miércoles, 13 de julio de 2016

Prólogo a libro sobre presencia de Toa Alta en las luchas libertarias de Puerto Rico



Prólogo de La paja en el ojo: La presencia de Toa Alta en las luchas libertarias de Puerto Rico
Por Juan De Jesús Bonilla

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Este trabajo surgió como un proyecto para La Fundación Evaristo Izcoa Díaz en el año de 2010. En principio solo constaría de las entrevistas realizadas a militantes independentistas. El proceso comenzó con la participación del autor y de Wilfredo Pérez, miembro fundador de dicha organización. Por diversas razones el proyecto se estancó. Varios años después decidí retomarlo como un proyecto propio, ampliando su contenido al de las luchas libertarias en Toa Alta. Al final, consiste de una microhistoria compuesta por los datos obtenidos del proceso investigativo, así como por elementos de carácter testimonial.

El contenido de las luchas libertarias está presentado de forma contextualizada. En primer lugar, se toma en cuenta el desarrollo histórico de Toa Alta. La historia de este municipio ha sido muy poco estudiada. No existe un libro que presente el conjunto de su historia, y los temas específicos que han sido objeto de investigación son muy pocos. Es por eso que fue necesario crear un escenario con datos que rellenaran ese vacío. También se tomó en cuenta el inicio y la evolución de la lucha por la independencia en Puerto Rico. En realidad, el desarrollo de esa lucha provee las etapas dentro de las cuales se ubica el quehacer toalteño. El trabajo, además intenta proveer el contexto de la situación puertorriqueña en medio de la cual se registran los acontecimientos liberadores del país, así como la militancia libertaria realizada desde Toa Alta. De modo que los materiales se presentan dentro de una triple contextualización.

El desconocimiento, que por falta de investigación se tiene de los hechos y las figuras fundamentales de la historia de Toa Alta, es la razón que lleva a presentar de manera detallada algunos aspectos del escrito. Es lo que sucede con las cartas de Ramón Emeterio Betances a José Cintrón o con los artículos de los periódicos de Evaristo Izcoa Díaz. La misma condición convirtió el proyecto en un objetivo demasiado ambicioso, obligando al autor a ser muy corto en la presentación de otros aspectos del trabajo por falta de capacidad investigativa. Esos fueron, a manera de ejemplos, los casos del propio José Cintrón, de Arturo Castro o el tema de la lucha revolucionaria en Toa Alta. También resulta corto el tema de las entrevistas y de los testimonios. Muchos trabajadores y trabajadoras por la libertad se quedaron fuera.

Este trabajo no es ni pretende ser una historia de la lucha por la independencia en Toa Alta. Es lo que su título subraya: manifestaciones que delatan la presencia de nuestro pueblo en la lucha libertaria de Puerto Rico. Unos señalamientos particulares, que en la mayoría de los casos solo apuntan en la dirección de áreas de interés para el lector o para el investigador. Constituye, además, un recorrido por nuestra identidad regional, base y cimiento de la identidad nacional. Quizás en el recuento temático que el índice de contenidos detalla se encuentre el valor principal de este texto.

Pese a todas las limitaciones, que con honradez reconozco en el trabajo aquí presentado, espero que llene un hueco necesario. Creo que necesitamos exponer ante las nuevas generaciones la historia que no cuentan los libros oficiales. Necesitamos esforzarnos porque el olvido y la desinformación no sepulten estos anhelos de pueblo que hemos vivido y protagonizado. Las luchas no solo hay que realizarlas; también hay que documentarlas y contarlas. Es nuestra estima la base de nuestra dignidad. En Toa Alta, gran parte de su historia ha sido ignorada. A veces se magnifican hechos intrascendentes como ponerle a la plaza pública el nombre de una figura dudosa porque le regaló un reloj al pueblo. Mientras que se descalifican figuras que trascienden el ámbito regional como es el caso de Izcoa Díaz a quien Eugenio María de Hostos llamara el periodista que más ha hecho por la libertad de prensa en Puerto Rico.

La paja en el ojo es nuestra metáfora, la metáfora toalteña: la partícula que nos invisibilidad. La imposibilidad de darnos cuenta y de dar cuentas de nuestra participación en el acontecer nacional. Especialmente, de nuestra participación dentro del principal proceso histórico de cualquier nación, el proceso que va desde su construcción hasta su liberación. Nuestra liberación puertorriqueña permanece inconclusa, pero el quehacer libertario boricua posee una historia más que bicentenaria de la cual en Toa Alta somos partícipes. Tenemos que realizar una toma cercana de nuestros luchadores y de nuestras luchadoras locales, de los procesos y de los acontecimientos que nos definen.

domingo, 3 de julio de 2016

¿Existió tal cosa como una cultura colonial? Una gente abandonada a la buena de Dios



¿Existió tal cosa como una cultura colonial?
Una gente abandonada a la buena de Dios[1]
Por
Dr. Armando J. Martí Carvajal
Profesor Adjunto
Departamento de Historia
Universidad Interamericana de Puerto Rico


"El Velorio" de Francisco Oller
I
Con frecuencia humanistas y científicos sociales utilizan la expresión “cultura colonial” para referirse al desarrollo de la sociedad puertorriqueña durante el período de dominación española. Ahora, esa expresión, “cultura colonial”, siempre nos ha provocado dudas. ¿A qué, específicamente, se refieren con ella? ¿Acaso hay algún patrón cultural representativo, único y universal de las colonias? ¿Cuáles son sus rasgos (traits) culturales? ¿Existe algún artefacto diagnóstico de esa “cultura”? A ciencia cierta, ¿existe tal cosa como una “cultura colonial”?
II
La raíz de esta interpretación surge de una visión generalizada entre muchos estudiosos sobre las conquistas europeas, reflejada en las siguientes palabras de Francisco Morales Padrón:
Cuando dos pueblos entran en relación, el más primitivo suele acusar una decadencia física y moral. Máxime cuando el más civilizado se empeña en imponer su cultura y en utilizar al dominado.[2]

Este postulado no se limita a autores españoles, como demuestra lo que Edward Gaylord Bourne escribió en Spain in America:
The Spanish colonial empire lasted three centuries, a period nearly as long as that of the sway of imperial Rome over Western Europe.  During these ten generations the language, the religion, the culture, and the political institutions of Castile were transplanted over an area twenty times as large as that of the parent state. What Rome did for Spain, Spain in turn did for Spanish America. In surveying, therefore, the work of Spain in the New World, we must realize from the start that we are studying one of the great historical examples of the transmission of culture by the establishment of imperial domain, and not, as in the case of English America, by the growth of little settlements of immigrants acting on their own impulse.[3]
O sea, de acuerdo a esta interpretación, los castellanos al conquistar a América en general, pero en nuestro caso particular a las Antillas, se impusieron con tal poderío que suprimieron y desplazaron todo el complejo cultural taíno de las islas y lo sustituyeron con el suyo.

Si esta interpretación está correcta, el desarrollo cultural de Puerto Rico, y del resto de las Antillas, debió ser controlado por oficiales coloniales siguiendo esquemas y directrices metropolitanas, la sociedad insular estaría dominada por los peninsulares, y la “cultura colonial” tendría pocos, si alguno, rasgos culturales arahuacos o africanos.

Ciertamente las Antillas fueron conquistadas y colonizadas por Castilla, y entre 1509 y 1898 la isla fue parte del otrora vasto imperio español. Años en los cuales el gobierno de Puerto Rico era nombrado y dirigido de acuerdo a órdenes e instrucciones metropolitanas. Pero, ¿acaso el hecho militar y político representó la total desaparición de todo rasgo o elemento cultural extraño a Castilla o España?
III
Si se va a estudiar una situación lo primero que debe hacerse es definir los términos que rigen la cuestión para establecer una base teórica clara. Según la definición clásica de Edward B. Tyler (1871), para los antropólogos, “la cultura, o civilización”, es:
…esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el hombre en cuanto pertenecientes a la sociedad.[4]
Esta definición en ocasiones se ha resumido en decir que “cultura” es el comportamiento transmitido de generación en generación, como, por ejemplo, las costumbres y modales. En esta línea de pensamiento Ralph Linton escribió que “cultura” es:
…la configuración de la conducta aprendida y de los resultados de la conducta, cuyos elementos comparten y transmiten los miembros de una sociedad.[5]
Claramente podemos ver que el concepto antropológico tiene un significado muy diferente y mucho más profundo que la definición popular del término. Como Linton reconoció:
El termino cultura… se refiere a la forma de vida de cualquier sociedad, y no simplemente a las zonas que la misma sociedad considera como más elevadas o deseables. (…) De lo anterior se deduce que para el sociólogo no existen sociedades ni individuos que carezcan de cultura. Toda sociedad posee una cultura, por muy sencilla que sea, y todo ser humano es culto en el sentido de que es portador de una u otra cultura.[6]
Para la Antropología la pregunta no es si un hombre tiene cultura, sino cuál es su cultura.

Veamos el significado del término colonia. Según Louis-Marie Morfaux, “colonia” es un:
Territorio políticamente controlado por un Estado extranjero que se apropia de él instalando en el mismo a sus nacionales, los cuales se yuxtaponen a la población indígena; la colonización tiene oficialmente por finalidad hacer fructificar el país ocupado para el bien general, y en especial para los autóctonos; el término colonialismo designa la explotación más o menos acentuada de éstos por parte de los colonos y en beneficio de estos últimos.[7]
En la misma vena Benjamin J. Cohen indicó que el imperialismo es una relación internacional, o sea entre naciones, con toda la ambigüedad del término, pero que no debemos pensar que éstas siempre actúan de forma unida ni singular, y que la relación no es una entre iguales.[8] A lo que añadió:
Imperialism refers to those particular relationships between inherently unequal nations which involve effective subjugation, the actual exercise of influence over behavior. The concept is basically operational. Inequality is the necessary condition; active affirmation of superiority and inferiority is the logical condition of sufficiency. As George Lichtheim has written, “What counts is the relationship of domination and subjection”.[9]

O sea, que el gobierno y administración del territorio y sus recursos están controlados por la metrópoli y los colonos, sin pedir el consentimiento ni consultar a los habitantes del territorio colonial. En estas condiciones se desarrolla un sistema de explotación de los recursos y habitantes de la colonia. Por lo tanto, la característica principal en el imperialismo es a particular asymmetry- the asymmetry of dominance and dependence [énfasis original]”.[10]

De acuerdo a la dicotomía de Albert Galloway Keller, los europeos desarrollaron dos tipos de colonias en el Nuevo Mundo. Las “farm colonies” que se establecieron en las regiones que tenían un clima similar a Europa, mayormente en la zona templada, produciendo básicamente los mismos artículos y frutos que Europa. Estas tierras eran lugares donde colonos europeos intentaron reproducir sus tierras natales. Claramente, las farm colonies corresponden a lo que Alfred W. Crosby llamó las “Neo-Europas”.[11] El otro tipo de colonia, las “exploitation colonies”, producían y exportaban materiales que no se producían en Europa. Estas, según su interpretación, se localizaban mayormente en las zonas tropicales[12], lugares como las Antillas y Puerto Rico.

En todos estos esquemas teóricos y definiciones, es evidente, que tanto el término “colonia”, como el de “imperialismo” se refieren a fenómenos políticos y económicos, no a un fenómeno cultural según la definición antropológica.
IV
Para la antropología cuando dos, o más, sociedades entran en contacto se produce el fenómeno conocido como transculturación o aculturación. Esto se refiere a una fusión de aspectos y elementos de las culturas envueltas. Para el antropólogo cubano Fernando Ortiz la transculturación era como la “cópula genética” donde “la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos”.[13]

Por su parte, George M. Foster presentó una interpretación del proceso según la cual, en un período relativamente corto, la integración de los elementos de las diferentes culturas produce una cultural crystallization (cristalización cultural).[14] Su explicación del proceso es sumamente “elegante”:
The basic outlines of the new colonial cultures took shape at a rapid rate.  Once they became comparatively well integrated and offered preliminary answers to the most pressing problems of settlers, their forms became more rigid: they may be said to have crystallized. After crystallization, and during a period of reasonably satisfactory adjustments to social and natural environments, the new Spanish American colonial cultures appear to have become more resistant to continuing Spanish influence. These stabilizing cultures were then less receptive to change and less prone to accept new elements from the parent culture which had been left behind or rejected in the initial movement.[15]
Por lo tanto, debemos reconocer que la sociedad que surge de esta “cópula genética” difiere significativamente de las culturas matrices. Los patrones culturales de ésta corresponden a una selección de elementos de las sociedades originales, presentando características nuevas y únicas. Para Ortiz esto significaba “el proceso de tránsito de una cultura a otra”.[16] El resultado es el surgimiento de una entidad cultural o etnia nueva, lo que Ortiz denominó “neoculturación”.[17]

La teoría de Foster choca con la interpretación de Ortiz, que pensaba que el proceso era continuo, una “perenne transitoriedad”, energizado por la llegada de nuevos grupos de inmigrantes.[18] También contrasta con la visión de Anthony D. Smith que considera que la formación de una nación es el resultado de procesos a largo plazo.[19] Esta, básicamente, es la misma interpretación histórica que don Antonio S. Pedreira hizo sobre Puerto Rico en Insularismo. Desde la perspectiva de Pedreira la sociedad de la isla no había tenido tiempo de desarrollar una cultura nacional.[20]
V
Kathleen Deagan ha indicado que los estudios arqueológicos de la región de las Antillas castellanas, en la que se incluye a La Florida, han sido dominados por los planteamientos teóricos de Ortiz y Foster.[21] A consecuencia de esto, los estudios se han tornado mayormente a modelos etnogenéticos, donde el concepto de transculturación, entre una variedad de grupos se considera el más preciso, o por lo menos, más apropiado.[22] Estos estudios arqueológicos tienden a confirmar que, efectivamente, el proceso ocurrió tal como plantearon los modelos de Ortiz y Foster.

Entre los indios “Western Timucua” (timucua occidentales) de La Florida, por ejemplo, Deagan determinó que “the changes in social, religious, and political structures were particularly manifest in the generation following the one which experienced initial European contact”.[23] Ahora, el proceso no sólo afectó a los indígenas. Al escribir sobre San Agustín, en La Florida, Edward Chaney y Deagan concluyeron que “apparently the Spanish were quick to adopt certain items of aboriginal material culture, such as pottery, because they had difficulty obtaining Spanish-made ware.”[24] Por otra parte, Charles R. Ewen al escribir sobre Puerto Real en La Española (investigación arqueológica dirigida por Deagan) dijo que “The question of when crystallization occurred is impossible to pinpoint. (…) Some crystallization would be expected after five years”.[25] En la obra Columbus’s Outpost Among the Taínos, Deagan y José María Cruxent claramente establecen que para mediados del siglo XVI la mayoría de los hogares hispanoamericanos, irrelevante de su estatus social, diferían marcadamente de los de la España de la época.[26] Lo que emergió, de acuerdo a sus estudios, fue un modo de vida que incorporó muchas supervivencias y rasgos taínos, africanos y, muchos más, europeos.[27]

Estudios de otros investigadores, como Elpidio Ortega y Carmen Fondeur, en Santo Domingo[28], y Lourdes Domínguez, en La Habana Vieja y el Yayal, en Cuba[29], también han revelado evidencia que la transculturación no sólo ocurrió entre los indios, sino que también entre los castellanos.
VI
Según Cohen, como ya vimos, la característica principal del imperialismo es el fenómeno de “dominance and dependence” (dominio y dependencia). Esta interpretación ha sido adoptada por muchos investigadores para explicar el desarrollo de la sociedad puertorriqueña.

Nuestros estudios de las fuentes primarias y documentos de Puerto Rico correspondientes a los siglos XVI al XVIII demuestran que el control metropolitano sobre la situación y vida de los “naturales”, como llamaban los peninsulares a los nativos de las colonias, fue muy limitado, si es que realmente existía.[30] La descripción de Puerto Rico que hizo el Obispo Fray Diego de Salamanca en 1579 es representativa de la situación:
...quasi toda ella es despoblada estan tan derramados los moradores della que es necesario andala toda y esto... es vno de los ynconbuenientes que yo entender de aca para el buen guobierno spiritual y temporal della… porque de no estar reducidos y ayuntados en forma de pueblo los vezinos se sigue no poderse aprouechar quando para el seruicio de vuestra magestad es nezesario y no poderlos castigar de muchas ynsolencias que hazen y malas costumbres que tienen… estos ni sirven a dios nuestro señor ni a vuestra magestad ni saben que cosas e misa ni sermon en todo el año ni se confiesan quando deben ni guardan quaresma ni los días prohibidos de comer carne…[31]
Dos siglos después, en 1765, el mariscal Alexandro O’Reylly explicó al rey Carlos III que la colonia se había poblado:
…con algunos soldados sobradamente acostumbrados a las armas para reducirse al trabajo de campo: agregaronse a estos un número de Polizones, Grumetes y Marineros que desertaban de cada embarcación que allí tocaba…[32]
Añadiendo que “…esta gente por sí muy desidiosa, y sin sujeción alguna por parte del Gobierno, se extendió por aquellos campos y bosques…”.[33] El Mariscal llegó prácticamente a las mismas conclusiones que Salamanca sobre las consecuencias de la disgregación de la población:
…la resulta fue, repartirse mucho más el vecindario en gravísimo perjuicio del pasto espiritual, mutuo socorro y trato. Imposibilitar las escuelas y frecuencia de toda doctrina; dificultar su defensa, quitar más y más todo estimado de aplicación y cultura.[34]
Unos años más tarde Fray Iñigo Abbad y Lasierra escribió que “la soledad en que viven en sus casas, de campo, los acostumbra al silencio y cavilación”.[35] Los habitantes de Puerto Rico estaban, como dijo Arturo Morales Carrión, abandonados a la buena de Dios”.[36]

Otro elemento que surge con prominencia del informe de O’Reylly, y en parte consecuencia de la población “derramada”, fue el contrabando. El notó que “El trato ilícito se hace con mayor franquesa en toda la Isla…[37], concluyendo que los habitantes de Puerto Rico:
En el día han adelantado alguna cosilla más, con lo que les estimula la saca que hacen los estrangeros de sus frutos y la emulacion en que los van poniendo con los listados, bretañas, pañuelos, olanes, sombreros, y otros varios géneros que introducen, de modo que este trato ilícito que en las demás partes de América es tan perjudicial a los intereses del Rey y del comercio de España, ha sido aquí util.[38]
La causa principal del contrabando fue la marginación de la Isla por los comerciantes y gobierno peninsular desde el siglo XVI. En mayo de 1662 el maestre de campo Juan Pérez de Guzmán informó que en once años no había visitado el puerto un barco mercante. Cien años después Abbad y Lasierra escribió que “el comercio de Puerto Rico con España es ninguno”.[39] La ausencia de trato con España promovía el contrabando y entorpecía las comunicaciones con la metrópoli, y era la causa por la cual, fuera de San Juan, “el resto de la colonia poco o nada consume de España”.[40] Al punto que, de acuerdo a O’Reylly, los recaudos de la Real Hacienda sólo ascendían a 10,804 pesos, mientras que las importaciones hechas a través del contrabando eran de más de 43,000 pesos.[41]

Evidentemente el contrabando era una completa violación de las leyes imperiales y de las órdenes de la Corona, pero, como reconoció O’Reylly, este fue la salvación de los puertorriqueños.[42]
VII
El término “colonia” es una referencia a una relación entre naciones o pueblos. Es, de acuerdo a las definiciones, una relación desigual, basada en la dominación y explotación. O sea, que es un fenómeno político y económico, pero que en si mismo no es un fenómeno cultural, aunque pudiese afectar al desarrollo de los pueblos envueltos. La realidad es que, en la teoría antropológica, la independencia, política o económica, no es prerrequisito para el desarrollo cultural. Pensar que la “dependencia” -sea política o económica- de por si inhibe el desarrollo cultural en una colonia parece ser una aseveración sin fundamento.

La realidad es que para la antropología, como planteó Ortiz, la interacción entre diferentes sociedades produce un proceso de transculturación, o sea la mezcla de elementos y rasgos culturales. Esto, según Foster, produce un fenómeno de “cristalización cultural”, que ocurre “at a rapid rate” (a ritmo rápido). Los estudios arqueológicos en las Antillas castellanas tienden a confirmar los planteamientos teóricos de ambos estudiosos. Como señaló Deagan, la “cristalización cultural” de Foster corresponde al fenómeno que Ortiz llamó “neoculturación”, o etnogénesis. O sea, la creación de una nueva cultura.

Debemos darnos cuenta que aún si el fenómeno colonial, como lo planteó Cohen, fuese correcto, la interpretación de que Puerto Rico fue, en este período, una colonia de explotación, sometida y dependiente del imperio, es altamente cuestionable.

La evidencia documental es clara. El modo de vida que se desarrolló en Puerto Rico entre los siglos XVI y XVIII no responde a la opresión y explotación de los criollos, y mucho menos de un fuerte control imperial. Lo que surge de las descripciones de los cronistas es una sociedad aislada y olvidada por su metrópoli; abandonada a sus propios medios.

Las circunstancias en que se conformó Puerto Rico no eran conducentes a la dependencia, ni la explotación, características del imperialismo.[43]  Como muy bien dijo Fernando Picó, la Corona no tenía un rol en la vida cotidiana del puertorriqueño.[44]

Como ya hemos indicado en el pasado, el modo de vida que evolucionó en la Isla entre los siglos XVI y XVIII, respondía más al medio y circunstancias insulares que a la relación política con España.[45] Esta fue una sociedad donde las leyes, cédulas e instituciones imperiales eran, como dijo Picó, inoperantes[46] y, mayormente, irrelevantes. Este pueblo, desdeñado por las autoridades y comerciantes imperiales, desarrolló, de forma ingeniosa, alternativas propias que permitieron sobrevivir a sus miembros. Deagan y Cruxent creen que estos comportamientos de los colonos fueron los que llevaron en última instancia al surgimiento de la sociedad criolla.[47]

Ante esto es para nosotros evidente que la interpretación tradicional de la historia de Puerto Rico sufre de un enorme defecto; se enfoca la relación legal, olvidando que una cosa es la letra de la ley y otra la realidad humana.

Las sociedades y culturas tienen múltiples facetas y elementos; no se pueden definir basándose únicamente en sus aspectos políticos o económicos. Colonial puede ser un concepto valido para la Ciencia Política, Economía y quizás hasta para la Sociología, pero para Antropología, que es la ciencia que estudia a las etnias y culturas, el término, por lo menos en nuestro caso, parece no aplicar.

Dada la evidencia, debemos desechar la creencia que la relación política no permitió el desarrollo de una cultura nueva y propia de la colonia. También debemos cuestionar la validez de la idea de que el desarrollo cultural está absolutamente supeditado, sometido o dependiente del poder metropolitano. Más aún, consideramos que le expresión “cultura colonial” se debe sustituir por cultura criolla o, aún más apropiado, cultura puertorriqueña.

BIBLIOGRAFIA

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[1] Una versión anterior de este ensayo se publicó con el título “¿Cultura Colonial?  El Complejo Cultural de Puerto Rico, Siglos XVI al XVIII” en Armando J. Martí. Ensayos sobre las islas Boriquén y San Juan de Puerto Rico (San Juan: Editorial Nuevo Mundo, 2007), págs. 233- 249.
[2] Francisco Morales Padrón. Teoría y leyes de la conquista (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, 1979), pág. 354. [“La experiencia reformadora de los jerónimos (1516-1518)”].
[3] Edward Gaylord Bourne. Spain in America 1450-1580 (New York: Barnes & Noble, Inc., 1962), p. 202.
[4] Edward B. Tylor. “La ciencia de la cultura” (traducción de Germán Hynes) en Los orígenes de la antropología. Introducción, notas y selección de textos por Fernando Mateo (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1977), pág. 125.
[5] Ralph Linton.  Cultura y personalidad, traducción de Javier Romero, séptima reimpresión  (México: Fondo de Cultura Económica, 1978), pág. 45.
[6] Ibídem, págs. 43-44.
[7] Louis-Marie Morfaux. Diccionario de ciencias humanas (Barcelona: Grijalbo, 1985), pág. 52.
[8] Benjamin J. Cohen. The question of Imperialism: the Political economy of Dominance and Dependence London: The Macmillan Press, 1974), págs. 13-15.
[9] Ibídem, pág. 15.
[10] Ibídem, pág. 15.
[11] Alfred W. Crosby. Ecological Imperialism: The Biological Expansion of Europe, 900-1900 (Cambridge: Cambridge University Press, 1986), págs. 2-3.
[12] Albert Galloway Keller. (Boston: 1908), citado por C. H. Haring. The Spanish Empire in America (New York: Harbinger Books, 1963), págs. 27-28.
[13] Fernando Ortiz. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978 [reimpresión 1987]), pág. 96.
[14] George M. Foster: Culture and Conquest: America’s Spanish Heritage (Chicago: Wenner-Gren Foundation, Quadrangle Books, 1960), pág. 227.
[15] Foster, págs. 232-233.
[16] Ortiz, Contrapunteo cubano…, pág. 93.
[17] Ibídem, pág. 96.
[18] Ibídem, pág. 95.
[19] Anthony D. Smith. The Ethnic Origins of Nations (Oxford: Blackwell Publishers, 1999), pág. 212.
[20] Antonio S. Pedreira.  Insularismo (Río Piedras: Editorial edil, 1971), pág. 136.
[21] Kathleen Deagan. “Transculturation and Spanish American Ethnogenesis: The Archaeological Legacy of the Quincetenary” en Studies in Culture Contact: Interaction, Culture Change and Archaeology, editado por James G. Cusick (Carbondale: Center for Archaeological Investigations, Southern Illinois University, 1998), pág. 27.
[22] Ibídem, págs. 25, 28-30.
[23] Kathleen A. Deagan. “Cultures in Transition: Fusion and Assimilation among the Eastern Timucua” en Tacachale: Essays on the Indians of Florida and Southeastern Georgia during the Historic Period, editado por Jeralt T. Milanich y Samuel Proctor (Gainesville: The University Presses of Florida, 1978), pág. 115.
[24] Edward Chaney y Kathleen Deagan. “St. Augustine and the La Florida Colony: New Life-styles in a New Land” en First Encounters: Spanish Explorations in the Caribbean and the United States, 1492-1570 (Gainesville: University of Florida Press, 1989), pág. 171.
[25] Charles R. Ewen. From Spaniard to Creole: The Archaeology of Cultural Formation at Puerto Real, Haiti (Tuscaloosa: University of Alabama Press, 1991), pág. 48.
[26] Kathleen Deagan y José María Cruxent.  Columbus’s Outpost among the Taínos: Spain and America at La Isabela, 1493-1498 (New Haven: Yale University Press, 2002), pág. 222.
[27] Ibídem, pág. 227.
[28] Elpidio Ortega. Arqueología Colonial de Santo Domingo (Santo Domingo: Fundación Ortega Álvarez, 1982).
[29] Lourdes Domínguez. Arqueología colonial cubana (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1985).
[30] Armando J. Martí Carvajal.  Formación y surgimiento de la nación puertorriqueña: siglos XVI al XVII, evidencia documental y arqueológica. Tesis para el grado de Maestría. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1994.
----- “La transformación de la sociedad puertorriqueña en el siglo XVIII: reformas borbónicas y la propiedad de la tierra”, Revista Universidad de América, año 9, número 1. May 1997.
----- “Surgimiento del jíbaro puertorriqueño: el modo de vida criollo (1541-1778)”. Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, Nº. 19. Cabildo de Fuenteventura, Islas Canarias, 2006.
[31] Diego de Salamanca: “Carta del Obispo Fray Diego de Salamanca, agustino, en 1579” en Boletín histórico de Puerto Rico de Puerto Rico, tomo XI, editado por C. Coll y Toste, Tip. Cantero, Fernández & Co., San Juan, 1924, pág. 199.
[32] Alexandro O’Reylly: “Memoria de D. Alexandro O’Reylly sobre la Isla de Puerto Rico” en Crónicas de Puerto Rico: desde la conquista hasta nuestros días (1493-1955), selección de E. Fernández Méndez, Editorial Universitaria, Río Piedras, 1981, pág. 241.
[33] Ibídem, pág. 241.
[34] O’Reylly, pág. 242-243.
[35] Abbad y Lasierra, pág. 183.
[36] Arturo Morales Carrión. Historia del pueblo de Puerto Rico, séptima edición, San Juan, Editorial Cordillera, 1998, p. 182.
[37] O’Reylly, pág. 258.
[38] Ibídem, pág. 258.
[39] Abbad y Lasierra, pág. 167.
[40] Ibídem, pág. 168.
[41] O’Reylly, págs. 239-240.
[42] Ibídem, pág. 241.
[43] Benjamin J. Cohen en The Question of Imperialism asocia esta visión con la interpretación del “neocolonialismo” de “marxistas y radicales latinoamericanos.  Cohen.  The question of Imperialism: the Political economy of Dominance and Dependence (London: The Macmillan Press, 1974), pág. 189.
[44] Fernando Picó, Historia general de Puerto Rico, quinta edición, (Río Piedras, Ediciones Huracán, 1990), pág. 113.
[45] Armando J. Martí Carvajal.  “Surgimiento del jíbaro puertorriqueño: el modo de vida criollo (1541-1778)” en Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, Nº. 19.  Cabildo de Fuenteventura, Islas Canarias, 2006.
[46] Picó, pág. 96.
[47] Kathleen Deagan y José María Cruxent.  Archaeology at La Isabela: America’s First European Town (New Haven: Yale University Press, 2002), pág. 273.