El estado colonial y la Ley de Tierras en la
consolidación del poder: una reflexión
Por Pablo L. Crespo Vargas
Una de las causas a la gran cantidad de los problemas que
la sociedad puertorriqueña afronta a diario es la prolongación de su estatus colonial,
que se mantiene desde hace más de cinco siglos. Esta situación aparenta no
tener solución inmediata dado al poco interés de los grupos gobernantes que
solo buscan conservar el poder y las riquezas que este genera, aunque alardeen
de promover cambios que nunca llegan. A esto se añade que las dos metrópolis,
primero España y luego Estados Unidos, no han perdido oportunidad de sacarle
provecho a su emporio, cuyos habitantes, en la gran mayoría, prefieren el
inmovilismo a tener que lidiar, como pueblo, por un futuro mejor.
La consciencia política de los puertorriqueños, aunque
desarrollada junto a su aceptación mayoritaria como pueblo de que somos una
nación, nunca estuvo a la par con la percepción cultural de lo que esto
significaba. Las tácticas de los poderes coloniales y sus lacayos para que los
puertorriqueños se mantengan sumisos ante la oportunidad de luchar por un país
mejor y prosperar como nación han sido varias. Estas van, por un lado, desde la
promoción de un sistema social-cultural donde se construye un sentimiento de
felicidad imaginario que se basa en el festejo, la diversión, la oportunidad de
progresar por medio del azar y el uso del alcohol para alejar las penas, entre
otros; y, por el otro lado, llega hasta la intimidación, el discrimen, la
persecución y el asesinato por pensar y actuar con capacidad de progresar como
colectivo.
No se equivocaba aquel gobernador español, Miguel de la
Torre, cuando su gobierno (1823-1837) giraba alrededor de las tres B ―baile,
baraja y botella― ya que un pueblo entretenido y mantenido no necesita rebelarse.
Esto no fue su invento. Los romanos antiguos, en manos del poeta Décimo Junio
Juvenal, ya habían acuñado una locución que dice panem et circenses y
que en castellano se traduce a “pan y espectáculos de circo”. Expresión que se
refiere a la práctica de la clase gobernante de mantener a las masas contentas
con sustento alimenticio y entretenimiento. Los españoles del siglo XIX, para
su situación, utilizarían la frase “tapas y toros” para explicar la misma conducta.
En todo caso, ¿quién se rebela si es feliz?
Para los que el placebo que otorgaba la felicidad no les resultaba
motivo suficiente para ser sumisos, así como en la Roma imperial, en el Puerto
Rico decimonónico se desarrolló un aparato represivo gubernamental, cuya
política de persecución promovía las libretas de jornaleros, los sistemas de
espionaje interno, los compontes, el encarcelamiento, la censura y la neutralización
de líderes y participantes de movimientos opuestos al régimen.
Con la llegada de los Estados Unidos como una nueva
metrópolis se siente la oportunidad de cambios y libertades. El problema estuvo
en que la nueva metrópoli demostró desde muy temprano que llegó para controlar un
territorio, al cual había invadido con fuerzas militares que no dudaron en
utilizar su poderío bélico para abrirse paso. Mientras esto pasa, la mentalidad
política local, que se piensa el centro del universo, no vio las intenciones del
gobierno de Washington, quien ya estaba preparando el camino a convertirse en
la primera potencia del mundo, hecho que se materializó al finalizar las dos guerras
mundiales. Recordemos que la realidad es que el invadido no manda, el que tiene
el poder es el invasor. Eso lo sabían los filipinos y por ello se alzaron en
armas (1899-1902).
El territorio de Puerto Rico cumpliría una función vital en
la defensa militar y la búsqueda de la hegemonía estadounidense a nivel mundial.
La Isla y sus dependencias menores, localizadas estratégicamente en el
hemisferio americano, cumplía con los requisitos esenciales para convertirse en
todo un emporio castrense con centros de mando y control, campos de tiro e instalaciones
de resguardo naval, entre otros aspectos vitales para la defensa territorial
del nuevo imperio.
Como la conquista no puede ser a medias, la nueva
metrópolis desarrolló una política dirigida a aculturar, que se conoce como la
americanización. Esta falla en su intención original, ya que no se contaba con
la resistencia cultural puertorriqueña, la cual todavía, hoy día, es representativa
de un espíritu de identidad nacional único. A esto se le suma un mundo
cambiante que va evolucionando a una sociedad global donde el colonialismo es
mal visto; donde los poderes imperiales deben comenzar a dejar sus emporios
territoriales. No obstante, no claudican.
En la inmensa mayoría de las colonias, a través del
planeta, se otorga libertad soberana, pero subyugada al poder imperial de cada
metrópolis. Es así cómo se perpetúa el colonialismo dentro de otro concepto, el
postcolonialismo. La implicación de este último término no es nueva, sino que
ya desde la liberación de las colonias latinoamericanas se traza su
funcionalidad a favor de las grandes potencias que controlan el mercado y el
capital, se añade su necesidad de la materia prima de los recién independizados
países.
En el caso de Puerto Rico se crea el llamado Estado Libre
Asociado o Commonwealth, en su denominación en inglés. El término Commonwealth,
que también es traducido al español como Mancomunidad, implica una relación
mutua política donde las partes obtienen beneficios. Uno de ellos fue la
supuesta eliminación del problema colonial en Puerto Rico. Pensando que ya se
había resuelto, se promovió la idea de que Puerto Rico era el ejemplo de “vivir
lo mejor de dos mundos”. Se siguió con el baile, baraja y botella sin pensar
que esta actitud promovería la acumulación de una deuda que afectaría al país,
pero que benefició a gran parte de la clase gobernante. Los efectos de la deuda
no solo fueron sociales y económicos, sino que, políticamente, se demostró que
la autonomía de la Isla estaba sujeta a los designios del Congreso estadounidense,
quienes nombran una junta que se encarga de la situación fiscal del territorio
y que va por encima de los propios gobernados.
Anterior a la creación del Estado Libre Asociado se
gestaron unas condiciones idóneas, donde se estableció una élite social que mantendría
control sobre las políticas que se estarían formando para el manejo del país. Estos
centros de poder político utilizarían las mismas tácticas del periodo colonial español,
pero ampliadas y ajustadas a la nueva situación histórica. Es en la evolución
de todo este proceso donde entra la hipótesis presentada por el Dr. José Iván
González Colón, en su obra La Ley de Tierras y la
consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952. González Colón nos explica que la implementación de la Ley de Tierras
promulgada por el Partido Popular Democrático y sus aliados, luego de las
elecciones de 1940, fue un instrumento dirigido a la consolidación del poder
hegemónico de esa colectividad en la vida política de Puerto Rico.
No obstante, González Colón nos
lleva a través de su obra a una explicación más detallada de cómo se dio este
proceso. Inicia presentando el problema que representó para los puertorriqueños
la capitalización de la economía agraria por compañías estadounidenses y cómo
esto fue en menoscabo de los intereses locales. Esto tendría sus repercusiones
en la vida política de Puerto Rico. Por un lado, de manera reaccionaria surge
el Partido Nacionalista, por otro lado, los partidos favorecedores del imperio
continuaron fortaleciéndose bajo el amparo del sistema colonial. Es en medio de
esta dicotomía que se da un disloque ideológico dentro del Partido Liberal
Puertorriqueño y en 1938 se crea un movimiento de carácter populista que será
conocido como el Partido Popular Democrático. Este nuevo partido asumiría una
posición centrista, tomando para sí, ideas y actitudes socialistas, liberales y
hasta asimilistas al punto que establece, lo que se podría llamar, una nueva
visión colonial donde se criminalizaría el independentismo, a la vez que se
establecía un nacionalismo o autonomismo cultural y económico, dirigido a enorgullecer
a la población, aunque no los alejaba de los Estados Unidos.
Con el cambio de una economía
agraria a una de manufactura, el estado colonial se ajusta a las nuevas
necesidades. La Ley de Tierras y su reforma agraria también es ajustada y
utilizada para seguir manteniendo la hegemonía gubernamental. Las movidas del
Partido Popular Democrático eran dirigidas al establecimiento de un poder hegemónico
cuyo fin era consolidar a un grupo social, que se enriquecía a cuestas del
desarrollo de un pueblo.
La posición hegemónica
evolucionaría con el pasar de los años. El Partido Popular Democrático se
convertiría en un instrumento dirigido a alejar el pensamiento separatista y
promovería la unión (dentro de un pacto imaginario) con los Estados Unidos al
punto que, indirectamente, favoreció la creación de un partido anexionista
populista (el Partido Nuevo Progresista), con el cual tiene mucho en común.
Esto, a su vez, estableció un bipartidismo, cuyo fin demostrado es el mantener
en el poder político-económico a una clase gobernante que está ajena a las vicisitudes
que pasa el pueblo.
La obra del Dr. González Colón nos
lleva a explorar y nos explica como la Ley de Tierras y su reforma agraria durante
el periodo de 1941 a 1952 ayudaron a la formación hegemónica del Partido
Popular Democrático y a la creación de un sistema estatal colonial distinto a
lo que se había tenido hasta ese momento.
Referencias
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González Colón, José Iván. La Ley de Tierras y la
consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952. Lajas: Centro
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Nota editorial: La primera versión de este artículo fue utilizada de prólogo en la obra de José Iván González Colón, La Ley de Tierras y la consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952, Lajas: Centro de Estudios e Investigaciones del Suroeste de Puerto Rico, 2023. Una segunda versión fue publicada en el periódico Claridad el 12 de abril de 2023, Enlace artículo en Claridad.