lunes, 25 de enero de 2016

Nada más que una: apuntes para pensar los análisis de fronteras en la actualidad

Nada más que una:
apuntes para pensar los análisis de fronteras en la actualidad
(Buenos Aires, diciembre de 2015)

Gabriela Quijano Seda
Antropóloga

ÚLTIMA HORA: Detonaciones de balas y explosiones en el centro de París. Se reportan muertos y heridos. Abren fuego en los predios de un restaurante y en una sala de conciertos en la capital francesa. Se desaloja el estadio de Francia. ACTUALIZACIÓN: El Estado Islámico (IS) reconoció la autoría de los atentados. @RepJeffDuncan: How’s that Syrian refugee resettlement look now? How about that mass migration into Europe? Terrorism is alive and well in the world. @RFCdan: To people blaming refugees for attacks in Paris tonight: do you not realize these are the people the refugees are trying to run away from? AR-DeJesús compartió la siguiente publicación en su muro: Lamentable lo que acaba de pasar en Francia. Por todas partes, gente conmovida. Pero si eres de los que tienen mucho para decir en contra de los atentados en París y no tienes idea de lo que pasó ayer en Beirut, te sugeriría que revises los motivos de tu indignación. EL PAÍS, Internacional: Dos atentados suicidas han causado más de 40 muertos y más de 230 heridos en la periferia de Beirut. El Estado Islámico (ISIS, en sus siglas inglesas) ha asumido la autoría del atentado. DEMOCRACY NOW, Independent Global News: Black Student Revolt Against Racism Ousts Two Top Officials at University of Missouri. @JMfreespeech: Now maybe the whining adolescents at our universities can concentrate on something other than their need for ‘safe’ spaces. MY BLOG, Èric Lluent: La manipulación colectiva por parte de los grandes medios de comunicación es evidente. El silencio que impera o la frialdad a la hora de exponer cifras de muertos cuando se trata de un atentado que ha tenido lugar en el Mundo Árabe contrasta con el dramatismo de la exposición cuando se trata de un atentado en territorio europeo o norteamericano. Utilizar el filtro de Facebook de la bandera de Francia para solidarizarse con las víctimas de los atentados en París es apoyar una visión del mundo en la que solo preocupan las muertes de ciudadanos occidentales.


Mapa Mundi de Abraham Ortelius, 1570, en Librería del Congreso, Washington D.C.

Fronteras: comentarios preliminares

Yo recibía estas y muchas otras noticias, publicaciones y comentarios la noche del viernes, 13 de noviembre de 2015 cuando me actualizaba sobre los aconteceres de mis amigas y amigos internacionalistas repartidos entre Puerto Rico, New York, California, Texas, Brasil, Ecuador, Costa Rica, Colombia, México, Italia, Francia, España, Uruguay, Venezuela, Chile, Alemania, Argentina y seguro se me queda alguien en alguna otra parte del mundo. En mi newsfeed, una nota actualizada de lo sucedía en París me llegaba cada cinco minutos aproximadamente. Seis atentados terroristas en seis localidades distintas de la capital francesa fueron perpetrados por el Estado Islámico. 130 personas asesinadas y más de 200 heridas. Las noticias se regaban como pólvora.

Alternándose a las notas de prensa que recibía en la red, mis amigas y amigos compartían sus expresiones de solidaridad con las víctimas de los atentados y sus familias. Muchas y muchos de ellos criticaban, simultáneamente y con dureza, lo que les parecía una profunda hipocresía de parte de los medios de comunicación masiva y de muchas otras personas que la noche anterior nada habían dicho —por desconocimiento o por indiferencia— sobre los atentados terroristas en Beirut, ciudad capital de la República Libanesa o del Líbano (distinto de la República Árabe Libia), en el que murieron 43 personas en dos atentados suicidas, también organizados por el Estado Islámico.

Algunos de estos mismos amigos reinstalaban los debates que en esos días habían surgido en los Estados Unidos a partir de las más recientes movilizaciones estudiantiles. En la Universidad de Missouri, por ejemplo, varios estudiantes negros se manifestaban frente a las autoridades universitarias para que atendieran con rigurosidad los incidentes de racismo que venían ocasionándose dentro del campus, pero que habían sido ignorados por la propia administración de la Universidad; ignorancia que atentaba contra la seguridad de toda la comunidad académica, especialmente contra la seguridad de los estudiantes negros. La reflexión que querían provocar difundiendo, en su mayoría, tweets con contenidos críticos y acríticos de la situación que denunciaban los estudiantes en Estados Unidos tenía que ver con considerar “expresiones del terrorismo” los atentados en Francia, así como esta legitimación funcional del racismo en las universidades norteamericanas.

Nunca antes vi tantos contextos fronterizos volcados sobre un mismo detonante. O quizás sí. Diría, para ser más precisa, que lo distinto de este caso tenía que ver con la transparencia de lo que el mundo ponía en evidencia alrededor de los atentados terroristas en Francia: quién es y qué pensamos sobre nuestro respectivo otro.

Como sabemos, este otro ha sido el objeto/sujeto de estudio de la antropología desde sus tiempos fundacionales. El surgimiento de la antropología en tanto disciplina es, como repetimos siempre, la consecuencia de los procesos de colonización y conquista que iniciaron los países de Occidente en el siglo 15. Con las nuevas-pero-primitivas culturas africanas, asiáticas y americanas que se ponían en contacto con las viejas-pero-civilizadas culturas europeas, se tornaba imprescindible adecuar las herramientas y disposiciones prácticas y simbólicas que facilitarían la generación de estos intercambios. Para Occidente, estos intercambios representaban mayores fuentes de acumulación de riqueza. Por lo tanto, para propiciar estos contactos, en Occidente se reinventó (se “reinventó” porque hubo muchos otros antes de esta colonización) una-pero-no-única de las más poderosas dicotomías sociales y analíticas del mundo actual: la dicotomía nosotros/otros. No es mi objetivo ahora dar cuenta de los orígenes de la antropología —para lo que tendría que ampliar muchísimo este breve recuento. Más bien, me interesa situar históricamente el surgimiento del otro como categoría, de manera que podamos consignar, en función de estos apuntes para pensar los análisis de fronteras, un sentido más o menos común acerca de la otredad.

Otredad y fronteras, coincidiríamos muchas antropólogas y antropólogos, son categorías indisolubles. Para limitar las vaguedades, acordemos que esta categoría de la otredad o del otro es el resultado de una construcción de la teoría antropológica para clasificar aquello que consideramos “distinto” a nosotros o “diferente” de lo nuestro. Hago notar que “ese ‘otro cultural’ que se constituyó como objeto de estudio antropológico no respondió a un ‘hecho empírico real’, [sino que] fue (y por supuesto lo sigue siendo) un objeto construido de manera científica” (Boivin, et al, 2011, p. 6).

Definir la categoría fronteras es, desde mi perspectiva, un poco más complicado. Y es que “el concepto de frontera es tan variable como inasible” (Nacuzzi y Lucaioli, 2014, p. 27). Hablamos de fronteras en tanto límites políticos; de fronteras como discontinuidades entre grupos humanos y hasta de fronteras disciplinares en la producción de conocimiento (Bartolomé, 2006, p. 275). Esto sin mencionar que lo que nos podría parecer el punto en común de todas estas fronteras —un lugar de límites, quiebres y discontinuidades—, para muchos no es un lugar ni tan final ni tan polar ni tan discontinuo. Por el contrario, las fronteras cada vez más nos parecen espacios de interacción, de flujos y de movimientos (ver en Bartolomé, 2006; Nacuzzi y Lucaioli, 2014). Habría que hacer la importante acotación histórica de que en los años noventa, este sentido de las fronteras vistas como espacios de interacción, flujos y movimientos se ultrarelativizó al punto de que pareció que las fronteras en general habían desaparecido. La causa principal de esta desaparición se le atribuyó a los tiempos de la globalización y de la posmodernidad.

En aquellos años (y todavía) se escuchaba decir en muchos rincones del mundo que con la globalización desaparecieron (o estaban por desaparecer) las fronteras estatales y políticas porque había llegado el momento de “una nueva fase de regulación de la expansión del capital hegemonizado por el capital financiero y en segunda instancia por capitales comerciales y empresas transnacionales” (Trinchero, 2007, p. 154). El capitalismo financiero, para decirlo muy sencillamente, implica una lógica de generación de ganancia a través de la inversión de capital en más capital. O sea, que se invierte dinero en mercados reales o financieros, pero tomando en consideración la tasa de interés que se obtendría a partir de la inversión inicial de capital durante un determinado tiempo. Esto se contrapone al capitalismo tradicional que, para generar riqueza, invierte en capital productivo (materias primas y trabajo humano) con lo cual produce bienes para consumo inmediato. En el caso del capitalismo financiero, la ganancia se obtiene de la tasa de interés, sobre la que habría que añadir que tiene un carácter especulativo. Para efectos del argumento que aquí me propongo desarrollar, lo que debemos saber es que esta lógica de generación de ganancia del capital financiero y la proliferación de las empresas transnacionales implicó una profunda liberalización/desregulación del comercio a nivel internacional, lo que permitió expandir las posibilidades de inversión, en el primer caso, y abaratar los costos de producción, en el segundo. Es este proceso de liberalización/desregulación del comercio internacional el que sirvió como argumento de la desaparición de las fronteras.

Otras de las cuestiones que se escuchaba decir en aquellos años era que la posmodernidad (la consecuencia más importante de este proceso de globalización económica) había derrumbado todas las fronteras cognitivas, étnicas y sociales existentes. La década de los noventa es el tiempo del “fin de la historia”, del “fin de los nacionalismos” y del “fin de la clase trabajadora”. La liberalización del mercado internacional, como adelanté, parecía que había acabado con los Estados-nacionales en el sentido de que había una fuerza económica y política superior que los sustituía y que ahora integraba todas las culturas y los territorios del mundo. Recordemos que la consolidación de los Estados-naciones fue una de las implicaciones más importantes de la Modernidad y que se fundaron bajo la gran ficción de la unidad territorial y cultural. Con la globalización —decían— justo estos dos elementos habían desaparecido. Asimismo, la legitimación del capitalismo financiero como modelo económico “implicaba” la extinción de la clase trabajadora, puesto que ya había desaparecido (o estaba por desaparecer) el trabajo como fuente de acumulación de riqueza. Y, bueno, el fin de la historia, que fue la más importante conclusión de los intelectuales luego de la caída del muro de Berlín en el año 1989. Decían que la historia había terminado porque la caída del muro (el muro que dividía la Alemania socialista de la Alemania capitalista) representaba la última “síntesis” de la historia de la humanidad. Con la desaparición del muro, muchos pensaron que el capitalismo se consagraba como la última etapa del desarrollo histórico del mundo social, un señalamiento formulado con bastante ironía, sobre todo para cuestionar la validez del materialismo histórico como teoría social y herramienta de análisis.

No obstante, todos estos argumentos —que sumaron directa o indirectamente a la idea del “fin de las fronteras”—, cada vez más comenzaron a translucir muchísimas deficiencias e ignorancias. Siempre recuerdo algo que escribió Ellen Meiskins Wood (2000) sobre esta consagración del capitalismo en y para la historia:

Hay algo extraño en el supuesto de que la caída del comunismo representa una crisis terminal para el marxismo. Podría pensarse, entre otras cosas, que en un período de triunfalismo capitalista hay más margen que nunca para la consecución del proyecto principal del marxismo, la crítica del capitalismo (p. 5).

No podría, por razones de espacio, detenerme a reflexionar sobre las categorías comunismo, marxismo y capitalismo que retoma Woods en este señalamiento. Me limitaré a plantear que esta triple tensión deja abierta otra manera de reflexionar acerca de la veracidad o no del fin de las fronteras. Y es que Woods llena de contenidos políticos y de realidades vividas una discusión que hasta ahora he desarrollado en términos teóricos y macroestructurales. Solo para que no quede desvinculada del planteamiento diré, como insistiera Georges Politzer (1961), que es un grave error pensar el materialismo histórico (como teoría de la historia) y el marxismo (como teoría de la práctica) de maneras discontinuas: marxismo y materialismo son la causa y la consecuencia de un mismo proyecto intelectual y político. 

Ahora bien, me parece que durante estos comentarios preliminares me quedaron unas cuantas preguntas implicadas. Por un lado, ¿es cierto que este mundo globalizado y posmoderno desapareció la posibilidad de hablar de fronteras? Ante cualquier respuesta, ¿qué debemos entender cuando decimos fronteras? Y, por último, ¿qué relación existe entre las categorías fronteras y otredad? Quisiera atender estas cuestiones a la luz de los debates que se fueron suscitando alrededor de los atentados terroristas en Francia el pasado 13 de noviembre.

Fronteras: más allá de Francia

Un profesor amigo mío me contó una vez que, luego de hacerse una cuenta en Facebook, quedó para siempre fascinado con sus nuevas amistades virtuales. Desde su perspectiva, Facebook se tornaba en una gran base de datos. Me contaba que con sus nuevos amigos (muchos de ellos estudiantes), la diversidad ideológica en su cuenta había aumentado considerablemente. Recuerdo haberle comentado que mi caso era distinto: en mi cuenta casi todo el mundo opinaba lo mismo sobre las cosas que estaban pasando en el país y en el mundo. Aunque tenía un poco (ahora más) de interculturalidad, mis amigos y amigas en Facebook eran, en su gran mayoría, mis amigos y amigas en la realidad y, por lo tanto, nos encontrábamos en nuestras maneras de ver y analizar los problemas y las realidades que nos atravesaban.

Después de esta conversación alguna vez me entretuve haciendo un análisis un tanto socio-demográfico de mis amigos en Facebook. De este “análisis” más tarde concluí que es con las amigas y amigos más antiguos con quienes más surgen diferencias ideológicas, pero también es con quienes más mantengo relación en este período de autoexilio. Exactamente lo inverso (más afinidad ideológica pero más distancia práctica) se genera con mis amistades del medio. Hay consideraciones interesantes para el caso de mis amigos y amigas del exilio, que se conforman como el grupo de amistades más recientes. Y es que cuando pienso en ellos, preferiría dejar de lado la categoría afinidad ideológica para sustituirla por afinidades políticas versus afinidades de personalidad.

Digo esto solo para contextualizar el hecho de que fueron las reacciones de mis amigos-del-medio las que más me produjeron una profunda reflexividad acerca de las ficciones del mundo globalizado y posmoderno en torno a la desaparición de las fronteras en la actualidad. La gran mayoría de mis amigos (y, por lo tanto, hay excepciones) opinaba que el tratamiento mediático y subjetivo de la tragedia parisina ponía en evidencia una gran desigualdad acerca del valor de la vida humana. Muchas de estas opiniones expresaron una profunda desestimación hacia cualquiera que se sintiera conmovido por los atentados terroristas en Francia, pero desconociera los atentados en Beirut del día anterior. Yo me distancié bastante de la manera en la que se expresó esta crítica, pero me sumé al señalamiento de que el bombardeo mediático sobre París versus el desinterés intelectual y político acerca de Beirut es una situación que debemos denunciar, pero si nos motiva el deseo y la responsabilidad real de aportar a su adecuación.

La manera de resolver esta desigualdad y este desinterés de un caso frente a otro incluiría, desde mi perspectiva, la tarea de difundir más y mejores análisis sobre los orígenes de la situación y de las consecuencias inmediatas y futuras que tendrán cada uno de los atentados terroristas en muchísimos otros debates y realidades políticas tales como la crisis de refugiados del Mundo Árabe, en especial los refugiados sirios, que vienen escapando una guerra de la que las grandes potencias del mundo no están exentas y de la que, de muchas maneras, también son responsables. Ante este deseo de difundir lo que está pasando en el mundo, en el mundo de y más allá de mis coordenadas, me devolví al análisis de fronteras porque me resultó ineludible.

El principal punto en común de los acontecimientos en Beirut y en París fue el autoreconocimiento de la autoría intelectual y efectiva de los atentados por parte del Estado Islámico (IS de Islamic State). El Estado Islámico es un grupo terrorista que surgió en el año 2003 en Iraq como causa (y en enfrentamiento) a la invasión estadounidense en dicho país. La invasión estadounidense en Iraq fue una de las consecuencias de las nuevas políticas de “seguridad nacional” norteamericana que surgieron luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.

En los países arábicos, los años posteriores al 11 de septiembre han sido años de grandes turbulencias, pero que para nada tienen sus orígenes en la década del 2000. Es difícil para mí hacer una síntesis responsable de todo esto, simplemente porque no soy especialista en el tema, así que me limitaré a compilar una serie de elementos que nos pueden servir como punto de partida para estudiar con mayor precisión el tema, además de como referente empírico de un marco teórico y metodológico para el que las fronteras adquieren un lugar central.

Sabemos que el territorio que compone gran parte del Mundo Árabe en la actualidad ha sido una zona histórica de invasiones, disputas y conquistas imperiales desde los orígenes de la civilización humana. Lo conforman varios países de la zona norte de África y de la zona oeste del Medio Oriente. En un mapa nos daremos cuenta que esta es la zona principal de contacto entre los países de Oriente y los países de Occidente. Es por eso que las invasiones, disputas y conquistas políticas del territorio arábico se remontan a muchísimo antes de los períodos de expansión del imperio persa en el siglo VI a.C. Para saltar largos conflictos diré que el Mundo Árabe tuvo su “última” dominación imperial bajo los otomanos (o el imperio turco), que se conformó durante el siglo III d.C. y que se desintegró (o lo desintegraron) en el año 1922, tras la culminación de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Quizás la consecuencia más importante de la desaparición del imperio otomano en la segunda década del siglo XX fue el surgimiento de gran parte de los países árabes que conocemos hoy. Pero cuando se crearon estas nuevas jurisdicciones territoriales, una parte importante del territorio arábico pasó a ser posesión colonial. Esta repartición del territorio árabe se acordó entre Francia y Gran Bretaña por medio del Tratado de Sykes-Picot de 1916. El Tratado anuló las promesas de un solo país árabe e independiente ante la caída del imperio turco. Por el contrario, Francia y Gran Bretaña comenzaron a administrar las grandes reservas de petróleo en la zona para su exclusivo beneficio. Dos décadas después, ante distintas presiones locales e internacionales, ambas potencias europeas se vieron obligadas a abandonar el territorio, no sin antes garantizar, con la creación del Estado de Israel (1947-1948), algún tipo de permanencia occidental en la zona.

El Estado de Siria, que como país surgió en el 1918, pero como país independiente de Francia en el 1946, siempre se opuso a la presencia de Israel en el territorio palestino. En realidad, la creación del Estado de Israel generó una de las crisis bélicas más importantes del Mundo Árabe, crisis que persiste hoy. De la misma manera, en los años posteriores a la independencia de Francia, al interior de Siria se intensificaron los conflictos entre los sectores populares y las burguesías locales, que no solo representaban intereses económicos distintos, sino que representaban modelos de desarrollo productivo, político y cultural diversos. La élite en Siria es fundamentalmente urbana. Los sectores populares son fundamentalmente rurales. Aunque nos puede parecer una acotación innecesaria, lo que quiero destacar es que la articulación del movimiento revolucionario actual en Siria no es un movimiento exclusivo ni fundamentalmente de trabajadores y trabajadoras industriales o intelectuales, sino que agrupa a sectores muy diversos, con experiencias de organización también diversas y que se sumaron a los procesos de resistencia en Siria en momentos diversos. Se trata, por ejemplo, de activistas que vienen de las movilizaciones de 2011, en su mayoría, jóvenes con formación académica universitaria; trabajadores rurales marginados frente al modelo económico actual; trabajadores urbanos en relación de dependencia y trabajadores urbanos en relación de independencia (Daher, 2014b, p.4).   

Para comprender mejor esta composición del movimiento revolucionario sirio debemos saber, en primer lugar, que hace casi cinco años en Siria estalló una guerra civil entre el Estado y los sectores populares que no ha hecho nada menos que intensificarse. En segundo lugar, debemos saber que este conflicto es el resultado de una crisis de expansión del neoliberalismo que se manifestó (y se continúa manifestado) a través del recrudecimiento de la desigualdad económica, de la anulación de la democracia formal y de la fuerte represión contra cualquier fuerza opositora al régimen. En realidad, todas estas políticas de austeridad y antidemocracia son la secuela de las fuertes tensiones que se generaron dentro del Partido Baaz en Siria al final de la década de 1960. El Baaz surgió en Siria en el año 1947 bajo la consigna de un solo país árabe unido. Retomaba, además, los principios del socialismo y del secularismo como proyectos para el desarrollo económico y político de toda la región.

El baazismo —que se constituyó no solo como fuerza política, sino también como proyecto ideológico—, se replegó rápidamente entre varios países del Mundo Árabe que suscribían la necesidad de conformarse como un solo país. Uno de los objetivos de esta “República Árabe Unida” era enfrentar conjuntamente las intervenciones de las grandes potencias occidentales que aún mantenían dominio directo o indirecto en la región. Además de Siria, también en Iraq se conformaron gobiernos baazistas, entre ellos, el gobierno de Sadam Hussein, con el que luego de los atentados del 11 de septiembre el gobierno de los Estados Unidos se declaró en guerra. Sin embargo, tanto en Iraq como en Siria, los gobiernos baazistas abandonaron las reformas sociales y políticas que habían dado origen al baazismo.

En Siria, el ascenso del Partido Baaz al poder en 1963 “marcó el final de la dominación política de la burguesía urbana […] e inauguró una nueva era donde el nuevo régimen sería dominado por las fuerzas sociales de las zonas rurales y áreas periféricas y por las minorías religiosas” (Daher, 2014a, p. 3; traducción provista). Pero a la radicalización del partido durante esos años le sucederían nuevas conciliaciones con la burguesía siria.

In 1963, […] the new leadership of the Ba'ath, thus strongly radicalized in relation to its original founders [of 1947], adopted a rhetoric close to that of the radical left and took a series of political decisions and measures aimed at preventing the return to power of the big urban bourgeoisie, merchant and industrial, as well as the large land owners: nationalization of a large part of private assets (1964-1965), in addition to the agrarian reform policies initiated at the time of the United Arab Republic (1958-1961).

[…] The coming to power of Hafez al Assad in 1970 marked a new turning point for the country, decisive for the future decades. The new Syrian strong man was from the so-called “pragmatic” section of the Ba'ath Party, which was not in favour of radical social policies and a confrontation with the conservative countries of the region, like the monarchies of the Gulf. The new regime was welcomed with great joy by the big bourgeoisie (Daher, 2014a, p. 3).

En ese sentido, desde la década de 1970 hasta la actualidad, el Estado sirio ha asumido como proyecto político y económico la austeridad y la antidemocracia. Sé que debería explicar esto mejor, pero me tendré que conformar con decir que el Estado sirio —durante el gobierno de Hafez Al Assad y, tras su muerte en el año 2000, el gobierno de su hijo Basher Al Assad—, ha asumido políticas de profunda represión que van desde la persecución y el encarcelamiento hasta las torturas y los asesinatos contra cualquiera que se oponga a las políticas del Estado y que apoye otros movimientos populares en la región, por ejemplo, el palestino.

Es así que la guerra civil actual en Siria es el resultado de un largo proceso de transformaciones económicas, políticas e ideológicas en el país, pero que no está desvinculada de muchas otras revueltas en la región, como la de la Primavera Árabe que inició Túnez en 2010 y que se propagó por varios de los países de la zona norte de África y del Medio Oriente izando los reclamos del fin de las dictaduras militares, el establecimiento efectivo de sistemas políticos y sociales democráticos, y la garantía de todos los derechos humanos. Esta guerra, que justo comenzó cuando la Primavera Árabe llegó a Siria en marzo de 2011, ha sido también el escenario de una guerra de fundamentalismos religiosos (ahora encabezada por el Estado Islámico) que ha escalado tremendamente y que fue el motivo de los atentados en Francia y en Beirut. Esta guerra, que en sus dimensiones económica, política y religiosa, ha generado una inmensa crisis de refugiados que vienen escapando la destrucción absoluta de un país y de su gente. Esta guerra, que ha dejado mucho que decir acerca de las xenofobias occidentales y de los propios proyectos de austeridad y antidemocracia en todo el mundo, más allá de los países árabes. Esta guerra que, de todas estas maneras, demuestra cuán pertinente es contemplar la realidad a partir de las construcciones de otredad y de los contextos fronterizos.

Fronteras: pertinencia, objeto construido y sentidos múltiples

No, con la globalización ni en la posmodernidad desaparecieron las fronteras. Ninguna de las fronteras. Ni las estatales ni las internas ni las temporales ni las étnicas. Y esto es bastante evidente antes y después de los atentados del 13 de noviembre en Francia.

Como todas las categorías, las fronteras se corresponden con una realidad social y analítica que se ha ido transformando históricamente. No existe, por lo tanto, una definición única de las fronteras. Esto no quiere decir que no podamos encontrar puntos en común (que en este caso sería un argumento bastante esencialista y despolitizado), sino que debemos comprender esa correspondencia como el resultado de una relación dialéctica que jamás permanece ni se desconecta de las experiencias que la van constituyendo. En ese sentido, lo relevante para comprender qué queremos decir cuando hablamos de fronteras es que esta categoría surgió para denotar límites geopolíticos pero que se fue transformando por causa de esos propios límites.

Durante los periodos de conquista de la América continental, las fronteras se podían representar como

a) espacios lejanos, marginales y diferenciados de otros ámbitos ocupados colonialmente y que no [estaban] incorporados al dominio político de la potencia en cuestión; b) “tierras libres” o “regiones inhabitadas”, en una tendencia reiterada por negar la presencia de poblaciones nativas; c) relaciones interétnicas, mestizajes, intercambios simbólicos, complementariedad y competencia de los recursos; y d) instituciones pensadas para el control de los espacios de frontera como los fuertes y las reducciones y las estrategias de reconocimiento, ocupación y defensa del territorio (Nacuzzi y Lucaioli, 2014, p. 29).

Cada uno de estas formas de frontera generó representaciones simbólicas distintas acerca de lo que es y de lo que sucede en los contextos fronterizos. También esto es evidente cuando pensamos en sujetos individuales que se ponen en contacto con la realidad de manera desigual. Pero no olvidemos que la constitución de las fronteras políticas o de las fronteras estatales, en todos los periodos históricos, surge de los procesos de expansión territorial y de dominación política. Son estos procesos de expansión y de dominación los que generaron procesos de contacto étnico y cultural. Si en el principio las fronteras querían denotar límites geopolíticos, después tenían que explicar cómo, por qué y para qué se configuraban esos límites; límites que, más allá de las representaciones simbólicas individuales, estaban repletos de diversidad.

Como podemos imaginar, esta diversidad en los límites ha generado distintos debates acerca de qué son las fronteras. Por ejemplo, una posición propone que la frontera es una línea inamovible, un lugar estático en el que los límites representan el fin de una dominación política. Otra propone que la frontera es un “espacio de interacción”, un lugar intermedio, de negociaciones y de intercambios entre distintos otros (ver en Nacuzzi y Lucaioli, 2014). Yo hablaría de una tercera posición que se corresponde más con las fronteras políticas actuales vistas como producciones subjetivas, en el sentido de como construcciones identitarias. De esta manera, las fronteras se aparecen como lugares de reproducción de la hegemonía. Pensar las fronteras como lugares de reproducción de lo hegemónico quiere decir que las fronteras son límites a la vez que espacios de interacción tanto en el plano de lo real como en el plano de lo simbólico, pero que son límites y espacios de interacción en tensión, atravesados por relaciones de poder que condicionan lo que se puede intercambiar y lo que no entre los otros (ver en Bartolomé, 2006).

Habría que hacer un par de acotaciones a partir de estas construcciones analíticas en debate. Por un lado, que incluso cuando pensamos en las fronteras como límites precisos, se trata de límites que dividen espacios territoriales a la vez que grupos humanos. Sin grupos humanos, sin intereses en disputa (pienso en las burguesías nacionales y la necesidad de articularse como fuerzas políticas) no habría necesidad de fronteras. Asimismo, estos grupos se constituyen a partir de construcciones identitarias colectivas, de representaciones sobre sí mismos que necesitan ser distintas de un otro que también construyen en la medida en que se autodefinen. Lo que somos es, en gran medida, lo que los otros no son; aunque a veces haya coincidencias.

Por otro lado, habría que decir que la mundialización de los procesos migratorios algo reconfiguró en los traspasos fronterizos. Depende del caso, hay comunidades migrantes que sí cruzan fronteras; fronteras reales con límites de control y de regulación estatales. Pero hay otras que aterrizan en lugares más o menos conocidos y donde se encuentran con políticas migratorias más o menos favorables. Pienso, por ejemplo, que no es lo mismo ser puertorriqueña y migrar a los Estados Unidos que ser mexicana; o ser puertorriqueña y migrar a la Argentina que ser brasileña; o ser puertorriqueña y migrar a Italia que ser francesa. En realidad, podríamos decir que los acuerdos interestatales como el Mercosur y la Unión Europea disipan a la vez que acentúan otredades. Tanto en un sentido macroestructural como en un sentido microfísico. Porque cuando supuestamente se borran fronteras nacionales en algún lugar, quedan otras que translucen. Y aunque se borren algunas de esas fronteras políticas, las fronteras étnicas no dejan de aparecerse en la vida de todos los sujetos migrantes. Así que no solo asumimos (y nos imponen) una identidad nacional construida, sino que actuamos conforme a muchísimas otras identidades como el género, la clase, la raza, la edad, la sexualidad y las teoideologías. Todas estas identidades demarcan límites, demarcan construcciones de otredad y, por lo tanto, se constituyen como fronteras, como lugares de permanencia y de interacción entre sujetos que están condicionados (pero no determinados) por un orden político.

Para el caso que me propuse comentar, todos estos elementos adquieren un lugar protagónico. Por un lado, no debe quedarnos la más mínima duda de que las fronteras estatales siguen siendo fronteras reales. Los atentados en Francia reforzaron estas fronteras, y en todos los sentidos. No solo porque representan una reevaluación de las políticas de recepción de refugiados, sino también porque profundizaron las fronteras étnicas internas cuando aumentaron las conductas xenófobas, incluso entre franceses de ascendencia árabe (de los países de habla arábica) o musulmanes (practicantes de cualquiera de las variantes del Islam).

Asimismo, no debe parecernos insignificante la invisibilización de los atentados en Beirut ni las reacciones que ridiculizaron las protestas antirracistas en los Estados Unidos. También en estos contextos se están articulando construcciones de otredad respecto de Occidente y de la supremacía blanca. Y es que son, efectivamente, construcciones, delimitaciones arbitrarias sobre las vidas que sí merecen nuestra solidaridad y las que no. Es profundamente inconsecuente que repudiemos el fundamentalismo, el racismo, y la supremacía que motivó al Estado Islámico en los atentados en Francia pero que no podamos generar un proceso de autoreflexividad frente a los conflictos que se viven más allá de Francia y que también culminan con la vida de muchas personas inocentes.

De todas estas discusiones, tres son las consideraciones que quisiera que quedaran consignadas. En primer lugar, el carácter indiscutiblemente pertinente del análisis de fronteras en la actualidad. Además de porque las fronteras nunca desaparecieron (nunca fuimos solamente humanos), sino porque las fronteras nos permiten aprehender una realidad que se articula constantemente en función de límites.

En segundo lugar, que estos límites fronterizos son objetos construidos tanto en su carácter geopolítico como en sus expresiones subjetivas. El lugar de los límites, el lugar real o imaginado donde se instala un frente, no es más que una determinación del mundo social. Pensemos que los límites geopolíticos han sido la consecuencia de múltiples procesos de expansión territorial. Por lo tanto, las fronteras no siempre estuvieron donde están ahora. También las fronteras subjetivas están en constante redefinición. Pensemos, por ejemplo, en las articulaciones de masculinidad y de feminidad que nos atraviesan constantemente. No es cierto que hay una sola manera de ser mujer o de ser hombre, y de veras que no puedo elegir ni uno de los tantísimos argumentos que se me ocurren para justificar este planteamiento.

Por último, que esta condición objetiva y subjetiva de las fronteras habla de su multiplicidad de formas y sentidos. Me parece que con decir que desde los límites geopolíticos, pasando por las interacciones étnicas, aterrizando en las comunidades transnacionales, conviviendo con el género, la raza y la clase hasta asumir posiciones críticas frente al fundamentalismo y la xenofobia, nos queda bastante claro que hay límites, oposiciones, diferencias y distancias en todas partes y sobre todas las maneras imaginables posibles.   

Fronteras: consideraciones finales

El objetivo de esta reflexión nunca fue demostrar la pertinencia de los análisis de fronteras. Esa nunca fue mi premisa. Por el contrario, mi verdadero punto de partida fue la realidad; el mundo tal y cómo se configura hoy. Es por eso que hablar de la pertinencia de los estudios de fronteras no es nada más que la consecuencia de muchas situaciones que me resultaron cotidianas y para las cuales sí era necesario retomar una discusión sobre la aplicabilidad o no del análisis de fronteras en la actualidad. Dar esa discusión se convirtió en mi objetivo.

En función de esa discusión, durante el texto desarrollé tres partes que me surgieron casi de manera autodinámica. La primera consistió en unos comentarios preliminares en los que situé el surgimiento de la cuestión que quería explorar. Por un lado, dejé consignado que mi referente empírico tenía que ver con los conflictos que se suscitaron alrededor de los atentados terroristas del 13 de noviembre en Francia. Me pareció que esta situación imprimía profunda actualidad a esta discusión. Por otro lado, intenté mostrar cuáles habían sido los argumentos más importantes de una exposición teórica que había sido enormemente difundida acerca del “fin de las fronteras”. Para esto retomé brevemente algunas cuestiones acerca de la globalización y la posmodernidad, y de sus implicaciones para el análisis de fronteras.

La segunda parte de estos apuntes la giré casi exclusivamente sobre el referente empírico. A partir de aquellos comentarios preliminares me pareció fundamental exponer más claramente cuáles eran los conocimientos de la realidad que estaba tomando en consideración para pensar la aplicabilidad o no de este tipo de análisis. Por lo tanto, hice un recuento breve del conflicto sirio y de algunas de las polémicas que giraban en torno a él.

La tercera y última parte la dediqué a retomar algunos de los elementos analíticos que se han desarrollado dentro de los estudios de fronteras. Traté de tensionar estos elementos con la realidad que fui describiendo anteriormente. Las tres consideraciones que me parecieron pertinentes destacar fueron que las fronteras —tanto en su condición de categoría social como de categoría analítica— poseen un 1) carácter profundamente pertinente, además de 2) construido socialmente y 3) multisituado. Este carácter múltiple lo pienso en términos de las configuraciones de otredad en el mundo que exceden la problemática nacional y étnica.

Sin embargo, me parece que después de estos comentarios resulta imprescindible producir otra reflexión acerca de cómo las fronteras se resisten y se transforman desde las experiencias subalternas. No voy a ocuparme ahora de esta tarea, pero con ese nuevo objetivo en mente quisiera añadir una última cuestión a estos apuntes para pensar los análisis de fronteras en la actualidad. Quisiera dejar en completa evidencia que para nada habría que asumir una posición moralista sobre la existencia de las fronteras en el mundo social. Las fronteras en sí mismas no son ni pueden ser “buenas” o “malas”. No quiere decir que no tengamos que abolir muchísimas de ellas. Es más, cuando comprendemos que las fronteras existen como el resultado de un proceso de subordinación política, debemos asumir la responsabilidad de transformar esos contextos fronterizos para reemplazarlos por espacios de profunda equidad y democracia. Pero no hay que hacernos de falsas ilusiones: también aquí hay una disputa por el poder que se erige como límite. Yo diría, pues, que hay una sola frontera que no debemos abolir, nada más que una: la frontera contra la desigualdad y las injusticias. Esa frontera, por el contrario, tendríamos que reforzarla siempre.

Referencias citadas y consultadas:

Bartolomé, M.A. (2006). Procesos de interculturalidad: antropología política del pluralismo cultural en América Latina. México, D.F.: Siglo XXI Editores.

Boivin, M., Rosato, A., y Arribas, V. (2010). Constructores de otredad. Una introducción a la Antropología Social y Cultural (2da ed.). Buenos Aires: Antropofagia.

Daher, J. (2014a). A review of the origins and development of the revolutionary process (part 1). International Viewpoint, (pp. 1-10). Recuperado de: http://www.internationalviewpoint.org/spip.php?article3621

Daher, J. (2014b). A review of the origins and development of the revolutionary process (part 2). International Viewpoint, (pp. 1-15). Recuperado de: http://www.internationalviewpoint.org/spip.php?article3621

Machado de Oliveira, T.C. (2004). Fronteras en América Latina. En: H.H. Trinchero, L. Campos Muñoz y S. Valverde (coord.), Pueblos indígenas, conformación de los estados nacionales y fronteras. Tensiones y paradojas de los procesos de transición contemporáneos en América Latina (Tomo I; pp. 73-94). Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Universidad Academia Humanismo Cristiano, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

Nacuzzi, L. y Lucaioli, C. (2004). Perspectivas antropológicas para el análisis histórico de las fronteras. En: H.H. Trinchero, L. Campos Muñoz y S. Valverde (coord.), Pueblos indígenas, conformación de los estados nacionales y fronteras. Tensiones y paradojas de los procesos de transición contemporáneos en América Latina (Tomo I; pp. 27-71). Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Universidad Academia Humanismo Cristiano, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

Politzer. G. (1961). Principios elementales de filosofía. Buenos Aires: Editorial Hemisferio.

Trinchero, H.H. (2007). Aromas de lo exótico (Retornos del objeto). Para una crítica del objeto antropológico y sus modos de reproducción. Buenos Aires: Editorial Sb.

Wood, E.L. (2000). Democracia contra capitalismo. México, D.F.: Siglo XXI Editores.

4 comentarios:

  1. Todo está interesantísimo.Me cautivó la explicación suscinta pero clara sobre eltema de Siria y elconcepto esbozado sobre las fronteras y las otredades.El esbozo del area del Medio Oriente como foco de atracción de distintas intervenciones desde tiempos inmemoriales por su situación geográfica y la descripción de la alternada intervención y creación de los imperiosrelacionados con la misma.Su exposición como antropóloga pero con una vision de profundidad historiográfica la comparo como muy afín al estilo de Arnold Toymbee, quien considero el major historiador del siglo veinte.También admire su programación del ensayo en tres partes y como las desmenusa y une así comola inquisitiva valoración del desdén de Occidente en cuanto a la insensibilidad hacia el terrorismo contra el Oriente y su escandalosa parcialización en torno al tema del terrorismo.Es magnífico observar en la novel antropóloga la maestría y objetividad al tratar el tema de las fronterass con una vision globalizada que analiza situaciones en América y en otros continentes. Y como se despega de los paradigmas tradicionales de las tendencias chauvinistas pronacionalistas o antinacionalistas al desestigmatizar el asunto con una posición de frío y calculado análisis sacando eltema del oscurantismo que aún dentro de las ciencias establece categorías extremas basadas entre "lo bueno" y "lo malo" He aprendido mucho como investigador de las Ciencias sociales con este magistral ensayo de la ya ilustre puertorriqueña GabrielaQuijano Seda, pues durante varios años, atraído por las circunstancias geopoliticas relacionadas con Puerto Rico y habiéndome concentrado enproblemas específicos dentro delpaís MIS LIMITADOS CONOCIMIENTOS ANTROPOLóGICOS SE HAN ANQUILOSADO Y LOS LIBROSDE TEXTO DE ANTROPOLOGIA E HISTORIA QUE NOPASAN DE 7 u OCHO NO PASAN EN SU FECHA DE EDICION DE HACE UNOS 15 AñOS.
    lA SEMANA PROXIMA VOLVERE A LEER EL ENSAYO DE GABRIELA QUIJANO SEDA. FELICITO A SU PADRE EDUARDO, A SU SEÑORA ESPOSA Y A EDUARDO QUIJANO PADRE POR CONTAR EN EL SENO DE SU FAMILIA UNA VALIOSA JOYA DEL INTELECTO Y EL HUMANISMO.

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    1. Saludos Jesús. Sus comentarios son muy atinados. Gabriela Quijano tiene mucho talento como escritora y potencial como antropóloga. Esparamos poder seguir viendo escritos de ella en este foro.

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