ruyol Ebenecer. El ABC del movimiento obrero (Carolina: Instituto Técnico Sindical Inc., 2002).

Direcciones electrónicas

De la Torre, Joseba. “Josep Fontana y la historia como arma de futuro”. El Diario.es. Consultado el 19 de octubre de 2018.

“Eclecticismo”. Concepto definición, de. Última Actualización el 28 de diciembre de 2017 Consultado el 20 de septiembre de 2018.

Lacalle, José Daniel. “Materialista histórico y teoría crítica: Marxismo, Estado y clases sociales”. Crónica Popular.es. Última modificación 14 marzo, 2016. Consultado el 20 de septiembre de 2018.

“Materialismo histórico o interpretación materialista de la historia”. Diccionario de la Filosofía. Última Modificación 1984. Consultado el 20 de septiembre de 2018.
http://www.filosofia.org/enc/ros/mat09.htm http://www. Dfilosofia.org/urss/ddf1984.

Navarra, Andreu. “El legado de Josep Fontana”. La aventura de la historia.es. La aventura de la historia, no. 221 (28 de agosto de 2018). Consultado el 16 de octubre de 2018.



[1] Ebenecer López Ruyol, El ABC del movimiento obrero (Carolina: Instituto Técnico Sindical Inc., 2002), xi-xvi.
[2] Ibíd., 74-82.
[3] Ibíd., 210-215.
[4] Ibíd., 102-104; 125; 207-210.
[5] Ibíd. 32, 42, 236, 274.
[6] Ibíd., 122-129; 221-226.
[7] Ibíd., 88, 226.
[8] Ibíd., Capítulo 7.
[9] Ibíd., 1-25; 226-234; 248-251.
[10] Ibíd., 16; 252; 267.
[11] Ibíd., xiii.
[12] Ibíd., xii.
[13] Entrevista a Ebenecer López Ruyol, 26 de agosto de 2018.
[14] “Materialismo histórico o interpretación materialista de la historia”, Diccionario de la Filosofía. Última modificación 1984. Consultado el 20 de septiembre de 2018. http://www.filosofia.org/urss/ddf1984.
[15] Joseba de la Torre, “Josep Fontana y la historia como arma de futuro”, El Diario, 28 de agosto de 2018. Consultado el 19 de octubre de 2018. https://www.eldiario.es/tribunaabierta/Josep-Fontana-historia-arma-futuro_6_808479166.html.
[16] José Daniel Lacalle, “Materialista histórico y teoría crítica: Marxismo, Estado y clases sociales”, Crónica Popular. Última modificación 14 marzo, 2016. Consultado el 20 de septiembre de 2018.
[17] Entrevista a Ebenecer López Ruyol, 26 de agosto de 2018.
[18] “Eclecticismo”, Concepto definición. https://conceptodefinicion.de/eclecticismo/Definición de Eclecticismo. Última actualización el 28 de diciembre de 2017. Consultado el 20 de septiembre de 2018.
[19] Andreu Navarra, “El legado de Josep Fontana”, La aventura de la historia, no. 221 (28 de agosto de 2018). Consultado el 16 de octubre de 2018. www.laaventuradelahistoria.es/el-legado-de-josep-fontana.

martes, 18 de diciembre de 2018

Prólogo a Discurso nacional del clero durante la revolución colombiana


Prólogo a Discurso nacional del clero durante la
revolución colombiana, 1810-1825
Pablo L. Crespo Vargas

Para adquirir por amazon
La historia, como muchas otras disciplinas del saber humano, presenta un análisis desarrollado a partir de unas inquietudes que surgen de los individuos que la estudian. Las mismas son el producto de la interacción social, cultural y, en algunos casos, económica que estas personas tuvieron a través de su evolución como sujetos. En el caso de los historiadores puertorriqueños, la inmensa mayoría de ellos evita temas fuera de lo que sería su entorno nacional. Las razones son diversas, aunque pudieran ser enumeradas, no serán discutidas en este prólogo. Lo importante en este momento es ver que una novel historiadora puertorriqueña, Brenda Lee Cintrón Torres, producto del Programa Graduado de Historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico[1], decidió dejar a un lado temas insulares para estudiar un problema histórico desarrollado al otro lado de nuestra orilla caribeña, en lo que hoy conocemos como Colombia. Sin embargo, debemos hacer hincapié de que el tema trabajado por la autora, aunque está fuera de nuestros límites geográficos, sí es pertinente para la comprensión histórica de Puerto Rico por las similitudes que se podrían encontrar en los hallazgos de esta investigación y el análisis de este tema en Puerto Rico.

Colombia, como entidad político territorial, en diversos momentos históricos perteneció o fue conocida por otros nombres como veremos más adelante. Primeramente, con la llegada de los castellanos, la zona fue bautizada como el Reino de Nueva Granada (o Nuevo Reino de Granada), administrativamente hablando desde 1570 fue establecida la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, la cual estuvo como ente principal de la política imperial española en el área hasta 1718. A partir de este último año se instituyó el Virreinato de Nueva Granada. El mismo fue abolido, como parte de las luchas de independencia, en el 1811, pasando la zona a constituirse en la Federación de las Provincias Unidas de Nueva Granada[2], las cuales sucumbieron ante la reconquista española en el periodo de 1815 a 1816. No es hasta 1819 que se establece la República de Colombia, la cual para diferenciarla de su constitución actual ha sido llamada la Gran Colombia.[3]

Dentro de este menjurje[4] político y territorial hubo una sociedad que vivió una serie de situaciones que son base de esta investigación. El tema central de la obra es el discurso presentado por los eclesiásticos católicos, tanto del lado liberal e independentista como del lado conservador y realista, durante el periodo de luchas por la independencia y años posteriores en esta zona (1810-1825).

Este periodo de estudio es muy significativo, ya que la región vivió en la incertidumbre mientras la sociedad decidía que rumbo seguir, a la vez que se buscaba justificar de una manera u otra la decisión a tomarse. Al igual que pasó en otras regiones, y aún pasa con los países con estatus colonial (aquí es que entra Puerto Rico), la decisión de separarse o continuar la relación de dependencia política con la metrópoli fue parte de unos procesos ideológicos (y económicos) que fomentaron continuos enfrentamientos y la presentación de puntos de vista divergentes que fueron utilizados por cada bando según su conveniencia.

La doctora Cintrón Torres presenta una excelente combinación de fuentes primarias y secundarias que demuestran un trabajo investigativo de gran calibre académico. Entre las fuentes primarias que utiliza están los epistolarios de los gobernadores y obispos, las diversas colecciones de catecismos, crónicas, memorias, manifiestos, dictámenes, manuales de instrucción, colecciones de oraciones religiosas, novenas, sermones, discursos eclesiásticos y periódicos; todos del periodo estudiado.

El análisis presentado nos lleva a visualizar una sociedad que culturalmente hablando mostraba un arraigo bien marcado sobre las creencias religiosas que, aunque sincretizadas, demostraban un apego solido hacia el catolicismo español, establecido desde los comienzos de la conquista y colonización. La profundidad con la que el pueblo mantenía su fe evitó que la llegada de corrientes ilustradas y liberales, las cuales en principio estaban en contra del poder eclesiástico, se desarrollara en una actitud que de manera general era anticlerical. No obstante, vemos que dentro de la propia Iglesia se dio una división ideológica entre los que apoyaban la soberanía del monarca español y los que buscaban la independencia de la metrópoli.

La autora nos presenta los diversos puntos de vista y cómo cada bando utilizando básicamente las mismas herramientas pedagógicas y doctrinales crearon el andamiaje necesario dentro del sistema eclesiástico para apoyar una serie de posturas. También se demuestra como los líderes políticos aprovecharon sus alianzas con el clero para adelantar sus agendas y utilizar al pueblo en su beneficio. La población en general mantenía en alta estima a sus líderes religiosos y las posturas que estos respaldaran terminaban siendo las que sus oidores seguían.

En el análisis que la doctora Cintrón Torres realiza trae un punto que muchas veces se obvia o no se menciona en la historiografía hispanoamericana referente a la independencia y es que la misma fue una guerra civil, donde los locales se dividieron en dos bandos tanto para la lucha independentista (los que apoyaban al rey y los que luchaban por la independencia) como para el periodo posterior (conservadores y liberales). Claro, la intervención de la metrópoli es palpable, pero el grueso de los involucrados provenía del ámbito local.

Este tipo de argumento también es trabajado en los más recientes estudios sobre la independencia de los Estados Unidos.[5] En ambos casos, se contradice la mitificación creada con el fin de unificar el país y de establecer un sentimiento nacional de que la lucha fue en contra de unos invasores, por lo cual todo el pueblo se unió. Esta idea nos lleva a creer que la guerra de independencia fue un conflicto entre dos grupos completamente diferentes, lo cual no necesariamente fue así.

En esta misma línea, la autora replica a otro mito, el que indica que los miembros de la Iglesia apoyaban tanto al lado realista, durante el periodo de lucha independentista, como al lado conservador, durante el periodo posterior. Debemos ver, y muy bien presentado en la obra, está la situación de que la Iglesia era un reflejo de la sociedad hispanoamericana y que en ella cohabitaban diversas clases o grupos que se diferenciaban por el bagaje social con el que llegaban a la institución. Al igual que ocurría en el pueblo, el individuo (en este caso el clérigo), con las herramientas pedagógicas que tuvo disponible tenía que decidir qué bando tomar. No obstante, no podemos dejar a un lado que la inmensa masa poblacional o llamado pueblo llano se caracterizaba de ser uno que seguía los principios promovidos por sus líderes religiosos. De hecho, en muchas ocasiones se luchaba sin saber el por qué.

La sensación de la crueldad de la guerra también es presentada por nuestra autora, quien está clara de que los atropellos fueron cometidos por ambos bandos, aunque dentro de cada grupo esto no se admitiera. Esto nos lleva a la retórica de presentar a un Dios que protege y apoya a los dos grupos, lo que la autora llama un “Dios que parece ser bipolar”, que es “conservador y aliado a la monarquía, por un lado, y buscador de la libertad de su pueblo contra un tirano que es como un nuevo faraón, por otro lado”. Como podemos apreciar: un mismo “Dios”, dos visiones distintas, algo muy común en la historia occidental. La autora indica que: “Ambos bandos creen que Dios está a su lado, aunque ninguno de los escritores citados explica como Dios puede defender a los guerreros de dos ejércitos que pelean el uno contra el otro” y dar la victoria a los dos a la misma vez. Aunque esto es una situación recurrente en la historia universal, no es un tema que se discuta con tanta regularidad, lo que demuestra un gran sentido de innovación historiográfica de la doctora Cintrón Torres.

Otro aspecto que la autora aprovecha para analizar es la poca sensibilidad que los clérigos demostraron para sus contrarios, siendo estos igual de cristianos que ellos. Este aspecto no nos debe sorprender ya que queda muy bien señalado cómo los miembros de la Iglesia utilizaban los mismos pasajes bíblicos para presentar situaciones y demostrar un discurso que en su fin se contradecía.

La obra está dividida en cuatro apartados. El primero analiza el papel de la Iglesia en Hispanoamérica y Colombia. El segundo trabaja el contexto histórico en el que se desarrolla el proceso de independencia. En él se analizan los efectos de la Ilustración, las Reformas Borbónicas, la insurrección de los comuneros y la de Túpac Amaru, la expulsión de los Jesuitas y la invasión napoleónica a territorio español. Cada uno de estos eventos tiene su repercusión en Hispanoamérica. El tercer apartado trabaja los diversos sermones utilizados para llevar el mensaje de cada uno de los grupos. Por último, se analizan los catecismos, la religiosidad popular, la pedagogía eclesiástica y el uso de la prensa como medios propagandísticos.

En el caso de Puerto Rico, la obra de la doctora Cintrón Torres nos brinda la oportunidad de conocer una metodología que podría ser utilizada para el análisis histórico del pensamiento religioso y su relación con el estatus político de la Isla. La publicación de esta obra se une a otras donde se trabajan aspectos de la historia religiosa del Caribe y Puerto Rico, algo que consideramos muy positivo y que puede alentar a otros investigadores a continuar con los estudios de uno de los aspectos culturales de mayor influencia en la población: las creencias religiosas.

1 de noviembre de 2018




[1] Al momento de escribir el prólogo, el autor, Pablo L. Crespo Vargas, se desempeña como profesor adjunto del Programa Graduado de Historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. El mismo fue establecido en 2005 y se ha convertido en uno de los principales centros de estudios históricos en Puerto Rico.
[2] Se debe señalar que entre 1811 y 1813 existió el Estado Libre de Cundinamarca, cuyo centro de poder era la ciudad de Santa Fe. Esta república fue liderada por Antonio Nariño, quien creía en un sistema de gobierno centralizado contrario a las pretensiones de la Federación de las Provincias Unidas de establecer un sistema federalizado y parlamentario. Las disputas ideológicas entre ambas entidades políticas culminaron con una guerra que ocurrió entre finales de 1812 a principios de 1813. Teniendo ambas entidades la posibilidad de una reconquista realista, la cual sucedió eventualmente, se unieron para tratar de evitar que los españoles retomaran la zona.
[3] Se debe indicar que el termino Gran Colombia no fue utilizado en su tiempo. Esta diferenciación en el nombre puede deberse a los cambios geopolíticos que sufrió el país a partir de 1826. Se puede indicar que la República de Colombia establecida a finales del 1819 era la base del sueño de unión interamericano que había ideado Francisco Miranda a finales del siglo XVIII y principios del XIX y que luego fue retomada por Simón Bolívar. Contrario a lo que ellos esperaban, las luchas de poder y control entre los distintos grupos gobernantes locales, la falta de un sentimiento dirigido a crear un estado único en Hispanoamérica y los intereses extranjeros provocaron que esta unión nunca se materializara.   
[4] La palabra menjurje, que quiere decir una mezcla de varios ingredientes, es utilizada de manera diferente en al menos tres regiones. Por ejemplo, en España se utiliza mejunje, en el Cono Sur se utiliza menjunje y la que nosotros utilizamos en el Caribe y Centroamérica. Refiérase al Diccionario de la REA para cualquier duda.
[5] Uno de los principales exponentes de esta visión para Norteamérica es Alan Taylor, American Revolutions: A Continental History, 1750-1804 (New York: W.W. Norton & Company, 2017).


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Modernidad líquida: un reto para la historiografía rankiana

Modernidad líquida: un reto para la historiografía rankiana
Félix M. Cruz Jusino

Resumen: La formación de una sociedad líquida basada en la inmediatez y el consumo desenfrenado imponen el mayor reto que los historiadores han enfrentado desde el siglo XVIII. La metodología rankiana, los metarrelatos, las historias nacionales y la cultura sucumben ante la memoria corta de la nueva generación y las imposiciones de la globalización. Los cambios requieren de la formulación de nuevas estrategias para la preservación de la memoria histórica y de una lucha sin cuartel para evitar la desaparición del pensamiento crítico. Si los historiadores no logran reinventarse, la profesión como la conocemos, puede desaparecer en un futuro no muy distante.
La Gran Ola de Kanagawa, impresión xilográfica de Katsushika Hokusai (1830-1833).
Introducción
La historiografía como la conocemos surgió a finales del siglo XIX cuando se integraron la historicidad o la narrativa histórica comprobada con la metodología científica. Esta integración definió tanto la función del historiador como el concepto de la modernidad. La modernidad se definió como el proceso donde el individuo impone su voluntad lógica y racionalmente hasta lograr la manifestación plena del bienestar. Esta definición implicó una liberación de los conceptos teológicos que imponían a un Dios todopoderoso como manipulador del destino de la humanidad e hizo de los hombres y mujeres responsables por sus actos. Esta redefinición de la conceptualización de la historia humana enfrentó las concepciones absolutistas y religiosos que habían regido el pensamiento filosófico hasta ese momento con las nuevas vertientes progresistas. En ese escenario surgió la figura del historiador como el encargado de medir la evolución lineal de los hechos humanos en una forma progresiva hacia el bienestar predicado por la modernidad. A esa forma progresiva se le llamó historia.

La modernidad inició la era imperialista europea y la imposición de su cultura como arquetipo sobre otras en el planeta. El método científico europeo se convirtió en la fórmula para evaluar los hechos y determinar su veracidad. El historiador Julián Casanova expresó que el método científico aplicado a la historia le dio sentido al tiempo universal para justificar la nueva era imperialista y la misión civilizadora que occidente se impuso como nueva cruzada. Europa se asignó la tarea de conquistar al planeta para establecer colonias sobre civilizaciones percibidas como inferiores para que estas emularan a sus metrópolis con el propósito de transformar sus sociedades (una política similar regiría la misión conquistadora estadounidense en América con su política de Destino Manifiesto). El objetivo era obtener el progreso acorde a los parámetros diseñados por la nueva visión histórico-filosófica-científica impuesta por Europa. Se asumía entonces que la modernidad y el conocimiento, cuando era aplicado correctamente, mejorarían las condiciones de vida de los colonos.[1]

Los historiadores, como guardianes de la memoria, justificaron las acciones imperialistas europeas avalando los hechos con el método científico. El historiador fue concebido como un juez imparcial y objetivo que a través de la evaluación rigurosa de documentos separaría lo real de lo ficticio, pero siempre en favor de la cultura occidental. Esta acción debería haber evitado la repetición de errores funestos del pasado porque la misión de la modernidad europea era el bienestar absoluto acorde a sus parámetros. Empero, la nueva historia contaba las cosas tal y como ocurrieron, siempre desde el punto de vista patriarcal europeo. Lo primordial era la historia de los hombres occidentales; la historia social de los demás, entiéndase, mujeres, trabajadores, esclavos, emigrantes, grupos minoritarios, países tercemundistas, homosexuales… podían ser incorporadas dentro del modelo occidental de desarrollo histórico, fuera en la forma marxista, de la escuela de Annales o de la teoría de la modernización.[2]

Los historiadores no fueron objetivos, se hicieron cómplices de esta conceptualización europeísta del tiempo y de los sucesos. Fomentaron lo que hoy se conoce como la historia sólida o la evolución continua de los hechos hacia la modernidad basada en la universalidad de una verdad única, la impuesta por Europa.

Estos planteamientos se mantuvieron hasta que la visión patriarcal europea, la historia lineal y la visión científica de la historia fueron cuestionadas por una nueva generación de historiadores a partir de la década de 1980. La modernidad fue catalogada como un concepto imperialista machista que desestimó la aportación de los demás a la historia. Este reto a los cánones establecidos por las escuelas historiográficas europeas dio paso al periodo histórico contemporáneo que es conocido como modernidad líquida. Los paradigmas establecidos desde el siglo decimonónico, las instituciones y los valores que una vez definimos como permanentes se han ido derrumbando para dar paso a una sociedad dominada por la inestabilidad, la inseguridad, la atemporalidad y la inmediatez. La función del historiador dentro de este nuevo periodo histórico también es cuestionada y requiere de una redefinición. En este ensayo evaluaremos los procesos que nos han conducido hasta el presente y presentaremos un proyecto para la historia en un presente cada vez más oscilante.

Rankismo
La historiografía del siglo XX se basó en la metodología desarrollada por el historiador alemán Leopold von Ranke (1795-1886). Ranke precisó la historia como un proceso evolutivo separado del desarrollo de hombres, pueblos y estados individuales. La integración de los tres factores anteriores formaba el proceso que conocemos como cultura, no la historia. Desde el punto de vista rankiano, los pueblos pueden compartir una tradición cultural, pero tienen plena libertad para desarrollar su propio concepto de estado. Ranke, contrario a Hegel que teorizó que lo real es también racional, estipuló que lo real era la continuidad de la historia. La continuidad es el fundamento para el desarrollo cultural y por ende, el principio interpretativo de la historia. Ranke planteó que el historiador debe conocer el historicismo, porque es lo que determina los eventos, pero no los justifica. A pesar de su visión hasta cierto punto liberal, el filósofo alemán se opuso a la democratización de los estados y apoyó el orden social y político imperialista de su era, por lo que sus planteamientos no fueron bien recibidos en su tiempo. Al sentirse rechazado por sus conceptos ambiguos, Ranke se refugió en el trabajo historiográfico, en busca de la objetividad que no logró en la filosofía.

Ranke se concentró en la historia política de las naciones latinas y germánicas, destacando sus aportaciones culturales, administraciones gubernamentales y relaciones diplomáticas. Enfatizó el engrandecimiento de los estados protestantes a la vez que insistió que el historiador debe exponer los asuntos tal como ocurrieron, no analizarlos.
La mayor aportación de Ranke a la historia fue la aplicación del método científico para interpretar la historia. Estableció las preguntas como base para investigar la historia y formular respuestas y el rango para evaluar la documentación histórica. Utilizó los términos ya existentes de fuentes primarias y secundarias para categorizar la documentación, pero le otorgó una nueva perspectiva. El historiador brasilero, José D’Assunçao Barros, en su ensayo “Ranke: considerações sobre sua obra e modelo historiográfico” (2013) establece que el historiador alemán cuando hace referencia a las fuentes secundarias buscará beneficiarse de desarrollar procedimientos confiables que puedan documentar de manera secundaria la información primaria. Este proceso consintió en la crítica rigurosa y la contextualización de los historiadores del pasado. Los iconos de la historia fueron desmitificados permitiendo una evaluación de sus trabajos.[3]

El método crítico de la aproximación a la historia y la devoción por la exactitud factual ideados por Ranke fueron decisivos para definir la era de la modernidad y el papel que la investigación histórica tendría por los próximos doscientos cincuenta años. A pesar del empeño por mantener una supuesta objetividad, la evaluación histórica de los hechos del pasado a través del método rankiano impuso la visión eurocentrista y excluyó la aportación de otros pueblos y culturas a la historia. Esto con el tiempo trabajaría en detrimento de la historiografía y de los historiadores.

Modernidad líquida
Antes de definir y discutir las implicaciones con la contemporaneidad actual, que ha sido bautizada como modernidad líquida, debemos familiarizarnos con las eras históricas que le precedieron: la modernidad, el posmodernismo y la hipermodernidad.

Modernidad
La modernidad es el periodo histórico que sucedió a la última etapa de la era antigua que conocemos como el Medioevo y la primera de la Edad Moderna si incluimos el Renacimiento dentro de este periodo. El Medioevo se caracterizó por el dominio de la Iglesia Católica en Europa y la imposición del sistema económico feudal. Imperó el concepto de un destino impuesto por una divinidad distante e invisible. La modernidad significó la ruptura con el teocentrismo como explicación fundamental para la historia humana y se inició el antropocentrismo, el ser humano como centro del pensamiento. La caída de Constantinopla en 1452 marcó la fecha que dio inicio a la Era Moderna. Este periodo transformó la concepción del mundo que tenían los europeos. Fue el periodo de los grandes descubrimientos, la conquista de América por los españoles y ocurrieron eventos que fortalecerían la evolución del pensamiento humanístico tales como la invención de la imprenta, la reforma protestante de Martín Lutero y la revolución científica.[4]

La suplantación del mito como explicación para la razón de ser para el universo abrió paso a la investigación científica. El fin del teocentrismo terminó también con el poder divino de los monarcas, este se desmoronó para dar paso al republicanismo y la democracia. La búsqueda incesante de la justicia y el bienestar para todos resultó en el establecimiento de un sistema de leyes y las nuevas naciones pasaron a ser regidas por constituciones. La modernidad vio el surgimiento de la revolución industrial y el desarrollo tecnológico que transformaron la sociedad de una agraria, rural y tradicional a una urbana, industrial y progresista. El capitalismo se impuso como modelo económico sobre el mercantilismo. El intercambio de bienes y la producción en masa para acaparar los mercados resultó en la formación de dos nuevas clases sociales, la burguesía, dueña del capital, controlaría los medios de producción y el proletariado, la clase obrera explotada, proveería la mano de obra. El demérito del ser humano por la explotación capitalista y las condiciones infrahumanas de los lugares de trabajo llevaron al surgimiento de la filosofía marxista que daría nacimiento al socialismo y el comunismo, que propuso la lucha de clases para elevar al poder el proletariado.[5]

El final de la modernidad lo marcó la Primera Guerra Mundial (1914-1918), conflicto bélico que vería el surgimiento de una sociedad postindustrial y a un periodo histórico que ha sido denominado posmodernidad o postmodernidad. Existen opositores a este planteamiento porque consideran que las características que fomentaron el desarrollo de la modernidad todavía están vigentes. No existe dudas que luego del conflicto bélico que concluyó hace una centuria Europa fue diferente. Cuatro imperios desaparecieron; el austrohúngaro el ruso, el germánico y el otomano dando paso a la formación de nuevas naciones; surgió el comunismo ruso, como antítesis del capitalismo de Europa occidental y Estados Unidos se posesionó como potencia mundial.

Posmodernidad
La Europa entre las dos grandes guerras mundiales fue inestable. El mundo tendió a polarizarse entre capitalistas y comunistas. El nacionalismo y el fortalecimiento del sentido identitario de las nuevas naciones se convirtieron en el credo de la modernidad. El colectivo era más importante que el individuo. Terminado el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial el enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo se hizo más virulento sumiendo a la humanidad en la infame Guerra Fría y el temor a un exterminio nuclear. Lentamente el pesimismo se fue apoderando de los filósofos que cuestionaron el principio básico de la modernidad trazado por la historia lineal y el bienestar de humanidad. Este cambio en el pensamiento humanístico donde el individuo se convirtió en el centro del proceso socioeconómico, relevando el bienestar colectivo de la sociedad es lo que se ha denominado como posmodernidad.

Los posmodernos aseguran que el modernismo fracasó en su intento de renovar el pensamiento humano. Niegan la posibilidad del progreso general de la sociedad, afirmando que este es individual. El consumismo se convirtió en el valor más importante y los líderes en figuras efímeras que gozan del favor popular por periodos breves. La verdad de la idea fue sustituida por la emoción. El presente tomó preponderancia sobre el pasado y el futuro. El ser humano se volvió hedonista. Hubo un rechazo a la religiosidad y se buscaron sendas alternas para la espiritualidad. El placer y la búsqueda de la libertad a través del cuerpo son los iconos más significativos de la posmodernidad. Los posmodernos iniciaron el revisionismo histórico para reivindicar a los grupos marginados que fueron oprimidos por las ideas eurocentristas de la modernidad. La diversidad y el pluralismo son el sino de la posmodernidad.

La historiografía es cuestionada y sus conclusiones son rechazadas por carecer de objetividad. Los historiadores del pasado son definidos como subjetivos y prejuiciados. La verdad es variable y cuestionable, depende del punto de vista de quien la presenta, negando su universalidad. La realidad no existe, sino una percepción de lo que tenemos de ella. La historia se estableció para engrandecer el poder europeo y pisotear a todos los demás.

Para los posmodernos las ciencias están limitadas, no pueden generar conocimiento válido universalmente; la economía de producción valió solo para dar lugar a la del consumo; el ser humano, para sobrevivir, debe revalorizar la naturaleza y promover el cuidado del medio ambiente; el poder es cuestionable, por ende los megapoderosos de la industria del consumo y de los medios de comunicación carecen de poder real; el líder no está sobre las ideologías, por ende su paso es transitorio.

Si nos planteamos análisis sociopsicológico de los posmodernos encontramos que, buscan la inmediatez; se enfrascan en la contradicción de individualismo y las modas sociales; defienden la liberación personal; y justifican los sucesos con el misticismo.

Durante el posmodernismo de los años 60 y 70 del siglo pasado se renegó de los valores patriarcales, surgió el movimiento feminista, se dieron las luchas por la igualdad racial, se buscó el mejoramiento de la calidad de vida de los más necesitados y se inició la revolución sexual. La tecnología dominó las ciencias, el consumo surgió como placebo para controlar las masas y las humanidades comenzaron a ser relegadas en los currículos escolares en favor de la economía, las comunicaciones y la cibernética.[6]

Hipermodernidad.
El concepto de hipermodernidad fue ideado por el filósofo francés Guilles Lipovestky en su libro “La era del vacío” (1983). El libro causó impacto por el análisis profundo que el sociólogo hizo de la sociedad de principios de los años 80. Enrique Tamés en su ensayo “Del vacío a la hipermodernidad” señala que Lipovetsky puntualizó el cambio de valores que ocurrió en la sociedad desde el inicio de la modernidad y de la consagración del individuo como ente gestor de cambios. Lipovetsky calificó a ese periodo como una segunda revolución individualista que bautizó como el proceso de personalización.[7]

La nueva era marcó un estropicio no solo con la modernidad ideada en el siglo XVIII sino con la historia reciente y los paradigmas planteados luego de terminada la Segunda Guerra Mundial. La hipermodernidad se desasocia con lo disciplinario, revolucionario y convencional de los años 50; del credo democrático y los programas de justicia social; del rigorismo universalista del credo democrático y de la identidad ideológica coerciva.[8]

La sociedad descrita por el filósofo francés sufrió cambios drásticos en su organización social, las costumbres y los hábitos tradicionales. El nuevo ente humano enfatizó los valores individuales, utilizó la introspección para resolver los cuestionamientos sobre el “yo” y tuvo como meta fundamental la búsqueda constante del placer. Tamés resumió los planteamientos de la hipermodernidad indicando que lo privado está primero, la austeridad debe reducirse a lo mínimo y el deseo debe “ser” es prioritario. La hipermodernidad rompió con la represión de la conducta humana para dar paso a la comprensión y la aceptación de la pluralidad del ente humano; los valores hedonistas, el respeto por las diferencias y el culto a la liberación personal sustituyeron la represión y los prejuicios desarrollados por el modernismo.[9]

Miguel Ángel Michinel Álvarez asegura en su trabajo, “La hipermodernidad”, que el posmodernismo fue un periodo breve que abrió paso a una nueva sociedad. La humanidad estaba en búsqueda de modernizar la modernidad misma. Para lograr modernizarse la sociedad entró en la dicotomía de la lucha entre el “yo” y el “nosotros”, el individuo versus el colectivo. La historia del colectivo no es importante porque ignoró al individuo. El “yo” está en constante evolución, no se niega el pasado, se reniega la forma en que ha sido interpretado y el método estructurado ideado por el eurocentrismo. La hipermodernidad exige la reintegración del pasado para hacerlo inclusivo y participativo. El revisionismo histórico se cobija bajo la justicia para erradicar de la memoria el olvido impuesto por el oficialismo histórico concebido por Europa. Los métodos de investigación requieren de una redefinición dentro de los parámetros establecidos por las lógicas modernas de mercado, consumo e individualidad.

La hipermodernidad, no anda a ciegas, está consciente de su propia limitación y que los mercados son finitos. Evita los excesos que a la larga podrían servir como detrimento del proceso. Las luchas simbólicas perdieron su intensidad, el comunismo marxista colapsó y el capitalismo tradicional evoluciona a nuevas perspectivas conscientes de que no resuelven los problemas básicos de los individuos ante un futuro impredecible que debe ser construido a la par con el presente.[10] El hipermodernismo ha sido descrito como la era del narcisismo por su centrismo en el “yo”.

Modernidad Líquida
El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó el término modernidad líquida para describir la contemporaneidad o el momento actual de la historia humana. La modernidad liquida (llamada también modernidad tardía) describe las sociedades surgidas en los años 90 cuando la globalización se impuso como filosofía del mercado capitalista. La globalización clama por la integración de las sociedades humanas para facilitar el intercambio comercial y la comunicación cibernética. Implica la transformación de los patrones económico, tecnológico, político, social, empresarial y cultural de las naciones para formar una sola sociedad humana. El neocapitalismo que rige la integración de los mercados privatiza los servicios gubernamentales, aunque estos sacrifiquen el bienestar general. Estos cambios han desestabilizado los gobiernos tradicionales para establecer sociedades efímeras, frágiles y consumistas.

Jazmín Hernández Moreno en su reseña del libro de Bauman, “La modernidad líquida” (2003), describe los cinco conceptos básicos de las nuevas sociedades: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Bauman planteó que en la actualidad las instituciones socioeconómicas son efímeras y frágiles, por ende impactan los cinco conceptos fomentando la inestabilidad del individuo que carece de un punto seguro en su existencia. Lo sólido, aquello que nuestros abuelos consideraban inamovible como el derecho al trabajo, el matrimonio o la seguridad social son inestables y volubles. El estado le falló al ciudadano. La seguridad se evaporó en los mercados financieros. El Estado ha dejado de ser benefactor, se convirtió en mediador entre los poderes fácticos y los individuos, ha cedido sus facultades de decisión. El Estado y la nación han tomado caminos distintos en la modernidad liquida.[11]

La historia en la modernidad líquida
El rompimiento con los valores que fomentaron el desarrollo de la historia moderna y el distanciamiento de la metodología rankiana han redefinido la historia. Cesar Rina Simón en su ensayo “De la Historia solida a las historias líquidas” explica que en la actualidad la historia se percibe como el estudio de una serie de acontecimientos susceptibles al ser explicados en el presente y condicionados por el “paradigma” metodológico contemporáneo. La historiografía posee múltiples errores por su visión eurocentrista y el aislamiento de los historiadores de las sociedades en que cohabitan. Insiste Rima Simón que para mantenerse como materia académica, la historia tiene que encajar dentro de los planteamientos filosóficos y éticos del mercado libre. En la sociedad líquida cada ser es autónomo para administrar su vida y busca encontrar su sentido a través de la diferenciación, esto fomentó el rompimiento de la historia en diferentes especialidades. Nadie tiene una visión general de la historia, sino conocimientos fragmentados.[12]

El historiador catalán Josep Fontana expuso en su ensayo “¿Qué historia enseñar?” (2003) que la desilusión con la metodología antigua abrió paso a la formación de nuevas escuelas, que, desde su punto de vista no pasan de ser sectas que intentan devolverle la seguridad y la certeza a la historia. Estas nuevas escuelas se enfocan en lo concreto y ponen su atención mayoritariamente en los aspectos culturales. Entre estas escuelas señala, entre otras, el estudio de las mentalidades, la microhistoria, el posmodernismo y el poscolonialismo. El historiador no menosprecia las escuelas porque tienen parte de la verdad, pero ninguna es en su totalidad suficiente sino integra la experiencia laboral, la subsistencia y la vida en general.[13]

Rina Simón abunda sobre el tema y añade que el desplome del modelo soviético y la colonización del pensamiento “único” neoliberal generaron el momento para que el pasado fuera concebido dentro de unidades atomizadas, accesibles al historiador mediante el estudio fragmentado de uno de sus átomos.[14]

Un problema fundamental para la historia es que la sociedad de consumo actual se concentra en la creación de empleos y la venta del conocimiento. Los historiadores no son creadores de empleo y sus principios éticos le hacen cuestionar la venta del conocimiento. El siglo XXI los enfrenta con la disyuntiva que crea el choque de los paradigmas del pasado y la nueva tecnología que permite el acceso ilimitado a la información en el Internet. La disponibilidad de información misma genera un cuestionamiento sobre su necesidad en la era del ciberespacio. En el mundo líquido no es necesario ir a los archivos a investigar porque la mayoría de la bibliografía se encuentra digitalizada en bibliotecas y archivos virtuales. El historiador puede investigar desde su hogar, al igual que cualquier otro ciudadano. La calidad investigativa de los trabajos dependerá de las habilidades tecnológicas del investigador.

El neoliberalismo ha modificado los conceptos tradicionales empleados en las investigaciones. Hoy los parámetros están jerarquizados en función de la velocidad de movimiento, la capacidad tecnológica y la información disponible. Esto llevó al colapso del concepto de los metarrelatos nacionales que surgieron como parte de la función del historiador en la era de los imperios. Las antiguas narraciones del pasado generalmente aceptadas y difundidas a través de la educación se debilitan a medida que lo hacen las ideologías, las cosmologías o las prácticas intelectuales.

Hoy día la prioridad de los sistemas educativos nos es la instrucción de los estudiantes; es el de aumentar el crecimiento económico del estado y adaptar a sus ciudadanos a los condicionantes del mercado laboral.[15]

El papel de las universidades modernas ha sido trastocado. Ya no es la formación de ciudadanos académicamente útiles para la nación lo que motiva a las facultades universitarias. El mercado requiere producción inmediata. En este tipo de sociedad todo es cuestionable, más aún si no es productiva. En la cultura de la obsolescencia programada, enfatiza Rina Simón, los planteamientos historiográficos son cuestionables y modificables, y la función del historiador, como individuo, es la de reinterpretar el pasado, diferenciarse de lo ya escrito con nuevos planteamientos y conclusiones. El historiador no solo investigar sino que debe ser novedoso y original.[16]

El historiador tiene que adaptarse a una sociedad donde el conocimiento es producido y financiado por modelos capitalistas. Debe regirse por los criterios empresariales de compra-venta y de mercadeo y abandonar el ideal clásico – y utópico – de “búsqueda de la verdad”. Esto implica que las investigaciones incapaces de generar un mercado, pierden el interés para la comunidad científica y para las entidades financiadoras, incluso para el Estado. La nueva educación no busca inculcar conocimientos y experiencias, la función del maestro es preparar al estudiante para buscar en las redes sociales. El estudiante no debe pensar, solo reproducir un conocimiento aséptico e individualizado, pero descontextualizado de la coyuntura de cada definición.

En las nuevas sociedades liquidas el pasado y su investigación está obsoleto. Lo líquido enfatiza la velocidad, por ende el pasado debe olvidarse. Rina Simón asegura que la historia no es una buena aliada del consumo o la velocidad de cambio. Las emociones que los historiadores generaban con los relatos históricos surgidos para unir a las naciones durante la modernidad ya no son necesarias. El amarre al pasado se contrapone a la cultura del movimiento neoliberal basada en la temporalidad. Los nuevos poderes financieros de la globalización actúan al margen del espacio, en un único tiempo: la instantaneidad, y no contraen el mínimo compromiso – ni siquiera de visibilidad.[17]

La producción historiográfica está en crisis, pero era una situación que comenzó a palparse desde mediados del siglo XX cuando se comenzó a perder el interés por el pasado. Las dictaduras fascistas y comunistas del siglo vigésimo hicieron al lado toda historia que no fuera manipulable. Los ciudadanos cuestionaron la veracidad de los relatos y el verdadero compromiso de los historiadores. En casos peores los historiadores se hicieron cómplices de los hechos al guardar silencio ante crímenes de lesa humanidad.

En el nuevo mundo líquido el historiador representa un problema social por no encajar en los parámetros establecidos de productividad e inmediatez. Para completar el cuadro, la modernidad líquida rompió con los nexos entre la clase política, la acción comunitaria y el activismo social. Este rompimiento fue desarrollando una amnesia colectiva favorecida por organismos financieros e ideólogos neoliberales, conocedores de las posibilidades del conocimiento histórico a la hora de articular el metarrelato de la emancipación humana, afirma Rina Simón citando al historiador Tony Judt.[18]

El neoliberalismo busca ocultar la historia de reivindicaciones sociales y políticas para incentivar el consumo desenfrenado, suprimiendo sensaciones como la nostalgia o el arraigo que pueden detener la rueda del consumo en las sociedades modernas.[19] El pasado se ha vuelto obsoleto y finito, no tiene nada que enseñar. El progreso lineal de la modernidad, cedió paso a la sensación de que estamos en un mundo completamente nuevo, donde los riesgos y las oportunidades no tienen ningún precedente. Los problemas tienen que ser resueltos inmediatamente, no hay tiempo para explicaciones.

La historiografía es víctima de su propio origen. La historia rankiana surge como una necesidad de los estados imperialistas europeos para establecer su hegemonía sobre los demás pueblos y mantener su cohesión nacional a través de metarrelatos que engrandecían a la nación y fomentaban el sentido de pertenencia. La modernidad líquida no necesita de lugares de memoria nostálgicos-triunfalistas.

Rina Simón expone que la nueva generación percibe la historia como una narrativa cuyo objetivo es el de controlar y justificar un determinado presente y lanzarlo hacia un futuro deseado. Tiene más que ver con la construcción de una memoria presentista que con un verdadero interés por el pasado. Algunos vieron en el resurgir del folclorismo una oportunidad para detener los procesos actuales, sin embargo este interés no emana de una búsqueda en el pasado de respuestas. Los festivales y tradiciones tienen en si una función económica que favorece el consumo, atraen turistas y mejoran la imagen de las comunidades en el exterior. Bien afirma Rina Simón que este renacer del folklore, la valorización de lo local y lo antiguo se explica por la comercialización de patrones culturales y la promoción del turismo de masas.[20]

En busca de una nueva historia
La historia como materia está siendo atacada en todos los frentes, sucumbe ante el conocimiento utilitario y las presiones económicas. Rima Simón acertó al decir que el estudio del pasado, la reflexión pausada de los acontecimientos que conforman nuestro mundo son elementos incómodos para los principios de las sociedades líquidas e inútiles bajo parámetros cuantitativos.[21]

La realidad virtual surge entonces como sustituto a la enseñanza de la historia porque permite a través de su uso la producción en serie, homogeneización cultural, control y administración de las administraciones públicas, predicción y cálculo de beneficios.
Josep Fontana Lázaro insistió durante los últimos años de su vida que los historiadores tienen que romper con las limitaciones impuestas por la metodología. Desde su perspectiva, no es el método lo que determina la evaluación del hecho, sino el hecho lo que determina el método. Clamó por un llamado a la integración del historiador con la gente común para que la historia sea influyente y determinante en los procesos sociopolíticos y económicos actuales. Para Fontana, el presente solo se interpreta relacionándolo con los acontecimientos del pasado. Insistió que el historiador tenía un compromiso social y que su función primordial era enseñar a la gente a pensar. En un momento histórico donde el neoliberalismo intenta erradicar el pensamiento crítico porque el conocimiento atenta contra sus intereses, el historiador debe rescatar la memoria y modificar sus actitudes aislacionistas del pasado.[22]

Estamos en el umbral de la formación de una nueva escuela historiográfica forzada por una sociedad en cambio constante. La accesibilidad a la información y la agenda de los intereses financieros que buscan eliminar barreras territoriales y erradicar culturas para forjar una nueva sociedad planetaria cuestionan la necesidad de los historiadores. No se puede negar la realidad globalizadora y neoliberal que marcan las relaciones internacionales y las instituciones mundiales. La tecnología y el neoliberalismo controlan la sociedad del siglo XXI. No hay marcha atrás. La historia debe ser trasformada para ajustarse a esta nueva sociedad. Como bien expusiera Josep Fontana, los historiadores tienen un deber social que cumplir, construir la memoria, fomentar el sentido identitario individual y colectivo, y enseñar a pensar para dudar, cuestionar, investigar y descubrir. Fontana Lázaro estaba claro al retar al historiador a volver a la base. Heródoto, padre de la historia, investigó para crear una memoria no solo para los griegos, sino para toda la civilización occidental. Le hemos fallado. Es hora de rescatar la función del historiador, investigar los temas que le preocupan a los ciudadanos, fomentar el pensamiento crítico y construir una historia holística e integrada.

Conclusión
La modernidad líquida representa el mayor reto que los historiadores han enfrentado desde el siglo XVIII. Forjados como sacerdotes de la memoria para el engrandecimiento de occidente y las políticas eurocentristas, acostumbrados al metarrelato y la mitificación del estado y sus instituciones, el futuro se presenta incierto. La historia como la concebimos, la historiografía y la investigación histórica basada en la metodología rankiana agonizan.

El proceso no debió tomar a los historiadores por sorpresa porque se inició gradualmente con el desplazamiento de la humanística dentro de los currículos educativos y universitarios, pero el aislamiento de los historiadores de la sociedad y su enclaustramiento en la academia no los preparó para enfrentar este reto. El gran reformador de la historia contemporánea europea, Josep Fontana Lázaro, percibió la encrucijada que enfrentarían los historiadores en el siglo XXI. Los exhortó a salirse del claustro académico e integrarse a la sociedad. Insistió que la función del historiador en la actualidad, que él llamó “la era de la desigualdad”, era investigar los temas que le preocupan a los ciudadanos, fomentar el pensamiento crítico y construir una historia holística e integrada.[23]

Rima Simón al igual que Fontana describen detalladamente los pormenores que afectan al gremio y las expectativas de una sociedad globalizada donde la productividad y no la intelectualidad son las soberanas.

Los historiadores puertorriqueños, en su mayoría, están encajonados en las formas tradicionales de investigar la historia. La mayoría todavía permanece alejados de las realidades que impactan la sociedad. El método es más importante que el hecho y escriben para sus pares, no para la gente común. Muchos se niegan a opinar sobre el presente y reniegan de la necesidad de hacer planteamientos trascendentales para instigar el cambio. Estamos en un momento crítico donde la opinión de los historiadores es importante para fortalecer la autoestima nacional y arrojar luz sobre posibles soluciones a los retos que enfrenta el país. Guardar silencio ya no debe ser una opción.

El historiador del siglo XXI es un guerrillero que debe defender la memoria colectiva en beneficio del proletariado que sufre el desplazamiento generado por la tecnología. Es el deber del historiador defender el derecho a conocer la memoria, investigarla, enseñarla y educar a todos a pensar. No podemos sucumbir ante la inmediatez y el fatalismo que urden magistralmente los nuevos amos de la globalización. Debemos estar listos a cuestionar la postverdad y defender los hechos con pruebas utilizando la emotividad y otras artimañas empleadas en la era de la modernidad líquida.


Bibliografía
Barros, José D’Assunção, Ranke: considerações sobre sua obra e modelo historiográfico. Diálogos - Revista do Departamento de História e do Programa de Pós-Graduação em História [en línea] 2013, 17 (Septiembre-Diciembre). Consultado el 30 de noviembre de 2018. http://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=305529845009.

Casanova, Julián. “Historia, progreso y la invención de la modernidad”. Julián Casanova. Es. Última actualización 5 de septiembre de 2013. Consultado el 29 de noviembre de 2018.

Enciclopedia de Características (2017). "Modernidad". Recuperado de: https://www.caracteristicas.co/modernidad/. Consultado el 30 de noviembre de 2018.

Enciclopedia de Características (2017). "Posmodernidad". Recuperado de: https://www.caracteristicas.co/posmodernidad/ . Consultado el 30 de noviembre de 2018.

Fontana Lázaro, Josep, “¿Qué historia enseñar?”, en “La enseñanza de la historia en España hoy”, Clío y Asociados, no. 7 (2003), 16. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/32609.

Hernández Moreno, Jazmín. La modernidad líquida. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-77422016000100279.

Michinel Álvarez, Miguel Ángel. “La hipermodernidad”. VLEX. Com. Consultado el 30 de noviembre de 2018. https://international.vlex.com/vid/hipermodernidad-408651442.

Rina Simón, César. “De la “Historia sólida” a las “historias líquidas”, Diacronie [Online], N° 12, 4 | 2012, documento 1. Última actualización 29 de diciembre de 2012. Consultado el 2 de diciembre de 2018.

Ruiz Callado, Raúl. “La modernidad, concepto y características”. Universidad de Alicante.es. Consultado el 30 de noviembre de 2018.

Tamés, Enrique. “Del vacío a la hipermodernidad”. Difusión Cultural. UAM. Mx. Última actualización 1 de octubre de 2017. Consultado el 1 de diciembre de 2018. http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/01_oct_nov_2007/casa_del_tiempo_eIV_num01_47_51.pdf.



[1] Julián Casanova. “Historia, progreso y la invención de la modernidad”. Julián Casanova. Es. Última actualización 5 de septiembre de 2013. Consultado el 29 de noviembre de 2018.
[2] Ibid. 
[3] Barros, José D’Assunção, Ranke: considerações sobre sua obra e modelo historiográfico. Diálogos - Revista do Departamento de História e do Programa de Pós-Graduação em História [en linea] 2013, 17 (Septiembre-Diciembre). Consultado el 30 de noviembre de 2018. http://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=305529845009.
[4] Enciclopedia de Características (2017). "Modernidad". Recuperado de: https://www.caracteristicas.co/modernidad/. Consultado el 30 de noviembre de 2018.
[5] Ruiz Callado, Raúl. “La modernidad, concepto y características”. Universidad de Alicante.es. Consultado el 30 de noviembre de 2018.
[6] Enciclopedia de Características (2017). "Posmodernidad". Recuperado de: https://www.caracteristicas.co/posmodernidad/. Consultado el 30 de noviembre de 2018.
[7] Tamés, Enrique. “Del vacío a la hipermodernidad”. Difusión Cultural. Uam. Mx. Última actualización 1 de octubre de 2017. Consultado el 1 de diciembre de 2018. http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/01_oct_nov_2007/casa_del_tiempo_eIV_num01_47_51.pdf.
[8] Ibid. 
[9] Ibid. 
[10] Michinel Álvarez, Miguel Ángel. “La hipermodernidad”. VLEX. Com. Consultado el 30 de noviembre de 2018.
[11]Hernández Moreno, Jazmín. La modernidad líquida. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-77422016000100279.
[12] Rina Simón, César. “De la “Historia sólida” a las “historias líquidas”, Diacronie [Online], N° 12, 4 | 2012, documento 1. Última actualización 29 de diciembre de 2012. Consultado el 2 de diciembre de 2018.
[13] Fontana Lázaro, Josep, “¿Qué historia enseñar?”, en “La enseñanza de la historia en España hoy”, Clío y Asociados, no. 7 (2003), 16.
[14] Rina Simón, César. “De la “Historia sólida” a las “historias líquidas”, Diacronie [Online], N° 12, 4 | 2012, documento 1. Última actualización 29 de diciembre de 2012. Consultado el 2 de diciembre de 2018.
[15] Ibid. 
[16] Ibid. 
[17] Ibid. 
[18] Ibid.
[19] Ibid.
[20] Ibid.
[21] Ibid.
[22] Fontana Lázaro, Josep, “¿Qué historia enseñar?”, en “La enseñanza de la historia en España hoy”, Clío y Asociados, no. 7 (2003), 16. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/32609.
[23] Ibid.