Las artes mágicas. Entre la ignorancia y la maldad.
Teresita Soto Falto
Crespo Vargas, Pablo
L. (2025) Brujería y hechicería en el
Caribe Hispano, siglo XVII. Ponce Puerto Rico: Casa Paoli, Centro de
Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico, Inc.
Los temas y la práctica de la brujería y la hechicería han tenido larga vida en nuestra cultura caribeña y americana. Por ignorancia hemos llegado a pensar que es en estas tierras, de manos de los negros esclavizados provenientes de África que nos llegan la magia, los sortilegios, los hechizos y la brujería. Nada más alejado de la verdad. El libro del doctor Pablo Crespo Vargas que iremos comentando da cuenta de que esas creencias esotéricas vienen también en los barcos, no solo españoles, sino ingleses, portugueses, franceses, en fin europeos, que llegaron a las costas insulares y continentales a fines del siglo XV. Ya Cervantes había hablado sobre el tema en la primera parte de su famoso Don Quijote en 1605: “Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce…” (Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, R.A.E. p.203)
El doctor Pablo Crespo Vargas nos va llevando, a través
de veintiún ensayos – unos académicos, otros que han sido ponencias en
congresos y seminarios y otros, al final, que se han publicado en periódicos y
fuentes cibernéticas – a los procesos inquisitoriales a los que eran sometidos
los individuos, especialmente mujeres, en el Caribe hispano por la práctica de
las artes mágicas, especialmente las de la hechicería y la brujería.
La tesis que prueban estos trabajos es que “la brujería
en el Caribe hispano del siglo XVII fue una reacción o estado de resistencia de
los grupos de mayor marginación ante el poder social y religioso del gobierno
colonial” (59-60). Ante la hechicería, como pueden ser los conjuros, los
sortilegios para conseguir el amor o la buena suerte o para mejorar la salud,
las autoridades eran más indulgentes, aun cuando igualmente las
castigaban.
La lectura del texto nos lleva a conocer los nombres y
las vidas de muchas de aquellas mujeres racializadas y marginadas que vieron en la práctica de la
hechicería un medio para sustentar la vida. Algunas reincidían en sus conductas
o comenzaban prácticas más oscuras que las enfrentaban a castigos como los
azotes, el potro, la cárcel o el destierro. Las historias de Bárbola de
Albornoz, de Barquisimeto, de Ana de Mena, de San Juan de Puerto Rico y de
Paula de Eguíluz, una de las brujas principales de Cartagena de Indias, nacida
en Santo Domingo, merecen sus escritos individuales. Se levantan sus figuras y
las de otras muchas mujeres desde los archivos históricos donde dormían para
que, revividas sus historias, conozcamos aquel mundo extraño, lejano y
misterioso.
Como dato estremecedor, el autor señala que en Europa, entre
1450 y 1750, se procesaron unas 100,000 personas en lo que se conoce como Caza
de las Brujas. De ellas se ejecutaron entre cincuenta a sesenta mil individuos.
Países como Alemania (25,000), Polonia y Lituania (10,000), Suiza (5,000),
Francia (4,000), representan las estadísticas mayores. En el caso de España se
ejecutaron solo 35 mujeres (que siempre son muchas) por brujería. Aun así, la
leyenda negra se encargó de estigmatizar al país como el que tenía la mayor
práctica inquisitorial en Europa (182). En América hispana, los casos se resolvían
mayormente con 200 azotes y destierros, aunque algunas veces el tribunal se
hacía de la vista larga y las condenadas se quedaban en el país.
Notaremos que en los ensayos se manejan datos recurrentes
o historias a las que ya se ha aludido en los trabajos académicos. Esto ocurre
porque como decíamos al comienzo, tenemos delante la recopilación de veintiún
escritos sobre el tema a lo largo de algunos años. No es de sorprender entonces
que advirtamos repeticiones que resultan fundamentales y que están ampliadas o
vistas desde otra perspectiva analítica.
Los ensayos están precedidos por imágenes tomadas de los
archivos de Internet, de pinturas – como la de John William Waterhouse (El
Círculo Mágico, 1886) o el Capricho número 68 de Francisco de Goya con una
imagen que representa el vuelo de las brujas - , grabados, mapas que ambientan, enmarcan y a veces
anuncian el tema que se va a desarrollar. La portada del texto, muy hermosa (El
aquelarre de las brujas, de Franks Francken el Joven, de 1606) es la mejor
carta de presentación de un texto necesario e indispensable en nuestra
historiografía.
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