EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA ES UN CUENTO CHINO
Prólogo a la novela: La grandiosa travesía del murciélago, escrita por Luis Asencio Camacho
La grandiosa travesía del Murciélago: relación
de los viajes exploratorios del navegante chino Fu Zhang por las islas del
Caribe y de lo que allí vio y encontró en 1456: del manuscrito inédito de Segismundo
Mueller Carrero, Ph.D., editado por Luis Asencio Camacho y la
Alianza Puertorriqueña para la Cultura y el Patrimonio (ALPUR-CP) ([Cabo Rojo: Pien Fu, 2016], pp. xxiii-xxvi y 149-51).
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Este trabajo1 es el resultado
de cinco años de investigación y no habría sido posible sin los valiosísimos
esfuerzos de algunas personas cuyas identidades lamento no poder revelar a fin
de ahorrarles contratiempos tanto a ellos como a los suyos. Basta con que mi
más sincero agradecimiento les llegue a cada una de ellas.
Todo
comenzó mientras era profesor de Ciencias Sociales en la UPR y participaba en
un encuentro de arqueólogos e historiadores en un punto o jurisdicción de
Puerto Rico que no divulgaré, y me topé con algo mucho más de lo que esperaba
hallar: fragmentos de cerámica con rasgos y símbolos «orientales».2
Siempre he sido egoísta —no seré hipócrita; todo lo negativo lo tengo—, y fue
ese egoísmo lo que me hizo callarle a mis colegas —salvo a un puñado de
confianza— todo lo referente a mi hallazgo e incluso llegar a chantajear a mis
estudiantes con fracasarlos si tan solo mencionaban algo de lo acontecido.
Decidí
averiguar si se trataba de algo genuino o no. Había oído hablar sobre la hipótesis
de 1421; y aunque las aserciones de su autor me parecían lógicas al
momento, estando ya familiarizado con la hipotética posibilidad de una flota
china en aguas del Atlántico antes que los portugueses y todo lo demás
concerniente a contactos precolombinos, algo en su categoría no me convencía
del todo. Le daba crédito a Menzies por su labor, agudeza y esmero; pero todo
parecía muy bueno para ser verdad. Recordé entonces a una persona que conocí en
Madrid en 2002 y cuya tarjeta de visita conservaba en mi libreta de contactos:
Ana Grama (nombre cambiado a fin de proteger su identidad), empleada de la
Biblioteca Nacional de España. La conocí durante mi visita con motivo de la
celebración del 510.ᵒ aniversario del Descubrimiento; me atendió y cortésmente contestó toda
pregunta. Supuse que su pericia podría ahora serme útil en la investigación a
punto de emprender, por lo que tras cierta vacilación le contacté.
Doña
Ana es una de esas personas privilegiadas con una retentiva prodigiosa. Me
recordó con tan solo decirle mi nombre. Charlamos sobre trivialidades,
respectivas profesiones y demás, hasta que tocamos el tema de la BNE y sus
nuevas adquisiciones. No mucho de lo adquirido desde mi visita me atañó; pero
el tema me animó a abordar el de la posibilidad de exploradores orientales,
específicamente chinos, en América previo a la llegada de Colón… aparte de lo
propuesto por Menzies. Reaccionó con lo que me pareció ser una risilla por lo bajo
antes de preguntarme si había oído hablar alguna vez acerca del Manuscrito
Qi/Torremolinos. Al responderle que no, explicó que se trataba de la
traducción de un supuesto escrito chino de 1460 que hallara un monje español en
algún lugar de Centroamérica a mediados de siglo XVI.
Se
desconoce cuánto tiempo pasó desde que el escrito llegó a la corte carolina
hasta su traducción y revisión por los tales Qi y Torremolinos;i
pero es evidente que la revelación del documento no agradó a muchos, por lo que
se censuró y prohibió siquiera hablarse al respecto. Solo un milagro evitó su
ordenada destrucción. En cuanto a cómo llegó a manos de la Biblioteca, solo se
puede especular que por herencia de la Casa de Habsburgo.ii Pregunté
sobre las posibilidades de obtener una copia, pero mi contacto lamentó decirme
que eran nulas.
Un
día, tres años más tarde, de la nada, recibí una llamada. Que si aun me
interesaba una copia del Q/T. Ofrecí una suma por ambos documentos —el
original en chino y la traducción— y cerramos trato. Antes de colgar pregunté
qué le había hecho cambiar de parecer, y algo en su soslayada respuesta denotó
cierto disgusto con la institución y que andaba en busca de algo más. Dicho y
hecho, mi segundo viaje a España en lo que iba de década empobreció mi cuenta
de cheques unos cinco dígitos, pero me enriqueció con el mismo número de siglos
en conocimiento. Nadie se enteró de nuestra trastada, que yo sepa. Y sé también
que hoy doña Ana ya no trabaja con la BNE.
A
partir de mi hallazgo hasta mi cita clandestina en Madrid, mi tiempo libre
—mucho que es insociable— lo había dedicado a investigar todo tocante a la
China de la temprana dinastía Ming, en particular los viajes de Zheng He,
esperanzado en hallar claves que conectaran con mi tesoro. (Lo más cercano, el
libro de Menzies, aunque cita y describe lugares de Puerto Rico con pasmosa
precisión para un extranjero, no menciona nada sobre colonias chinas en la
isla.) El material adquirido me despertó una nueva obsesión: aprender chino… o
al menos intentarlo. Poco a poco los exploradores chinos fueron adquiriendo
nombres y personalidades; pero la tarea de colacionar esta nueva versión con el
tradicionalismo o con la controvertible hipótesis de 1421 era una empresa de
magnas proporciones.
Solo
una persona con la erudición y energías que no pretendía ni pretendo tener
podría haberlo intentado. Bastó una breve llamada telefónica y un más escueto
mensaje por correo electrónico para reclutar la ayuda de un experto en lenguas
y culturas orientales y catedrático emérito de la Universidad de Maryland.
Mi
viejo y estimado amigo compiló todas mis fuentes, notas y transcripciones y
emprendió la titánica tarea de revisarlas, acción que no completó debido a su
repentina muerte a solo un capítulo por terminar. Las últimas páginas son notas
y traducciones inéditas mías, por lo que no garantizo que, por más agradable
que parezcan, sean del todo exactas.
La
forma escrita del chino se remonta al período arcaicoiii y conforma
un sistema de pictogramas no fonéticos que ha pervivido el paso de tres
milenios. Pese a la evidencia de patrones de enunciación registrados en libros
de rima y diccionarios compilados por intérpretes de sánscrito y de pali previo
al siglo XV, no es hasta finales del XIX que el chino tuvo un sistema de
transcripción fonética estandarizado.iv
Responsabilizamos
al orientalista sir Thomas Francis Wade (1818-1895) y a su sucesor, Herbert
Allen Giles (1845-1935), de establecer y perfeccionar, respectivamente, este
método de romanización de voces chinas siguiendo un sistema fonético aplicado a
la escritura. Este criterio de transcripción, casi nulo en el español,v
se utilizó durante años, trayendo como consecuencia confusiones y errores en la
pronunciación de nombres propios y topónimos. Los primeros se escribían en
caracteres romanos siguiendo el deseo personal de cada cual, en tanto que los
segundos debían seguir los criterios del Correo oficial chino. El sistema
pinyin resolvió en gran parte ese problema.vi
Segismundo
Mueller Carrero, Ph.D.
Puerto
Real, Cabo Rojo
2 de
enero de 2008
1 Introducción
original. Nota de la Edición (en adelante N. de la E.).
2 Las sendas
fechas de la Introducción y el actual Prólogo obligan a preguntar si conocía
nuestro profesor del artículo que El Nuevo Día publicara días antes y que
discutía el papel de Puerto Rico en la hipótesis de 1421. Su deceso siempre nos
negará la respuesta. En el artículo —mismo que discute la posibilidad de que en
Puerto Rico se estableciera una colonia portuguesa gracias al conocimiento
chino—, el periodista cita a un renombrado historiador que rechaza
categóricamente la existencia de «un solo rastro arqueológico conocido por él
que evidencie presencia china o portuguesa [en el Caribe] previo a la llegada
de Colón». Añade, citando a otro historiador, que no se puede rechazar de entrada
el postulado de Menzies, por más descabellado que parezca; pero que, en
palabras de un decano de Ciencias Sociales de la UPR en Río Piedras, «China es
un país que está de moda y habrá quien quiera hiperbolizar la capacidad china y
comenzar a señalarle cosas extraordinarias más allá de la realidad» (Daniel
Rivera Vargas, «Los chinos llegaron primero», 15 de mayo de 2008, 10). N. de la
E.
i La defectuosa naturaleza de la traducción Qi-Torremolinos sugiere un
par de posibilidades: Qi Zeduan era el más idóneo para la empresa o era el
único de su clase en la corte. ¿Quién fue y cómo y cuándo llegó al servicio del
rey de España; y por qué, sobre todo, la historia no menciona la presencia de
chinos en las cortes españolas con la misma fanfarria que los menciona en
América? No descartamos que fuera esclavo de Torremolinos; y no ha de extrañar
que un religioso (en caso de que Torremolinos lo fuera) los tuviera. Está
documentado que el franciscano Juan de Zumárraga (1466-1548), primer obispo de
México y protector de indios, tuvo como cocinero a un nativo de la India
adquirido en España. La llegada de los chinos a Europa se da dentro del marco
de la expansión portuguesa por el sur y sureste asiático y el agresivo tráfico
de esclavos durante las primeras décadas del siglo xvi. Tristán de la China (c.
1505?-15…?) es el primero y único del que se tiene noticias en España. Apenas
un niño cuando lo compraron y llevaron a Sevilla y Valladolid, será uno del
puñado de sobrevivientes de la expedición de Loaísa y Elcano en 1525. En lo que
a América concierne, deben su presencia a los viajes de la llamada nao de China
o galeón de Manila a partir de 1565. El intercambio cultural respondió a la
escasez de esclavos tanto africanos como indígenas; se los llamó «indios
chinos», un término que incluía a chinos, filipinos, japoneses, cingaleses,
javaneses, indios y toda etnia proveniente de esa parte del mundo.
ii El último monarca de la dinastía Habsburgo, Carlos II (1661-1700; r.
1665-1700), tataranieto de Carlos I, sin prole debido a su enfermiza
constitución, declaró heredero al francés Felipe (1683-1746), duque de Anjou,
nieto de Luis XIV (1638-1715), en su afán de mantener unida la herencia de
territorios monárquicos. En 1712, el entonces Felipe V, primer Borbón, fundó la
Biblioteca Pública de Palacio, misma que en 1836 se designará como Biblioteca
Nacional. Su actual sede en el paseo de Recoletos fue inaugurada en 1892 con
ocasión del cuarto centenario del Descubrimiento y abrió al público en 1896.
iii Hasta hace poco la evidencia más antigua de escritura
china se remontó al ocaso de la dinastía Shang, también conocida como Yin (c.
1600-1046 a. EC), y constó de unos oráculos grabados en un caparazón de tortuga
y una clavícula de ciervo. La indescifrable escritura Jiahu, también sobre
caparazones de tortuga, descubierta en 2003 y nombrada por el lugar en las
regiones norteñas del país, data unos 8,600 años, precediendo a la sumeria
—tradicional, si no históricamente—, la forma más antigua conocida, unos tres
milenios (esta a su vez, desde una perspectiva bíblica, de probar correcta y
verdadera, más o menos uno antes de la torre de Babel [c. 2275-2242 a. EC]
[Génesis 11:1-9]). La escritura china actual perdura como una de las mayores
aportaciones de Qin Shi Huangdi: un sistema unificado para toda una miríada de
lenguas y dialectos.
iv No obviamos el rudimentario sistema de transcripción al latín basado en
el dialecto mandarín de Nankín que desarrollaran los jesuitas a mediados de
siglo XVI.
v El chino (ya sea mandarín, cantonés o cualquier otro de sus dialectos)
es una lengua concisa y abundante en polisémicos, por lo que lograr una
traducción efectiva en español (y en otros idiomas en realidad) puede ser a
veces problemática. En la mayoría de los casos se debe obviar lo literal y más
bien generalizar. En la literatura, por ejemplo, esto parece ser más patente;
de ahí que haya tantas variantes de títulos para una obra. Tomemos la novela Hong
lou meng 紅樓夢,
considerada por los occidentales como el Quijote de Oriente; sus traducciones
titulares van desde Sueño en el pabellón rojo o en la cámara roja hasta
Sueño en la mansión roja. (El primer título es el más aceptado como
correcto. Un modismo puede a veces ser el determinante, como en el caso aquí,
donde «pabellón rojo» denota la habitación de una virgen de la alta sociedad.)
vi Para un
atisbo a las complicaciones de los sistemas de transcripción fonológicos —con
énfasis en los dialectos— durante y posterior a las épocas Ming y Qing, nos
remitimos a W. South Coblin, «Reflections on the Study of Post-Medieval Chinese
Historical Phonology», en Papers from the Third International Conference on
Sinology, Linguistics Section, Dialect Variations in Chinese, ed. Dah-an Ho, 23-50 (Taipei: Institute of
Linguistics, Preparatory Office Academia Sinica, 2002), 23-50. Otra obra a
consultar es Edwin G. Pulleyblank, Lexicon of Reconstructed Pronunciation in
Early Middle Chinese, Late Middle Chinese, and Early Mandarin (Vancouver:
University of British Columbia Press, 1991).
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