martes, 30 de diciembre de 2014

Iniciación Club Literatura Escuela Leonides Morales Rodríguez en Lajas

Por Pablo L. Crespo Vargas

El Club Literario Jacobo Morales de la escuela superior Leonides Morales Rodríguez del pueblo de Lajas realizó su primera actividad e iniciación de miembros el 29 de diciembre de 2014 en en Centro Cultural del mismo municipio. En la actividad estuvo presente el escritor y gestor cultura Luis Enrique Vázquez Vélez. Uno de los escritores lajeños presentes fue Ramón Alameda. La actividad fue auspiciada por el Centro Cultural de Lajas, Surcando la Historia, el Centro de Estudios e Investigaciones del Sur Oeste y la administración y facultad de la escuela superior Leonides Morales Rodríguez.

El Club Literario Jacobo Morales es formado por un grupo de once estudiantes (siete estuvieron presentes) y dos maestros consejeros (la profesora Brenda del Río y el Dr. Pablo L. Crespo Vargas). Fue creado bajo la iniciativa de la joven Sara Liah Acosta Ortiz y busca desarrollar en los estudiantes un sentido humanista, donde las letras y las bellas artes son fundamentales. A su vez, buscan promover hábitos de lectura y escritura en sus compañeros y el desarrollo de campañas de lectura en los barrios del municipio de Lajas. 

Mesa de iniciación


Estudiantes de la escuela Leonides Morales Rodríguez iniciados en el Club Literario



El escritor Luis Enrique Vázquez Vélez mientras da un mensaje a los estudiantes escritores





sábado, 27 de diciembre de 2014

Presentación libro "Efemérides de Coamo"

Autor: Pablo L. Crespo Vargas

Presentación del libro: Las Efemérides de Coamo

En la noche del 26 de diciembre de 2014, en una actividad auspiciada por el Proyecto MAR (Manos Aprendiendo a Reciclar), el Municipio de Coamo y otras entidades, se realizó la presentación del libro Las Efemérides de Coamo: Historia de Coamo, del autor coameño Luis Caldera Ortiz, en el Café Teatro Hollywood, cuyo propietario Luis Soto, fue un excelente anfitrión. La maestra de ceremonias fue una de las fundadoras del Proyecto MAR, la señora Ana E. Rosa Morales. En la actividad hubo una asistencia de 35 personas.

El libro puede adquirirse por medio del autor o visitando el siguiente enlace: Amazon



Afiche de la actividad
Luis Caldera Ortiz y Ana E. Rosa Morales

jueves, 18 de diciembre de 2014

Perspectiva de la bruja en el imaginario tradicional puertorriqueño

Autor: Pablo L. Crespo Vargas
Artículo publicado originalmente en Ahora Newspapers, 1ro de diciembre de 2013.

Perspectiva de la bruja en el imaginario tradicional puertorriqueño

Puerto Rico, como el resto de Caribe, es una región donde se han desarrollado una gran diversidad de creencias religiosas, que son el producto de la heterogeneidad étnica-cultura que caracteriza la región. Las creencias, al igual que los seres vivos, dependen de una serie de factores ambientales que contribuyen a la formación de elementos que identifican las variables seguidas de estas.

Las creencias, como parte de la cultura y el folclor de un pueblo, no pueden ser vistas de manera generalizada, mucho menos dentro de la formación de patrones que lleven a los estudiosos a visualizar elementos cuasi-universales sin que existan variaciones de carácter territorial. Es por ello, la importancia de desarrollar estudios regionales que presenten estas variaciones y que expliquen por qué se dieron.

En el caso que nos ocupa, la concepción mágica que desarrolla un pueblo es de vital importancia en el análisis de este ante su visión del mundo. Aunque las nuevas tendencias, producidas por el auge tecnológico, han disminuido la capacidad de los seres humanos al contacto con la naturaleza, y esto a su vez, con la verdadera magia, la que se encuentra en la mente de todo ser humano, aún las tradiciones referentes a estos mundos mágicos y su desenvolvimiento en la sociedad están patentes. Es nuestro deber el poderlos rescatar.

Lajas, un pueblo del suroeste de la isla de Puerto Rico, aun preserva, aunque de manera disimulada, tradiciones y narrativas que nos hacen recordar ese mundo mágico y lleno de vivencias extrasensoriales, el cual no todos tienen la capacidad de sentir.

Los ancianos y otros no tan ancianos, nos narran las vivencias de esos seres que de una forma u otra desarrollaron facultades que muchos no entendían, pero no eran pocos los que recurrían a ellos porque aunque le tenían suspicacia, al final le entregaban hasta el alma por obtener lo que deseaban. Las había brujas, que practicaban las artes mágicas para el mal; también se encontraban las hechiceras, curiosas y curanderas de bien, todas predispuestas a ayudar al prójimo.

No solamente eran las mujeres las que tenían poder, sino, que nos narran de hombres que adquirieron estos poderes. Unos por medio de pacto con el demonio, acción que terminaban pagando con agravantes y que en ocasiones para zafarse era necesario la intervención de alguna hechicera lo suficiente poderosa para sacar esas fuerzas oscuras que se apoderaban del atrevido individuo. Los afectados levitaban, perdían la razón y hasta podía perder la vida. Otros de manera natural desarrollaron poderes que aprovecharon a su conveniencia.

Los campesinos recitaban oraciones para evitar que en sus moradas entraran entes malignos, espíritus en busca de sangre y hasta brujas. Uno de los más diseminados era la “oración de San Silvestre”, que en otros lugares era conocida como la “oración de la bruja”, la cual dice: “Señor San Silvestre del Monte Mayor, líbrame mi casa y todo mi alrededor, de brujas y brujos y del hombre malhechor”.

Las brujas, al igual que en otros lugares, creaban juntas, donde festejaban e iniciaban sus travesuras, o como dice uno de mayores folcloristas puertorriqueños, don Teodoro Vidal, realizaban maldades y fechorías para aterrorizar a la gente. En Lajas, se reunían en un prado, alrededor de una gran ceiba, árbol sagrado para las culturas indígenas de Mesoamérica y las Antillas Mayores. Allí celebraban su aquelarre, que para ellos era conocido como la “fiesta del batey”.

Ceiba acostada, Sector Cañitas en Lajas, lugar de la "fiesta del batey" (foto de la colección del autor)
La “fiesta del batey” nos evoca a la herencia y tradición taína, que en muchas ocasiones ha sido negada de manera oficial, pero que ha perdurado en el conocimiento pueblerino y que pasa por medio de la historia oral y la genética cultural, generación tras generación, y que hoy busca un nuevo despertar. El batey era la plaza ceremonial, lugar sagrado, donde el colectivo se unía en comunión con las grandes deidades. Esta tradición, iniciada por los taínos, fue adaptada por los africanos que se mezclaron con los indígenas y con otros mestizos y que fueron conformando al ser puertorriqueño de nuestros días. Eventualmente, la fuerza divina de estos centros de poder espiritual, fueron utilizados por las brujas como lugar ideal para establecer el contacto entre este plano y otros.

Las brujas volaban, según algunas de las narraciones encontradas por Teodoro Vidal “desnudas, con el pelo suelto, y en desorden, y montadas sobre una escoba”. Otros testigos indican que llevaban únicamente “una saya (falda o enagua, según la versión) de campana, blanca, almidoná, con muchos volantes”; en todo caso, su fin era asustar a los niños, arruinar sembradíos, matar el ganado, realizar conjuros y maldecir a la gente.

También se sabe de linajes o familias descendientes de taínos o indígenas que escondían, para el público general, sus poderes mágicos. Se habla de tres hermanas, hijas de una india, todas, mujeres de inmensos poderes sobrenaturales, que aún hoy, algunos sienten que están presentes, vigilantes de sus descendientes y asegurándose que la llama mágica de estos nunca deje de existir. El símbolo de esta familia era un almácigo, en él se consagraba a todos los recién nacidos, incrustando el cordón umbilical de cada uno de ellos con un centavo en el tallo del árbol.

Con el pasar del tiempo, todos estos individuos con poderes mágicos comenzaron a ser llamados espiritistas; algunos creaban templos o lugares de reunión, en la mayoría de los casos, su símbolo primordial era un indio, representante de las tradiciones mágicas desarrolladas por los primeros habitantes de esta Isla, y que aún estaban presentes en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX, como muestra de que nunca habían dejado de existir. Estos templos acogían a grandes cantidades de seguidores, que llegaban buscando consejo, consuelo y hasta magias destinadas a servir a sus caprichos. En nuestros días, estos centros casi no se ven, quedando en el recuerdo de muchos; se ha dado paso a otras tradiciones, muchas de ellas surgidas en nuestro ambiente antillano, siendo la más seguida la de la santería. No obstante, la magia antillana, evoluciona pero a la vez se conserva, siendo parte vital de nuestro ser.


martes, 9 de diciembre de 2014

Del autonomismo decimonónico al Partido Republicano Puertorriqueño

© 2014, José A. Calderón Rivera, Ph. D. (autor del prólogo)

Prólogo del libro: El Partido Autonomista Histórico, Puro u Ortodoxo su transición al Partido Republicano Puertorriqueño: 1897-1904
Hay diferentes aspectos, en el texto que presentamos con estas líneas, que merecen nuestra atención. El libro El Partido Autonomista Histórico, Puro u Ortodoxo su transición al Partido Republicano Puertorriqueño: 1897-1904 destaca temas relevantes de la historia de Puerto Rico de gran importancia para lograr un mejor entendimiento, tanto para el desarrollo de la institución política bajo estudio, como de la época y del ámbito en que ocurren los sucesos alrededor del mismo.
La transición ocurrida en el Partido Autonómico Histórico, Puro U Ortodoxo hacia el nacimiento del Partido Republicano Puertorriqueño se convierte en una especie de propuesta que se enriquece con el análisis de la atmósfera política imperante en la España de finales del siglo XIX, el autonomismo cubano y puertorriqueño, y del rol de José Celso Barbosa en ese importante momento histórico. El autor, el doctor Edwin Fragoso, explora en su investigación el marco político donde el ideal del liderato autonomista puertorriqueño luchaba por ganar espacio de representación y poder administrativo ante la vetusta metrópoli hispánica. Como parte de esa dinámica le brinda especial atención a la lucha intestina ocurrida en el Partido Autonomista Puertorriqueño, protagonizada principalmente por Luis Muñoz Rivera y José Celso Barbosa, que tuvo como producto el nacimiento del Partido Autonomista Histórico, Puro u Ortodoxo. En ese aspecto destaca Fragoso el carácter de los autonomistas “republicanos” responsables del nacimiento de una segunda franquicia autonomista en el epílogo del siglo XIX puertorriqueño.
El libro contempla una presentación biográfica e ideológica de José Celso Barbosa que se convierte en vital para entender su participación prominente en el proceso que culmina en la creación del Partido Republicano Puertorriqueño. El estudio de la persona de Barbosa es bien importante para presentar su identidad como líder político. El libro destaca dos aspectos relevantes para analizar con mayor profundidad las posturas asumidas por este líder puertorriqueño. Fragoso lo identifica como pobre y negro, condiciones que en la época representaban obstáculos de gran envergadura para cualquier criollo que deseara incursionar en el ambiente del liderato político isleño donde la clase señorial ocupaba prácticamente la hegemonía de la representación de la sociedad nuestra. Entendemos que es un acierto del texto destacar la negritud de Barbosa como aspecto de importancia en el desarrollo de su carácter y en la construcción de sus ideales políticos.
Por otro lado, hay sin duda, una preocupación constante en el libro por discutir elementos tradicionalmente ausentes en estudios de esta naturaleza. Fragoso destaca también la negritud de otros líderes tanto del Partido Autonomista Ortodoxo como del Partido Republicano Puertorriqueño. Cumple así este trabajo con hacerle justicia a un sector de nuestra sociedad que tradicionalmente ha pasado desapercibidos por nuestra historiografía de la época. Destaca igualmente la composición social de ese liderato puertorriqueño con el objetivo de incluir la contribución de representantes de los sectores pobres que se destacaron en la formación y desarrollo de estos partidos en contraposición con la corriente histórica que narra los acontecimientos, tomando como referencia a las élites compuestas por los líderes provenientes de la hegemonía de los sectores dominantes. Por ejemplo, el autor identifica como elementos de mucha importancia a miembros de la clase obrera que tuvieron un papel significativo en el liderato del liderato del Partido Autonomista Histórico; algunos de estos líderes son incluso identificados por sus nombres y oficios. El autor obviamente expresa una preocupación por darle voz a algunos representantes de los sectores subalternos de la sociedad que, aun cuando han contribuido significativamente al desarrollo de nuestra historia, se encuentran silenciados por los estudios históricos que han intentado rescatar y destacar la contribución criolla al desarrollo de nuestra identidad como pueblo.
José Celso Barbosa
Otro aspecto de gran importancia es incluir los primeros años de la experiencia de vida puertorriqueña bajo los dictámenes de la nueva metrópoli que ocupó el control de Puerto Rico a partir de 1898. Como parte de ésta dinámica ubica al nacimiento del Partido Republicano Puertorriqueño en 1899, en respuesta a la nueva realidad isleña. Esta nueva identidad política abogaba por la ciudadanía norteamericana para los puertorriqueños y su anexión a la nueva metrópoli. Como estrategia para lograr ese ideal los republicanos de Puerto Rico se incorporan al Partido Republicano Nacional de Estados Unidos; situación que contrasta Fragoso con la posición que asumió el propio Barbosa cuando se negó a establecer vínculos de afiliación con el Partido Liberal Monárquico de España, tal y como lo propuso Luis Muñoz Rivera en su casi alegórico Pacto Sagastino, en su lucha por la autonomía a finales del siglo XIX.
El análisis elaborado en el libro ayuda a entender la transición experimentada por Barbosa de líder autonomista bajo España a líder anexionista bajo Estados Unidos. Desde esa perspectiva, el autor junto a la transición experimentada por el Partido Autonomista Histórico hacia el Partido Republicano Puertorriqueño, proyecta también la transición ideológica de Barbosa. Así logra desarrollar un estudio de una identidad política que se convierte en reflejo del cambio experimentado en su máximo líder. La lectura de éste texto seguramente permitirá conjeturar sobre la posición asumida por este líder junto a otros aspectos que se presentan con la intención de estimular la siempre fértil inquietud de los interesados en el conocimiento de la historia de nuestra tierra.

Nota del editor: La obra se puede ser ordenada mediante amazon.com marcando el siguiente enlace: El Partido Autonomista Histórico, Puro u Ortodoxo su transición al Partido Republicano Puertorriqueño: 1897-1904


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Boriquén: Un repaso a la historia e historiografía del nombre aborigen de Puerto Rico

© 2014, Armando J. Martí Carvajal, Ph. D.
Facultad de Estudios Humanísticos
Universidad Interamericana Recinto Metropolitano


Boriquén: Un Repaso a la historia e historiografía del nombre aborigen de Puerto Rico

INTRODUCCION
En los últimos años ha surgido la moda entre muchos puertorriqueños de escribir el nombre aborigen de la isla como “Boriken”, o sea, utilizando la ortografía inglesa en vez de la castellana “Boriquen”.
Desconozco cuál ha sido el origen de esta práctica, pero recientemente fui vehementemente rechazado al cuestionarla en un portal de Internet sobre historia de Puerto Rico.  Me sorprendió la reacción casi visceral de algunos de los participantes; parecería que había cometido alguna herejía.
Hay algunas personas que dicen que “Boriken” era la forma como los indios lo escribían.  Planteamiento totalmente absurdo, ya que, como es bien conocido los “yndios”, como los llamaron los castellanos, nunca desarrollaron la escritura.
En el portal hubo quien me “explicó” que la forma “Boriken” era como los castellanos la escribían para diferenciar la lengua de los indios  de la suya.  Esto me sorprendió en dos niveles.  Primero, el siglo XVI temprano es la época en que Antonio de Nebrija luchaba por establecer una gramática española (castellana) y la ortografía de la época, aún entre los escribanos del rey, era poco más que caótica.  De otra parte, en treinta años de investigación y estudio de cientos de documentos del siglo XVI, con excepción de algunas crónicas, siempre he visto que los castellanos normalmente se referían a la isla como “Sanct Johan”, o sea San Juan, el nombre con que la bautizó Colón en 1493.
Uno de los compañeros del foro dijo que cada cual lo escribía como mejor quisiese.  Esto quizás será aceptable en otros círculos y permitido a otros, pero para un investigador y académico no.  El historiador está obligado a trabajar con hechos y evidencia no con gustos ni “creatividad”.
LOS HISTORIADORES
La discusión sobre el nombre arahuaco de Puerto Rico no es algo nuevo.  A través de los años nuestros mejores historiadores han debatido este tema, aunque en esos casos la discusión básicamente era sobre si el término correcto era Borinquen o Boriquén.    Directamente estamos familiarizados con tres de estos trabajos, los otros los conocemos por referencias que aparecen en estos.
Con toda probabilidad, el más descriptivo es el ensayo “Apuntes sobre el nombre indígena de Puerto Rico y la cuestión de su etimología” del profesor José Juan Arrom.  Este breve trabajo, como era de esperarse por su autor, es sumamente completo y presenta un detallado repaso de la controversia y las posiciones de los principales historiadores puertorriqueños de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Salvador Brau y Cayetano Coll y Toste.  El ensayo también reseñó la posición de Luis Lloréns Torres que en su libro América: Estudios históricos y filológicos, publicado en 1898, favoreció “Borinquen”.[1]  Arrom también mencionó el libro de Labor Gómez Acevedo y Manuel Ballesteros Gaibrois Hallazgo de Boriquén y polémica de su descubrimiento (publicado en 1980) y Arqueología lingüística (1996) de Manuel Álvarez Nazario, quien considera que el nombre correcto es “Boriquén”.[2]
En 1894 don Salvador Brau escribió:
… los indios, según lo confirman historiadores nacionales y extranjeros y lo comprueban documentos oficiales auténticos, llamaban á Puerto Rico Boriquén, desde el momento en que ese nombre se adultere en los textos destinados á la enseñanza, la instrucción en esa forma transmitida no puede ser absolutamente cierta.[3]
Las palabras de don Salvador son tajantes y su conclusión absolutamente cierta; la Historia debe mantenerse fiel a los hechos.  Esa es la cadena a la que estamos atados los historiadores.
Por su parte, en Colón en Puerto Rico (1893) Cayetano Coll y Toste planteó que…
Aún hay escritores puertorriqueños que continúan poniendo en tela de juicio el nombre indígena de la isla de Puerto-Rico, á pesar de la brillante conferencia desarrollada sobre este tema en el Ateneo por don Salvador Brau.[4]
Suponemos que esta conferencia a la cual don Cayetano hizo referencia fue la base para el trabajo de Brau que acabamos de discutir.  Como sea, estas palabras de Coll y Toste indican que concordaba con Brau en que el nombre de la isla era Boriquén.
Ahora, de mayor interés para nosotros es el análisis que Coll y Toste hizo de la idea que había presentado el doctor José de Jesús Domínguez de sustituir la “K” por la “QU”.  Para él esto “obedece á miras innovativas fonéticas”.[5]  Coll y Toste concluyó diciendo:
De manera, pues, que ni la etimología ú origen, ni la necesidad de pronunciación, ni el uso autorizado por los cronistas informan a favor del vocablo Burikem ó Burinkem, con el cual pretende el señor don José de Jesús Domínguez sustituir á la palabra Boriquén, usada por una mayoría respetable de cronistas, cartógrafos é historiadores.[6]
A través de los años otros historiadores también han mencionado el nombre aborigen de la isla en sus obras.  Ninguno de ellos utilizó la ortografía “Boriken”.  Por ejemplo, el padre Álvaro Huerga en Los primeros historiadores de Puerto Rico (1492-1600) –tomo XV de la Historia Documental de Puerto Rico- mencionó “los nombres que se le da a la isla –Baheque, Baneque, Borique, Borinquen, etc. …”.[7]  Por su parte, don Ricardo E. Alegría en 1978 en el excelente ensayo “Las primeras noticias sobre los indios caribes” utilizó el término “Boriquén”.[8]  Labor Gómez Acevedo y Manuel Ballesteros Gaibrois también escribieron “Boriquen”.[9]  De hecho, ellos dedicaron una larga nota al final del primer capítulo de su Culturas indígenas de Puerto Rico a discutir este tema.[10]  Finalmente el Monseñor Vicente Murga, iniciador de la Historia Documental de Puerto Rico, escribió:
Colón llega a la isla de Borinquen del 18 al 19 de noviembre de 1493; y con el pendón de Castilla en una mano y la copia autorizada de la bula [Inter Caetedra] en la otra, toma posesión de la isla de Borinquen, la bautiza con el nombre cristiano de isla de San Juan, y la incorpora a los reinos de Castilla….[11]
Como vemos Murga también escribió la palabra utilizando, propiamente, “quen” y no ese extraño “ken” inglés.
No fueron únicamente los historiadores modernos y contemporáneos los que utilizaron la ortografía castellana.  En la Biblioteca Histórica, el primer libro sobre la historia de Puerto Rico escrito por un criollo, Alejandro Tapia y Rivera explicó que “el nombre primitivo de la isla era el de Boriquen, pero el Padre Abad de la Mota [Abbad y Lasierra]… añadió una n a la segunda silaba, variación que ha confirmado el uso moderno”, o sea “Borinquen”.[12]  En otras palabras, Tapia, a pesar de reconocer el error popular, en vez de tratar de corregirlo, se hizo coro del mismo.  Por su parte, como mencionó don Alejandro, Fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra, autor de la primera historia de Puerto Rico, publicada en 1788, llamó a la isla “Borinquén”.[13]
LOS CRONISTAS Y FUENTES PRIMARIAS
Todos estos ensayos y libros, irrelevante de la capacidad de sus autores o de la calidad de las obras, son fuentes secundarias.  Como siempre le repito a mis estudiantes, la materia prima del historiador son las fuentes primarias, o sea los testimonios y declaraciones de las personas que vivieron o fueron testigos de los eventos bajo estudio.
En la obra Americae pars qvarta, siue, Insignis & admiranda historia de reperta primùm Occidentali India à Christophoro Columbo, editada por Theodor de Bry (1594), Girolamo Benzoni llamó a Puerto Rico “Boriquenam insulam”.[14]  En una nota al calce a ese texto, el editor escribió “Insula Borichem”.[15]  Debo señalar que Benzoni, hasta donde estamos conscientes, fue el primer autor que se refirió a la isla como San Juan de Puerto Rico (“S. Ionnis de Portu-ricco”).[16]   En el apéndice de imágenes con las cuales de Bry ilustró la obra aparece el grabado “Indivolentes expeririimmortalitatem Hispanoru Salsedum Hispanum in mari suffocant”.  Este representa la historia de la muerte de Diego Salcedo y en el texto que narra la historia aparece “Borichen”.[17]
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, uno de los principales cronistas de la Conquista, dedicó “el libro déçimo sexto” de la  Historia general y natural de las Indias a “la conquista y poblaçion de la isla de Boriquen, á la qual los chripstianos llaman agora isla de Sanct Johan”.[18]  En el primer capítulo en que describe el “asiento” de la isla de San Juan, Fernández de Oviedo repitió el nombre:
“Llaman los indios Boriquen á la isla que agora los chripstianos llaman Sanct Johan, la qual está al Oriente desta Isla Española, veynte é çinco ó treynta leguas”.[19]
 Claro, aunque Fernández de Oviedo estuvo presente y participó de los primeros años de la conquista y colonización de La Española, sabemos que él no participó, ni estuvo presente en el “descubrimiento” de Puerto Rico en noviembre de 1493.  Por lo tanto, a pesar de estar cercano a los eventos, no se le puede considerar propiamente una fuente primaria sobre este tema.
Hasta nuestros días han llegado dos narraciones de testigos presenciales del arribo de la flota de Cristóbal Colón a Puerto Rico en 1493.  Ambos mencionaron el nombre dado por los “indios” a la isla.  La más conocida es la carta del doctor Diego Álvarez Chanca, “físico” (médico) de la expedición, en la cual escribió:
Andovimos por esta costa lo mas deste día, hasta otro día en la tarde, que llegamos a vista de otra isla, llamada Burenquen, cuya costa corrimos todo un día; juzgábase que ternia por aquella banda 30 leguas. Esta isla es muy hermosa y muy fértil á parecer….[20]
Es interesante notar que más adelante en la carta Álvarez Chanca cambió el nombre de la isla y la llamó “Buriquen”.[21]  El otro testigo del “descubrimiento” de Puerto Rico fue Miguel Cuneo, quien dos años después, en 1495, narró su aventura a Gerónimo Annari:
El dia 14 de noviembre zarpamos con mal tiempo, y el 19 llegamos a una isla muy Hermosa y grande llamada “Boluchen” por los naturales, a la cual el señor Almirante puso por nombre Isla de San Juan Bautista.[22]
Vemos que ambos viajeros recogen el nombre arahuaco de forma diferente, respondiendo a lo que ellos entendieron a los nativos.  Aunque hay diferencias de redacción entre ambos autores,  ninguna incluye de forma alguna el uso de la “K” para crear el sonido “que”.
Un trabajo muy interesante y poco mencionado en la historiografía puertorriqueña es la “Uocabula Barbara” que aparece como un apéndice a la edición de 1530 (la primera completa) de De orbe novo decades (Décadas del Nuevo Mundo) escrita por Pietro Martire d’Anghieria (Pedro Mártir de Anglería) y editada por Antonio de Nebrija.[23]  Este breve trabajo es, para todo efecto, el primer diccionario de la lengua de los indios (“taíno”) a una lengua europea, el latín.  El mismo dice:
Buriquena insula”.[24]
O sea, “Buriquena” la isla.  Es interesante notar que en este diccionario no aparecen palabras que comiencen con las letras “K” ni “W”.


Detalle del mapa Occidentalis Americae partis por de Bry, 1594.
CARTOGRAFOS
Otras fuentes que debemos considerar en nuestro análisis son los mapas.  Como es natural, muchos cartógrafos, aunque no todos, de la historia temprana del Nuevo Mundo incluyeron e identificaron a la isla que hoy llamamos Puerto Rico.
Abraham Ortelius en su mapa de 1608 Americae Sive Novi Orbis Nova Descriptio llamó a la isla “Boriquen” o “S. Ioannis”. Mientras que el mapa Theatrum Orbis Terrarum (1570) escribió “Borique”.
Americae sive qvartae orbis partis nova et exactissima descriptio (detalle) por Diego Gutiérrez de 1562.  Cortesía de Library of Congress.

El mapa America realizado por Joducus Hondius (1607) llama a la isla “S. Iuan de P. Rico alas Boriquen”.
A finales del siglo XVI Theodor de Bry llamó a la isla “Borichen” en tres de los mapas producidos por su taller.  Estos son:
·         America sive novvs orbis respectv europaeorvm inferior globi terrestres pars (1596).
·         Occidentalis Americae partis (1594).
·         Americae Pars Magis Cognita Chorographia nobilis e opulantae Peruvanae Provinciae (1592).
Por su parte el cartógrafo castellano Diego Gutiérrez en Americae sive qvartae orbis partis nova et exactissima descriptio (1562) llamó a la isla “Boriquen”.
Un cartógrafo sumamente importante para el período fue Martin Waldseemüller.  En Tabvla Terre Nove (1513) llamó a la isla “Boriquem”.  No obstante, en su Universalis cosmographia secundum Ptholomaei traditionem et Americi Vespucii aliorumque lustrationes (1507), el mismo mapa en el cual, por error, bautizó al Nuevo Mundo “América”, Waldseemüller escribió “boriquen”.

Detalle del mapa Tabula Terre Nove de Waldseemüller (1513).

En la Carta da navigar per le Isole nouam tr [ovate] in le parte de l'India dono Alberto Cantino al S. Duca Hercole, mejor conocida como el “Planisferio de Cantino” de 1502, considerado el primer mapamundi que presentó al Nuevo Mundo, dentro de “Las antilhas del Rey de castella” está la isla de “boriquem”.


Detalle -Planisferio de Cantino de 1502.

En los otros mapas y cartas de la época que pudimos consultar, la isla aparece identificada, ya fuese en latín, italiano o castellano, con su nombre colombino, San Juan.
LINGÜÍSTICA
Cualquiera que trabaja directamente los manuscritos de los siglos XV y XVI sabe lo difícil (si no imposible) que es leerlos sin haber tomado cursos de Paleografía.  Ahora, no es sólo que la cursiva de la época era muy diferente a la nuestra; la gramática era muy irregular y la ortografía absolutamente caótica.  En una ocasión encontré un documento donde la misma palabra aparecía escrita de cinco maneras diferentes, ninguna, para nosotros, la correcta.  Debemos recordar que Antonio de Nebrija publicó su Grammatica (Gramática de la lengua castellana) en 1492, y Reglas de ortografía en 1517.  O sea, que estamos en los primeros momentos del proceso de regular y estandarizar la escritura castellana.
Dentro de toda esta confusión, cabe preguntar, si entre todas estas crónicas, documentos y mapas, ¿no sería posible que algunos presentaran la ortografía “Boriken”?
El Diccionario de la lengua española (22ª edición) explica que en la ortografía, la letra “K”, “se emplea en palabras de origen griego o extranjero. En las demás, su sonido se representa con c antes de a, o, u, y con qu, antes de e, i.”.[25]
Una consulta a los diccionarios castellanos más antiguos reveló algunos hechos muy relevantes a esta discusión. El Diccionario de Autoridades, el primero que produjo la Real Academia Española, en  el Tomo IV (1734) indicó que la “K”:
Es tomada del Latín, y este la tomó del Griego Kappa. Tiene poquíssimo uso en nuestra Lengua, y solo en aquellas voces que se toman de otro idioma, y absolutamente se pudiera excluir de nuestro Alphabeto, pues su pronunciación se podía suplir, o con la C fuerte, como queda dicho, con las vocales a, o, u, o con la C aspirada en todas: como Charidad, Cherubín, Chimera, Choro, Chylo, o con la Q. en las vocales e, i.[26]
Este último punto explica por qué algunos de los documentos y mapas del XVI escribieron “Borichen”.  De otra parte, nuestra consulta reflejó que este diccionario no contenía palabra alguna que comenzara con la letra K.
El diccionario de Covarrubias de 1611 señaló que para la “K”…
…no hay uso cerca de los latinos, fuera de dos diciones suyas, que son Kalendas y Kiries; y estas quando se escriuen en nuestra lengua Castellana se forma y pronuncia con ch. chiries. y calendas con sola c. la cual haze el mesmo oficio que la K. y este tambuien de la q. salvo qu se le sigue siempre u.[27]
La obra tampoco contiene palabras que comiencen con esta letra.
Las otras obras realizadas entre los siglos XV al XVI, incluyendo las de Nebrija, ni tan siquiera incluyeron la letra “K”.
CONCLUSIONES
La evidencia es clara, en la historiografía puertorriqueña el debate sobre el nombre aborigen de la isla siempre ha sido si se debía escribir “Boriquen”, “Borinquen” o alguna variación de estos términos.  Ninguno de los historiadores que consultamos, algunos de los más importantes de Puerto Rico, utilizó la ortografía “Boriken”.  La única excepción, como vimos, fue José de Jesús Domínguez a quien Cayetano Coll y Toste, con vehemencia le salió al paso en 1893.
De otra parte, a pesar de variaciones en la forma de escribirlo, ninguno de los cronistas que recogieron el nombre aborigen de la isla lo escribió como “Boriken”.  Como vimos, Benzoni escribió “Boriquenam”, de Bry “Borichen”, Fernández de Oviedo “Boriquen” y Nebrija “Buriquena”.  Más importante aún es el hecho que los dos testigos presenciales del “Descubrimiento” de la isla, Álvarez Chanca y Cuneo tampoco lo escribieron utilizando la “K” para crear el sonido “que”.  Chanca se refirió a la isla como “Burenquen” y “Buriquen”.  Cuneo la llamó “Boluchen”.
Asimismo, ninguno de los cartógrafos de los siglos XVI y XVII, ni aún el alemán Waldseemüller, escribió “Boriken”.  Theodor de Bry, Joducus Hondius y Abraham Ortelius utilizaron “Boriquen”.  El castellano Diego Gutiérrez también escribió “Boriquen”.  Mientras que en el autor de “Planisferio de Cantino” y Martin Waldseemüller escribieron “Boriquem”.
Finalmente, la evidencia indica que para la época del descubrimiento la letra “K”, para todo efecto práctico, no se usaba en castellano –ni en latín- y sólo aparecía en las raras ocasiones en que se citaba algún término del griego clásico.  Por esta razón, no hay forma que un escribano u cronista escribiría “Boriken”; para ellos la “K” era totalmente foránea.
Está claro, ante toda esta evidencia, que “Boriken” carece de una realidad lingüística, historiográfica o documental.  Por lo que debemos hacernos eco de lo que don Cayetano Coll y Toste escribió hace más de un siglo:
Desfigurar la palabra indo-antillana Boriquén sustituyéndola, arbitrariamente, con Borikua, Burinkem ó Burikem es ir contra la etimología del vocablo, contra sus radicales, y contra la escritura y ortografía de los primeros cronistas.[28]
Como historiador no puedo hacer otra cosa.



[1] José Juan Arrom.  “Apuntes sobre el nombre indígena de Puerto Rico y la cuestión de su etimología” en Estudios de Lexicología Antillana, segunda edición (San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000), pág. 136.
[2] Ibídem, pág. 138.
[3] Salvador Brau.  Puerto Rico y su historia: investigaciones críticas (Valencia: Imprenta de Francisco Vives Mora, 1894), pág. 33.
[4] Cayetano Coll y Toste.  Colón en Puerto Rico: disquisiciones histórico-filológicas (Puerto Rico: Tip. Al vapor de la Correspondencia, 1893), pág. 118.
[5] Ibídem, pág. 124.
[6] Ibídem, pág. 127.
[7] Álvaro Huerga.  Los primeros historiadores de Puerto Rico (1492-1600) (Ponce: Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, 2004), pág. 21
[8] Ricardo E. Alegría.  “Las primeras noticias sobre los indios caribes”, introducción a Crónicas francesas de los indios caribes, recopilación, traducción y notas por Manuel Cárdenas Ruíz (San Juan: Editorial Universidad de Puerto Rico en colaboración con el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1981), pág. 28.
[9] Labor Gómez Acevedo y Manuel Ballesteros Gaibrois.  Culturas Indígenas de Puerto Rico, tercera edición (Río Piedras: Editorial Cultural, 1978), págs. 27 y 30.
[10] Ibídem, págs. 48-49.
[11] Vicente Murga.  Cedulario puertorriqueño, Tomo I (1505-1517), estudio preliminar y notas por Vicente Murga Sanz (Río Piedras: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1961).  Pág.  XVI.
[12] Alejandro Tapia y Rivera.  Biblioteca Histórica de Puerto Rico (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970), pág. 1.
[13] Fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra.  Historia geográfica, civil y política de la isla de S. Juan Bautista de Puerto Rico, dala á luz don Antonio Valladares de Sotomayor (Madrid: Imprenta de don Antonio Espinosa, 1788), págs. 1, 11 y 12.
[14] Hieronymi BenzoniAmericae pars qvarta, siue, Insignis & admiranda historia de reperta primùm Occidentali India à Christophoro Columbo, editada por Theodor de Bry (1594), pág. 21.
[15] Ibídem, pág. 21.
[16] Ibídem, pág. 21.  Debemos recordar que la fecha en que originalmente se publicó la obra fue 1565.
[17] Ibídem, lamina V, pág. s/n.
[18] Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Historia general y natural de las Indias, primera parte (Madrid: Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1851), pág. 462.
[19] Ibídem, pág. 465.
[20] “Siguese la carta del dicho Dr. Chanca, que escribió á la cibdad de Sevilla de este Segundo viage en la manera siguiente”, reproducida por M. Fernández de Navarrete en Viajes de Cristóbal Colón (Madrid: Calpe, 1922), pág. 224
[21] Ibídem, pág. 226.
[22] “Carta de Miguel de Cuneo a Gerónimo Annari” , traducción de Marisa Vannini, reproducida en Documentos Históricos de Puerto Rico, volumen I (1493-1516), recopilados por Ricardo E. Alegría (San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2009), pág. 38.
[23]Uocabula Barbara.  M, D. XXX. Mense Decebri” en Pietro Martire d’Anghieria,  De Orbe Nouo (1530), pág. s/n.
[24] Ibídem, pág. s/n.
[25] Real Academia Española. Diccionario de la lengua Española, 22a edición [http://lema.rae.es/drae/?val=k], consultado el 6 de noviembre del 2014.
[26] Real Academia Española. Diccionario de Autoridades, Tomo IV (1734), consultado en el portal Nuevo Diccionario Histórico del Español [http://web.frl.es/DA.html], consultado el 6 de noviembre del 2014.
[27] Thesoro de la Lengva Castellana o Española compuesto por el Licenciado don Sebastian Cobarruuias Orozco, capellan de su Magestad (Madrid: Luis Sanchez, impressor del Rey NS., 1611), reproducido en el portal Nuevo Tesoro Lexicográfico [http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.], consultado el 6 de noviembre del 2014.
[28] Coll y Toste, Colón en Puerto Rico, pág. 126.