viernes, 2 de octubre de 2020

Proemio a Paradigmas de la muerte

Proemio a Paradigmas de la muerte
Edwinn di María

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En una zona muy cercana a la suya, existe un pueblo indolente cuyas calles frías y crudas son como hielo ártico. Lugar particular donde la razón convive en el mismo eje que lo absurdo. Sus habitantes, trastornados por la insensibilidad dan forma a la idiosincrasia más contradictoria e inverosímil del país. Para ellos, nada tiene trascendencia, nada puede motivar un nuevo curso. Nada de nada podría brindar una nueva forma de existir. Nada en lo absoluto. Su nombre… Pueblo Morbo, donde las ilusiones nacen en la mañana y fallecen sin ver la tarde. Pueblo que por designio de lo irracional quedó sin suerte, sin la pasión que es motivada por los pequeños y hermosos detalles de la vida. 

La paradójica existencia gira en un fragmento de lo incoherente por su morbosa fragilidad de ignorar al vivo, mientras reconocen al muerto. Sus vidas las han reducido a las pantallas táctiles del micromundo del extasiado. Donde la dependencia de los textos se convierte en la droga que alimenta las tristes ansias de ser alguien en un mundo artificial donde nunca serán nada. Es un mundo recreado por metáforas, donde la identidad cultural se reconoce sin tener valor patrio. Y aunque ser pobre es un delito de nacimiento, sólo basta una muerte indigna y se tendrá reconocimiento nacional.  

Dramas se emplean para ilustrar un estilo de vida, develar una forma de vivir, o intentar presentar la triste verdad que no muchos pueden distinguir… o quieran admitir. ¿Pero qué tanto se puede aguantar? ¿Qué límites tiene una sociedad que se pierde sin rumbo ni mapa? Y lo más importante, ¿qué probabilidades hay para que esto cambie?

Es en esta sociedad a la deriva en la cual se desarrollan las vidas de Charlie, Randy y Pedro. Típicos adolescentes nacidos y criados en una colectividad donde el materialismo es primero, y con ello, el consumo insostenible. Donde los valores no son reconocidos ni poseen escalafón. Ellos provienen de familias disfuncionales con escasas expectativas. Para ellos, todo aquel que pase de los treinta años de vida es considerado un oldschool. Un viejo que Dios le ha concedido mucho más tiempo del que ellos pudieran imaginar.

Residen en el pintoresco Barrio Sufrimiento, el más trasegado de Pueblo Morbo. Viven en el aquí, y en el ahora, y de las pocas cosas que ellos consideran diversión, es que, en algunos días, y en otros también, arrojan piedras a las ventanas de las casas. Aparte de eso, busconean a diario unos cuantos pesos para hacer un ángulo y bañarse en el humo embrutecedor. 

La realidad para estos jóvenes está distorsionada. Dialogan sobre los sueños que nunca alcanzarán y enumeran las cosas materiales que imaginan en esos sueños con las cuales pudieran presumir. Más la ignorancia no les da para mucho. Van de camino a humolandia, pero antes, se detienen para arrojarle piedras a la casa de don Isidro Peralta… 


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