La equidad tiene esencia de mujer
José E. Muratti
Toro
La hegemonía,
más que masculina, chovinista del ala ultraconservadora del Tribunal Supremo de
los EEUU, se ha comenzado a resquebrajar.
El originalismo, esa perspectiva que arguye que la Constitución
solo se puede interpretar desde los significados explícitos e implícitos del
momento histórico en que se concibieron y redactaron, se ha convertido en una
ideología que adjudica legitimidad y legalidad a sus decisiones en base a la
intención original de los fundadores al redactar los artículos y
enmiendas.
Tribunal Supremo de los Estados Unidos Imagen de Joe Ravi, licencia CC-BY-SA 3.0 |
Simultáneamente,
los colonos seguían apropiándose las tierras de las primeras naciones
indígenas, las cuales defendían su derecho a estas también por las armas. Los
colonos invasores requerían las armas para "protegerse" de los indios
"hostiles".
Ese es el
contexto histórico. Hoy día, los ciudadanos no necesitan organizarse en
milicias armadas para protegerse de un gobierno imperial y represivo, sobre
todo porque se ufana de tener la democracia con el más poderoso ejército del
planeta.
Sin embargo,
la manufactura y venta de armas de fuego se ha convertido en un negocio
multibillonario que aporta tanto a los políticos electos, que éstos no osan
aprobar leyes que restrinjan la venta de armas, incluso en el contexto de las
múltiples masacres ocurridas en las pasadas décadas.
El ala
ultraconservadora masculina del Supremo no quiere coartar el derecho a portar
armas de personas que han sido calificadas como pacientes mentales o autores de
violencia doméstica. El argumento es que, en sus orígenes, el derecho a portar
armas no gozaba de esas restricciones. Claro, tampoco había ametralladoras o
rifles automáticos, una amplia población diagnosticada como pacientes mentales,
ni ocurrían masacres contra civiles inocentes y niños.
Es evidente
que el ala masculina del Supremo se identifica con los políticos
ultraconservadores que deben gran parte de sus fondos de campañas eleccionarias
a los fabricantes de armas y a un sector de electores que no tolerarían que se
coartase su derecho a poseer e incluso portar sus armas.
Coney Barrett,
como mujer, reconoce el peligro que representa para las mujeres que hombres
convictos por violencia doméstica retengan su derecho a poseer armas. Este
despertar a la inclinación del ala masculina del Supremo a fallar a favor de
los sectores más conservadores independientemente de los méritos de los casos
ante ellos ha colocado a la juez católica, nombrada por Trump, del lado de las
tres juezas liberales nombradas por Obama y Biden, al menos en algunos de estos
asuntos, pues votó para revocar Roe vs Wade.
La
polarización social que se experimenta sobre todo en Occidente no solo enfrenta
conservadores contra liberales. También cada vez más enfrenta hombres contra
mujeres. Ya hay estadísticas que revelan que los jóvenes varones se identifican
más con los conservadores y las jóvenes con los liberales.
La lucha de
los hombres por retener los privilegios de su hegemonía histórica en el terreno
legal, político y económico no sólo agudiza la violencia de género, sino que
alinea a los hombres con posiciones y organizaciones ultraconservadoras cuyas
agendas, sobre todo económicas, militan en contra de los hombres asalariados
que tanto las defienden.
¿Representa
Coney Barrett un sesgo, una leve inclinación hacia el centro dentro del
Supremo? ¿Podrá una sola mujer conservadora mantener a raya a los jueces a
todas luces atrincherados en la derecha? ¿Podrá Roberts, como juez presidente,
atajar a los varones ultraconservadores y alinearse en algunos asuntos
pendientes ante el Tribunal con las mujeres liberales? ¿Estará la sociedad
estadounidense abocada a una polarización ideológica complementada por una
polarización por género? ¿Podrá el frágil ego masculino lograr consensos con el
cada vez más robusto ego femenino? ¿Preferirá el ego masculino hundir el barco
a compartir el poder con su contraparte femenina?
Las posturas,
aunque aún tímidas y pequeñas, de Coney Barrett provocan un aliento a la
esperanza de que la equidad, en todos los contextos, prevalezca por sobre los
múltiples privilegios que tienden a acumularse en exclusividad entre los
protagonistas masculinos, caucásicos y acaudalados.
De la esperanza vive el cautivo y los marginados de la tierra.