Una de las causas a la gran cantidad de los problemas que la sociedad puertorriqueña afronta a diario es la prolongación de su estatus colonial, que se mantiene desde hace más de cinco siglos. Esta situación aparenta no tener solución inmediata dado al poco interés de los grupos gobernantes que solo buscan conservar el poder y las riquezas que este genera, aunque alardeen de promover cambios que nunca llegan. A esto se añade que las dos metrópolis, primero España y luego Estados Unidos, no han perdido oportunidad de sacarle provecho a su emporio, cuyos habitantes, en la gran mayoría, prefieren el inmovilismo a tener que lidiar, como pueblo, por un futuro mejor.
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La consciencia política de los puertorriqueños, aunque desarrollada junto a su aceptación mayoritaria como pueblo de que somos una nación, nunca estuvo a la par con la percepción cultural de lo que esto significaba. Las tácticas de los poderes coloniales y sus lacayos para que los puertorriqueños se mantengan sumisos ante la oportunidad de luchar por un país mejor y prosperar como nación han sido varias. Estas van, por un lado, desde la promoción de un sistema social-cultural donde se construye un sentimiento de felicidad imaginario que se basa en el festejo, la diversión, la oportunidad de progresar por medio del azar y el uso del alcohol para alejar las penas, entre otros; y, por el otro lado, llega hasta la intimidación, el discrimen, la persecución y el asesinato por pensar y actuar con capacidad de progresar como colectivo.
No se equivocaba aquel gobernador español, Miguel de la Torre, cuando su gobierno (1823-1837) giraba alrededor de las tres B ―baile, baraja y botella― ya que un pueblo entretenido y mantenido no necesita rebelarse. Esto no fue su invento. Los romanos antiguos, en manos del poeta Décimo Junio Juvenal, ya habían acuñado una locución que dice panem et circenses y que en castellano se traduce a “pan y espectáculos de circo”. Expresión que se refiere a la práctica de la clase gobernante de mantener a las masas contentas con sustento alimenticio y entretenimiento. Los españoles del siglo XIX, para su situación, utilizarían la frase “tapas y toros” para explicar la misma conducta. En todo caso, ¿quién se rebela si es feliz?
Para los que el placebo que otorgaba la felicidad no les resultaba motivo suficiente para ser sumisos, así como en la Roma imperial, en el Puerto Rico decimonónico se desarrolló un aparato represivo gubernamental, cuya política de persecución promovía las libretas de jornaleros, los sistemas de espionaje interno, los compontes, el encarcelamiento, la censura y la neutralización de líderes y participantes de movimientos opuestos al régimen.
Con la llegada de los Estados Unidos como una nueva metrópolis se siente la oportunidad de cambios y libertades. El problema estuvo en que la nueva metrópoli demostró desde muy temprano que llegó para controlar un territorio, al cual había invadido con fuerzas militares que no dudaron en utilizar su poderío bélico para abrirse paso. Mientras esto pasa, la mentalidad política local, que se piensa el centro del universo, no vio las intenciones del gobierno de Washington, quien ya estaba preparando el camino a convertirse en la primera potencia del mundo, hecho que se materializó al finalizar las dos guerras mundiales. Recordemos que la realidad es que el invadido no manda, el que tiene el poder es el invasor. Eso lo sabían los filipinos y por ello se alzaron en armas (1899-1902).
El territorio de Puerto Rico cumpliría una función vital en la defensa militar y la búsqueda de la hegemonía estadounidense a nivel mundial. La Isla y sus dependencias menores, localizadas estratégicamente en el hemisferio americano, cumplía con los requisitos esenciales para convertirse en todo un emporio castrense con centros de mando y control, campos de tiro e instalaciones de resguardo naval, entre otros aspectos vitales para la defensa territorial del nuevo imperio.
Como la conquista no puede ser a medias, la nueva metrópolis desarrolló una política dirigida a aculturar, que se conoce como la americanización. Esta falla en su intención original, ya que no se contaba con la resistencia cultural puertorriqueña, la cual todavía, hoy día, es representativa de un espíritu de identidad nacional único. A esto se le suma un mundo cambiante que va evolucionando a una sociedad global donde el colonialismo es mal visto; donde los poderes imperiales deben comenzar a dejar sus emporios territoriales. No obstante, no claudican.
En la inmensa mayoría de las colonias, a través del planeta, se otorga libertad soberana, pero subyugada al poder imperial de cada metrópolis. Es así cómo se perpetúa el colonialismo dentro de otro concepto, el postcolonialismo. La implicación de este último término no es nueva, sino que ya desde la liberación de las colonias latinoamericanas se traza su funcionalidad a favor de las grandes potencias que controlan el mercado y el capital, se añade su necesidad de la materia prima de los recién independizados países.
En el caso de Puerto Rico se crea el llamado Estado Libre Asociado o Commonwealth, en su denominación en inglés. El término Commonwealth, que también es traducido al español como Mancomunidad, implica una relación mutua política donde las partes obtienen beneficios. Uno de ellos fue la supuesta eliminación del problema colonial en Puerto Rico. Pensando que ya se había resuelto, se promovió la idea de que Puerto Rico era el ejemplo de “vivir lo mejor de dos mundos”. Se siguió con el baile, baraja y botella sin pensar que esta actitud promovería la acumulación de una deuda que afectaría al país, pero que benefició a gran parte de la clase gobernante. Los efectos de la deuda no solo fueron sociales y económicos, sino que, políticamente, se demostró que la autonomía de la Isla estaba sujeta a los designios del Congreso estadounidense, quienes nombran una junta que se encarga de la situación fiscal del territorio y que va por encima de los propios gobernados.
Anterior a la creación del Estado Libre Asociado se gestaron unas condiciones idóneas, donde se estableció una élite social que mantendría control sobre las políticas que se estarían formando para el manejo del país. Estos centros de poder político utilizarían las mismas tácticas del periodo colonial español, pero ampliadas y ajustadas a la nueva situación histórica. Es en la evolución de todo este proceso donde entra la hipótesis presentada por el Dr. José Iván González Colón, en su obra La Ley de Tierras y la consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952. González Colón nos explica que la implementación de la Ley de Tierras promulgada por el Partido Popular Democrático y sus aliados, luego de las elecciones de 1940, fue un instrumento dirigido a la consolidación del poder hegemónico de esa colectividad en la vida política de Puerto Rico.
No obstante, González Colón nos lleva a través de su obra a una explicación más detallada de cómo se dio este proceso. Inicia presentando el problema que representó para los puertorriqueños la capitalización de la economía agraria por compañías estadounidenses y cómo esto fue en menoscabo de los intereses locales. Esto tendría sus repercusiones en la vida política de Puerto Rico. Por un lado, de manera reaccionaria surge el Partido Nacionalista, por otro lado, los partidos favorecedores del imperio continuaron fortaleciéndose bajo el amparo del sistema colonial. Es en medio de esta dicotomía que se da un disloque ideológico dentro del Partido Liberal Puertorriqueño y en 1938 se crea un movimiento de carácter populista que será conocido como el Partido Popular Democrático. Este nuevo partido asumiría una posición centrista, tomando para sí, ideas y actitudes socialistas, liberales y hasta asimilistas al punto que establece, lo que se podría llamar, una nueva visión colonial donde se criminalizaría el independentismo, a la vez que se establecía un nacionalismo o autonomismo cultural y económico, dirigido a enorgullecer a la población, aunque no los alejaba de los Estados Unidos.
Con el cambio de una economía agraria a una de manufactura, el estado colonial se ajusta a las nuevas necesidades. La Ley de Tierras y su reforma agraria también es ajustada y utilizada para seguir manteniendo la hegemonía gubernamental. Las movidas del Partido Popular Democrático eran dirigidas al establecimiento de un poder hegemónico cuyo fin era consolidar a un grupo social, que se enriquecía a cuestas del desarrollo de un pueblo.
La posición hegemónica evolucionaría con el pasar de los años. El Partido Popular Democrático se convertiría en un instrumento dirigido a alejar el pensamiento separatista y promovería la unión (dentro de un pacto imaginario) con los Estados Unidos al punto que, indirectamente, favoreció la creación de un partido anexionista populista (el Partido Nuevo Progresista), con el cual tiene mucho en común. Esto, a su vez, estableció un bipartidismo, cuyo fin demostrado es el mantener en el poder político-económico a una clase gobernante que está ajena a las vicisitudes que pasa el pueblo.
La obra del Dr. González Colón nos lleva a explorar y nos explica como la Ley de Tierras y su reforma agraria durante el periodo de 1941 a 1952 ayudaron a la formación hegemónica del Partido Popular Democrático y a la creación de un sistema estatal colonial distinto a lo que se había tenido hasta ese momento.
Referencias
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Beruff, Jorge Rodríguez. Strategy as politics: Puerto Rico on the Eve of Second World War. San Juan: Editorial Universidad de Puerto Rico, 2007.
Burchardt, Hans-Jürgen y Johanna Leinius, eds. (Post-)Colonial Archipelagos: Comparing the Legacies of Spanish Colonialism in Cuba, Puerto Rico, and the Philippines. University of Michigan Press, 2022.
González Colón, José Iván. La Ley de Tierras y la consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952. Lajas: Centro de Estudios e Investigaciones del Suroeste de Puerto Rico, 2023.
Juvenal, Décimo Junio y Aulo Persio Flaco. Sátiras, traducción de Manuel Balasch. Madrid: Gregos, 1991.
Picó, Fernando. “The Absent State and Five Books on Puerto Rican History”. Radical History Review. Issue 128, mayo 2017, 27-35.
Quintero Rivera, Angel. Conflictos de clase y política en Puerto Rico. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1986.
Linn, Brian McAllister. The Philippine War, 1899-1902. University Press of Kansas, 2000.
Silbey, David J. A War of Frontier and Empire: The Philippine-American War, 1899-1902. New York: Hill & Wang, 2008.
Nota editorial: La primera versión de este artículo fue utilizada de prólogo en la obra de José Iván González Colón, La Ley de Tierras y la consolidación del poder colonial en Puerto Rico: 1941-1952, Lajas: Centro de Estudios e Investigaciones del Suroeste de Puerto Rico, 2023. Una segunda versión fue publicada en el periódico Claridad el 12 de abril de 2023, Enlace artículo en Claridad.
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