viernes, 22 de agosto de 2025

Homero, la caída de Wilusa y el desarrollo de la historia: una reflexión

Homero, la caída de Wilusa y el desarrollo de la historia: una reflexión

Pablo L. Crespo Vargas

Homero y su lazarillo
Obra del pintor francés William-Adolphe Bouguereau (1874)
Homero es un personaje al que se le atribuye ser autor de dos de los principales poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea. Estas dos obras son la base de la epopeya grecolatina y surgen, en este caso en específico, de acontecimientos que posiblemente ocurrieron alrededor del siglo XII a.C.: los conflictos entre griegos antiguos (aqueos), en su proceso de expansión marítima, y anatolios (hititas que se habían consolidado como un imperio en el centro y oriente de Anatolia) son representados en la llamada guerra de Troya y reflejan los conflictos surgidos por el control de rutas mercantiles provocados por potencias del momento. Se debe señalar que, en la antigüedad, la guerra de Troya era catalogada como una guerra histórica, aunque su narración mítica y el surgimiento del cristianismo llevaron a que se considerara una mera narración mitológica. Esto se mantuvo hasta que, en el siglo XIX, Frank Calvert y Heinrich Schliemann, descubren los restos de la antigua Wilusa (nombre hitita para Troya) y se comienza a disipar parte del mito.

En la actualidad, la figura de Homero, aunque algunos estudiosos dudan de su existencia, se sitúa en el siglo VIII a.C. Aparentemente, él fue un aedo, o sea, un artista que cantaba las historias épicas del pasado. También se piensa que fue un prisionero o hijo de prisionero, por lo cual era considerado un homérida —de allí puede derivar su nombre y abonar a la teoría de su inexistencia, aunque podría ser que su nombre derivara en el término—. Los homéridas tenían la función de mantener las tradiciones orales vivas y se encargaban de memorizarlas y propagarlas. Esto nos explica que Homero, o quien fuera, pudo ser el que recopilara la información para componer tanto la Ilíada como la Odisea con la idea de preservarla.

No existe evidencia de un autor, cuyo nombre sea Homero, que haya firmado estas obras. De hecho, las copias más antiguas —en papiro— que se han preservado de estos poemas son del siglo II a.C., aunque se tiene conocimiento histórico de que en el siglo VI a.C. ya se declamaban en los festivales atenienses. No obstante, se debe señalar que la escritura en el mundo griego ya existía desde anterior al siglo XX a.C. con la escritura lineal A (jeroglífico cretense) y la escritura lineal B (jeroglífico minoico) del siglo XV al XII a.C. Estos modos de escritura eran de uso práctico o utilitarios (para uso administrativo, no literario). No es hasta el siglo IX que se comienza a adoptar el alfabeto fenicio y un siglo después —siglo VIII— ya se estaba desarrollando el alfabeto griego, favorables para su uso narrativo —literario—. El alfabeto griego continuó evolucionando hasta llegar a nuestros días con el alfabeto latino moderno. Por lo que vemos, en tiempos de Homero ya existía o se estaba desarrollando una codificación escrita adaptada a la redacción de estas historias, pero, no debemos olvidar que, según la tradición, Homero era ciego.

En todo caso, Homero recopiló información solamente de los últimos dos meses de la guerra y del viaje de regreso de Odiseo, uno de los personajes del conflicto. El resto de la historia, que casi todos atribuimos a Homero, se conoce por otros narradores o escritores y por la gran cantidad de obra artística que este hecho generó. La mitificación de los conflictos comerciales y de luchas de poder no es algo extraño, hoy día, en pleno siglo XXI se sigue haciendo y se sigue construyendo. No necesariamente es algo adrede o de mala intención, sino que nuestra naturaleza humana nos lleva a resaltar —para legitimar o valorizar— lo que creemos, y más, cuando la distancia y falta de evidencia favorece esto.

En el caso de Homero, este simplemente recopiló la tradición oral existente en su medio ambiente. Hoy, reconocemos que la tradición oral tiene dos importantes elementos, la identidad cultural y la memoria colectiva, ambos presentan una cosmovisión única para un grupo poblacional. En el caso de Homero fue el origen del mundo griego. La tradición oral, aunque no puede considerarse propiamente algo histórico, si sirve de base para conocer el pensamiento y los imaginarios. Por otro lado, que nos dice que estas leyendas nacieron en el vacío o en una imaginación sin nada en ella. La guerra de Troya —la caída de Wilusa— es solo una representación de una serie de conflictos que se dieron por el predominio de la región y que ya están siendo estudiados gracias a la gran cantidad de tablillas cuneiformes con el lenguaje hitita que están siendo encontradas y traducidas desde la segunda mitad del siglo XX. Arqueológicamente hablando, también existe la evidencia de estos conflictos.

Para finalizar, aunque se considera a Heródoto el padre de la historia por sus relatos sobre la humanidad que él conocía, no fue el primero de ellos. Anterior a él existieron los llamados logógrafos: Janto de Lidia, Cadmo de Mileto y Helánico de Lesbos, entre otros historiadores. En el caso de Homero, aunque su aportación fue más folclórica que histórica, nos dio una de las primeras miradas interpretativas sobre lo que estaba pasando al final de la edad de bronce en el Mediterráneo oriental. Ahora, la pregunta es: ¿podrá ser considerado el primer historiador? 

Nota: La versión original de este ensayo fue publicado en El Post Antillano el 10 de agosto de 2024.

domingo, 3 de agosto de 2025

Preámbulo a Curas, parroquias y libros sacramentales. Breves noticias para la historia eclesiástica del sur de Puerto Rico

Preámbulo a Curas, parroquias y libros sacramentales. Breves noticias para la historia eclesiástica del sur de Puerto Rico.

Eli D. Oquendo Rodríguez

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En el año 2011, se publicó en la Revista Horizontes de la Pontificia Universidad Católica un artículo titulado “Los libros parroquiales de Arecibo: un espejo de la sociedad colonial, 1735-1749”. El escrito buscaba analizar temas de la sociedad colonial sugeridos en el libro de bautismos. Por ejemplo, el origen de los pobladores, la importancia dada a la casta militar, la presencia y comercio de esclavos, la prevalencia del matrimonio legítimo sobre el amancebamiento, el mestizaje, las prácticas asociadas al sacramento del bautismo y la agricultura de subsistencia, entre otros. Recurriendo a las observaciones de los cronistas del siglo XVIII y a los datos extraídos del libro se logró sumar una pieza más al complejo rompecabezas de la sociedad arecibeña en aquella centuria. Este escrito se publicó, por segunda vez, en una compilación de artículos que recientemente vio la luz. De aquel ejercicio algo quedó claro y es que los libros parroquiales son, sin duda, fuente inagotable de información. Una mente curiosa que los ausculte y la formulación de preguntas bien dirigidas harían que se viera muy beneficiada la historia social, demográfica, religiosa, del pensamiento y hasta de la vida cotidiana.

Recurriendo a ese tipo de fuente, en tiempos recientes, se trabajaron dos artículos que recogen otros temas sugeridos por tales libros. En uno se examinan los testamentos en los libros de entierros de la parroquia San Juan Bautista y San Ramón de Juana Díaz. Se seleccionaron los primeros tres libros de entierros que abarcan un período de más de cincuenta años entre 1787 y 1843. Este pone atención en las disposiciones de carácter religioso señaladas por los difuntos: misas, ceremonias, tipos de entierros, legados piadosos y devociones preferidas. El segundo artículo se centra en la identificación del clero (secular y regular) que sirvió en las capillas y parroquias fundadas en el sur de la Isla desde el siglo XVI. La capilla de San Blas en Coamo es la más antigua y data del último tercio de aquella centuria. Nuestra Señora de Guadalupe en Ponce también inició como capilla el siglo siguiente. Para ambos pueblos se pudo identificar religiosos atendiendo a la feligresía de ambas parroquias desde la década de 1660. Predicaban, decían misa y administraban sacramentos: San Antonio Abad en Guayama, Nuestra Señora del Rosario en Yauco, San Ramón en Juana Díaz y el Patriarca San José en Peñuelas surgen a lo largo del siglo XVIII. San Benito de Abad en Patillas, San Joaquín en Adjuntas, la Inmaculada Concepción en Guayanilla son de la primera mitad del siglo XIX. Las parroquias Santiago Apóstol en Santa Isabel, Nuestra Señora de la Monserrate en Salinas y San Pedro Apóstol en Arroyo datan de 1850 en adelante.

La identificación de los sacerdotes que administraron estas parroquias sirvió para considerar algunas ideas sobre su educación, la labor ministerial y otras obligaciones, sus estilos de vida, cualidades y retos que debieron enfrentar. Y la identificación no sólo constituyó en señalar quien estaba laborando en la parroquia en tal o cual momento. Este trabajo consistió en aportar, en la medida de lo posible, datos biográficos a fin de conocer la persona un poco más. La historia la construyen personas reales, con virtudes y defectos, y cuando se está consciente de ello se aprecian mejor sus aciertos y no se es tan severo con sus errores.