Inquisición y artes mágicas en Santo Domingo: 1620-1657
Versión para utilizada en El Post Antillano (3, 5, 12, 19, 26 octubre y 2 de
noviembre)
Versión
académica en Clío, año 92, núm. 205, enero-junio 2023, pp. 337-364. Para bajar el artículo de Academia marque el siguiente enlace:
Enlace al núm. 205 de la Revista Clío: Clío 205 Revista Academia Dominicana de la Historia
Por Pablo
L. Crespo Vargas
El 17 de
noviembre de 2017 tuve la oportunidad de participar en el XII Congreso
Dominicano de Historia, titulado el Gran Caribe en el siglo XVII: economía,
política y sociedad. En este evento, aunque ocurrió en una fecha lejana, pude
exponer sobre un tema que, en el mes de octubre, usualmente, se pone de moda:
las artes mágicas. En este caso específico, brujas y hechiceras procesadas por
el Santo Oficio (la Inquisición española) y que estaban relacionadas con Santo
Domingo.
Linda Maestra de Francisco Goya (1799) |
Debemos señalar que, en el estudio del desarrollo de la sociedad caribeña, Santo Domingo ocupó
una posición de indiscutible valor. Entre las características que lo confirman
está el que fuera la primera colonia castellana en las Indias, lugar donde los
peninsulares realizaron la fase experimental del proceso de conquista y
colonización. Esto implicó el que diversos grupos poblacionales entraran en
contacto, estableciéndose las bases para el desarrollo de un mestizaje étnico y
cultural que fue fundamentar para la formación del carácter caribeño que tanto
nos identifica ante el mundo.
En la
mezcolanza de pueblos reunidos en el Caribe podemos apreciar que cada uno
aportó un sinnúmero de creencias y experiencias espirituales que fueron
abonando al sentir metafísico de la población que allí evolucionó. Sin embargo,
existía una característica que era compartida en todos los grupos involucrados
en el llamado intercambio colombino. Esta fue el creer en la existencia de un
mundo mágico y desconocido al entendimiento ordinario. No obstante, dentro de
la sociedad colonial existieron controles muy rígidos y definidos tales como la
Inquisición. La misma fue una manera institucionalizada de establecer un
mecanismo de opresión dirigido a instaurar una sociedad heterogénea en un
ambiente donde las diferencias étnicas y culturales eran muy comunes. En este
sentido, el sistema de gobierno español favorecía el avasallamiento religioso
como medio de unidad. Sin embargo, las creencias mágicas y las supersticiones,
de manera general, eran algo que estaba muy adentro en la cultura de los
pueblos que, de un modo u otro, tuvieron que coexistir y que para el estado fue
difícil de eliminar.
Es
necesario indicar que XII Congreso fue dedicado en vida a doña Vilma Benzo de
Ferrer (1935-2020). Doña Vilma fue una historiadora, mujer emprendedora,
académica de número en la Academia de la Historia Dominicana, directora del
Museo Nacional de Historia y Geografía, tesorera de la Fundación Amigos del
Museo de las Casas Reales y del Patronato Escuela “Dulce Milagro”, Inc.,
presidió la Fundación Moscoso Puello y el Patronato Rector del Museo del Hombre
Dominicano, fue miembro de la Comisión Nacional de Desarrollo y de la Comisión
Municipal para la celebración del Quinto Centenario y una de las fundadoras de
la Universidad Católica de Santo Domingo. En 1972, el presidente de la
República Dominicana, Joaquín Balaguer, le otorgó la condecoración de la orden
de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de caballero.
La colonia
de Santo Domingo, desde sus inicios, fue un territorio que representó
claramente el mestizaje ocurrido dentro del proceso de conquista y
colonización. Como ciudad primaria del imperio castellano oceánico fue allí
donde se comenzó la mezcla de diferentes grupos, cuyos trasfondos culturales
eran completamente diferentes.
En primera
instancia, los nativos —los grupos indígenas— tenían unas creencias y
particularidades culturales, basadas en un sistema animista. En el mismo, el
uso de la magia, los hechizos y conjuros era algo común tanto para los aspectos
físicos como los espirituales. Estas prácticas llenaban un vacío en cuanto al
conocimiento existente sobre el medio ambiente. Las figuras primordiales dentro
de estas sociedades eran representadas por los curanderos y los chamanes.
Los
indígenas fueron el grupo que inicialmente tuvo que resistir el peso de la
colonización antillana. Esto llevó a que fueran diezmados de manera apresurada,
gracias a los efectos de un proceso que motivó la entrada de un nuevo estilo de
vida, de creencias distintas y de un conquistador que buscaba enriquecerse; a
esto, añadimos las enfermedades traídas que hicieron que un gran porcentaje de
los nativos sucumbiesen.
De hecho,
el efecto negativo del proceso de conquista y colonización a la demografía
nativa promovió la entrada de nuevos grupos poblacionales provenientes de
África y traídos como esclavos en su inmensa mayoría. Estos representaron una
diversidad de pueblos: zapes, manicongos, jolofes, biafaras, lucunices,
berbesíes, laras, angoleses, branes, mandingos y carabalíes, entre muchos
otros. Curiosamente, como método de evitar sublevaciones entre los esclavizados
se utilizó un sistema donde se mezclaban personas de diversos orígenes,
evitando o controlando la comunicación entre ellos.
En cuanto
al grupo conquistador, aunque mayoritariamente castellano, los ibéricos eran
una población muy diversa, producto del mestizaje continuo que tuvo esa zona
durante siglos. En un principio, la Corona había vedado la entrada de otros
grupos poblacionales, no obstante, según pasó el tiempo, y documentado en los
archivos inquisitoriales, vemos que a la zona se integraron portugueses,
franceses, holandeses, ingleses, eslavos, alemanes, griegos y hasta turcos.
Claro está, no podemos pensar que la entrada de europeos a la región fue
únicamente de manera legal y mucho menos que todos terminaron pasando por Santo
Domingo. La llegada de muchos de estos grupos se dio en el contexto del
intercambio demográfico que se desarrolló y que incluía la entrada de manera
ilegal de población no permitidas por la Corona española.
La élite
colonizadora tuvo que establecer mecanismos de control social para mantener su
hegemonía en la región. No obstante, estos no eran soluciones nuevas, sino,
instituciones que fueron trasbordadas desde Castilla. Para nuestro estudio, la
institución que mayor peso tuvo fue la Inquisición. La misma fue instaurada en
Castilla en 1478 y tenía como fin la unidad social y religiosa del reino. El
primer intento de traer la Inquisición a las Indias ocurrió en 1519, cuando se
nombra a Alonso Manso, obispo de Puerto Rico, primer inquisidor general de la
región; como segundo inquisidor se seleccionó a Pedro de Córdoba, fraile
dominico que muere en 1521. Este primer periodo, de 1519 a 1569, es conocido
como el de la pre-Inquisición Hispanoamericana o Primitiva Inquisición
Americana.
No es hasta
1570, cuando se establece un tribunal en propiedad, en la ciudad de Lima, y
luego en 1571 en la ciudad de México. Es en ese momento que la Inquisición como
institución oficial comenzó a operar en América. En el 1610 se estableció el
tercer y último tribunal inquisitorial formal español en el Nuevo Mundo, en
Cartagena de Indias. Se debe indicar que la ciudad de Santo Domingo también fue
considerada por la Junta General convocada por Felipe II para seleccionar las
distintas sedes inquisitoriales en las Indias. Sin embargo, en ese momento
histórico la importancia de la ciudad había decaído ante la Corona española,
que prefirió una ciudad que conectase con las vías de transportación de las
riquezas del Nuevo Mundo.
Contrario a
la percepción generalizada de que las llamadas ideas supersticiosas eran
únicamente de los pueblos marginados, los españoles también trajeron desde
Europa una serie de creencias que se integraron a ese mosaico del imaginario
caribeño y que en principio moldearon a todas las demás. En la Península
Ibérica era común el uso de fórmulas, oraciones, ritos, ceremonias y conjuros,
elementos demostrativos de un imaginario mágico respaldado por una tradición de
siglos.
En el caso
de Santo Domingo, rebuscando los papeles de la inquisición española, podemos
encontrar que entre 1620 y 1657 se procesaron a diez personas por delitos
relacionados a las artes mágicas. No debemos de olvidar que la Inquisición solo
era una de varias instituciones que podían procesar personas por creencias
supersticiosas, ya que otros tribunales eclesiásticos y seculares también se
aventuraron en estos menesteres. Sin embargo, en este trabajo solo analizaremos
los que fueron procesados por la Inquisición. Debemos estar claros que
contrario a la creencia general, la Inquisición no estaba para atender las
inquietudes de la Iglesia Católica, sino como un mecanismo de control social
dirigido con el aval del Monarca. Su interés principal se centraba en conductas
que pudieran afectar más al estado que a la iglesia. Los tres focos de atención
principales fueron los judaizantes, los islamizantes y los protestantes; grupos
que sí habían rivalizado con el estado. Para los inquisidores y la Corona, las
brujas y hechiceras eran un grupo de menor importancia, esto llevaba a que solo
en casos extremos terminaran en sus manos.
El término
de artes mágicas no es utilizado con mucha frecuencia en los estudios
historiográficos. No obstante, con el desarrollo de la historia de las
mentalidades y una mayor interacción entre la antropología y la historia vemos
como aspectos que hasta hace poco no eran atendidos como problemas históricos,
hoy tienen su espacio. Para definir que son las artes mágicas debemos indicar
que estas se refieren a todo tipo de creencias donde se espera el desarrollo de
poderes sobrenaturales que lleven a la realización de ciertas situaciones o
conductas. No debemos obviar que la magia es parte fundamental en la formación
del pensamiento religioso del ser humano desde tiempos ancestrales. Desde el
punto de vista antropológico, utilizado por historiadores, se pueden señalar
dos teorías de mucho valor al respecto: “la concepción primaria del mundo”,
argumentado por Julio Caro Baroja, y “el paradigma mágico-religioso” presentado
por Bartolomé Escandell Bonet.
En “la
concepción primaria del mundo” se explica y describe cómo el ser humano
visualiza su cosmovisión a partir del espacio y el tiempo. A su vez, se trata
de analizar cómo el medio ambiente influye en el desarrollo de un pensamiento
religioso. Dentro de este marco teórico se estudia la concepción de la
existencia de cuatro elementos fundamentales en la mentalidad religiosa del ser
humano: el cielo, el sol, la luna y la tierra, todos ellos con supuestas
facultades sobrenaturales. Dentro de la percepción estudiada por “el paradigma
mágico-religioso” se presenta la mentalidad que dirige la existencia de la
creencia de que el universo se había formado bajo la premisa de un orden doble,
donde existían dos fuerzas ocultas que balanceaban la formación del medio
ambiente. Originalmente, estas fuerzas eran divididas entre lo que era
considerado sagrado y lo que era profano. En otras palabras, esta teoría se
enfatiza a las concepciones dualistas que explican la formación de todo orden
físico, social y espiritual del ser humano.
Ambas
teorías pueden ser aplicadas a los estudios del imaginario caribeño. Tanto las
creencias de los nativos como la de los grupos de esclavos africanos son
consideradas animistas y se enmarcaban en gran medida sobre estas teorías. En
cuanto al cristianismo, como expresión religiosa, esta también es una creencia
que presenta elementos que pueden ser considerados mágicos tales como los
milagros, las trasmutaciones, las apariciones y las transustanciaciones, entre
otros.
Sin
embargo, el cristianismo, dentro de la oficialidad que se desarrolló en el
Caribe hispano durante el siglo XVII, fue considerado la religión del estado,
mientras que las otras creencias fueron desapareciendo o modificándose a la
estructura del catolicismo. En esencia, todos los pobladores del imperio
hispano eran considerados cristianos, pero en la práctica, se desarrollaron
diversas vertientes que presentaron multiplicidad de matices, donde los
principales elementos de formación fueron el sincretismo y el regionalismo.
Este, a nuestro entender, fue el origen de la religiosidad popular caribeña.
Dentro del
sistema español, la institución encargada de mantener la pureza de fe y, a la
vez, de evitar la propagación de sectas heréticas, era la Inquisición. Para
ello, se habían establecido diversos tribunales distribuidos por todos sus
reinos y territorios. En el caso del Caribe, la región centroamericana desde
Honduras hacia el sur y la región de Nueva Granada (virreinato a partir de
1717), eran administradas por el tribunal de la ciudad de Cartagena de Indias,
formalizado en 1610.
Las artes
mágicas identificadas por la Inquisición en la zona caribeña y relacionadas a
los acusados en Santo Domingo fueron la hechicería y la brujería. La hechicería
era definida como un acto de ejercer la magia sobre otra persona con la
peculiaridad de que el practicante trabaja de manera individual. Algunas
prácticas de la hechicería eran la adivinación, el sortilegio, el uso de
conjuros, entre otros tipos de magias. Las mismas eran consideradas por los
inquisidores como actos supersticiosos. Por el otro lado, la brujería era vista
como una forma de hechicería donde surgía el agravante del culto grupal
satánico. Los estudiosos modernos establecen que la brujería proviene de una
combinación de lo antes expuesto con las tradiciones paganas, la hechicería o
magias antiguas, el folclor y el desarrollo de herejías. En la historiografía
moderna existen al menos tres interpretaciones de lo que es la brujería; estas
son: el punto de vista antropológico, donde predomina la concepción animista
sobre el tema; el enmarcado dentro del mundo cristiano tradicional que
relaciona la brujería con el culto al demonio; y, el expuesto por los
seguidores de la brujería moderna que lo presentan como un movimiento
espiritual basado en las antiguas creencias paganas. Es importante señalar que
dentro de los estatutos que regían la Inquisición para las Indias, no se podía
procesar a los amerindios ya que estos estaban siendo evangelizados, y no se
les consideraba actos para ser enjuiciados por delitos de fe —al menos, por la
Inquisición.
Como
podemos apreciar, tanto la hechicería como la brujería son actividades
parecidas en cuanto a la creencia del uso de elementos mágicos. Su diferencia,
ante los inquisidores, era que la brujería se desarrollaba de manera grupal, a
la vez que se presenta la figura del diablo como una fundamental en su
adoración. En cuanto a la hechicería, esta no implicaba necesariamente una
adoración al demonio (cuando ocurre se convertía en un agravante) y sus
practicantes tendían a desarrollar cultos individuales (aunque hay casos de
hechiceras que interactúan entre ellas, no necesariamente esto implicaba una
actividad grupal), que no precisamente significaban una acción en contra del
poder de convocatoria de la iglesia. Otra diferencia estribaba en que la
brujería se desarrolló como una actividad rural, mientras que la hechicería era
predominantemente urbana.
Debemos
señalar que hubo hechiceras acusadas por adoración demoniaca, sin embargo, esta
no era la norma. Algunos de los atenuantes para poder encausar a una persona
por brujería eran: adorar y hacer sacrificios para el demonio, ofrecer a sus
hijos al diablo, renegar de Dios, maldecir el nombre de Dios, matar niños antes
de que estos fueran bautizados, consagrar los hijos al demonio, propagar las
creencias satánicas, promover el incesto, asesinar personas, alimentarse de
carne humana, desenterrar a los muertos, matar animales domésticos, destruir
cosechas y tener intimidad sexual con el demonio.
Los
resultados de un estudio preliminar sobre los crímenes de fe relacionados a las
creencias mágicas en el Caribe nos llevan a añadir una cuarta diferencia, esta
de corte etnográfico. Por un lado, la gran mayoría de los procesados por
brujería pertenecían a grupos poblacionales de origen africano; mientras que
los acusados de hechicería eran dominados por poblaciones europeas y mestizas.
Nuestra conclusión es que la brujería en el Caribe hispano del siglo XVII fue
una reacción o estado de resistencia de los grupos de mayor marginación ante el
poder social y religioso del gobierno colonial.
En el
estudio realizado sobre la intervención inquisitorial en el Caribe se
identificaron ciento cuarenta y cinco casos relacionados a prácticas mágicas.
De ellos, ochenta y seis procesos fueron sobre el delito de hechicería, para un
59.3%; mientras que cincuenta y nueve fueron procesos por brujería, para un
40.7%. Un dato universal es que el número de mujeres era superior al de
hombres. En nuestro caso hubo ciento nueve féminas (75.2%) por treinta y seis
hombres (24.8%).
Durante el
periodo de 1610 a 1659, en el Tribunal Inquisitorial de Cartagena de Indias se
procesaron a diez individuos provenientes o relacionados con Santo Domingo por
causas relacionadas a las prácticas de las artes mágicas. De ellos, una fue
procesada en dos ocasiones y otra en tres para un total de trece procesos. Esta
cantidad de causas representa el 9% del total de causas relacionadas a las
artes mágicas en el susodicho tribunal. Debemos indicar que Cartagena de Indias
se distinguió por ser el tribunal inquisitorial con mayor porcentaje de casos
relacionados a las supersticiones con un 37.77%. Los tribunales que a razón de
por ciento le seguían fueron: Cerdeña con 21.25%, Canarias con 14.96; Sicilia
con 14.30; Mallorca con 14.29 y Valladolid con 10.99. Notemos que los
principales focos de caza de brujas ocurrieron en los tribunales fuera de la
península.
Cabe
destacar que de todos los procesados solo uno era varón (Pascual de Herrera) y
el mismo no fue reincidente. Este dato contracto grandemente con las
estadísticas generales sobre división de género en cuanto a casos por artes
mágicas. En las mismas se puede ver una relación general de un varón por cada
dos féminas en Europa. En el caso de la estadística para los procesados en
Cartagena de Indias la relación es de un varón por cada tres féminas. En el
caso específico de Santo Domingo, esta estadística sube a un varón para doce
féminas.
Las edades
de los procesados provenientes de Santo Domingo varían entre los 24 y 85 años.
El promedio fue de 41.3 años. Ahora bien, si sacamos de la ecuación a Pascual
de Herrera, quien tenía 85 años, el promedio de edad de las brujas y hechiceras
procesadas sería de 36.4 años. Siete de los procesos fueron realizados por
hechicería (seis a mujeres, uno a hombre). La edad promedio de los hechiceros
fue de 50.0 años. Las acusaciones por brujería ocurrieron en seis ocasiones con
una edad promedio de 32.6 años. Debemos indicar que uno de los procesos fue por
conspiración y fue incluido debido a que la acusada, Paula de Eguiluz, fue una
conocida hechicera que en la eventualidad fue acusada por brujería y que su
fama la llevó, según las autoridades inquisitoriales, a conspirar con otras
brujas en contra de la institución.
Los diez
casos procesados por artes mágicas provenientes de Santo Domingo pueden ser
divididos en dos categorías: los que nacieron y vivieron en la zona antes de
iniciado su juicio o los que nacieron en la Isla y luego pasaron a vivir a
otros lugares donde fueron acusados. Del primer grupo hubo seis procesos (una
de ellas luego sería encausada como reincidentes en Cartagena de Indias),
mientras que en el segundo hubo cuatro (una de ellas reincidente en dos
ocasiones). De los casos que inician en Santo Domingo se ve el patrón de que
todos los acusados eran mujeres en su totalidad. En el grupo de los que
nacieron, pero terminaron residiendo en otro lugar se da el único caso de un
varón: el mulato Pascual de Herrera.
Pascual de
Herrera nació en Santo Domingo, pero al momento de su juicio, en 1657, era
residente de Santa Fe. Vivía de los sortilegios y adivinanzas que realizaba y
era considerado un gurú; era ciego y tenía una edad de 85 años. Su castigo fue
el de ser expuesto a vergüenza pública y destierro de la región de Nueva
Granada. También tenía prohibido visitar la villa de Madrid, donde estaba
ubicada la Suprema Corte Inquisitorial en España.
Cronológicamente
hablando, la primera procesada procedente de Santo Domingo fue Jusepa Ruiz,
quien en 1620 fue llevada ante las autoridades inquisitoriales de esta ciudad,
luego de que doce testigos (diez mujeres y dos hombres) presentaran alegato de
su conducta. Jusepa Ruiz era una negra de cuarenta años, cuya causa en un
comienzo fue llevada por el delito de brujería. Las primeras testificaciones la
colocaban como parte de un grupo de tres adoradores del demonio que tenían la
facultad de transformarse en cabras, gallinas y ratones; que volaban por encima
de los bohíos y que desenterraban niños que por alguna causa provocada habían
muerto. Básicamente, estas declaraciones motivaron que el comisario comenzara
el proceso con los agravantes de un caso de brujería.
Sin
embargo, según fueron surgiendo otras testificaciones que concordaban con la
confesión de la rea los inquisidores terminaron encausándola por hechicería.
Entre las nuevas declaraciones se indicaba que la rea preparaba pócimas y
realizaba conjuros para problemas de amor, que conocía las propiedades
curativas de las yerbas y que utilizaba polvo de ara (sacado de los altares
consagrados en las iglesias, se realizaba moliendo un pedazo de piedra del
sagrario), agua bendita y la invocación de santos. Según la confesión de la
rea, ella era cristiana bautizada y confirmada, aceptaba realizar conjuros que
había aprendido y que por ello podía mantener una calidad de vida mucho mejor
que otras de su gremio. Esto le había provocado el ganarse muchos enemigos. El oficio
de curandera y hechicera lo había tenido por espacio de veinte años. Por lo que
vemos, este es un ejemplo para poder establecer las diferencias existentes
entre lo que es hechicería y brujería para las autoridades inquisitoriales. Por
un lado, la hechicería era considerada un delito donde la persona no
necesariamente realizaba prácticas supersticiosas invocando al diablo, aunque
este elemento puede estar, ya que esta figura, según la creencia, es la que da
el conocimiento y la voluntad al ser humano para realizar estos actos
considerados contrarios a la supuesta fe verdadera. En el caso de la brujería,
se esperaba que existiera un pacto entre el practicante y el demonio. Otra
cualidad que distinguía a ambas prácticas era que la brujería era seguida en grupo,
mientras que la hechicería, por lo general, era realizada de manera individual,
aunque esto no impedía la existencia de alianzas entre ellas. En el caso de
Jusepa Ruiz, al final de su proceso y como parte de su arrepentimiento frente a
las autoridades, ella acepta haber sido engañada por el demonio, además de
indicar que su conocimiento en yerbas para los males del amor era simplemente
una superstición de la cual obtenía ganancias.
Esta causa
de fe también nos muestra varios de los conjuros que realizaba la rea. Primero,
para remedios de amores combinaba varias yerbas, un corazón de pollo, varias
hebras de seda de colores, un poco de ceniza, un pedazo de ara y frente a los
evangelios y mirando una estrella no identificada en el documento decía: “Dios
te salve hermosa estrella, la más linda y más bella, que en el cielo está
escrita…” y continuaba con su petición. Otra testigo menciona que para evitar
que los padres de una joven la maltratasen por los amores que ella tenía,
Jusepa Ruiz le conjuró de la siguiente forma: “Yo te conjuro diablo de la
plaza, que le traigas a casa. Yo te conjuro diablo de la carnicería, que lo
traigas ayna. Diablo Cojuelo, yo te conjuro que me lo traigas del corazón y del
pulmón y del riñón”. En este hechizo se menciona al diablo Cojuelo, figura
desarrollada en el folclor castellano del siglo XVI y que representa un
diablillo, que más que malévolo era travieso. Sus andanzas fueron recopiladas
en la obra titulada El diablo Cojuelo:
Novela de la otra vida (1641), escrita por Luis Vélez de Guevara
(1570-1644).
Una tercera
oración para curar males de amor y según su confesión aprendida en el convento
Regina de Santo Domingo fue: “Señora Santa Marta, digna sois y santa, por el
monte Tabor entraste y con la brava serpiente topaste y con el cinto de su atar
la ataste y por las puertas del pueblo entraste, así como esto es verdad, es
verdad lo que ando a buscar”.
Al final de
este proceso los inquisidores determinaron que la rea debía salir en el
siguiente auto de fe (acto público donde se presentaba a los reos ya
procesados) con insignia de hechicera, con una sentencia espiritual de abjurado
de levi, que recibiera doscientos azotes de manera pública y que fuera
desterrada de Nueva Granada y del obispado de Santo Domingo. Debemos señalar
que la abjuración es el reconocimiento de parte del acusado de sus errores. La
abjuración de levi implicaba una sospecha leve de herejía, la vehementi era una
sospecha de culpabilidad.
En los
procesos estudiados se pueden apreciar dos que resultaron ser reincidentes y
que llevaron a los jueces a proponer la pena capital para ambas. Ellas fueron
Paula de Eguiluz, procesada en 1624, 1634 y 1635; y Bernarda Álvarez, en 1632 y
1635. En el caso de Paula de Equiluz, esta fue considerada una de las
principales hechiceras y curanderas de su tiempo, consultada por funcionarios
gubernamentales y religiosos de importancia como el obispo Cristóbal de
Lazárraga en Cartagena de Indias. Según se indica, ella era estimada “muy
celebre como médica”, por lo cual tenía una clientela de personalidades
importantes en Cartagena de Indias y aun encarcelada se le permitía salir a
realizar sus labores de curandera. Originalmente fue acusada de hechicería por
realizar conjuros y otras magias amatorias en Cuba. Luego de este primer juicio
se quedó residiendo en Nueva Granada. Sus reincidencias llevaron a que los
inquisidores solicitaran que la rea fuera entregada a las autoridades civiles
para ser ejecutada. No obstante, la Corte Inquisitorial Suprema en Madrid no
permitió esta sentencia.
En el caso
de Bernarda Álvarez, esta mulata, en 1632, es acusada de hechicería en Santo
Domingo. Según los dieciséis testigos, ella utilizaba yerbas, realizaba suertes
y conjuros para el bienquerer; además, había preparado unos polvos destinados a
asesinar a un hombre. En el proceso confesó la acusación por lo cual fue
sentenciada a una pena espiritual de abjurada de levi, que llevase en el auto
de fe una soga amarrada en el pescuezo y que finalizada la procesión fuera
azotada con cien latigazos. Por último, quedaba desterrada de Nueva Granada y
del obispado de Santo Domingo, no sin antes tener que asistir por dos años a
los pobres en el hospital de San Sebastián de Cartagena de Indias. Era algo
común ver que a los acusados por hechicería se les enviara a trabajar en los
hospitales de la ciudad dado a que tenían ciertos conocimientos en las artes de
curar. También era una forma de poderlos controlar y adoctrinar en la fe
cristiana tal como el estado esperaba.
Al igual
que muchos otros acusados que fueron desterrados, Bernarda Álvarez se mantuvo
en Cartagena de Indias. Sin poder realizar algún otro oficio continuó
practicando la hechicería como modo de vida. Esto llevó a que tres años luego
de su primer proceso fuera acusada por cinco testigos de ser hechicera y por
cinco adicionales de ser bruja. En la primera parte de su segundo juicio y con
la posibilidad de ser condenada a la hoguera por ser reincidente logró
invalidar el testimonio de tres de los testigos del caso por brujería ya que
también estaban siendo acusadas por el mismo delito. Dado a las contradicciones
que se habían desarrollado en esta parte del juicio, los inquisidores
favorecieron enviarla a la sala de torturas.
En la
actualidad, el término tortura nos lleva a pensar en una forma de infligir un
castigo de manera dolorosa y con la intención de provocar sufrimiento físico o
mental. No obstante, en sus orígenes, la tortura era vista como una forma
violenta de obtener la verdad y su uso como castigo no se desarrolló hasta años
después. Claro está, esta distinción en nada minimizaba el daño físico o mental
que la tortura puede provocar. En la mentalidad inquisitorial castellana, la
tortura no era un castigo, sino una forma de obtener la verdad. En el caso de
Cartagena de Indias, el principal método de tortura era el potro que Anna
Splendiani nos lo describe de la siguiente forma: “mesa plegada en ángulo en la
mitad, con travesaños de madera o de metal que hacían incómoda la posición del
cuerpo del reo que se extendía encima de él”. En el potro se podían realizar
diversidad de torturas —con grilletes, mancuerda, cordeles y tormento del agua—
pero la principal en Cartagena de Indias era el uso de los cordeles que eran colocados
en los brazos y muslos que, con cada vuelta, apretaba las extremidades al punto
de crear una herida dolorosa.
En el caso
de Bernarda Álvarez, al ejecutarse la primera vuelta de su tormento confiesa
haber realizado todos los conjuros, ser aprendiz de Paula de Eguiluz y
pertenecer a una junta de brujas a las afuera de Cartagena de Indias. Este
grupo era considerado uno de los más concurridos en Nueva Granada. La bruja
principal era conocida como Elena de Viloria, una negra liberta, cuyo oficio
era la partería.
Como parte
de esa secta, Bernarda declaró que había renegado de Dios, realizado vuelos
nocturnos para llegar a la junta, asistido a otras brujas a realizar
maleficios, entregado el alma al diablo y que había tenido relaciones sexuales
con él. Por último, decía estar arrepentida de todos estos actos. Con esta
confesión y su arrepentimiento, los inquisidores procedieron a enviarla a auto
de fe con insignia de bruja y hechicera, espiritualmente reconciliada,
confiscación de bienes, doscientos azotes públicos y destierro del obispado.
Aparte de
los procesados ya mencionados, tenemos que añadir tres casos por hechicería y
uno por brujería iniciados en la ciudad de Santo Domingo. La primera de estas
hechiceras fue Isabel de Barrientos, procesada en 1627, con sesenta años. Ella
era viuda de un tal Juan Simón, ambos naturales de Santo Domingo. En su contra
tuvo cinco testigos, quienes afirmaron que ella efectuaba sortilegios e
invocaciones. Entre los conjuros que realizaba estaba el del vaso de agua con
la clara de huevo y el uso del rosario para realizar sortilegios, echaba la
suerte con habas, conocía diversidad de oraciones y también se le acusaba de
tener pacto con el diablo. Al presentarse a los inquisidores confesó todas las
acusaciones excepto la de pacto explícito o implícito con el demonio. Su
sentencia fue abjuración de levi y destierro de la gobernación donde residía
por tres años.
El segundo
caso es el de la hechicera Ana Jiménez, negra, de cincuenta y cinco años, que
es llevada ante el Tribunal Inquisitorial en 1652. En su causa se presentan
veinte y cuatro testigos mujeres. Ellas indican que Ana Jiménez practicaba
sortilegios adivinatorios, conjuros para los males de amor, entre los que se
incluye el elaborar un pastorcillo de barro que había que colocarlo en el fuego
con la creencia de que según este se iba derritiendo, la persona conjurada iba
a ir sintiendo amor por la/el cliente de la hechicera. En un principio estuvo
en negativa de sus acusaciones hasta que cansada de su entierro en la cárcel
indicó que estuvo en contacto con personas que practicaban la hechicería y que
de ellas aprendió el uso mágico de los pedacitos de ara para asuntos del amor.
Los inquisidores aceptaron esto como una confesión y decidieron otorgarle una
sentencia espiritual abjurada de vehementi, cien azotes, cárcel por seis años y
con la obligación de participar en todas las actividades religiosas (misas, sermones,
y peregrinaciones) durante ese periodo. Su auto de fe ocurrió el 25 de abril de
1653. Según la documentación, la rea murió el 20 de febrero de 1654.
La tercera
hechicera fue Juana de Torres, negra, de veintiséis años, procesada en 1653. En
su causa se da una descripción física de la rea más detallada a los casos
anteriores ya que se indica que ella “era de color pardo con un lunar en la
ceja del ojo derecho, cabello negro y liso”. Su proceso fue remitido por Juan
Bastián de Biamonte, quien era presidente de la Real Audiencia de Santo
Domingo. Se le acusaba de tratar de conseguir a un hombre para matrimonio por
medio de conjuros y sortilegios. En el pliego acusatorio se presentan cinco
testigos, todos mayores de 36 años. Los mismos mencionan que la rea utilizaba
diversas oraciones, invocaba la misa, el misal, la hostia, el cáliz consagrado
y hasta utilizaba el rosario. Al igual que en otros casos negó las acusaciones
en un principio, luego cambió de parecer, indicando que las hacía para
conseguirse un esposo “quieto y pacífico”. Los inquisidores terminaron
sentenciándola a auto de fe con soga en la garganta y vela en mano. Luego del
proceso fue desterrada de Santo Domingo.
En cuanto a
la bruja a la que se le inició su causa en Santo Domingo, esta fue la mulata
Isabel Márquez, cuya causa fue vista en 1634 y que se mantuvo en negativa en
todo momento. Su caso es muy particular ya que rompe con uno de los mitos más
extendidos de la inquisición española: el uso de la tortura. Como en todo
momento, ella alegaba que se habían realizado falsos testimonios en su contra,
por lo cual, continuó en su negativa de aceptar los cargos. En abril de ese año
se le llevó a la cámara de tortura para que testificase. Estando allí mantuvo
su negativa. Los inquisidores solicitaron que fuera amarrada al potro. Aun así,
Isabel Márquez continuó negando las acusaciones. Luego, se le amarraron las
extremidades. La joven no cedió. Cuando le indicaron que si no decía la verdad
sería torturada, vuelve a señalar que ella no era bruja y que los testimonios
en su contra eran falsos. En ese momento, los inquisidores suspenden el proceso
de tortura y envían a la rea a su celda. De allí pasan a deliberar, con uno de
los inquisidores pidiendo su absolución, no obstante, los otros dos
inquisidores prefirieron que la rea fuera enviada a auto de fe, abjurada de
vehementi y desterrada de su obispado y del de Cartagena de Indias. Tenemos
constancia de que esta situación se repitió con otros reos y conocemos casos
donde el acusado resistió su tortura y era absuelto de los cargos impuestos.
Los dos
casos restantes fueron de dos brujas que nacieron en Santo Domingo, pero que
fueron procesadas como residentes de Cartagena de Indias (ambas en 1633). Las
dos reas eran parte de la secta de brujas que dirigía Elena de Viloria y donde
estuvo Paula de Eguiluz. La primera de ellas fue Ana María de Robles, mulata de
treinta años, que inició su conocimiento en artes mágicas en Santo Domingo,
cuando otra hechicera le enseñó tres conjuros y el uso de yerbas para atraer a
los hombres. Eventualmente pasa a residir en Cartagena de Indias donde otra
mulata la invita a asistir a las juntas de la capitana (líder) de brujas, Elena
de Viloria. Allí le presenta a Lucifer, entre otros demonios menores. Se le
asigna al demonio Cerbatán, quién la marca en el brazo izquierdo como señal de
que ella era esclava del diablo. En el proceso se describen las diversas
ceremonias que incluyen una orgía entre demonios y brujas. También se describe
el proceso que se seguía para que las brujas pudieran volar. En este se indica
que cada demonio untaba un ungüento debajo de los brazos y en el área genital,
acción que provocaba el que la bruja adquiriera el poder de volar.
Para los
vuelos de las brujas, estas se untaban unos ungüentos que las hacían alucinar.
Estos ungüentos eran preparados con plantas tóxicas o venenosas. Como ejemplo
de estas yerbas se menciona la belladona, la cual era utilizada desde la
antigüedad como narcótico, y la mandragona, que actualmente es utilizada como
estupefaciente e inhibidor del dolor.
Como todas
las demás causas, Ana María de Robles negó las acusaciones en un principio.
Según el proceso se alargaba fue cediendo y aceptando algunas de las
acusaciones, aunque en la mayoría trataba de minimizar los alegatos en su
contra. A su favor estuvo el que ella fuera cristiana, bautizada y confirmada,
y que demostrara arrepentimiento de los supuestos actos realizados. Los
inquisidores terminaron admitiéndola a reconciliación, con insignia de bruja y
hechicera, cárcel de un año, confiscación de bienes y 100 azotes.
La segunda
bruja fue Luisa Domínguez, negra de veintiséis años, cuyo demonio era conocido
como Buenos Días. En su causa se detallan pormenores parecidos a los ya
presentados en el caso de Ana María de Robles. La discrepancia mayor que
presenta es que su marca que la caracterizaba como creyente del demonio fue
realizada en la parte superior de su pie izquierdo.
Tanto Luisa
Domínguez como Ana María de Robles fueron parte de la conspiración que realizó
Paula de Eguiluz para retractarse de sus testimonios y tratar de minar la
credibilidad del tribunal en el caso en contra de la junta de brujas de Elena
de Viloria. Sobre este particular, Luisa Domínguez fue llevada a tortura,
colocada en el potro, se le aplicó una vuelta que llevó a que desmayase, lo que
provocó que se suspendiera la tortura. Luego de recuperada admitió las nuevas
acusaciones por lo cual fue sentenciada a cien azotes y destierro.
Cada una de
las procesadas por practicar las artes mágicas procedentes de Santo Domingo, al
igual que otras sin importar su lugar de origen, recibió un escarmiento
compuesto de vergüenza pública y de azotes. En la mayoría de los casos hubo
destierro de la diócesis donde habitaban, pero la realidad fue que muchas
continuaron sus prácticas mágicas porque representaban un modo de vida muy
solicitado en la época. Cada consulta, visita o trabajo realizado conllevaba un
precio, en dinero o bienes, y que en algunos casos se llegó a pagar hasta cincuenta
pesos. Al parecer, las hechiceras y curanderas eran bien cotizadas y algunas
obtuvieron fama en lo que hacían. De manera general, esto las llevó a tener una
mejor calidad de vida y a poder sobrevivir en una sociedad que no era muy
amigable para ellas.
El caso de
Paula de Eguiluz fue, posiblemente, el más sonado de todos y se dio en un
momento crucial que se determinaba la política inquisitorial española sobre la
brujería y la hechicería. Por un lado, existía el bando de los que pensaban que
todo eran cuentos supersticiosos y que no se deberían de atender con tanta
severidad a menos que la persona no se arrepintiera. Un segundo bando, abogaban
por penas tan severas como las realizadas en los países al norte de los
Pirineos, donde la mera sospecha de prácticas mágicas era suficiente para llevar
al individuo a la hoguera o ser ejecutado de alguna otra manera. En el caso
español, el primer bando triunfó evitando que en los territorios peninsulares
se diera la misma carnicería que se dio en países como Francia, los principados
alemanes, Inglaterra, Escocia y Suiza.
De hecho,
la manera en que se trabajó el caso de Paula de Eguiluz, junto a los procesos
que se dieron en Zugarramurdi (1609-1614), en el país vasco, motivó cambios en
el sistema inquisitorial respecto a la brujería y la hechicería. Desde el punto
de vista de la Inquisición, la brujería y la hechicería eran meras
supersticiones, por lo cual no se trataban con mucha severidad. Claro está, los
acusados siempre debían arrepentirse de sus crímenes para ser reconciliados de
manera oficial.
En cuanto a
las artes mágicas en general, debemos indicar que estas se realizaban con cuatro
motivos principales: resolver los males del bienquerer (males de amor), la
búsqueda del conocimiento oculto, la suerte en los juegos de azar y curaciones
a males de salud. En los casos aquí presentados, vemos como la mayoría de ellas
utilizó su conocimiento en realizar arreglos amorosos, especialmente para
clientas que deseaban atraer pareja.
En nuestros
días, aun vemos como son muchos los que aun dirigen su vida según los consejos
de los practicantes de las artes mágicas. Así mismo, no ha de extrañarnos que
nuestro entorno caribeño siga impregnado de esa esencia del sincretismo
caribeño, que a la vez es mágico y sensual, y que nos lleva a tener una gran
diversidad de formas y matices que pueden ser apreciadas en la gran cantidad de
creencias existentes en la región.
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