Prólogo a la novela de Ramón Ortiz:
Un pueblo misterioso y su gente extraña
Por Pablo L. Crespo Vargas
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Las vivencias más íntimas de una sociedad tienden a
ser reveladas en las obras literarias que se producen en ella. En la mayoría de
los casos representan o son un reflejo de la conciencia colectiva enmarcada en
el pensamiento del autor. Allí se pueden encontrar ideas, sentimientos,
nostalgias, deseos, anhelos, prejuicios y hasta los objetivos que nos trazamos,
tanto individuales como colectivos.
En muchos casos, el escritor, hace suya toda esa gama
de experiencias, que no necesariamente son vividas, pero si transmitidas por
medio de la llamada tradición oral, aspecto que ha llevado al desarrollo de lo
que los historiadores llaman la historia oral y que a su vez se dirige a los
nuevos estudios conocidos como microhistoria.
No obstante, nuestro autor, Ramón Ortiz, no es el
típico escritor que se forma de manera académica y que sigue unos patrones
literarios ya establecidos, aunque su rigurosidad es latente. Su musa no
proviene de la extraña combinación que surge del conocimiento teórico y las
vivencias generales, que en muchos casos son narradas por terceros; sino, que
en su caso, estas vivencias, son producto de la observación diaria y de las
experiencias vividas, escuchadas y redactadas en sus treinta años como policía
estatal en Puerto Rico.
Esto lo lleva a realizar una narrativa, que no
solamente es cruda, sino que se ajusta a la realidad que se vive día a día,
dentro de un ambiente que es controlado en la imaginación del autor, y que
presenta situaciones que son comunes en una sociedad que abanica una variedad
de conductas que en muchos casos son consideradas, en su exposición pública, como
tabúes.
Nuestro autor, no teme a revelar y mostrar las
distintas vertientes que de ellas salen. Su fin es presentar una realidad que
muchos niegan pero que es visible. En otras palabras, el autor no crea una
historia puramente imaginativa, sino que se nutre de hechos y los enmarca en un
contexto físico que llama La Marea (pueblo central donde ocurren los hechos),
pero que a la vez podríamos llamar Lajas, Cabo Rojo, Hormigueros, Mayagüez,
Añasco, Aguada o cualquiera de los otros municipios puertorriqueños.
La cotidianidad del ser humano y sus conflictos
internos son elementos siempre palpables en cada uno de los capítulos de la
obra. Esto lleva a que el lector se identifique con las situaciones, en
momentos, creando empatía con algunos personajes o situaciones y odiando otros.
No obstante debemos advertir al leyente que muchas de estas estampas se
presentarán como un “déjà vu”, ya que
les parecerá que fueron situaciones ya vividas, contadas o leídas en otros
medios, sin percatarse, que la obra es solo un reflejo de la complejidad de la
vida del puertorriqueño, en un periodo de transición múltiple donde se
entremezclan elementos rurales con pensamientos urbanos; donde se notan los
conflictos sociales entre pobres y ricos; la necesidad de algunos grupos
poblacionales; y la crisis emocional que surge dentro de una sociedad
conflictiva e individualista.
Aunque en muchas instancias, durante la narración, se
presenta una visión fatalista, el autor siempre da espacio a esas segundas
oportunidades, que llenan de esperanza a los seres humanos y que nos ponen a
pensar sobre la importancia de desarrollar lazos de solidaridad, los cuales se
nutren de la bondad humana y que llevan a todos a buscar la felicidad colectiva
de una manera sabia y positiva.
En fin, Un
pueblo misterioso y su gente extraña, es una de esas obras destinadas a
hacernos recordar que la vida es compleja, pero a la vez, que tenemos la
capacidad de poder resolver cada una de esas situaciones para lograr obtener lo
que debe ser nuestro objetivo de vida: la búsqueda de la felicidad.
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