lunes, 3 de octubre de 2016

Prólogo de Coa la Macacoa

Prólogo
Por Grace M. Robiou Ramírez de Arellano

“Apresúrate a transmitir lo que te corresponde
de maravilla, de rebelión, de generosidad.”

José Saramago

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El 8 de junio de 2013, abrí una cuenta en Tumblr y publiqué el primer post en Coa La Macacoa. El deseo de escribir habitaba en mi hacía ya muchos años. En la escuela me gustaba leer. En la universidad leí aún más y escribí poemas malísimos en las libretas de mis clases de biología y química. Quienes me conocen saben que todos mis intentos creativos de esos primeros treinta y pico de años antes de abrir el blog se dieron en el campo de la música. Toco el piano desde los 6 años y estudié teoría de la música y composición.

Fue un amigo propio y de mi hermano, quien aquella tarde de junio me enseñó lo que era Tumblr y en un dos por tres me armó el blog. Ya no tuve excusas para seguir postergando escribir algo que no fuese un ensayo o un artículo de carácter académico. A decir verdad, me sentí bien ese día. Supe que nací con la necesidad de escribir.

Desde un principio, el propósito de Coa La Macacoa ha sido crear un mecanismo interactivo para mantener contacto con la gente a quien quiero en Puerto Rico, Santo Domingo y otros lugares, a pesar de la distancia. Vivo en el área metropolitana de Washington D.C. y viajo al trabajo casi todos los días en el Metro. Como estoy fuera de la casa de 7:00am a 6:00pm, al abrir el blog me propuse que los textos serían pensados y escritos en mi Blackberry (luego iPhone) en mi trayectoria de ida y vuelta al trabajo. Así, el blog se llamaría Coa La Macacoa en memoria a mi apodo de la infancia (Coa) y sería una colección de “Cosas que escribo en el Metro. Para mis familiares y amigos.”

Este libro recopila la gran mayoría de los textos escritos en el blog desde junio de 2013 hasta enero de 2016. Decidí agrupar los artículos en cuatro categorías: Inventos, Actualidad, Memorias y Reflexiones. Dentro de cada categoría, los artículos están presentados en el orden en que fueron escritos. He revisado todos los textos para corregir errores ortográficos y actualizar el uso de los acentos acorde a las nuevas reglas gramaticales. En algunos escritos edité el contenido para mejorarlos (o eso creo). Descarté para publicación cuatro artículos de amigos que había publicado en el blog y un puñado de escritos con los cuales no pudiera vivir de verlos incluidos en un libro de carne y hueso.

Sin querer queriendo, Coa La Macacoa es una bitácora de mis recuerdos y pensamientos entre 2013 y 2016. Por supuesto que hubo mucho que recordé o pensé y no escribí, pero puedo afirmar que lo escrito y publicado responde a un deseo evolutivo y creciente de dejar de hablar sobre lo que me ocurre y en vez hablar sobre lo que se me ocurre. Al releer los textos pude ver los temas que me ocupan y me preocupan, al igual que pude apreciar las maneras en que mi escritura mejoró con el tiempo, y si empeoró, qué circunstancias contribuyeron a ello. Sin duda, este libro incluye textos flojos y chatos que carecen de genio y estructura. He decidido publicarlos de todas formas en busca de un objetivo tan simple como inamovible: vivir de forma sensata, sin grandezas y sin complejos, siéndome fiel a quien era en otro momento. Allí, es donde radica la belleza.

El lector ávido notará el post titulado “Mi única resolución de Año Nuevo” del 27 de diciembre de 2015. Dice: “Ya sé que no se espera de todos los que nos rodean, como se espera de los poetas, que nos ayuden a hallar sentido a nuestra vida. Quizá por eso es que nos corresponde ensayar la hazaña menor de hallar sentido a las formas en que intentamos hallar sentido a nuestra vida. A esa gran hazaña menor quiero dedicarme en el 2016. Para no ser una narradora de historias bañadas en kétchup. Para no vivir al borde de un mundo de hielo. Mi resolución para el año entrante es ocuparme de cosas que solo se pueden decir escribiendo.”

Es un deseo que no he podido cumplir hasta el momento. El 28 de enero de 2016 fui diagnosticada con cáncer. Lejos de dedicar más tiempo a escribir, he pasado lo que va del 2016 atendiendo mi salud y amando a mis seres queridos con toda la fuerza que me es posible. Por eso me corresponde publicar este libro en este año. Es la única manera que tengo de cumplir mi resolución. Es la mejor manera de ensayar mi gran hazaña menor.

Quisiera pensar que con este libro cierro la primera parte de unas memorias concienzudas y que volveré a escribir pronto. Por el momento, quiero agradecer la alegría y la bondad de aquellas personas quienes de una manera u otra me motivaron a escribir durante la etapa del blog o me han ayudado a luchar y a mantener el ánimo en alto durante los últimos meses. Gracias al blog he hecho algún amigo, reencontrado a otros, establecido contactos profesionales; he asumido riesgos y comprendido que siempre habrá quien te aplauda por lo que eres y quien te ataque por la misma razón.

Gracias totales a mi esposo Sergio Rivera Araya, a mi hijo Santiago y a mi hija Natalia. A nuestro perro Liam. A mi papá Sebastián Robiou Lamarche, por ser ejemplo de hombre renacentista y por el amor con el que se dedicó a hacer realidad este libro.  A mi mamá Josefina Ramírez de Arellano del Valle. A mi otro papá Jorge Soltero Schmidt y a mi otra mamá Mary Medina Ortiz. A mi hermana Claudia Robiou, por la portada y tanto más. A mi hermano Álvaro Soltero. A mis tres hermanos Omar Gómez, Jorge Manuel y Javier Soltero. A Rodrigo Rivera, Ana Lorena Rivera y Barbara Smith. A Gloria Salas Ponce y a mis hermanos Carlos, Juvenal y Rodrigo Correa Salas. A aquellas amistades que se han entregado de veras: Mauricio Alvarado, Lina Briceño, Juan Carlos Canavaggio, Mariana Eberle Blaylock, Ramón Gómez, María Cristina González Noguera, Jeanne Heying, Miki Kasai, Giselle López Soler, Noemi Mercado, Marisse Rovira Juliá, Pedro Smith Blondet, Carlo Tondini y Oscar van Angeren. A un grupito de personas que a pesar de no conocerme o conocerme muy poco me han apoyado con solidaridad y ternura: Rafael Acevedo, Rima Brusi, Luis Fernando Coss, Eugenio García Cuevas, Ricardo Martí y Soldanela Rivera. A los extraordinarios doctores Michael Pishvaian, Mohammed Bayasi y Keith Unger, y a decenas de profesionales de la salud en Georgetown University Hospital, por literalmente salvarme la vida. A todos, espero que de algo le sirva leer este puñado de trabajos. Desde luego me ha servido a mi escribirlos.

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