miércoles, 14 de febrero de 2024

Los enterramientos en Ponce

Los enterramientos en Ponce
(fragmento de la obra Un aspecto tétrico de la vida en sociedad.
Las necrópolis ponceñas del siglo XIX: 1814-1890, publicada en 2020)
Eli Oquendo Rodríguez

 

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Siguiendo las antiguas costumbres cristianas de enterramiento, en Ponce se sepultaban a los difuntos dentro o fuera de la iglesia del mismo modo que se estilaba en otras partes de la Isla (Blanch Miranda, 2014). Se abrían fosas en el piso donde era depositado el cadáver (Font Negrón, 2003). La norma, más o menos, estándar en el país era que el área del altar fuera exclusiva para clérigos y religiosos. Aparte de ese lugar señalado el resto de las áreas de enterramiento se dividían en tramos. El primer tramo, cercano al altar y a otras reliquias sagradas, se reservaba para personas distinguidas y de relevancia social. El periódico ponceño El Fénix registra que, en 1857, en un intento por ensanchar la iglesia, al parecer se descubrieron restos de los difuntos en los nichos allí enterrados y bajo los altares (Pasarell, 1967). Más alejadas del altar, pero dentro de la iglesia, estaba el tramo segundo. Allí se inhumaban a otras personas que tenían quizás algunos recursos y podían pagar un digno enterramiento y a los niños. Fuera de la iglesia estaba el tramo tercero, cuya área se destinaba para sepultar a los pobres menesterosos y los esclavos.

En el pueblo de Ponce los únicos recintos religiosos, consagrados para sepultar personas que habían muerto en el seno de la Iglesia, eran la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y la ermita San Antonio Abad. La parroquia, cuyos orígenes como una capilla se remontan a 1670, sería el único lugar de enterramiento, hasta la fundación de la ermita de San Antonio en 1724. Con respecto a ésta Eduardo Neumann señala que por iniciativa de D. José Rodríguez fue reconstruida tras un terremoto y sirvió como parroquia hasta 1788. Ese mismo caballero fue quien de su propio peculio, entre 1740 y 1800, mantuvo la fiesta anual del santo. Luego en 1806, un huracán averió la estructura siendo reparada nuevamente. Más tarde se le hicieron algunas mejoras y, entre 1820 y 1839, otra vez fungió como parroquia mientras el templo de la Guadalupe era reconstruido (Neumann Gandía, 1987). 

Hay evidencia de que la práctica funeraria de hacer enterramientos dentro de las iglesias deseaba erradicarse desde el siglo XVIII y en San Juan donde la población era mayor tal costumbre era ya impracticable por cuestiones de espacio. Así en los días del obispo D. Juan Bautista Zengotita se consagraron tres cementerios que acogieron a las víctimas del ataque inglés de 1797 y a otros que fallecerían después (López Canto, 2001). Pero en el resto de la Isla la práctica continuó, aunque la idea de sepultar extramuros a la iglesia iba cobrando fuerza desde inicios del siglo XIX según se desprende de una Real Cédula del 15 de mayo de 1804 (Blanch Miranda, 2014). La misma disponía que en los dominios de Indias el establecimiento de cementerios debiera de hacerse en las afueras del poblado. Sin embargo, pareciera que en Ponce esta normativa fue letra muerta y todavía una década después no existía un cementerio en el pueblo.

Referencias utilizadas

Blanch Miranda, Hilda: “Un acercamiento a la muerte en Puerto Rico”, en Hereditas: Revista de Genealogía Puertorriqueña, vol. 15, núm. 2, Año 2014.

Font Negrón, Aramis: “Los entierros en la iglesia de La Tuna”., en Hereditas: Revista de Genealogía Puertorriqueña, año 4, núm. 2, octubre 2003.

López Cantos, Ángel: Los puertorriqueños: mentalidad y actitudes (siglo XVIII), 2da ed, San Juan: Ediciones Puerto, 2001.

Neumann Gandía, Eduardo: Verdadera y auténtica historia de la ciudad de Ponce, Edición Conmemorativa del Centenario de la Fundación del Partido Autonomistas Puertorriqueño, 1887-1987, 1987.

Pasarell, Emilio J.: Esculcando el siglo XIX en Puerto Rico, Barcelona: Ediciones Rumbos, Barcelona, 1967.

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