El indigenismo y mestizaje: Incremento de exageración numérica aborígen
Por Dr. Axel Hernández Rodríguez
Nota editorial: El Dr. Axel Hernández Rodríguez es maestro en la escuela Intermedia Berwind del Departamento de Educación de Puerto Rico; es egresado de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano; y autor del libro "Políticas imperiales sobre la educación de Puerto Rico, 1800-1920" . El ensayo aquí presentado es el preámbulo de la obra ya mencionada.
Preludio historiográfico:
Es conveniente dar comienzo con un breve historial sobre la población indígena y lo que
algunos literatos hayan expresado sobre los sucesos históricos. Será de suma
importancia para el lector, deducir que lo aquí expresado son exposiciones de
varios autores estudiados. Este preámbulo sobre el indigenismo no será un
estudio de carácter profundo sino un breve recuento sobre lo que algunos
autores han expresado de antecedentes historiográficos. Pero antes de este
inicio, veamos la llamada “virtud” de
la que dichos autores sugieren debe tener un historiador: la virtud, es la
revelación ante el mundo sobre la verdad histórica.
La verdad ante todo. Donde está la verdad está Dios. Y si en toda
enseñanza debe ella resplandecer, con mayor razón en la historia, si ésta ha de
ser “Magistra Vitae”. Por elevados que sean los propósitos del
historiador no debe malear su narración, ni con hechos falsos, ni con
interpretaciones torcidas. ¡Triste verdad la que ha menester la defensa basada
en inexactitudes! Cierto es que para depurar la verdad histórica, hace falta
buen criterio, mucha diligencia y no mediana cultura general.
Varios han sido los
historiadores que, por alguna razón, han desvirtuado la realidad de eventos
acaecidos ya sea porque han aceptado la narrativa de alguien que le expresó su
punto de vista sobre algún evento en particular en donde el cronista
aparentemente no se importunó en corroborar lo narrado ante él y así lo
registrara como un hecho indudable ante la historia.
Plagada
de errores hallamos la historia americana mayormente en la centuria décima
sexta. Al pasar la vista por sus páginas, verse como flotar sobre ellas, el
dicho popular: a luengas tierras, luengas mentiras. Acaso, porque sus elementos
primitivos se formaron con las relaciones y cartas de los de acá a los de allá,
y con las narraciones e historias de los de allá para los lectores del
porvenir.
Es inconmensurable lo que la
historia nos ha revelado sobre los rumores que de boca en boca se propagaran en
torno a la buena vida y riqueza en la que vivían los nuevos pobladores del
nuevo mundo; especialmente referente a la riqueza, de la que incontables
súbditos carecían en la metrópoli.
Las crónicas y los historiadores.
Pero vayamos a Borinquén y
adentrémonos en las distintas narrativas:
¿También ella y sus aborígenes y primeros pobladores blancos habrán sido
objeto de parecidas adulteraciones de la verdad? También, desgraciadamente. Y
no solo por parte del autor mencionado (Las Casas) sino también de muchos de
los historiadores antiguos y modernos que han escrito sobre Puerto Rico.
Ciñámonos por ahora al punto de su población primitiva. Según Las Casas, en
1509, lo mismo en la Isla de San Juan que en la de Jamaica, “había más de
seiscientas mil ánimas y aún creo que más de un cuarto-millón- y no hay- 1541-
en cada una doscientas”. Siguiendo a Las
Casas, Nicolás de Vállasete en su caprichoso Atlas; Herrera en sus Décadas;
Iñigo Abbad y tutti quanti, dieron por muy poblada la isla al
desembarcar en ella Ponce de León en 1508. Cincuenta, cien mil habitantes, les parecieron pocos y llegaron hasta
asignarle seiscientos mil más moradores.
En obra más reciente como A Broken Pledge, todavía se insiste en dar a
la Isla una población de sesenta mil habitantes a la llegada del caudillo de
Higuey.
Tal parece que las
narraciones que estos cronistas moldeaban en los anales históricos se
encontraban atestadas de exageración, probablemente por aquellos narradores que
le transmitieran acontecimientos de engrandecimiento en su probanza, nunca
antes soñados al cronista. Y de acuerdo con el autor Cuesta Mendoza:
Al propósito de Las Casas, venía muy a cuento de duplicar el número de
habitantes, tanto aquí como en toda América. De aumentar fabulosamente la
población autóctona, seguíale mayor crueldad de los conquistadores en vista de
los pocos indígenas que quedaban. Porque además prescindía de las otras causas
que motivaron la disminución. Lástima inspiran los historiadores nativos que,
repitiendo el estribillo de la crueldad, no advierten que afirman con ello su
descendencia de gente de muy mala ralea, ya que los fundadores y padres de las
naciones americanas no han sido otros que los conquistadores y pobladores
primeros. Los pueblos como los individuos, ufánense de descender de gente honrada,
y si ilustre, mejor. De los propios dioses apetecieron descender muchos. De
diablos y malvados, ninguno.
Todo parece indicar que al
iniciarse la colonización los aborígenes borinqueños no eran los miles
supuestos ni tampoco seguramente eran tantos los repartidos por las Antillas
Mayores y Menores. Es también cuestionable (de acuerdo a Cuesta Mendoza) que
fuera del no haberse levantado en los comienzos del siglo XVI censo alguno, “¿Qué base puede tener tal afirmación de
millares y más millares de indígenas?”
De otra parte, se obtiene de
una carta escrita a Ponce de León por el rey católico, fechada el 11 de junio
de 1510, justamente dos años después de la primera entrevista que sostuviera
con Agueybaná y su familia. Alude el rey en su carta; “que nadie, sea quien fuere, sacare en adelante indios ningunos de
nuestra Isla para la Española, y añadía, porque como sabéis ay pocos indios para que allí fuesen a avecinarse”. Se debe considerar atribuir que la susodicha escasez de los indígenas ya había sido transmitida
al rey en comunicados provenientes de la Isla de Puerto Rico. Cabe sugerir que
en esos tiempos los aborígenes aún convivían de forma pacífica con los
españoles que continuaban arribando a las costas de la Isla, sin que éstos
pensaran aún en escaparse mar afuera o monte adentro, lo que tuvo inicio meses
más tarde.
Habíase,
sí, hecho ya el primer malhadado repartimiento, a fines del año anterior, y a
pesar de la domesticidad, siquiera fuera aparente, no hubo para repartir sino
unos cinco mil quinientos. Y aunque se
conceda que algunos indios anduvieran todavía emboscados y se descuenten los
menores de catorce años, ¿quién no advierte que la población de la Isla era
solo de contados millones? Tan contados que muchos pobladores quedaron quejosos
de habérseles adjudicados menos indios de los que les correspondían según las
Cédulas Reales.
Por otro lado, el
historiador Salvador Brau, calcula la población indígena de quince a dieciséis
millares. En su obra Puerto Rico y su
Historia, leemos en la página 306, en el cual él refuta de una forma
esplendente las cifras dadas por Las Casas e Iñigo Abbad, además de añadir en
su hipótesis, en el que solo una tercera parte de los indígenas peleara contra
los españoles, señalando un total aproximado de diez a seis mil habitantes.
Entendiéndose que esta cifra se ajusta un poco más que a las cifras
anteriormente dadas de cien mil, doscientos mil y hasta quinientos mil, que
algunos historiadores hayan mencionado si bien intencionados, pero, tal vez, un
tanto equivocados. Habiendo traído el tema de la exageración dentro del ámbito
historiográfico y dejando abierto el tema a discusión; se hace propio
escudriñar el tema del mestizaje.
De acuerdo a la afirmación
de Coll y Toste; “El mestizaje se
inició en el mismo año en que dio principio la colonización, o sea en “1509”. De manera
que en 1513 ya no nacieron indios sino mestizos, dándose esta impresión; “porque las mujeres se las apropiaron los
encomenderos para sí y su servicio”. De donde en su ponencia
lógicamente concluye:
De
ahí una de las causas de haber desaparecido en esta Isla tan
rápidamente la raza indígena. ¿Por qué en el reparto de indios verificado en el
año 11, entre cinco mil varones, no aparecen sino quinientas indias? Pues
sencillamente porque las demás no eran ya repartibles, por su unión, que las
libertaba, con los pobladores.
En el censo oficial
efectuado en 1530 por el gobernador Lando, una cuarta parte de los pobladores
tenían indias por esposas, legales y reconocidas. Alrededor de unos veinte años
después se les dice a los indios que ellos quedaban en plena libertad de irse a
donde mejor quisieran, de manera que una gran cantidad de ellos prefirieron
continuar viviendo en las haciendas de los españoles, habituados ya a sus
costumbres y bien acertados en su compañía y trato. Lo mismo ocurrió en la
ribera de Arecibo, al constituirse en 1616 como pueblo, donde se encontraban ya
fusionadas ambas etnias viviendo en paz y concordia.
De acuerdo con lo que
sustenta el pensamiento del historiador Coll y Toste:
Según
las leyes de la antropología una nueva generación comprende el espacio de
treinta años, que se consideraba como la duración media de cada generación en
la raza humana. De modo que en 1539 ya había en el país mestizos con el 50% de
sangre blanca y otro 50% de sangre indígena. En 1569, solo tenían el 25% de
elemento indígena, pues el cruzamiento seguía llevándose a efecto con los nuevos
colonos que llegaban. A las diez generaciones, contando de 1509 a 1779 no
quedaban ya sino vestigios de sangre indígena, y concluye; El mestizaje con
la raza indígena desapareció por absorción en la blanca. Es por lo tanto injusto
achacarles a los españoles el crimen de haber exterminado totalmente la raza
indígena de Borinquén.
De modo como se dio inicio
al tema de las virtudes de las que debe tener el historiador, se ha podido
moldear en este escrito la diferencia entre estos autores presentados, uno con
la población indígena y la exageración de los cronistas españoles en cuanto al
número de los habitantes a la llegada de los conquistadores y los otros dos
sosteniendo la hipótesis de cómo es que el indígena desaparece a través del
mestizaje en el suelo isleño. Ellos sostienen en su narrativa bases coherentes
sobre sus investigaciones, donde a su vez no se establece una base categórica y
fehaciente, ya que podemos encontrar en su ponencia diferencias en los años que
da inicio la colonización.