LA ESPECIALIDAD DE LA CASA
Milagros Santiago Hernández
La literatura se alimenta de la
experiencia del mundo.
⸺
Antonio Muñoz Molina
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El cuchillo se desliza grácilmente sobre la carne tierna a media cocción
al compás del suave balanceo pélvico del chef más “trendy” de Instagram. El recién estrenado tirano, a su vez, fuma
con fruición y exhibe, sobrepuesta sobre su vientre, una camiseta con la imagen
del excéntrico cocinero realizando su icónico acto de prestidigitación de sal.
En el ínterin, al otro lado del mundo, continúa el éxodo de miles de personas
para quienes comer es asunto de supervivencia y no un espectáculo mediático.
Esta escena, absurda por demás, forma parte de nuestra reciente realidad
latinoamericana. Los personajes en cuestión son el cocinero turco Nusret Gökçe,
mejor conocido en las redes sociales como Salt Bae, rey de la carne, y el
presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Mientras tanto, los ciudadanos
venezolanos, echando mano al humor acerbo, denominan al hambre que los acucia «la
dieta de Maduro».
Dicotomías sociopolíticas como esta, independientemente de quién las haya
cocinado, han dado paso a la novela de la dictadura, género que ocupa un lugar
importante dentro del canon literario de Hispanoamérica. En esta, se hace una reinterpretación
y reconstrucción, tanto de la figura del tirano —de cuya enigmática
personalidad se han nutrido las letras hispanoamericanas desde mediados del
siglo XIX— como de las luchas de poder dentro y fuera de los sistemas políticos
totalitarios. Para tales efectos, se sirve de las referencias gastronómicas, no
solo como mero recurso descriptivo o antropológico, sino como metáfora,
alegoría y metonimia del autoritarismo.
En las novelas de la dictadura que son el objeto principal de este estudio
⸺La carne de René (1952) de Virgilio Piñera; Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa
Bastos, y El otoño del patriarca
(1975) de Gabriel García Márquez⸺, las referencias a la gastronomía son considerables.
Estas constituyen, su gran mayoría, metáforas de la prepotencia política,
aparte de jugar un papel fundamental en la construcción y deconstrucción, no
solo del poder dictatorial, sino del texto en sí.
La creación de los personajes, a su vez, está cimentada básicamente en el
uso de referentes gastronómicos. De esta forma, lo que comen o dejan de comer,
el modo y la frecuencia con que se ingieren los alimentos, los cambios en los
hábitos alimentarios y de sobremesa, así como la imposición de dichas prácticas
de unos sobre otros, determinan muchas veces la evolución de los actantes y los
giros de la trama. Estos aspectos, además, son fundamentales en la construcción
del discurso político, aparte de estar vinculados a la violencia y a la
trascendentalidad mítica del dictador. En resumen, la presencia del recurso gastronómico
es un aspecto que no debe pasar inadvertido a la hora de analizar el alcance
del tema de la dictadura en la literatura hispanoamericana.
En La carne de René, por
ejemplo, la mención del tema gastronómico a nivel ensayístico es abundante. Sin
embargo, su vinculación con la opresión política no es tan evidente. En la
mayoría de los casos, el estudio de la cuestión contempla asuntos como el
homoerotismo, el asedio del cuerpo, el masoquismo, la abyección, la
carnavalización y la novela de aprendizaje, a pesar de que dichos aspectos
están enclavados dentro de una dictadura subliminal y omnipresente. Por tanto,
en el siguiente análisis, estos y otros ángulos son escudriñados como una
alegorización o enmascaramiento de la dictadura mediante el uso de la metáfora
gastronómica.
Roa Bastos, por su parte, presenta toda una deconstrucción del poder
dictatorial y de las instituciones que lo representan mediante la elaboración
de un texto que se devora a sí mismo. Recurre, además, a un sinnúmero de
metáforas gastronómicas para plantear la magnitud del poder omnímodo del
dictador, especialmente desde el aspecto mitológico. A pesar de ello, el examen
del poder de la dictadura en Yo el
Supremo se basa mayormente en el ciclo del héroe, la intertextualidad, el
palimpsesto y el análisis del discurso desde la escritura y la oralidad,
haciendo énfasis, principalmente, en los aspectos lingüísticos y la
deconstrucción del mismo. De igual manera, abundan estudios acerca de la
temporalidad, la veracidad y la (de)construcción de la historia oficial.
La mayoría de los trabajos consultados, a su vez, abordan los aspectos
retóricos vinculados al poder desde el análisis neurolingüístico. Por
consiguiente, intento demostrar que la historicidad, el poder de las
instituciones del estado, las relaciones políticas, la caracterización de los
personajes, y hasta el mismo proceso escritural, están representados en
términos gastronómicos.
En El otoño del patriarca, por
ejemplo, se han trabajado ampliamente los aspectos lingüísticos, narratológicos
y temáticos, privando en estos acercamientos los asuntos de índole patriarcal,
mitológica, histórica, carnavalesca, temporal, religiosa, sexual, escritural y
discursiva. También son comunes los análisis cuyos enfoques se centran en el
manejo de lo grotesco, la construcción y la decadencia del poder. El propósito
de esta investigación, no obstante, es analizar, desde una perspectiva
gastrocrítica [1], dichas
oscilaciones dictatoriales.
El primer capítulo, «Dictaduras en su tinta», sirve de plato de entrada
para explorar la presencia y consistencia del tema gastronómico como metáfora y
alegoría del poder en varias novelas hispanoamericanas de la dictadura. El
mismo abarca, a modo de muestrario, un periodo que comprende desde la
publicación de «El matadero» (1871) de Esteban Echeverría hasta La nada cotidiana (1995) de Zoé Valdés.
«Ingredientes para cocinar una dictadura», por su parte, trata la
construcción y deconstrucción de las instituciones de poder en las tres obras medulares de este trabajo.
Se analizan, primordialmente, el papel de la milicia y la iglesia, dos
componentes básicos de la receta de la autoridad política, la causa
revolucionaria, el sistema panóptico como método represivo, las relaciones
internacionales y, como es natural, la figura del dictador como representante
del poder organizado.
El capítulo tercero, «Gastronomía y patriarcado», analiza el tema de la
mitología y los símbolos religiosos que se presentan en las alusiones
gastronómicas de los tres textos estudiados. Además, expone el modelo de la
estancia como alegoría del sistema dictatorial en El otoño del patriarca, así como el uso de la metáfora gastronómica
para plantear el esquema del poder eclesiástico y su desacralización.
El cuarto capítulo, «Con la sartén por el mango», corresponde a la
utilización del elemento culinario como arma por parte de las mujeres del
patriarca para transformar la personalidad del tirano y su estilo de gobierno.
De igual modo, se exponen los relevos de poder entre estas y el dictador, así como
el proceso de construcción del personaje patriarcal a partir de sus hábitos
alimentarios y escatológicos, ambos vinculados a su sexualidad.
Por último, el capítulo «Banquete carroñero» aborda los asuntos de la
escatología, antropofagia y autofagia, no solo como manifestación de la
atrocidad, decadencia y degradación del poder dictatorial, sino también como
mecanismo cíclico y regenerador de las dictaduras y de la consolidación mítica
del dictador.
¡Pasemos a manteles!
[1] En su libro Devorando
a lo cubano-una aproximación gastrocrítica a textos relacionados con el siglo
XIX y el Período Especial (2012), la Dra. Rita de Maeseneer explica que la
palabra gastrocrítica fue acuñada por el estudioso de literatura francesa
Ronald Tobin en 1990 y se refiere a los distintos significados que tienen en
una obra literaria las referencias del comer y del beber. A principio del
texto, Maeseneer hace una síntesis abarcadora en la que ofrece una cronología
del término desde su etimología hasta los distintos estudios realizados sobre
el particular (Maeseneer 17-27).
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