Modernidad líquida: un reto para la historiografía
rankiana
Félix M. Cruz Jusino
Resumen: La formación
de una sociedad líquida basada en la inmediatez y el consumo desenfrenado
imponen el mayor reto que los historiadores han enfrentado desde el siglo
XVIII. La metodología rankiana, los metarrelatos, las historias nacionales y la
cultura sucumben ante la memoria corta de la nueva generación y las
imposiciones de la globalización. Los cambios requieren de la formulación de
nuevas estrategias para la preservación de la memoria histórica y de una lucha
sin cuartel para evitar la desaparición del pensamiento crítico. Si los
historiadores no logran reinventarse, la profesión como la conocemos, puede
desaparecer en un futuro no muy distante.
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La Gran Ola de Kanagawa, impresión xilográfica de Katsushika Hokusai (1830-1833). |
Introducción
La historiografía
como la conocemos surgió a finales del siglo XIX cuando se integraron la
historicidad o la narrativa histórica comprobada con la metodología científica.
Esta integración definió tanto la función del historiador como el concepto de
la modernidad. La modernidad se definió como el proceso donde el individuo
impone su voluntad lógica y racionalmente hasta lograr la manifestación plena
del bienestar. Esta definición implicó una liberación de los conceptos
teológicos que imponían a un Dios todopoderoso como manipulador del destino de
la humanidad e hizo de los hombres y mujeres responsables por sus actos. Esta
redefinición de la conceptualización de la historia humana enfrentó las concepciones
absolutistas y religiosos que habían regido el pensamiento filosófico hasta ese
momento con las nuevas vertientes progresistas. En ese escenario surgió la
figura del historiador como el encargado de medir la evolución lineal de los
hechos humanos en una forma progresiva hacia el bienestar predicado por la
modernidad. A esa forma progresiva se le llamó historia.
La modernidad inició
la era imperialista europea y la imposición de su cultura como arquetipo sobre
otras en el planeta. El método científico europeo se convirtió en la fórmula
para evaluar los hechos y determinar su veracidad. El historiador Julián Casanova
expresó que el método científico aplicado a la historia le dio sentido al
tiempo universal para justificar la nueva era imperialista y la misión
civilizadora que occidente se impuso como nueva cruzada. Europa se asignó la
tarea de conquistar al planeta para establecer colonias sobre civilizaciones
percibidas como inferiores para que estas emularan a sus metrópolis con el
propósito de transformar sus sociedades (una política similar regiría la misión
conquistadora estadounidense en América con su política de Destino Manifiesto).
El objetivo era obtener el progreso acorde a los parámetros diseñados por la
nueva visión histórico-filosófica-científica impuesta por Europa. Se asumía
entonces que la modernidad y el conocimiento, cuando era aplicado correctamente,
mejorarían las condiciones de vida de los colonos.
Los historiadores,
como guardianes de la memoria, justificaron las acciones imperialistas europeas
avalando los hechos con el método científico. El historiador fue concebido como
un juez imparcial y objetivo que a través de la evaluación rigurosa de
documentos separaría lo real de lo ficticio, pero siempre en favor de la
cultura occidental. Esta acción debería haber evitado la repetición de errores
funestos del pasado porque la misión de la modernidad europea era el bienestar
absoluto acorde a sus parámetros. Empero, la nueva historia contaba las cosas
tal y como ocurrieron, siempre desde el punto de vista patriarcal europeo. Lo
primordial era la historia de los hombres occidentales; la historia social de
los demás, entiéndase, mujeres, trabajadores, esclavos, emigrantes, grupos
minoritarios, países tercemundistas, homosexuales… podían ser incorporadas
dentro del modelo occidental de desarrollo histórico, fuera en la forma
marxista, de la escuela de Annales o de la teoría de la modernización.
Los historiadores no
fueron objetivos, se hicieron cómplices de esta conceptualización europeísta
del tiempo y de los sucesos. Fomentaron lo que hoy se conoce como la historia
sólida o la evolución continua de los hechos hacia la modernidad basada en la
universalidad de una verdad única, la impuesta por Europa.
Estos planteamientos
se mantuvieron hasta que la visión patriarcal europea, la historia lineal y la
visión científica de la historia fueron cuestionadas por una nueva generación
de historiadores a partir de la década de 1980. La modernidad fue catalogada
como un concepto imperialista machista que desestimó la aportación de los demás
a la historia. Este reto a los cánones establecidos por las escuelas
historiográficas europeas dio paso al periodo histórico contemporáneo que es
conocido como modernidad líquida. Los paradigmas establecidos desde el siglo
decimonónico, las instituciones y los valores que una vez definimos como permanentes
se han ido derrumbando para dar paso a una sociedad dominada por la
inestabilidad, la inseguridad, la atemporalidad y la inmediatez. La función del
historiador dentro de este nuevo periodo histórico también es cuestionada y
requiere de una redefinición. En este ensayo evaluaremos los procesos que nos han
conducido hasta el presente y presentaremos un proyecto para la historia en un
presente cada vez más oscilante.
Rankismo
La historiografía del
siglo XX se basó en la metodología desarrollada por el historiador alemán Leopold
von Ranke (1795-1886). Ranke precisó la historia como un proceso evolutivo
separado del desarrollo de hombres, pueblos y estados individuales. La
integración de los tres factores anteriores formaba el proceso que conocemos
como cultura, no la historia. Desde el punto de vista rankiano, los pueblos pueden
compartir una tradición cultural, pero tienen plena libertad para desarrollar
su propio concepto de estado. Ranke, contrario a Hegel que teorizó que lo real
es también racional, estipuló que lo real era la continuidad de la historia. La
continuidad es el fundamento para el desarrollo cultural y por ende, el
principio interpretativo de la historia. Ranke planteó que el historiador debe
conocer el historicismo, porque es lo que determina los eventos, pero no los
justifica. A pesar de su visión hasta cierto punto liberal, el filósofo alemán se
opuso a la democratización de los estados y apoyó el orden social y político imperialista
de su era, por lo que sus planteamientos no fueron bien recibidos en su tiempo.
Al sentirse rechazado por sus conceptos ambiguos, Ranke se refugió en el
trabajo historiográfico, en busca de la objetividad que no logró en la
filosofía.
Ranke se concentró en
la historia política de las naciones latinas y germánicas, destacando sus
aportaciones culturales, administraciones gubernamentales y relaciones diplomáticas.
Enfatizó el engrandecimiento de los estados protestantes a la vez que insistió
que el historiador debe exponer los asuntos tal como ocurrieron, no
analizarlos.
La mayor aportación
de Ranke a la historia fue la aplicación del método científico para interpretar
la historia. Estableció las preguntas como base para investigar la historia y
formular respuestas y el rango para evaluar la documentación histórica. Utilizó
los términos ya existentes de fuentes primarias y secundarias para categorizar
la documentación, pero le otorgó una nueva perspectiva. El historiador
brasilero, José D’Assunçao Barros, en su ensayo “Ranke: considerações sobre sua
obra e modelo historiográfico” (2013) establece que el historiador alemán
cuando hace referencia a las fuentes secundarias buscará beneficiarse de
desarrollar procedimientos confiables que puedan documentar de manera
secundaria la información primaria. Este proceso consintió en la crítica
rigurosa y la contextualización de los historiadores del pasado. Los iconos de
la historia fueron desmitificados permitiendo una evaluación de sus trabajos.
El método crítico de
la aproximación a la historia y la devoción por la exactitud factual ideados por
Ranke fueron decisivos para definir la era de la modernidad y el papel que la
investigación histórica tendría por los próximos doscientos cincuenta años. A
pesar del empeño por mantener una supuesta objetividad, la evaluación histórica
de los hechos del pasado a través del método rankiano impuso la visión
eurocentrista y excluyó la aportación de otros pueblos y culturas a la
historia. Esto con el tiempo trabajaría en detrimento de la historiografía y de
los historiadores.
Modernidad
líquida
Antes de definir y
discutir las implicaciones con la contemporaneidad actual, que ha sido
bautizada como modernidad líquida, debemos familiarizarnos con las eras
históricas que le precedieron: la modernidad, el posmodernismo y la
hipermodernidad.
Modernidad
La modernidad es el
periodo histórico que sucedió a la última etapa de la era antigua que conocemos
como el Medioevo y la primera de la Edad Moderna si incluimos el Renacimiento
dentro de este periodo. El Medioevo se caracterizó por el dominio de la Iglesia
Católica en Europa y la imposición del sistema económico feudal. Imperó el concepto
de un destino impuesto por una divinidad distante e invisible. La modernidad significó la ruptura con el
teocentrismo como explicación fundamental para la historia humana y se inició
el antropocentrismo, el ser humano como centro del pensamiento. La caída de
Constantinopla en 1452 marcó la fecha que dio inicio a la Era Moderna. Este
periodo transformó la concepción del mundo que tenían los europeos. Fue el
periodo de los grandes descubrimientos, la conquista de América por los
españoles y ocurrieron eventos que fortalecerían la evolución del pensamiento
humanístico tales como la invención de la imprenta, la reforma protestante de
Martín Lutero y la revolución científica.
La suplantación del
mito como explicación para la razón de ser para el universo abrió paso a la
investigación científica. El fin del teocentrismo terminó también con el poder
divino de los monarcas, este se desmoronó para dar paso al republicanismo y la
democracia. La búsqueda incesante de la justicia y el bienestar para todos resultó
en el establecimiento de un sistema de leyes y las nuevas naciones pasaron a
ser regidas por constituciones. La modernidad vio el surgimiento de la revolución
industrial y el desarrollo tecnológico que transformaron la sociedad de una
agraria, rural y tradicional a una urbana, industrial y progresista. El
capitalismo se impuso como modelo económico sobre el mercantilismo. El
intercambio de bienes y la producción en masa para acaparar los mercados
resultó en la formación de dos nuevas clases sociales, la burguesía, dueña del
capital, controlaría los medios de producción y el proletariado, la clase obrera
explotada, proveería la mano de obra. El demérito del ser humano por la
explotación capitalista y las condiciones infrahumanas de los lugares de
trabajo llevaron al surgimiento de la filosofía marxista que daría nacimiento
al socialismo y el comunismo, que propuso la lucha de clases para elevar al
poder el proletariado.
El final de la
modernidad lo marcó la Primera Guerra Mundial (1914-1918), conflicto bélico que
vería el surgimiento de una sociedad postindustrial y a un periodo histórico
que ha sido denominado posmodernidad o postmodernidad. Existen opositores a
este planteamiento porque consideran que las características que fomentaron el
desarrollo de la modernidad todavía están vigentes. No existe dudas que luego
del conflicto bélico que concluyó hace una centuria Europa fue diferente. Cuatro
imperios desaparecieron; el austrohúngaro el ruso, el germánico y el otomano
dando paso a la formación de nuevas naciones; surgió el comunismo ruso, como
antítesis del capitalismo de Europa occidental y Estados Unidos se posesionó
como potencia mundial.
Posmodernidad
La Europa entre las
dos grandes guerras mundiales fue inestable. El mundo tendió a polarizarse
entre capitalistas y comunistas. El nacionalismo y el fortalecimiento del
sentido identitario de las nuevas naciones se convirtieron en el credo de la
modernidad. El colectivo era más importante que el individuo. Terminado el
conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial el enfrentamiento entre el
capitalismo y el comunismo se hizo más virulento sumiendo a la humanidad en la
infame Guerra Fría y el temor a un exterminio nuclear. Lentamente el pesimismo
se fue apoderando de los filósofos que cuestionaron el principio básico de la
modernidad trazado por la historia lineal y el bienestar de humanidad. Este
cambio en el pensamiento humanístico donde el individuo se convirtió en el
centro del proceso socioeconómico, relevando el bienestar colectivo de la
sociedad es lo que se ha denominado como posmodernidad.
Los posmodernos
aseguran que el modernismo fracasó en su intento de renovar el pensamiento
humano. Niegan la posibilidad del progreso general de la sociedad, afirmando
que este es individual. El consumismo se convirtió en el valor más importante y
los líderes en figuras efímeras que gozan del favor popular por periodos
breves. La verdad de la idea fue sustituida por la emoción. El presente tomó
preponderancia sobre el pasado y el futuro. El ser humano se volvió hedonista.
Hubo un rechazo a la religiosidad y se buscaron sendas alternas para la
espiritualidad. El placer y la búsqueda de la libertad a través del cuerpo son los
iconos más significativos de la posmodernidad. Los posmodernos iniciaron el
revisionismo histórico para reivindicar a los grupos marginados que fueron
oprimidos por las ideas eurocentristas de la modernidad. La diversidad y el
pluralismo son el sino de la posmodernidad.
La historiografía es
cuestionada y sus conclusiones son rechazadas por carecer de objetividad. Los
historiadores del pasado son definidos como subjetivos y prejuiciados. La
verdad es variable y cuestionable, depende del punto de vista de quien la
presenta, negando su universalidad. La realidad no existe, sino una percepción
de lo que tenemos de ella. La historia se estableció para engrandecer el poder
europeo y pisotear a todos los demás.
Para los posmodernos
las ciencias están limitadas, no pueden generar conocimiento válido
universalmente; la economía de producción valió solo para dar lugar a la del
consumo; el ser humano, para sobrevivir, debe revalorizar la naturaleza y
promover el cuidado del medio ambiente; el poder es cuestionable, por ende los
megapoderosos de la industria del consumo y de los medios de comunicación carecen
de poder real; el líder no está sobre las ideologías, por ende su paso es
transitorio.
Si nos planteamos análisis
sociopsicológico de los posmodernos encontramos que, buscan la inmediatez; se
enfrascan en la contradicción de individualismo y las modas sociales; defienden
la liberación personal; y justifican los sucesos con el misticismo.
Durante el
posmodernismo de los años 60 y 70 del siglo pasado se renegó de los valores
patriarcales, surgió el movimiento feminista, se dieron las luchas por la
igualdad racial, se buscó el mejoramiento de la calidad de vida de los más
necesitados y se inició la revolución sexual. La tecnología dominó las ciencias,
el consumo surgió como placebo para controlar las masas y las humanidades
comenzaron a ser relegadas en los currículos escolares en favor de la economía,
las comunicaciones y la cibernética.
Hipermodernidad.
El concepto de
hipermodernidad fue ideado por el filósofo francés Guilles Lipovestky en su
libro “La era del vacío” (1983). El libro causó impacto por el análisis
profundo que el sociólogo hizo de la sociedad de principios de los años 80. Enrique
Tamés en su ensayo “Del vacío a la hipermodernidad” señala que Lipovetsky
puntualizó el cambio de valores que ocurrió en la sociedad desde el inicio de
la modernidad y de la consagración del individuo como ente gestor de cambios.
Lipovetsky calificó a ese periodo como una segunda revolución individualista
que bautizó como el proceso de personalización.
La nueva era marcó un
estropicio no solo con la modernidad ideada en el siglo XVIII sino con la
historia reciente y los paradigmas planteados luego de terminada la Segunda
Guerra Mundial. La hipermodernidad se desasocia con lo disciplinario, revolucionario
y convencional de los años 50; del credo democrático y los programas de justicia
social; del rigorismo universalista del credo democrático y de la identidad ideológica
coerciva.
La sociedad descrita
por el filósofo francés sufrió cambios drásticos en su organización social, las
costumbres y los hábitos tradicionales. El nuevo ente humano enfatizó los
valores individuales, utilizó la introspección para resolver los cuestionamientos
sobre el “yo” y tuvo como meta fundamental la búsqueda constante del placer. Tamés
resumió los planteamientos de la hipermodernidad indicando que lo privado está
primero, la austeridad debe reducirse a lo mínimo y el deseo debe “ser” es prioritario.
La hipermodernidad rompió con la represión de la conducta humana para dar paso
a la comprensión y la aceptación de la pluralidad del ente humano; los valores
hedonistas, el respeto por las diferencias y el culto a la liberación personal
sustituyeron la represión y los prejuicios desarrollados por el modernismo.
Miguel Ángel Michinel
Álvarez asegura en su trabajo, “La hipermodernidad”, que el posmodernismo fue
un periodo breve que abrió paso a una nueva sociedad. La humanidad estaba en
búsqueda de modernizar la modernidad misma. Para lograr modernizarse la
sociedad entró en la dicotomía de la lucha entre el “yo” y el “nosotros”, el
individuo versus el colectivo. La historia del colectivo no es importante
porque ignoró al individuo. El “yo” está en constante evolución, no se niega el
pasado, se reniega la forma en que ha sido interpretado y el método
estructurado ideado por el eurocentrismo. La hipermodernidad exige la
reintegración del pasado para hacerlo inclusivo y participativo. El
revisionismo histórico se cobija bajo la justicia para erradicar de la memoria
el olvido impuesto por el oficialismo histórico concebido por Europa. Los
métodos de investigación requieren de una redefinición dentro de los parámetros
establecidos por las lógicas modernas de mercado, consumo e individualidad.
La hipermodernidad,
no anda a ciegas, está consciente de su propia limitación y que los mercados
son finitos. Evita los excesos que a la larga podrían servir como detrimento
del proceso. Las luchas simbólicas perdieron su intensidad, el comunismo
marxista colapsó y el capitalismo tradicional evoluciona a nuevas perspectivas
conscientes de que no resuelven los problemas básicos de los individuos ante un
futuro impredecible que debe ser construido a la par con el presente. El hipermodernismo ha sido descrito como la era del
narcisismo por su centrismo en el “yo”.
Modernidad
Líquida
El sociólogo Zygmunt
Bauman acuñó el término modernidad líquida para describir la contemporaneidad o
el momento actual de la historia humana. La modernidad liquida (llamada también
modernidad tardía) describe las sociedades surgidas en los años 90 cuando la
globalización se impuso como filosofía del mercado capitalista. La globalización
clama por la integración de las sociedades humanas para facilitar el
intercambio comercial y la comunicación cibernética. Implica la transformación
de los patrones económico, tecnológico, político, social, empresarial y
cultural de las naciones para formar una sola sociedad humana. El
neocapitalismo que rige la integración de los mercados privatiza los servicios
gubernamentales, aunque estos sacrifiquen el bienestar general. Estos cambios
han desestabilizado los gobiernos tradicionales para establecer sociedades efímeras,
frágiles y consumistas.
Jazmín Hernández
Moreno en su reseña del libro de Bauman, “La modernidad líquida” (2003),
describe los cinco conceptos básicos de las nuevas sociedades: emancipación,
individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Bauman planteó que en la
actualidad las instituciones socioeconómicas son efímeras y frágiles, por ende
impactan los cinco conceptos fomentando la inestabilidad del individuo que
carece de un punto seguro en su existencia. Lo sólido, aquello que nuestros
abuelos consideraban inamovible como el derecho al trabajo, el matrimonio o la seguridad
social son inestables y volubles. El estado le falló al ciudadano. La seguridad
se evaporó en los mercados financieros. El Estado ha dejado de ser benefactor,
se convirtió en mediador entre los poderes fácticos y los individuos, ha cedido
sus facultades de decisión. El Estado y la nación han tomado caminos distintos
en la modernidad liquida.
La historia
en la modernidad líquida
El rompimiento con
los valores que fomentaron el desarrollo de la historia moderna y el
distanciamiento de la metodología rankiana han redefinido la historia. Cesar
Rina Simón en su ensayo “De la Historia solida a las historias líquidas”
explica que en la actualidad la historia se percibe como el estudio de una
serie de acontecimientos susceptibles al ser
explicados en el presente y condicionados por el “paradigma” metodológico
contemporáneo. La historiografía posee múltiples errores por su visión
eurocentrista y el aislamiento de los historiadores de las sociedades en que
cohabitan. Insiste Rima Simón que para mantenerse como materia académica, la
historia tiene que encajar dentro de los planteamientos filosóficos y éticos
del mercado libre. En la sociedad líquida cada ser es autónomo para administrar
su vida y busca encontrar su sentido a través de la diferenciación, esto
fomentó el rompimiento de la historia en diferentes especialidades. Nadie tiene
una visión general de la historia, sino conocimientos fragmentados.
El historiador catalán Josep Fontana
expuso en su ensayo “¿Qué historia enseñar?” (2003) que la desilusión con la
metodología antigua abrió paso a la formación de nuevas escuelas, que, desde su
punto de vista no pasan de ser sectas que intentan devolverle la seguridad y la
certeza a la historia. Estas nuevas escuelas se enfocan en lo concreto y ponen
su atención mayoritariamente en los aspectos culturales. Entre estas escuelas
señala, entre otras, el estudio de las mentalidades, la microhistoria, el
posmodernismo y el poscolonialismo. El historiador no menosprecia las escuelas
porque tienen parte de la verdad, pero ninguna es en su totalidad suficiente
sino integra la experiencia laboral, la subsistencia y la vida en general.
Rina Simón abunda sobre el tema y
añade que el desplome del modelo soviético y la colonización del pensamiento
“único” neoliberal generaron el momento para que el pasado fuera concebido
dentro de unidades atomizadas, accesibles al historiador mediante el estudio
fragmentado de uno de sus átomos.
Un problema fundamental para la
historia es que la sociedad de consumo actual se concentra en la creación de
empleos y la venta del conocimiento. Los historiadores no son creadores de
empleo y sus principios éticos le hacen cuestionar la venta del conocimiento.
El siglo XXI los enfrenta con la disyuntiva que crea el choque de los
paradigmas del pasado y la nueva tecnología que permite el acceso ilimitado a la
información en el Internet. La disponibilidad de información misma genera un
cuestionamiento sobre su necesidad en la era del ciberespacio. En el mundo
líquido no es necesario ir a los archivos a investigar porque la mayoría de la
bibliografía se encuentra digitalizada en bibliotecas y archivos virtuales. El
historiador puede investigar desde su hogar, al igual que cualquier otro
ciudadano. La calidad investigativa de los trabajos dependerá de las
habilidades tecnológicas del investigador.
El neoliberalismo ha modificado los
conceptos tradicionales empleados en las investigaciones. Hoy los parámetros
están jerarquizados en función de la velocidad de movimiento, la capacidad
tecnológica y la información disponible.
Esto llevó al colapso del concepto de los metarrelatos nacionales que
surgieron como parte de la función del historiador en la era de los imperios. Las
antiguas narraciones del pasado generalmente aceptadas y difundidas a través de
la educación se debilitan a medida que lo hacen las ideologías, las cosmologías
o las prácticas intelectuales.
Hoy día la prioridad de los sistemas
educativos nos es la instrucción de los estudiantes; es el de aumentar el
crecimiento económico del estado y adaptar a sus ciudadanos a los
condicionantes del mercado laboral.
El papel de las universidades modernas
ha sido trastocado. Ya no es la formación de ciudadanos académicamente útiles
para la nación lo que motiva a las facultades universitarias. El mercado
requiere producción inmediata. En este tipo de sociedad todo es cuestionable,
más aún si no es productiva. En la cultura de la obsolescencia programada, enfatiza
Rina Simón, los planteamientos historiográficos son cuestionables y
modificables, y la función del historiador, como individuo, es la de reinterpretar
el pasado, diferenciarse de lo ya escrito con nuevos planteamientos y
conclusiones. El historiador no solo investigar sino que debe ser novedoso y
original.
El historiador tiene que adaptarse a
una sociedad donde el conocimiento es producido y financiado por modelos
capitalistas. Debe regirse por los criterios empresariales de compra-venta y de
mercadeo y abandonar el ideal clásico – y utópico – de “búsqueda de la verdad”.
Esto implica que las investigaciones incapaces de generar un mercado, pierden
el interés para la comunidad científica y para las entidades financiadoras,
incluso para el Estado. La nueva educación no busca inculcar conocimientos y
experiencias, la función del maestro es preparar al estudiante para buscar en
las redes sociales. El estudiante no debe pensar, solo reproducir un
conocimiento aséptico e individualizado, pero descontextualizado de la
coyuntura de cada definición.
En las nuevas sociedades liquidas el
pasado y su investigación está obsoleto. Lo líquido enfatiza la velocidad, por
ende el pasado debe olvidarse. Rina Simón asegura que la historia no es una
buena aliada del consumo o la velocidad de cambio. Las emociones que los
historiadores generaban con los relatos históricos surgidos para unir a las
naciones durante la modernidad ya no son necesarias. El amarre al pasado se
contrapone a la cultura del movimiento neoliberal basada en la temporalidad. Los nuevos poderes financieros de la
globalización actúan al margen del espacio, en un único tiempo: la
instantaneidad, y no contraen el mínimo compromiso – ni siquiera de visibilidad.
La producción historiográfica está en
crisis, pero era una situación que comenzó a palparse desde mediados del siglo
XX cuando se comenzó a perder el interés por el pasado. Las dictaduras fascistas
y comunistas del siglo vigésimo hicieron al lado toda historia que no fuera
manipulable. Los ciudadanos cuestionaron la veracidad de los relatos y el
verdadero compromiso de los historiadores. En casos peores los historiadores se
hicieron cómplices de los hechos al guardar silencio ante crímenes de lesa
humanidad.
En el nuevo mundo líquido el
historiador representa un problema social por no encajar en los parámetros
establecidos de productividad e inmediatez. Para completar el cuadro, la modernidad
líquida rompió con los nexos entre la clase política, la acción comunitaria y
el activismo social. Este rompimiento fue desarrollando una amnesia colectiva
favorecida por organismos financieros e ideólogos neoliberales, conocedores de
las posibilidades del conocimiento histórico a la hora de articular el metarrelato
de la emancipación humana, afirma Rina Simón citando al historiador Tony Judt.
El neoliberalismo busca ocultar la
historia de reivindicaciones sociales y políticas para incentivar el consumo
desenfrenado, suprimiendo sensaciones como la nostalgia o el arraigo que pueden
detener la rueda del consumo en las sociedades modernas. El pasado se ha vuelto obsoleto y finito, no tiene nada que enseñar. El
progreso lineal de la modernidad, cedió paso a la sensación de que estamos en
un mundo completamente nuevo, donde los riesgos y las oportunidades no tienen
ningún precedente. Los problemas tienen que ser resueltos inmediatamente, no
hay tiempo para explicaciones.
La historiografía es víctima de su
propio origen. La historia rankiana surge como una necesidad de los estados
imperialistas europeos para establecer su hegemonía sobre los demás pueblos y
mantener su cohesión nacional a través de metarrelatos que engrandecían a la
nación y fomentaban el sentido de pertenencia. La modernidad líquida no
necesita de lugares de memoria nostálgicos-triunfalistas.
Rina Simón expone que la nueva
generación percibe la historia como una narrativa cuyo objetivo es el de controlar
y justificar un determinado presente y lanzarlo hacia un futuro deseado. Tiene
más que ver con la construcción de una memoria presentista que con un verdadero
interés por el pasado. Algunos vieron en el resurgir del folclorismo una
oportunidad para detener los procesos actuales, sin embargo este interés no
emana de una búsqueda en el pasado de respuestas. Los festivales y tradiciones
tienen en si una función económica que favorece el consumo, atraen turistas y
mejoran la imagen de las comunidades en el exterior. Bien afirma Rina Simón que
este renacer del folklore, la valorización de lo local y lo antiguo se explica
por la comercialización de patrones culturales y la promoción del turismo de
masas.
En busca de una nueva
historia
La historia como materia está siendo
atacada en todos los frentes, sucumbe ante el conocimiento utilitario y las
presiones económicas. Rima Simón acertó al decir que el estudio del pasado, la
reflexión pausada de los acontecimientos que conforman nuestro mundo son
elementos incómodos para los principios de las sociedades líquidas e inútiles
bajo parámetros cuantitativos.
La realidad virtual surge entonces
como sustituto a la enseñanza de la historia porque permite a través de su uso
la producción en serie, homogeneización cultural, control y administración de
las administraciones públicas, predicción y cálculo de beneficios.
Josep Fontana Lázaro insistió durante
los últimos años de su vida que los historiadores tienen que romper con las
limitaciones impuestas por la metodología. Desde su perspectiva, no es el
método lo que determina la evaluación del hecho, sino el hecho lo que determina
el método. Clamó por un llamado a la integración del historiador con la gente
común para que la historia sea influyente y determinante en los procesos
sociopolíticos y económicos actuales. Para Fontana, el presente solo se
interpreta relacionándolo con los acontecimientos del pasado. Insistió que el
historiador tenía un compromiso social y que su función primordial era enseñar
a la gente a pensar. En un momento histórico donde el neoliberalismo intenta
erradicar el pensamiento crítico porque el conocimiento atenta contra sus
intereses, el historiador debe rescatar la memoria y modificar sus actitudes
aislacionistas del pasado.
Estamos en el umbral de la formación
de una nueva escuela historiográfica forzada por una sociedad en cambio
constante. La accesibilidad a la información y la agenda de los intereses
financieros que buscan eliminar barreras territoriales y erradicar culturas
para forjar una nueva sociedad planetaria cuestionan la necesidad de los
historiadores. No se puede negar la realidad globalizadora y neoliberal que
marcan las relaciones internacionales y las instituciones mundiales. La
tecnología y el neoliberalismo controlan la sociedad del siglo XXI. No hay
marcha atrás. La historia debe ser trasformada para ajustarse a esta nueva sociedad.
Como bien expusiera Josep Fontana, los historiadores tienen un deber social que
cumplir, construir la memoria, fomentar el sentido identitario individual y
colectivo, y enseñar a pensar para dudar, cuestionar, investigar y descubrir.
Fontana Lázaro estaba claro al retar al historiador a volver a la base.
Heródoto, padre de la historia, investigó para crear una memoria no solo para
los griegos, sino para toda la civilización occidental. Le hemos fallado. Es
hora de rescatar la función del historiador, investigar los temas que le
preocupan a los ciudadanos, fomentar el pensamiento crítico y construir una
historia holística e integrada.
Conclusión
La modernidad líquida representa el
mayor reto que los historiadores han enfrentado desde el siglo XVIII. Forjados
como sacerdotes de la memoria para el engrandecimiento de occidente y las
políticas eurocentristas, acostumbrados al metarrelato y la mitificación del
estado y sus instituciones, el futuro se presenta incierto. La historia como la
concebimos, la historiografía y la investigación histórica basada en la
metodología rankiana agonizan.
El proceso no debió tomar a los
historiadores por sorpresa porque se inició gradualmente con el desplazamiento
de la humanística dentro de los currículos educativos y universitarios, pero el
aislamiento de los historiadores de la sociedad y su enclaustramiento en la
academia no los preparó para enfrentar este reto. El gran reformador de la
historia contemporánea europea, Josep Fontana Lázaro, percibió la encrucijada
que enfrentarían los historiadores en el siglo XXI. Los exhortó a salirse del
claustro académico e integrarse a la sociedad. Insistió que la función del
historiador en la actualidad, que él llamó “la era de la desigualdad”, era investigar
los temas que le preocupan a los ciudadanos, fomentar el pensamiento crítico y
construir una historia holística e integrada.
Rima Simón al igual que Fontana
describen detalladamente los pormenores que afectan al gremio y las
expectativas de una sociedad globalizada donde la productividad y no la
intelectualidad son las soberanas.
Los historiadores puertorriqueños, en
su mayoría, están encajonados en las formas tradicionales de investigar la
historia. La mayoría todavía permanece alejados de las realidades que impactan
la sociedad. El método es más importante que el hecho y escriben para sus
pares, no para la gente común. Muchos se niegan a opinar sobre el presente y
reniegan de la necesidad de hacer planteamientos trascendentales para instigar
el cambio. Estamos en un momento crítico donde la opinión de los historiadores
es importante para fortalecer la autoestima nacional y arrojar luz sobre
posibles soluciones a los retos que enfrenta el país. Guardar silencio ya no
debe ser una opción.
El historiador del siglo XXI es un
guerrillero que debe defender la memoria colectiva en beneficio del
proletariado que sufre el desplazamiento generado por la tecnología. Es el
deber del historiador defender el derecho a conocer la memoria, investigarla, enseñarla
y educar a todos a pensar. No podemos sucumbir ante la inmediatez y el
fatalismo que urden magistralmente los nuevos amos de la globalización. Debemos
estar listos a cuestionar la postverdad y defender los hechos con pruebas
utilizando la emotividad y otras artimañas empleadas en la era de la modernidad
líquida.
Bibliografía
Barros, José D’Assunção, Ranke:
considerações sobre sua obra e modelo historiográfico. Diálogos - Revista do
Departamento de História e do Programa de Pós-Graduação em História [en línea]
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