domingo, 10 de abril de 2016

El descubrimiento de América es un cuento chino



EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA ES UN CUENTO CHINO

Prólogo a la novela: La grandiosa travesía del murciélago, escrita por Luis Asencio Camacho

La grandiosa travesía del Murciélago: relación de los viajes exploratorios del navegante chino Fu Zhang por las islas del Caribe y de lo que allí vio y encontró en 1456: del manuscrito inédito de Segismundo Mueller Carrero, Ph.D., editado por Luis Asencio Camacho y la Alianza Puertorriqueña para la Cultura y el Patrimonio (ALPUR-CP) ([Cabo Rojo: Pien Fu, 2016], pp. xxiii-xxvi y 149-51).

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Este trabajo1 es el resultado de cinco años de investigación y no habría sido posible sin los valiosísimos esfuerzos de algunas personas cuyas identidades lamento no poder revelar a fin de ahorrarles contratiempos tanto a ellos como a los suyos. Basta con que mi más sincero agradecimiento les llegue a cada una de ellas.
Todo comenzó mientras era profesor de Ciencias Sociales en la UPR y participaba en un encuentro de arqueólogos e historiadores en un punto o jurisdicción de Puerto Rico que no divulgaré, y me topé con algo mucho más de lo que esperaba hallar: fragmentos de cerámica con rasgos y símbolos «orientales».2 Siempre he sido egoísta —no seré hipócrita; todo lo negativo lo tengo—, y fue ese egoísmo lo que me hizo callarle a mis colegas —salvo a un puñado de confianza— todo lo referente a mi hallazgo e incluso llegar a chantajear a mis estudiantes con fracasarlos si tan solo mencionaban algo de lo acontecido.
Decidí averiguar si se trataba de algo genuino o no. Había oído hablar sobre la hipótesis de 1421; y aunque las aserciones de su autor me parecían lógicas al momento, estando ya familiarizado con la hipotética posibilidad de una flota china en aguas del Atlántico antes que los portugueses y todo lo demás concerniente a contactos precolombinos, algo en su categoría no me convencía del todo. Le daba crédito a Menzies por su labor, agudeza y esmero; pero todo parecía muy bueno para ser verdad. Recordé entonces a una persona que conocí en Madrid en 2002 y cuya tarjeta de visita conservaba en mi libreta de contactos: Ana Grama (nombre cambiado a fin de proteger su identidad), empleada de la Biblioteca Nacional de España. La conocí durante mi visita con motivo de la celebración del 510.ᵒ aniversario del Descubrimiento; me atendió y cortésmente contestó toda pregunta. Supuse que su pericia podría ahora serme útil en la investigación a punto de emprender, por lo que tras cierta vacilación le contacté.
Doña Ana es una de esas personas privilegiadas con una retentiva prodigiosa. Me recordó con tan solo decirle mi nombre. Charlamos sobre trivialidades, respectivas profesiones y demás, hasta que tocamos el tema de la BNE y sus nuevas adquisiciones. No mucho de lo adquirido desde mi visita me atañó; pero el tema me animó a abordar el de la posibilidad de exploradores orientales, específicamente chinos, en América previo a la llegada de Colón… aparte de lo propuesto por Menzies. Reaccionó con lo que me pareció ser una risilla por lo bajo antes de preguntarme si había oído hablar alguna vez acerca del Manuscrito Qi/Torremolinos. Al responderle que no, explicó que se trataba de la traducción de un supuesto escrito chino de 1460 que hallara un monje español en algún lugar de Centroamérica a mediados de siglo XVI.
Se desconoce cuánto tiempo pasó desde que el escrito llegó a la corte carolina hasta su traducción y revisión por los tales Qi y Torremolinos;i pero es evidente que la revelación del documento no agradó a muchos, por lo que se censuró y prohibió siquiera hablarse al respecto. Solo un milagro evitó su ordenada destrucción. En cuanto a cómo llegó a manos de la Biblioteca, solo se puede especular que por herencia de la Casa de Habsburgo.ii Pregunté sobre las posibilidades de obtener una copia, pero mi contacto lamentó decirme que eran nulas.
Un día, tres años más tarde, de la nada, recibí una llamada. Que si aun me interesaba una copia del Q/T. Ofrecí una suma por ambos documentos —el original en chino y la traducción— y cerramos trato. Antes de colgar pregunté qué le había hecho cambiar de parecer, y algo en su soslayada respuesta denotó cierto disgusto con la institución y que andaba en busca de algo más. Dicho y hecho, mi segundo viaje a España en lo que iba de década empobreció mi cuenta de cheques unos cinco dígitos, pero me enriqueció con el mismo número de siglos en conocimiento. Nadie se enteró de nuestra trastada, que yo sepa. Y sé también que hoy doña Ana ya no trabaja con la BNE.
A partir de mi hallazgo hasta mi cita clandestina en Madrid, mi tiempo libre —mucho que es insociable— lo había dedicado a investigar todo tocante a la China de la temprana dinastía Ming, en particular los viajes de Zheng He, esperanzado en hallar claves que conectaran con mi tesoro. (Lo más cercano, el libro de Menzies, aunque cita y describe lugares de Puerto Rico con pasmosa precisión para un extranjero, no menciona nada sobre colonias chinas en la isla.) El material adquirido me despertó una nueva obsesión: aprender chino… o al menos intentarlo. Poco a poco los exploradores chinos fueron adquiriendo nombres y personalidades; pero la tarea de colacionar esta nueva versión con el tradicionalismo o con la controvertible hipótesis de 1421 era una empresa de magnas proporciones.
Solo una persona con la erudición y energías que no pretendía ni pretendo tener podría haberlo intentado. Bastó una breve llamada telefónica y un más escueto mensaje por correo electrónico para reclutar la ayuda de un experto en lenguas y culturas orientales y catedrático emérito de la Universidad de Maryland.
Mi viejo y estimado amigo compiló todas mis fuentes, notas y transcripciones y emprendió la titánica tarea de revisarlas, acción que no completó debido a su repentina muerte a solo un capítulo por terminar. Las últimas páginas son notas y traducciones inéditas mías, por lo que no garantizo que, por más agradable que parezcan, sean del todo exactas.
La forma escrita del chino se remonta al período arcaicoiii y conforma un sistema de pictogramas no fonéticos que ha pervivido el paso de tres milenios. Pese a la evidencia de patrones de enunciación registrados en libros de rima y diccionarios compilados por intérpretes de sánscrito y de pali previo al siglo XV, no es hasta finales del XIX que el chino tuvo un sistema de transcripción fonética estandarizado.iv
Responsabilizamos al orientalista sir Thomas Francis Wade (1818-1895) y a su sucesor, Herbert Allen Giles (1845-1935), de establecer y perfeccionar, respectivamente, este método de romanización de voces chinas siguiendo un sistema fonético aplicado a la escritura. Este criterio de transcripción, casi nulo en el español,v se utilizó durante años, trayendo como consecuencia confusiones y errores en la pronunciación de nombres propios y topónimos. Los primeros se escribían en caracteres romanos siguiendo el deseo personal de cada cual, en tanto que los segundos debían seguir los criterios del Correo oficial chino. El sistema pinyin resolvió en gran parte ese problema.vi

Segismundo Mueller Carrero, Ph.D.
Puerto Real, Cabo Rojo
2 de enero de 2008

1 Introducción original. Nota de la Edición (en adelante N. de la E.).
2 Las sendas fechas de la Introducción y el actual Prólogo obligan a preguntar si conocía nuestro profesor del artículo que El Nuevo Día publicara días antes y que discutía el papel de Puerto Rico en la hipótesis de 1421. Su deceso siempre nos negará la respuesta. En el artículo —mismo que discute la posibilidad de que en Puerto Rico se estableciera una colonia portuguesa gracias al conocimiento chino—, el periodista cita a un renombrado historiador que rechaza categóricamente la existencia de «un solo rastro arqueológico conocido por él que evidencie presencia china o portuguesa [en el Caribe] previo a la llegada de Colón». Añade, citando a otro historiador, que no se puede rechazar de entrada el postulado de Menzies, por más descabellado que parezca; pero que, en palabras de un decano de Ciencias Sociales de la UPR en Río Piedras, «China es un país que está de moda y habrá quien quiera hiperbolizar la capacidad china y comenzar a señalarle cosas extraordinarias más allá de la realidad» (Daniel Rivera Vargas, «Los chinos llegaron primero», 15 de mayo de 2008, 10). N. de la E.
i La defectuosa naturaleza de la traducción Qi-Torremolinos sugiere un par de posibilidades: Qi Zeduan era el más idóneo para la empresa o era el único de su clase en la corte. ¿Quién fue y cómo y cuándo llegó al servicio del rey de España; y por qué, sobre todo, la historia no menciona la presencia de chinos en las cortes españolas con la misma fanfarria que los menciona en América? No descartamos que fuera esclavo de Torremolinos; y no ha de extrañar que un religioso (en caso de que Torremolinos lo fuera) los tuviera. Está documentado que el francisca­no Juan de Zumárraga (1466-1548), primer obispo de México y protector de indios, tuvo como cocinero a un nativo de la India adquirido en España. La llegada de los chinos a Europa se da dentro del marco de la expansión portuguesa por el sur y sureste asiático y el agresivo tráfico de esclavos durante las primeras décadas del siglo xvi. Tristán de la China (c. 1505?-15…?) es el primero y único del que se tiene noticias en España. Apenas un niño cuando lo compraron y llevaron a Sevilla y Valladolid, será uno del puñado de sobrevivientes de la expedición de Loaísa y Elcano en 1525. En lo que a América concierne, deben su presencia a los viajes de la llamada nao de China o galeón de Manila a partir de 1565. El intercambio cultural respondió a la escasez de esclavos tanto africanos como indígenas; se los llamó «indios chinos», un término que incluía a chinos, filipinos, japoneses, cingaleses, javaneses, indios y toda etnia proveniente de esa parte del mundo.
ii El último monarca de la dinastía Habsburgo, Carlos II (1661-1700; r. 1665-1700), tataranieto de Carlos I, sin prole debido a su enfermiza constitución, declaró heredero al francés Felipe (1683-1746), duque de Anjou, nieto de Luis XIV (1638-1715), en su afán de mantener unida la herencia de territorios monárquicos. En 1712, el entonces Felipe V, primer Borbón, fundó la Biblioteca Pública de Palacio, misma que en 1836 se designará como Biblioteca Nacional. Su actual sede en el paseo de Recoletos fue inaugurada en 1892 con ocasión del cuarto centenario del Descubrimiento y abrió al público en 1896.
iii Hasta hace poco la evidencia más antigua de escritura china se remontó al ocaso de la dinastía Shang, también conocida como Yin (c. 1600-1046 a. EC), y constó de unos oráculos grabados en un caparazón de tortuga y una clavícula de ciervo. La indescifrable escritura Jiahu, también sobre caparazones de tortuga, descubierta en 2003 y nombrada por el lugar en las regiones norteñas del país, data unos 8,600 años, precediendo a la sumeria —tradicional, si no históricamente—, la forma más antigua conocida, unos tres milenios (esta a su vez, desde una perspectiva bíblica, de probar correcta y verdadera, más o menos uno antes de la torre de Babel [c. 2275-2242 a. EC] [Génesis 11:1-9]). La escritura china actual perdura como una de las mayores aportaciones de Qin Shi Huangdi: un sistema unificado para toda una miríada de lenguas y dialectos.
iv No obviamos el rudimentario sistema de transcripción al latín basado en el dialecto mandarín de Nankín que desarrollaran los jesuitas a mediados de siglo XVI.
v El chino (ya sea mandarín, cantonés o cualquier otro de sus dialectos) es una lengua concisa y abundante en polisémicos, por lo que lograr una traducción efectiva en español (y en otros idiomas en realidad) puede ser a veces problemática. En la mayoría de los casos se debe obviar lo literal y más bien generalizar. En la literatura, por ejemplo, esto parece ser más patente; de ahí que haya tantas variantes de títulos para una obra. Tomemos la novela Hong lou meng 紅樓夢, considerada por los occidentales como el Quijote de Oriente; sus traducciones titulares van desde Sueño en el pabellón rojo o en la cámara roja hasta Sueño en la mansión roja. (El primer título es el más aceptado como correcto. Un modismo puede a veces ser el determinante, como en el caso aquí, donde «pabellón rojo» denota la habitación de una virgen de la alta sociedad.)
vi Para un atisbo a las complicaciones de los sistemas de transcripción fonológicos —con énfasis en los dialectos— durante y posterior a las épocas Ming y Qing, nos remitimos a W. South Coblin, «Reflections on the Study of Post-Medieval Chinese Historical Phonology», en Papers from the Third International Conference on Sinology, Linguistics Section, Dialect Variations in Chinese, ed. Dah-an Ho, 23-50 (Taipei: Institute of Linguistics, Preparatory Office Academia Sinica, 2002), 23-50. Otra obra a consultar es Edwin G. Pulleyblank, Lexicon of Reconstructed Pronunciation in Early Middle Chinese, Late Middle Chinese, and Early Mandarin (Vancouver: University of British Columbia Press, 1991).

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