Reseña a Josep Fontana Lázaro, “¿Qué historia enseñar?”, en “La enseñanza
de la historia en España hoy”, Clío y
Asociados, no. 7 (2003): 15-26.
Félix M. Cruz Jusino
Portada del libro Lófici d'historiador |
“¿Qué historia enseñar?”, es un ensayo publicado por el
historiador Josep Fontana Lázaro en la Revista
Clío y Asociados como parte de una edición dedicada a la enseñanza
contemporánea en España (Núm. 7, 2003). Los planteamientos esbozados por
Fontana Lázaro en el ensayo serían luego integrados en el libro El siglo de la revolución: una historia del
mundo desde 1914 (Editorial Crítica, 2017). Fontana Lázaro revolucionó la
visión tradicional sobre qué se investiga, cómo se escribe y cómo se enseña la
historia. El historiador redefinió el concepto historia para proponer para el
siglo XXI una materia capaz de integrar y armonizar todas las voces de la
sociedad. Expuso que la historia no debe ser desmembrada en especialidades,
sino constituida como un todo donde cada área de estudio sea parte de un relato
central. La funcionalidad de la historia debe ser crear conciencia crítica del
pasado para comprender mejor la actualidad. En términos educativos, el objetivo
fundamental de la historia es contribuir con elementos que consientan la
comprensión de los mecanismos sociales que engendran desigualdad y pobreza,
estimular la denuncia de los prejuicios que descalabran las comunidades y
potenciar el enfrentamiento con aquellos que colaboran con la destrucción de la
humanidad. Es una historia sin modelos acabados, ni libros de textos. Es una
historia basada en la diversidad, basada en los testimonios de vida, no en
teorías.
El ensayo analiza la evolución de la metodología histórica
durante el siglo XX. Exterioriza que la historia económica y social fracasó
debido a que sus metodologías fueron convertidas en un “recetario mecánico”
basado en teorías memorizadas que terminaron explicando el pasado sin necesidad
de investigar en los archivos. El desencanto con la historia económica y social
vino acompañado con el rechazo a la política, sumiendo a la humanidad en la
desconfianza. Los historiadores dejaron de preocuparse por los grandes
problemas de la sociedad, se retiraron del compromiso cívico para enclaustrarse
en la academia y escribir solo para sus pares.
La desilusión con la metodología antigua abrió paso a la
formación de nuevas escuelas, que, desde el punto de vista de Fontana, no pasan
de ser sectas que intentan devolverle la seguridad y la certeza a la historia.
Estas nuevas escuelas se enfocan en lo concreto y ponen su atención
mayoritariamente en los aspectos culturales. Entre estas escuelas, señala entre
otras, el estudio de las mentalidades, la microhistoria, el posmodernismo y el
poscolonialismo. El historiador no menosprecia las escuelas porque tienen parte
de la verdad, pero ninguna es en su totalidad suficiente sino integra la
experiencia laboral, la subsistencia y la vida en general.
Plantea Fontana que es la naturaleza del problema de estudio
lo que debe determinar la metodología a utilizarse para investigarlo. Es el
problema el que dicta el método, no lo contrario. La adopción de una escuela y
de su metodología puede redundar en ópticas sectoriales que ofrecen una visión
incompleta de la realidad. El fin del trabajo investigativo debe ser una
aportación al mejoramiento del ciudadano común.
Todo ser humanos debe conocer su historia para construir su
sentido identitario, pero como los historiadores les han fallado, han sido
instruidos por políticos y gente de los medios de comunicación. La manipulación
de la historia por el poder ha sido el responsable de genocidios y guerras
durante el siglo XX. El historiador debe romper con la historia lineal y
estadista para integrar la visión de los otros miembros de la sociedad, hombres
y mujeres comunes alejados del poder. No es una historia desde los de abajo,
sino una que integre a todos. El historiador debe rescatar la memoria colectiva
para que pueda enseñar a pensar, a dudar, a cuestionar. Los historiadores
tienen el deber moral de encontrar las razones para los fracasos del siglo XX
para evitar que se remeden en el futuro.
Leer a Fontana Lázaro es fascinante. Las palabras, las
imágenes y los conceptos fluyen rítmicamente facilitando la comprensión del
lector. El estilo de redacción de Fontana es sencillo, rotundo y hermoso.
Fontana, poseedor de un vocabulario eminente, escribe para todos. Demuestra
pleno conocimiento del tema y hace uso de citas de otros historiadores para
validar sus planteamientos. Utiliza el materialismo histórico como metodología
principal para su trabajo, pero insiste en que el historiador debe utilizar
tantos métodos como el problema lo amerite.[1]
Fontana Lázaro (1931-2018), quién nació, vivió y murió en
Barcelona, está considerado como uno de los principales renovadores de la
historiografía española en el siglo XX. Lázaro fue discípulo de Jaume Vicens
Vives, Ferrán Soldevila y Pierre Vilar, a los que acredita como forjadores de
su pensamiento filosófico. Estudió filosofía y letras en la Universidad de
Barcelona. Obtuvo su licenciatura (Bachillerato) en 1956 y su grado doctoral en
1970. El historiador se especializó en el siglo decimonónico español. Desde muy
joven se proclamó marxista.
Fontana Lázaro investigó exhaustivamente las tendencias económicas
y la contemporaneidad de la Europa veinteava desde su perspectiva marxista y su
oposición a la dictadura franquista. Transformó los paradigmas historiográficos
establecidos por sus predecesores y estableció una historiografía explicativa
sobre los orígenes y senderos que condujeron a Europa hacia las complejidades
socioeconómicas de la actualidad.
“¿Qué historia enseñar?”, debes ser lectura obligatoria para
todos, pero especialmente para los historiadores y los maestros de estudios
sociales e historia. Es tiempo de sacudir la zona de confort en que muchos
historiadores e historiógrafos se han refugiado para no llevar a cabo su
trabajo. En eso comparto la visión de Fontana Lázaro, los historiadores nos
hemos enajenado de la realidad social para enclaustrarnos en la academia. Nos
valemos de la metodología como excusa para no hacer trabajos investigativos.
Ejemplo de lo último fue el caso del huracán María. Escuché a un reconocido
historiador decir que no se podía historiar el paso del huracán porque carecía
de metodología. ¿Cómo no se va a historiar un evento que impactó y transformó
la vida del país?
Por otro lado, he escuchado a historiadores negarse a
investigar el siglo XX porque es demasiado reciente y se pueden herir
susceptibilidades. ¿No es acaso la tarea del historiador investigar para
desenmarañar la verdad detrás de los hechos? ¿Desde cuándo el historiador debe
preocuparse por las emociones?
Los historiadores tienen un deber social que cumplir,
construir la memoria, fomentar el sentido identitario individual y colectivo, y
enseñar a pensar para dudar, cuestionar, investigar y descubrir. Fontana Lázaro
estaba claro al retar al historiador a volver a la base. Heródoto, padre de la
historia, investigó para crear una memoria no solo para los griegos, sino para
toda la civilización occidental. Le hemos fallado. Es hora de rescatar la
función del historiador, investigar los temas que le preocupan a los
ciudadanos, fomentar el pensamiento crítico y construir una historia holística
e integrada.
[1]
Fontana Lázaro, Josep, “¿Qué historia enseñar?”, en “La enseñanza de la
historia en España hoy”, Clío y Asociados, no. 7 (2003), 16.
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