Demonios y brujas en el Caribe del siglo 17
Por Pablo L. Crespo Vargas
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La creencia en la existencia
de un ser malvado conocido como diablo o demonio es parte esencial de las
grandes religiones monoteístas tales como el judaísmo, el cristianismo y el
islam. En el caso que nos compete y étnicamente hablando, el Caribe del siglo
XVII era un mosaico de grupos, tanto de origen local como extranjero, que se
mezclaron y dieron paso a un sincretismo que marcó la región de manera
contundente al punto que hoy se puede apreciar una gran diversidad cultural.
La corona española, que
dominaba gran parte del Caribe, había creado un sistema de gobernanza donde imperaba
una estrecha relación entre el estado y la iglesia. La unión de ambas
instituciones implicaba un estado sólido y próspero, aunque esto no era lo que
palpaban los súbditos, mucho menos en colonias olvidadas por haber mermado su
producción minera, tal como es el caso de Puerto Rico.
Aunque la creencia sobre el demonio era algo generalizado, su adoración era prohibida. Tanto la iglesia
como el estado lo condenaban. Para esa época, cualquiera que adorara a este ser
era considerado brujo o bruja. Su práctica, usualmente, se realizaba en grupos.
En esencia, para el estado estos adoradores se convertían en una especie de
seres antisociales que contradecían todo el orden establecido. Los seguidores
del demonio practicaban ceremonias y ritos contrarios a los preceptos y dogmas
legales. La variedad de ritos podía variar, pero de manera general podemos
mencionar la realización de maleficios, el uso de magia negra, la profanación
de símbolos católicos, las orgías, los viajes nocturnos y los sacrificios
humanos. Muchos de estos sacrificios implicaban prácticas de canibalismo como
los que ocurrieron en la Habana, en Pácora (Panamá), y en Zaragoza (Nueva
Granada).
Se conoce de un adorador,
Antón Carabalí, 50 años, esclavo procedente de África, residente en Cuba, que
asesinó a ciento cincuenta y tres personas, todas consumidas como parte de la
dieta de su grupo. En otro caso particular, el de Isabel Hernández, 60 años, biáfara
liberta, residente en Pácora, fue objeto de estudio de investigadores
colombianos que establecieron de manera teórica que la antropofagia fue
desarrollada como una necesidad particular de su secta. Esto debido a que, en
su declaración, Isabel Hernández indicó que su primer cuerpo fue el de una niña
de tres años. Esta acción fue reprendida por el líder del aquelarre, quien mencionó
que se necesitaban cuerpos más grandes para alimentar a todos los participantes.
Sus siguientes quince víctimas fueron personas adultas. En su testimonio se declara
que el asesinato ocurría succionando a la persona atacada por la nariz, en una
especie de práctica vampirística. Varios testigos la vieron embistiendo a una
señora en su cama. A la pregunta de cómo llegaba a sus víctimas, ella respondió
que volaba. Otra característica que presentaban los adoradores del demonio es
la creencia de que pueden transformarse en animales. Isabel Hernández estaba
convencida, y algunos testigos lo afirmaban, que ella tenía el poder de
convertirse en toro o cabra. Una de sus compañeras, María Cacheo, 40 años,
negra liberta, se transformaba en pato, cabra, caimán, pavo o ratón, según su
necesidad.
Según podemos contactar en
los documentos de la Inquisición española, procedentes de Cartagena de Indias,
el diablo le otorgaba a cada seguidor un demonio y estos son nombrados en un
sinfín de ocasiones, entre ellos encontramos: a Chochuelo, Volador, Nassao,
Buenosdías, Quita, Tongo, Cerbatán, Venacá, Gallo, Ñaga, Cañado, Zambapalo,
Tumaque, Yerbabuena, Solimán, Tararira, Escudero, Mahoma, Barrabás y el famoso
Cojuelo. Si apreciamos bien los nombres, algunos de ellos fueron atribuidos
según las características que presentaban. Otros provienen de personajes que
dentro de la mentalidad cristiana de la época eran considerados perseguidores
del cristianismo. Los nombres más utilizados para mencionar al rey de los
demonios eran Lucifer y Satanás. Los acusados lo describen, en la mayoría de
los casos, como un macho cabrío; no obstante, se presentan otras descripciones
como un ser de tamaño extremo o como un guerrero que tiene un atavío
particular.
Nuestro estudio sobre la
demonología caribeña del siglo XVII nos lleva a pensar que esta se desarrolló
como reacción de los grupos marginados contra la opresión de los conquistadores
y la clase gobernante. El cristianismo, utilizado por la corona española como
una fuerza de control social, fue un blanco atacado no solo por la propaganda
antiespañola, que luego sería conocida como la leyenda negra, sino que el
surgimiento de actividades contrarias a la fe oficial, demuestran la existencia
de una sociedad llena de prejuicios y discriminaciones, cuyas víctimas buscaban
una válvula de escape. Por último, debemos aclarar que la demonología caribeña
de la época tiene una estrecha relación con la desarrollada en Europa; por lo
cual pensamos que la mayoría de la influencia e ideas sobre los demonios provino
desde la península Ibérica.
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tema los invitamos a adquirir la publicación El demonismo en el Caribe hispano: Primera mitad del siglo XVII.
También recomendamos, lo que es la primera parte de esta obra, en su tercera edición: La Inquisición española y las supersticiones en el Caribe hispano, 3ra ed.
Nota editorial: Una versión de este artículo fue publicado en El Post Antillano el 1ro de octubre del 2016.