La misoginia puede ser definida como el rechazo, odio, prejuicio o temor que la sociedad desarrolla hacia las mujeres. Esta se viene experimentando desde tiempos ancestrales y puede ser vista en la mayoría de las sociedades actuales. Los cambios culturales y de visión social de los últimos 150 años nos llevan a promover una sociedad igualitaria, donde la mujer sea considerada en igualdad con el hombre. No obstante, nuestra inquietud para este escrito es el poder explicar el desarrollo de la misoginia, conducta que consideramos reprochable.
La documentación histórica nos indica que, con el desarrollo de las sociedades, la mujer fue relegada a un segundo plano. Las causas para ello pueden catalogarse dentro de dos principales teorías. La primera de ellas indica que, en el proceso de evolución social del ser humano, el hombre desarrolló características que lo llevaron a subyugar a la mujer; entre estas: mayor fuerza física y no tener limitaciones por el parto. Segundo, durante la formación de las creencias religiosas se promovió que el patriarcado se impusiera. Como una respuesta a estas dos teorías y desde el feminismo se presentó la idea de que la misoginia era una postura cultural que podía ser cambiada.
Ahora bien, veamos el desarrollo de la misoginia analizando la mitología taína documentada por los conquistadores. Dentro de las creencias taínas existió una deidad femenina llamada Atabey, que en un principio recibió el culto principal indígena. Atabey era madre, creadora y representaba todo lo natural. Ella parió a Yocahú Bagua Maórocoti, deidad masculina que, según el entendimiento castellano, era la divinidad de mayor adoración en los nativos. Debemos señalar que Atabey no necesitó de un hombre para engendrar a Yocahú. Por otro lado, Yocahú era el ser representativo de la yuca, base alimentaria de la sociedad caribeña prehispánica. También Yocahú representaba el dominio de los humanos sobre los elementos naturales.
Básicamente notamos el desarrollo de la sociedad indígena en este pequeño fragmento de su mitología. Por un lado, Atabey, ser creador y de lo natural, representó el culto antiguo, cuando los seres humanos interactuaban con la naturaleza en pequeñas bandas nómadas de cazadores y recolectores. Con el nacimiento de Yocahú, se representa como el ser humano comenzó a dominar a su medio ambiente y una de las primeras muestras de esto fue la domesticación de plantas y animales. Los taínos no fueron el único pueblo que comenzó adorando deidades femeninas y que con el pasar del tiempo sus deidades principales pasaron a ser masculinos. De hecho, esta situación es casi universal.
Otra de las preguntas: ¿Cómo el hombre logró subyugar a la mujer? Una teoría es presentada por Mircea Eliade, quien nos lleva a buscar la explicación en la división del trabajo por género. En este caso, el hombre debía de cazar, ya que por su condición física podía alejarse del grupo sin que esto supusiera un riego mayor para la comunidad o para él. A las mujeres se le asignaron tareas que no implicaran tanta fuerza física y que las mantuviera cerca de las áreas comunales para que atendieran a sus crios. Estas tareas podían ser la recolección de frutos menores, yerbas y caracoles.
El oficio de cazador tuvo sus repercusiones. Por un lado, le dio las destrezas necesarias a los hombres para que estos manejaran los instrumentos de caza, los cuales luego también podían ser utilizados para la defensa de la comunidad. A su vez, la guerra y la cacería crearon cambios culturales que promovían que el hombre fuera valiente y agresivo. La mujer, quien debía ser defendida por el hombre, comenzó a ser vista como un miembro débil de la comunidad.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, se indica que el hombre es psicosexualmente más frágil que la mujer. Ejemplos de esto son el temor del hombre a la castración, y la seguridad que este pueda tener sobre los aspectos de la paternidad. Debemos ver que la mujer siempre estará segura de quienes son sus hijos dada a la experiencia física y biológica de este acontecimiento, mientras que el hombre debe confiar en lo que la mujer le indica.
Aunque podríamos pensar que la subyugación de la mujer comenzó con el desarrollo de la agricultura, esto no necesariamente es así. En muchas sociedades agrícolas la mujer asumió un papel protagónico ya que fue ella la encargada de hacer funcionar y explotar de manera positiva la nueva forma de subsistencia. Como si esto fuera poco, era la encargada de trasmitir el conocimiento agrícola a las siguientes generaciones.
Con el desarrollo de las religiones estatales, se estableció una predeterminación para ver a las mujeres como seres inferiores. En las tres principales culturas para la formación de nuestra sociedad (judíos, griegos y romanos) se creó la idea de que ellas necesitaban siempre estar al amparo de un hombre. Otra idea desarrollada dentro de estas tres culturas fue que el hombre debía ser cálido, agresivo, riguroso, racional y demostrar fuerza en todo momento. De la mujer se esperaba que fuera fría, pacífica, débil y de gran emotividad.
Las leyes de los antiguos romanos discriminaban grandemente contra la mujer. Por ejemplo, la única niña con derecho a ser educada de manera formal era la primogénita; la mujer siempre estaba bajo la supervisión de un hombre; en delitos como el adulterio y el uso excesivo de vino la mujer era fuertemente reprendida mientras que para el hombre esto no era ningún problema.
Con el desarrollo del cristianismo, la mujer continuó en un estado de subyugación. No fue hasta la llegada de la modernidad cuando comenzaron a verse cambios en las actitudes hacia las mujeres. Aunque se sigue progresando en la erradicación de la misoginia aun nos falta mucho por mejorar. Para ello es importante la educación.
Algunas referencias al tema:
Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres: Una historia propia [1988], trad. Teresa Camprodon y Beatriz Villacañas, Madrid, Crítica, 2009.
Castellano De Zubiría, Susana: Diosas, brujas y vampiresas: El miedo visceral del hombre a las mujeres, Bogotá, Norma, 2009.
Colorado López, Marta, Liliana Arango Palacio y Sofía Fernández Fuente: Mujer y feminidad en el psicoanálisis y el feminismo, Medellín, Imprenta Gubernamental de Antioquía, 1998.
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Nota editorial: Artículo originalmente publicado en El Post Antillano, 5 de septiembre de 2020.
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