Prólogo a Discurso
nacional del clero durante la
revolución colombiana, 1810-1825
revolución colombiana, 1810-1825
Pablo L. Crespo Vargas
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Colombia, como entidad político territorial, en diversos momentos
históricos perteneció o fue conocida por otros nombres como veremos más
adelante. Primeramente, con la llegada de los castellanos, la zona fue
bautizada como el Reino de Nueva Granada (o Nuevo Reino de Granada), administrativamente
hablando desde 1570 fue establecida la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, la
cual estuvo como ente principal de la política imperial española en el área hasta
1718. A partir de este último año se instituyó el Virreinato de Nueva Granada.
El mismo fue abolido, como parte de las luchas de independencia, en el 1811,
pasando la zona a constituirse en la Federación de las Provincias Unidas de
Nueva Granada[2],
las cuales sucumbieron ante la reconquista española en el periodo de 1815 a
1816. No es hasta 1819 que se establece la República de Colombia, la cual para
diferenciarla de su constitución actual ha sido llamada la Gran Colombia.[3]
Dentro de este menjurje[4] político
y territorial hubo una sociedad que vivió una serie de situaciones que son base
de esta investigación. El tema central de la obra es el discurso presentado por
los eclesiásticos católicos, tanto del lado liberal e independentista como del
lado conservador y realista, durante el periodo de luchas por la independencia
y años posteriores en esta zona (1810-1825).
Este periodo de estudio es muy significativo, ya que la región
vivió en la incertidumbre mientras la sociedad decidía que rumbo seguir, a la
vez que se buscaba justificar de una manera u otra la decisión a tomarse. Al
igual que pasó en otras regiones, y aún pasa con los países con estatus
colonial (aquí es que entra Puerto Rico), la decisión de separarse o continuar
la relación de dependencia política con la metrópoli fue parte de unos procesos
ideológicos (y económicos) que fomentaron continuos enfrentamientos y la
presentación de puntos de vista divergentes que fueron utilizados por cada
bando según su conveniencia.
La doctora Cintrón Torres presenta una excelente combinación
de fuentes primarias y secundarias que demuestran un trabajo investigativo de
gran calibre académico. Entre las fuentes primarias que utiliza están los
epistolarios de los gobernadores y obispos, las diversas colecciones de
catecismos, crónicas, memorias, manifiestos, dictámenes, manuales de
instrucción, colecciones de oraciones religiosas, novenas, sermones, discursos
eclesiásticos y periódicos; todos del periodo estudiado.
El análisis presentado nos lleva a visualizar una sociedad que
culturalmente hablando mostraba un arraigo bien marcado sobre las creencias religiosas
que, aunque sincretizadas, demostraban un apego solido hacia el catolicismo
español, establecido desde los comienzos de la conquista y colonización. La
profundidad con la que el pueblo mantenía su fe evitó que la llegada de
corrientes ilustradas y liberales, las cuales en principio estaban en contra
del poder eclesiástico, se desarrollara en una actitud que de manera general
era anticlerical. No obstante, vemos que dentro de la propia Iglesia se dio una
división ideológica entre los que apoyaban la soberanía del monarca español y
los que buscaban la independencia de la metrópoli.
La autora nos presenta los diversos puntos de vista y cómo
cada bando utilizando básicamente las mismas herramientas pedagógicas y doctrinales
crearon el andamiaje necesario dentro del sistema eclesiástico para apoyar una
serie de posturas. También se demuestra como los líderes políticos aprovecharon
sus alianzas con el clero para adelantar sus agendas y utilizar al pueblo en su
beneficio. La población en general mantenía en alta estima a sus líderes
religiosos y las posturas que estos respaldaran terminaban siendo las que sus
oidores seguían.
En el análisis que la doctora Cintrón Torres realiza trae un
punto que muchas veces se obvia o no se menciona en la historiografía
hispanoamericana referente a la independencia y es que la misma fue una guerra
civil, donde los locales se dividieron en dos bandos tanto para la lucha
independentista (los que apoyaban al rey y los que luchaban por la
independencia) como para el periodo posterior (conservadores y liberales).
Claro, la intervención de la metrópoli es palpable, pero el grueso de los involucrados
provenía del ámbito local.
Este tipo de argumento también es trabajado en los más recientes
estudios sobre la independencia de los Estados Unidos.[5] En
ambos casos, se contradice la mitificación creada con el fin de unificar el
país y de establecer un sentimiento nacional de que la lucha fue en contra de
unos invasores, por lo cual todo el pueblo se unió. Esta idea nos lleva a creer
que la guerra de independencia fue un conflicto entre dos grupos completamente
diferentes, lo cual no necesariamente fue así.
En esta misma línea, la autora replica a otro mito, el que
indica que los miembros de la Iglesia apoyaban tanto al lado realista, durante
el periodo de lucha independentista, como al lado conservador, durante el
periodo posterior. Debemos ver, y muy bien presentado en la obra, está la
situación de que la Iglesia era un reflejo de la sociedad hispanoamericana y
que en ella cohabitaban diversas clases o grupos que se diferenciaban por el
bagaje social con el que llegaban a la institución. Al igual que ocurría en el
pueblo, el individuo (en este caso el clérigo), con las herramientas pedagógicas
que tuvo disponible tenía que decidir qué bando tomar. No obstante, no podemos
dejar a un lado que la inmensa masa poblacional o llamado pueblo llano se
caracterizaba de ser uno que seguía los principios promovidos por sus líderes
religiosos. De hecho, en muchas ocasiones se luchaba sin saber el por qué.
La sensación de la crueldad de la guerra también es presentada
por nuestra autora, quien está clara de que los atropellos fueron cometidos por
ambos bandos, aunque dentro de cada grupo esto no se admitiera. Esto nos lleva
a la retórica de presentar a un Dios que protege y apoya a los dos grupos, lo
que la autora llama un “Dios que parece ser bipolar”, que es “conservador y
aliado a la monarquía, por un lado, y buscador de la libertad de su pueblo
contra un tirano que es como un nuevo faraón, por otro lado”. Como podemos
apreciar: un mismo “Dios”, dos visiones distintas, algo muy común en la
historia occidental. La autora indica que: “Ambos bandos creen que Dios está a
su lado, aunque ninguno de los escritores citados explica como Dios puede
defender a los guerreros de dos ejércitos que pelean el uno contra el otro” y
dar la victoria a los dos a la misma vez. Aunque esto es una situación
recurrente en la historia universal, no es un tema que se discuta con tanta
regularidad, lo que demuestra un gran sentido de innovación historiográfica de la
doctora Cintrón Torres.
Otro aspecto que la autora aprovecha para analizar es la poca
sensibilidad que los clérigos demostraron para sus contrarios, siendo estos
igual de cristianos que ellos. Este aspecto no nos debe sorprender ya que queda
muy bien señalado cómo los miembros de la Iglesia utilizaban los mismos pasajes
bíblicos para presentar situaciones y demostrar un discurso que en su fin se
contradecía.
La obra está dividida en cuatro apartados. El primero analiza
el papel de la Iglesia en Hispanoamérica y Colombia. El segundo trabaja el
contexto histórico en el que se desarrolla el proceso de independencia. En él
se analizan los efectos de la Ilustración, las Reformas Borbónicas, la
insurrección de los comuneros y la de Túpac Amaru, la expulsión de los Jesuitas
y la invasión napoleónica a territorio español. Cada uno de estos eventos tiene
su repercusión en Hispanoamérica. El tercer apartado trabaja los diversos
sermones utilizados para llevar el mensaje de cada uno de los grupos. Por
último, se analizan los catecismos, la religiosidad popular, la pedagogía
eclesiástica y el uso de la prensa como medios propagandísticos.
En el caso de Puerto Rico, la obra de la doctora Cintrón Torres
nos brinda la oportunidad de conocer una metodología que podría ser utilizada
para el análisis histórico del pensamiento religioso y su relación con el
estatus político de la Isla. La publicación de esta obra se une a otras donde
se trabajan aspectos de la historia religiosa del Caribe y Puerto Rico, algo
que consideramos muy positivo y que puede alentar a otros investigadores a
continuar con los estudios de uno de los aspectos culturales de mayor
influencia en la población: las creencias religiosas.
1 de noviembre de 2018
[1] Al momento de escribir el prólogo, el autor, Pablo L. Crespo Vargas, se
desempeña como profesor adjunto del Programa Graduado de Historia de la
Universidad Interamericana de Puerto Rico. El mismo fue establecido en 2005 y
se ha convertido en uno de los principales centros de estudios históricos en
Puerto Rico.
[2] Se debe señalar que entre 1811 y 1813 existió el Estado Libre de
Cundinamarca, cuyo centro de poder era la ciudad de Santa Fe. Esta república
fue liderada por Antonio Nariño, quien creía en un sistema de gobierno
centralizado contrario a las pretensiones de la Federación de las Provincias
Unidas de establecer un sistema federalizado y parlamentario. Las disputas
ideológicas entre ambas entidades políticas culminaron con una guerra que
ocurrió entre finales de 1812 a principios de 1813. Teniendo ambas entidades la
posibilidad de una reconquista realista, la cual sucedió eventualmente, se
unieron para tratar de evitar que los españoles retomaran la zona.
[3] Se debe indicar que el termino Gran Colombia no fue utilizado en su
tiempo. Esta diferenciación en el nombre puede deberse a los cambios
geopolíticos que sufrió el país a partir de 1826. Se puede indicar que la
República de Colombia establecida a finales del 1819 era la base del sueño de
unión interamericano que había ideado Francisco Miranda a finales del siglo
XVIII y principios del XIX y que luego fue retomada por Simón Bolívar.
Contrario a lo que ellos esperaban, las luchas de poder y control entre los
distintos grupos gobernantes locales, la falta de un sentimiento dirigido a
crear un estado único en Hispanoamérica y los intereses extranjeros provocaron
que esta unión nunca se materializara.
[4] La palabra menjurje, que quiere decir una mezcla de varios
ingredientes, es utilizada de manera diferente en al menos tres regiones. Por
ejemplo, en España se utiliza mejunje, en el Cono Sur se utiliza menjunje y la
que nosotros utilizamos en el Caribe y Centroamérica. Refiérase al Diccionario
de la REA para cualquier duda.
[5] Uno de los principales exponentes de esta visión para Norteamérica es
Alan Taylor, American Revolutions: A
Continental History, 1750-1804 (New York: W.W. Norton & Company, 2017).
Muy buena info.
ResponderBorrarSaludos. Gracias. Lo que mas me llama la atención es que es untema que podría estudiarse teniendo como sujeto de estudio los puertorriqueños en diversas épocas.
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